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Gavilán | Marcelo Pellegrini | Autores |
EN EL CUERPO DE LAS PALABRAS(1)
Sobre el libro Llamas de quien duerme en
nuestro sueño de Ismael Gavilán M
Editorial Nuevo Reyno,
Valparaíso, 1996.
Por
Marcelo Pellegrini
I
En
una muy lúcida reflexión sobre el arte wagneriano que ya se ha convertido
en estrella visible para muchos poetas modernos, Charles Baudelaire dijo: "(…)
todos los grandes poetas se convierten naturalmente, fatalmente, en críticos.
Me dan lástima los poetas a quienes guía sólo el instinto;
los creo incompletos (…)". No cito estas palabras clamando porque todos los
poetas comiencen a escribir crítica literaria; creo ser fiel a Baudelaire
si digo que, al escribir esa frase, pensaba en la necesaria lucidez del poeta
frente al lenguaje; escribir es un modo de mirar, es decir, de contemplar más
allá de lo meramente visible. La poesía, entonces, es el intento
de ver el otro lado de las cosas, incursión y excursión por el sendero
de lo invisible, que es tanto o más real que el mundo "objetivo".
Contemplación: revelación.
Con Llamas de quien duerme
en nuestro sueño (Valparaíso: Colección de Poesía
Nuevo Reyno, 1996) el poeta Ismael Gavilán (Valparaíso, 1973)
se inscribe, a mi juicio, en esta tradición de cuño romántico
formulada por Baudelaire: el poeta es, sobre todo, crítico de sí
mismo. Cierto es que Gavilán ha incursionado en al reflexión sobre
otros poetas, pero no debemos olvidar que esas capacidades indagatorias las despliega,
en primer término, y con inusual rigor, sobre su propio trabajo de creación.
En el prólogo de este libro, titulado "Ad portas", Gavilán
formula los términos de una poética. Ni manifiesto programático
ni mera "carta de presentación", esas palabras introductorias
son el testimonio de una vocación (auto)crítica apasionada: "Ella
es la palabra, la palabra es ella", dice el poeta a modo de resumen de sus
convicciones estéticas. Conciencia del lenguaje que es, al mismo tiempo,
conciencia del goce amoroso en tránsito de disolución. Toda aproximación
al cuerpo, parece decirnos Gavilán, es un intento de reunificar "el
destello que se ha diversificado". Y, en efecto, la tentativa que subyace
en Llamas de quien duerme en nuestro sueño es, precisamente, la
recuperación de esa unidad perdida.
Todo el espectro de referentes
culturales que Gavilán despliega en su escritura (de Garcilaso a Pedro
Salinas, de Novalis y Hölderlin a Rilke, de Lezama Lima a Montejo, de Rosamel
del Valle a Gonzalo Rojas) es el sustrato sobre el que se dibuja esta tentativa
de comunión con la unidad. Es así como una cita de Gonzalo Rojas
(Tan bien que estaba entrando/en la escritura de mi Dios) sirve de epígrafe
al primer poema de este libro, titulado "Arte Mayor". El oficio poético
es, aquí, un viaje o tránsito en busca de la unidad:
Tenso la piel y me adentro en tu fuero como escriba áureo
.. ... .. . simultáneo ..
..... .. .. .. ... .. .. .yendo con labios desgarrados al golpe tempestuoso
de los días miedoso a la Palabra que sale de tu abismo como vino
.. ... .. . luz .. .....
.. .. .. o música siendo el desterrado que retorna con
el semblante carcomido de silencio
(p. 13) A pesar de la legítima e inclaudicable
aspiración a la unidad, podemos apreciar que ya desde el comienzo del libro
la conciencia deseante nunca dejará de ser perseguida por el fracaso de
esa búsqueda. Ahí reside, a mi juicio, la diferencia fundamental
entre este poeta y sus bisabuelos románticos y simbolistas: no estamos
ante la analogía atravesada por la ironía (para utilizar los términos
de Octavio Paz) sino frente al movimiento contrario: la ironía como nostalgia
de la analogía. Es por ello que parte importante de Llamas de quien
duerme en nuestro sueño está constituida por fragmentos que,
en sí mismos, hacen las veces de totalidad; la ausencia es ahí presencia
constante, ausencia per se, consciente de que no recuperará en ningún
momento su Arcadia. Gavilán lo dice mejor en "Arte Mayor": No
hay sino el ruido de voces que fantasmas construyen con restos de arena. (p.
14)
El ruido (sus retazos) que unos fantasmas
(otros retazos) (re)hacen con la arena es suma y símbolo de esta escritura.
Gavilán conoce perfectamente las dificultades de su intento, pero no se
halla acorralado por la tragedia, la lucidez en el despojo consiste en saberse
limitado y, sin embargo, seguir apostando a la unidad sin miedo alguno. Para decirlo
con palabras del propio Gavilán: "Venimos recibiendo desde Novalis
y aún de antes, la voz imperiosa de unificar el destello que se ha diversificado.
Y el grado de sacralizad que pueda haber en el gesto de reunificación se
traduce en palabras, fragmentos luminosos. Por eso el poeta no debiese ser un
pequeño dios, pero sí un creyente" ("Ad portas",
p 7). Esa "voz imperiosa" (es decir: la voz de la cultura y, sobre todo,
la voz de los poetas predilectos de Gavilán) es la que dicta el deseo de
la unidad sin importarle cuál sea el resultado; no es casual que la figura
de Orfeo, el viajero de los mundos, el buscador perpetuo que canta mientras escudriña
la comarca de sus sueños y sus deseos, predomine en muchas páginas
de este libro. La historia del poeta y músico griego que con el sonido
de su voz y su lira calmaba a las fieras y detenía los ríos y que,
más aún, descendió a los oscuros infiernos en busca de Eurídice,
tiene en la poesía hispanoamericana una ilustre historia de recreaciones;
por un lado, y para tomar solamente los casos que a Gavilán le interesan,
tenemos a Rosamel del Valle y a José Lezama Lima, quienes restituyen el
esplendor de la caída y el descenso de Orfeo. Dice el poeta chileno: Bienvenido,
viajero devorado que te asomas Ciego desde el agua a la tierra. Todo se
vería pasar por un puente de vidrio Sin la oveja de la sangre, abatida
de calor. (…) Día de los días oh, imagen viviente sobre
el fuego, Vestida de ángel detrás de los cielos (…)
Alrededor, nada más que alrededor: En las bodas del agua y del fuego. ..
..... .. .. .. ... .. .. (Orfeo,
1944. Cito por: Antología. .. ..... ..
.. .. ... .. .. Caracas: Monte Ávila Editores, 1976, p. 45)
Y
Lezama Lima, en "Doce de los órficos", nos dice, describiendo
tal vez el descenso del músico: ¿La
voz puede asirse? ¿Las chispas de la armadura pueden asir el sonido?
Sensación final del rocío: alguien está detrás.
.. ..... .. .. .. ... .. .. (El reino de la imagen.
Caracas: .. ..... .. .. .. ... .. .. Biblioteca
Ayacucho, 1981, p. 58)
Por otro lado, avanzando
un poco más en el siglo, el poeta venezolano Eugenio Montejo relata el
viaje de un Orfeo quebrado, un cantor que sufre, en este mundo, las penas del
infierno: Orfeo, lo que de él queda (si
queda), lo que aún puede cantar en la tierra, ¿a qué
piedra, a cuál animal enternece? Orfeo, lo que en él sueña
(si sueña), (su lira, su grabador, su cassette), ¿para quién
mira, ausculta las estrellas? Orfeo, lo que en él sueña (si
sueña), la palabra de tanto destino, ¿quién la recibe
ahora de rodillas? Solo, con su perfil en mármol, pasa por nuestro
siglo tronchado y derruido bajo la estatua rota de una fábula.
Viene a cantar (si canta) a nuestra puerta, ante todas las puertas. Aquí
se queda, aquí planta su casa y paga su condena porque nosotros
somos el infierno. .. ..... .. .. .. ... .. ..
(Alfabeto del mundo. Antología
.. ..... .. .. .. ... .. .. Barcelona: Editorial Laia,
1986, p. 35)
"Nosotros somos el infierno":
Ismael Gavilán parece retomar irónicamente el sentido de esa frase
cuando el primer poema de Llamas de quien duerme en nuestro sueño
dice: un Orfeo de tercera con su lira usada
sin himno encantado por la desnudez de tus líneas invisibles cuando
deseo deletrearlas
A pesar de este "Orfeo
de tercera", creo que Gavilán instaura el viaje de su palabra con
el afán de recuperar los antiguos dones órficos, en una especie
de secreto homenaje a Rosamel del valle y a Lezama Lima.
La noción
de viaje es la que modula la escritura en esta poesía para obtener, como
una ofrenda, la aparición del cuerpo, de Eros. No por casualidad el mismo
Lezama dice lo siguiente en su "Introducción a los vasos órficos": Desde
los comienzos del Caos, los abismos del Erebo y el vasto Tártaro, el orfismo
ha escogido la Noche, majestuosa guardiana del huevo órfico o plateado,
"fruto del viento". La noche agrandada, húmeda y placentera,
desarrolla armonizado el germen. En este huevo plateado, pequeño e incesante
como un colibrí, se agita un Eros (Ibid, p. 335)
Y para
seguir con el infinito juego de las referencias, Gavilán inserta como epígrafe
de la primera parte de su libro, estos versos de Lezama: penetro
en la pradera despacioso ufano en nuevo laberinto derretido ..
..... .. .. .. ... .. .. (Ibid, p. 9)
que
pertenecen al poema de donde se extrae, además, el título de la
primera sección de Llamas…: "Una oscura pradera me convida".
Entrar en la pradera es iniciar el viaje de la palabra. El "tú"
al que los poemas de este libro se dirigen -y por algo Gavilán modifica
levemente el título lezamiano y nombra esta primera sección "Tu
oscura pradera me convida"- es el verbo como Eros y, por supuesto, es la
mujer.
Los dos últimos versos de "Arte Mayor" son reveladores:
"al no poder interpretar este Arte/ que constata el sentido inefable que
posee todo lo Real". La Realidad Dada es el objeto y el sujeto de la esquividad
y el apartamiento. El viaje es, así, una necesidad de recuperación
de los dones de la palabra, que son los dones del cuerpo. La oscura pradera en
la que se penetra es, también, la noche, como en el poema "Nocturno"
(pp.17-18), que comienza con un epígrafe de Gerard de Nerval que dice:
"El universo está en la noche", y que Rosamel del Valle también
citara alguna vez como epígrafe a La visión comunicable,
donde se incluye el poema "Mano tornasol", que es, a su vez, el texto
de donde Gavilán extrajo el título de su libro (como podemos ver,
seguimos en el infinito laberinto de las referencias literarias). Si el universo
está en la noche, entrar en ella es descifrar el mundo. Dice el poema de
Gavilán: Ahora nos envuelve algo oscuro y
tibio Y somos boca en tránsito en el umbral construido de silencios,
dispuestos al naufragio como arco ardiente que se tensa ..
..... .. .. .. ... .. .. (p. 17)
La "boca
en tránsito" es otra forma del viaje, y es también un "naufragio"
y una flecha dispuesta en el "arco ardiente que se tensa"; todo ello
transformado en la memoria de un retorno imposible, tal y como lo dice el hablante
en el poema "Himno": Voy a tu cima cargado
de cenizas, a libar tu fuego que se abre entre glorietas, semejando un
danzarín que se eleva sobre imágenes seguro de la magia de tus
sellos. .. ..... .. .. .. ... .. .. (p. 15) Que
me vean hacia ti cuando el viento roza muros y contesta. Que me vean hacia
ti recogido en la penumbra como sacerdote solitario (…) ..
..... .. .. .. ... .. .. (p. 16)
Más
allá del viaje, y con una intensidad que fulgura sólo por un momento,
se suscita el deseo de hacer aparecer la palabra y el cuerpo: Que
te vean con tu voz hacer crecer la semejanza de las cosas, inasibles en sí
mismas. .. ..... .. .. .. ... .. .. (p. 16)
Este
"suscitar", como lo he llamado, está presente también
en el poema "Estío" (pp. 19-20), donde los frutos que maduran
junto al aire son el inicio de la transformación de la palabra. El fruto
es el cuerpo, el "cuello (que) repite la respiración/ de líneas
que no fueron acabadas". Aparece en su plenitud el cuerpo que, junto al hablante,
sabrá ser "más que imagen en la belleza de la fruta" (…)
Desde ahí pasamos, naturalmente, a la fragmentación total: "Surtidor
que el viento arquea" y "Trizadura de la llama" se titulan las
dos últimas secciones de este libro. La luz es aquí el espacio inconmensurable
y la palabra su imagen, signo y blasón. La sección "Surtidor
que el viento arquea" (la referencia paciana resulta evidente para los lectores
de Piedra de sol) está precedida de unas reveladoras palabras de
Pedro Salinas puestas a modo de epígrafe: Convertir todo en acaso, /
en azar puro, soñándolo. El azar soñado (¿eco
de la poesía surrealista en el poeta de la generación del 27?) es
la indeterminación del viaje y la búsqueda de la unidad perdida.
Los fragmentos aquí reunidos dibujan, mediante la constante interpelación
a un tú que puede ser la mujer, el poema o ambos juntos, un viaje ya distinto
con respecto a la primera parte del libro: la dispersión de la conciencia: Estrellándose
el silencio en juegos arenosos el viento va hacia ti. Con nuestra
sonrisa tiembla pálida la luz. .. .....
.. .. .. ... .. .. (p. 27) Busco tu retrato en el rictus de
la tarde: el presente es en ella signo que naufraga más allá
de los espejos .. ..... .. .. .. ... .. .. (p.
28)
"Trizadura de la llama", tercera
y última sección del libro. revela, en algunos de sus fragmentos,
una renovada búsqueda de la unidad. Las virtudes de la analogía
ausente son rememoradas por el lenguaje: Extiende
tu semejanza por mis bordes: el viaje, la lluvia, la extraña lejanía. ..
..... .. .. .. ... .. .. (p. 48)
Extraña
ausencia presente: la "semejanza" analógica no está, pero
su influjo aún tiene consecuencias para nosotros; su labor en este libro
es semejante a la luz de las estrellas que forman las constelaciones: hace tiempo
que su resplandor no está, pero todavía lo vemos. Es por ello que
el Orfeo que transita por estas páginas es el cantor que mira el otro lado
de las cosas: la dispersión es su conciencia.
Significativo resulta
que "Trizadura de la llama" finalice con el poema extenso "Ella
y las palabras", texto que es, al mismo tiempo, una respuesta y una interrogante:
respuesta al prólogo del libro, porque desarrolla uno de los temas propuestos
en aquél (la plena identificación del cuerpo femenino con la escritura);
interrogante porque ya en sus versos finales la conciencia vuelve a la evidencia
del despojo y la imposibilidad, negándonos (preguntándonos) el camino
siguiente, que es quizás, el fulgor de la palabra, "su universo/ su
estrépito de fruta": (…) sólo
soy el ademán de arena y lluvia que, por ti, no quiere convertirse
en mera imagen. .. ..... .. .. .. ... .. .. (p.63)
II
Selección
de poemas de Llamas de quien duerme en nuestro sueño
ARTE MAYOR
Tan bien que estaba entrando en la escritura de mi Dios
Gonzalo Rojas
Tenso la piel y me adentro en tu fuero
como escriba áureo .. .. .. .. .. . simultáneo
.. .. .. .... .... .. .. .. .. . .. .. .. . .. . yendo
con labios desgarrados al golpe tempestuoso de los días miedoso
a la Palabra que sale de tu abismo como vino .. ..
.. .. .. .. .. . luz .. .. ... .. .. .. .. ..
.. ... .. . o música siendo el desterrado que regresa con el
semblante carcomido de silencio al ver que desbordas humo y noche con una
lámpara en tus senos graciosa haciendo preguntas en un lenguaje
de llamas que la juventud sumerge en el instante irrepetible sonora
ilegible con los signos que mueren por mi voz pero que te surcan como olas
creyéndome hechicero: un Orfeo de tercera con su lira usada ..
.. ... .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. . sin himno
encantado por la desnudez de tus líneas invisibles cuando deseo deletrearlas.
No hay sino el ruido de voces que fantasmas construyen con restos de arena.
Pero te alza la mudez .. .. ... .. .. .. .. .. .. ..
.. .. .. .. .. .. .. .mi mudez ebria que se precipita mineral debajo
de las máscaras en vértigo creciente más allá
del latir momentáneo de muertes necesarias o de relámpagos que
vivieron y son ahora cuadros colgando en la pared. No basta ir vestido
como escriba sino serlo (mi túnica está arrugada ..
.. ... .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .mis sandalias tienen barro)
y bajar al precipicio hasta ser un extranjero, un extranjero destruido en
el sollozo de la sangre al no poder interpretar este Arte que constata
el sentido inefable que posee todo lo Real. HIMNO Voy
a tu cima cargado de cenizas a libar tu fuego que se abre entre glorietas,
semejando un danzarín que se eleva sobre imágenes seguro de
la magia de tus sellos. Y deseo atrapar en su comienzo cada uno de tus ríos
al nadar tus abismos y vorágines; escombros deleitables ladera abajo
de tu piel, poniendo la esperanza en el ardiente firmamento que se yergue
arriba de mis ojos. Voy a tu forma entre orillas que sonríen
concluidos los momentos de las lenguas como enigma en mi destello, enredando
voces, lágrimas de ángeles terribles, alfanjes como bocas.
Y voy siendo sueño, transparencia, ebrio en la fogata de la pausa de
ascensiones al mirar el precipicio a mis espaldas como imposible memoria
de retorno, levantando vigías en mis dedos y sumido en la densa maravilla
del fuego de la altura y su aire delirante. Que me vean hacia ti cuando
el viento roza muros y contesta. Que me vean hacia ti recogido en la penumbra
como sacerdote solitario. Que te vean con tu voz hacer crecer la semejanza
de las cosas, inasibles en sí mismas. Que te vean con tu labio
quemado al resplandor de las entrañas, lejos en tu brillo de columna.
Yo voy hacia tu cima cargado de cenizas a libar tu fuego que se abre entre
glorietas dando certeza al rito que estremece con guirnaldas, cielos y
festines como razón oculta de un estío subterráneo.
NOCTURNO El
universo está en la noche Gerard de Nerval Ahora
nos envuelve algo oscuro y tibio. Y somos boca en tránsito en el umbral
construido de silencios dispuestos al naufragio como arco ardiente que se
tensa. Afuera son ruinas el temblor deforme de la luz, su garganta
cercenada que desea percibir coronas de tierra seca. Cántico de
huesos, dices. Y nos envuelve el movimiento agazapados tras todas
las ventanas, alzando catedrales con la desnudez de las estrellas y sintiendo
visiones que nos tocan al inicio del ahogo: sacudida de las piedras que forjan
olas con sus pieles al mojar la intimidad de nuestros valles. Somos
la cara de la noche, sus huéspedes y sus ráfagas; palabras enhebradas
con azote y júbilo junto a la espuma de las venas que cae en bosques
de interior. Asombrados vemos el número infinito que marcamos
con tiza en la muralla, alternancia de los aires en el vientre que posee nuestra
imagen, sigilosos a la sed, a las raíces que la luz abandonó,
lúcidos en la escena cambiante de la sombra. Y el secreto que aceita
nuestro rostro estalla en el trance que sofoca por sus giros, sudor de
sueños en la bella hondura del banquete: ahí se distinguen siluetas
que sonríen, nuestros dobles en un mundo erguido del brillo oscuro
de los cantos. Así, somos el ojo reluciente que se apodera de
la memoria bautizada de humedad cuando hojas laten en las manos gracias al
tono majestuoso de los cuerpos. Ahora nos envuelve algo oscuro y tibio
y somos ser en tránsito en el umbral construido de silencios. ESTÍO
A la sombra holgando de
un alto pino o roble o de alguna robusta o verde encina Garcilaso
de la Vega Los frutos maduran junto al aire que se eleva de los
cuerpos ya tendidos. Y estás allí, con tus ojos de océano
para rescatar el balbuceo de mis labios, vestida de soles o con los ecos
somnolientos de las lejanías, pareciendo un pétalo de leche que
abre con voz grandiosa el ardor de los ríos en secreto. He aquí
mis manos de árbol caminando en tu rostro o dando la sombra necesaria
para el trueno. He aquí mi tierra desprendida a gotas sobre el verdor
de tu lengua en la profundidad de los senderos que persisten. Sé
que cada ventisca asoma tus palabras entre los tejidos multicolores la tarde y
que, grácil, el sueño se aproxima para configurar a las cosas reposadas como
promesa de un rumor vespertino. Hacia silencios que otorga la placidez rompiente
del calor tu cuello repite la respiración de líneas que no fueron
acabadas, tu sonrisa rebelde trastoca el lenguaje sombrío de los destierros
de lluvia, tu cabello se embriaga con música de flautas. Y eres en
tu origen, el paisaje: bosques y campanas entibiadas entre dedos como el
regocijo de párpados sobre hierba, pradera que convida al canto como
mirada y ceremonia. Y en ello está el paraje familiar que el torbellino
desconoce alzándote con el fulgor súbito de ocasos, con la
máscara del viento que rastrea pasadizos de miel en sus preguntas. Oiremos
por donde transita la legión de aguas y su lecho de fiesta, conversaremos
acerca de horas devorantes con un temblor en las gargantas. Y junto al aire
sabremos ser más que imagen en la belleza de la fruta.
SURTIDOR
QUE EL VIENTO ARQUEA ..
.. ... .. .. .. * Estrellándose el silencio en juegos
arenosos el viento va hacia ti. Con nuestra sonrisa tiembla pálida
la luz .. .. ... .. .. .. * Se advierte
la humedad que los pies traen al dejar su antigua orilla. Anuncian
al viento que desea permanencia. .. .. ... .. ..
.. * Aquel fuego recorre con miradas la pradera. Llagado
el centro de su calma inexplicable. En vaivenes que jadean como olas.
Reflejando ese algo que se eleva. Siendo inicio de un paisaje.
TRIZADURA DE LA LLAMA ..
.. ... .. ........... .. * Extiende tu semejanza por mis bordes:
el viaje, la lluvia, la extraña lejanía. La hora luminosa
se desploma y diluye el rubor guardado de cenicientos girasoles.
Tu semejanza viene a mi desnudez: todo es comienzo en intersticios de sal.
Tu plenitud, voz de viento, va a la ribera de mis límites. Extiéndete,
ahora, cuando la llama consume del silencio su memoria y el sabor a flautas
que posee se transforma en simple despojo nacarado. ..
.. ... .. ........... .. * Abre la señal por el espacio
que se hunde en la imagen que mis dedos precipitan. Tu ser se une a
la aparición de sangre que árboles mojados dibujan en sueños.
Ven, sé fuego respirado en solitarias letanías, reflejo de aliento
en la garganta. Ven y abre la señal, sé vértigo
quemado por el cántico. .. .. ... .. ...........
.. * Tú, entre las precipitaciones, oscura en la profundidad
secreta que los ruidos tejen con sus bocas, frágil en la visión
que sube por los huesos carcomidos como flor en el ritual de la herida.
Tú, llena del sonido abierto que invoca a la noche con sus signos
de arena, voz arriba en la aparición de los vacíos del día,
jadeante como transparencia que brota a través de mi recuerdo.
Tú, entre las precipitaciones, cubriendo muros con sellos de tu frente,
fiel al sol nocturno que rodea la santa ceremonia.
(1)
Ensayo incluido en el libro Confróntese con la sospecha: ensayos críticos
sobre poesía chilena de los 90 de Marcelo Pellegrini, Editorial Universitaria,
Santiago de Chile, 2006, pp 49-60.
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