La obra de José Ángel Cuevas le pertenece profundamente 
            al habla de la que se nutre y su dimensión no es privada sino 
            pública. No se trata de un sujeto inmerso en discursos que 
            le conciernen sobretodo a su interioridad: a "su" angustia, 
            a "su" soledad, a "su" discurso existencial,  como 
            fue casi toda la poesía chilena de los últimos cuarenta 
            años (Lihn, Uribe, Teiller), sino de un habla cuya voz da cuenta 
            de un estado de lo colectivo. Es la poesía de un sujeto en 
            situación concernido con lo público, con lo que queda 
            de lo público y con las palabras de los seres concretos, escenarios 
            y hechos que lo encarnan. En las antípodas de Nicanor Parra 
            tiene en común con él el lenguaje conversacional, esa 
            práctica de la poesía que siguiendo a Pound debe ser 
            semejante a la prosa, pero la diferencia con la antipoesía 
            es absoluta. En José Ángel Cuevas el idioma hablado 
            tiene en la acepción mayor del término: en su sentido 
            casi olvidado, un significado moral.
como 
            fue casi toda la poesía chilena de los últimos cuarenta 
            años (Lihn, Uribe, Teiller), sino de un habla cuya voz da cuenta 
            de un estado de lo colectivo. Es la poesía de un sujeto en 
            situación concernido con lo público, con lo que queda 
            de lo público y con las palabras de los seres concretos, escenarios 
            y hechos que lo encarnan. En las antípodas de Nicanor Parra 
            tiene en común con él el lenguaje conversacional, esa 
            práctica de la poesía que siguiendo a Pound debe ser 
            semejante a la prosa, pero la diferencia con la antipoesía 
            es absoluta. En José Ángel Cuevas el idioma hablado 
            tiene en la acepción mayor del término: en su sentido 
            casi olvidado, un significado moral.
            
            En eso radica parte de la dimensión y vitalidad que José 
            Angel Cuevas le ha devuelto a la poesía chilena. La carencia 
            absoluta de retórica, su concretud, su contundencia (no hay 
            una línea, un verso que en su poesía no diga 
            algo), da cuenta del país que ha emergido y del modo en que 
            desde lo más oscuro todavía de él, desde sus 
            espacios aún no narrados, continúan y continúan 
            subsistiendo los escombros de una derrota, de un aplastamiento y de 
            una suplantación que nada, ni en nuestro arte ni en nuestra 
            cultura, había retratado antes en la envergadura real de su 
            magnitud. Lo nuevo es la dimensión que la poesía de 
            Cuevas conscientemente involucra. No es una obra a partir de la cual 
            críticos o lectores "sensibles" pueden inferir una 
            colectividad (es obvio que todo poema, incluso el más "puro", 
            en alguna parte reflejará lo colectivo), sino que casi como 
            si la guiara un propósito programático, esta poesía 
            se entiende a sí misma como parte de esa colectividad haciendo 
            que a través de ella hablen innumerables voces disgregadas, 
            antiheroícas, casi anónimas, pero cuyo conjunto nos 
            muestran la pérdida que mejor ejemplifica el Chile de la post-dictadura: 
            la pérdida de la palabra pueblo.
            
            Son las voces múltiples de esa pérdida, de ese asesinato 
            enorme, las que se convocan y se toman la palabra en la obra de Cuevas. 
            Quien habla en estos poemas a menudo se refiere a sí mismo 
            como ex-poeta como si lo que se nos señalara es que también 
            la poesía es un pasado, un ex, algo que ya no puede ser, porque 
            en última instancia no son los autores, los ciudadanos, los 
            individuos quienes verdaderamente escriben sino que -como en los grandes 
            poemas arcaicos- son los pueblos(1) 
            y, por ende, si esa palabra ha muerto, el acto mismo de la poesía 
            también ha muerto. 
            
            Lo que emerge entonces en la ex-poesía son las ruinas que continúan 
            sobreviviendo de un gigantesco remate de saldos como en Poesía 
            de la comisión liquidadora, donde los escenarios y seres 
            que formaron lo que se llamó un país; desde los desmantelados 
            ferrocarriles de Chile y su conmocionante elegía:
           
             
              ERA CHILE EL QUE PASABA POR SUS VENTANAS 
                ABIERTAS
                Y ya no pasa 
            
          
          hasta los rockeros borrados del Maxim, el toque de queda y ese infinito 
            cúmulo de lugares que no están en el pasado porque se 
            han transformado en la cara feroz y deshauciante del presente. Es 
            lo que sintetiza el Poema 201 de la Comisión liquidadora; 
            el poema del renegado Krespi. Lo que ese poema nos muestra es, ni 
            más ni menos, que lo que hoy se impone como una virtud ciudadana, 
            como el gran acto fundacional, es ser un renegado, es renegar, es 
            ser el renegado Krespi:
           
             
               
                nunca nadie llegó a imaginarse 
                  que
                  el miembro suplente de la comisión política
                  del partido comunista de chile/ boris krespi/
                  (de altas responsabilidades en la Línea Leninista
                  de masas 70-73/ y Acumulación de Fuerzas)
                  hubiera sido tan hijo de perra en la hora de los qui'ubos
                  una mierda en realidad
              
            
          
          el final es terrible, pero lo es porque nos condena a la ratificación: 
          
           
             
               
                pobre infeliz de boris krespi
                  sé que estai mejor que nunca
                  ¿Qué querís que te diga?
              
            
          
          Como si emergieran entonces de un sueño insondablemente triste, 
            desprovistos de cualquier aura y presentados sin ninguna concesión 
            a la piedad o a la declaración de principios, a través 
            de versos cortados, de observaciones hechas casi al pasar, de monólogos 
            o reconstrucciones de diálogos Las voces que hablan en la obra 
            del ex-poeta José Ángel Cuevas tienen la radical virtud 
            de mostrarnos, y por fin, algo que tiene el olor de lo verdadero:
           
             
              
                Los que así cayeron
                  La Otra sangre derramada
                Sentados a orillas del camino de la vida
                  y saber nada
                  Movieron los ojos a las nieves eternas
                  Honor y gloria a los alcohólicos de Chile
                  ¿Quién los mató
                  quien los vengará?
              
            
          
          Movieron los ojos a las nieves eternas y la consigna "¿quién 
            los vengará?" resuena en el absoluto vacío. En 
            esa imagen de los alcohólicos sentados a orillas del camino 
            se muestra algo que pareciera concentrar en sí el real alcance 
            de lo perdido, de la derrota pura. Pero no hay una palabra en esta 
            obra que no sea en sí un lugar perdido y al mismo tiempo que 
            no sea el Reponso por las infinidades de lugares perdidos sobre los 
            que vivimos. La ex-poesía del ex-poeta José Ángel 
            Cuevas es la expresión más lúcida y elocuente 
            de esa infinita derrota que haciendo caso omiso de las Apec, de los 
            discursos de telemercados, de "nuestra inserción en el 
            mundo", desde el 11 de septiembre de 1973 y por mucho tiempo 
            más será el único nombre de Chile.
            
            La ex-poesía nos dice así que no hay otra ética 
            en el tiempo que nos tocó vivir que la de la pérdida. 
            Más aún, que en un universo que ha llegado al non plus 
            ultra del poder omnímodo del dinero y de la delirante violencia 
            que eso significa, que los incontables Irak que diariamente eso significa, 
            no puede existir otra voz moral que no sea aquella que segundo a segundo, 
            anónima y colectivamente, levantan millones y millones de seres 
            humanos sobre la faz de la tierra en su lucha por convertirse en seres 
            humanos y por continuar siéndolo. La obra de José Ángel 
            Cuevas, situada, referida a un territorio y a personajes tangibles, 
            chilenos, reales, es una metáfora de esa humanidad completa. 
            En otras palabras: nos dice que Chile, esta partícula minúscula 
            de la tierra, representa también ese fracaso y, al mismo tiempo, 
            la persistencia casi inverosímil de la vida. 
            
            Parte de la fuerza de lo que se lee acá consiste así 
            precisamente en dejarnos traslucir esa vida y mostrarnos que ella 
            está en lo negado. Las frases y consignas que en este pequeño 
            fin de mundo nos correspondieron ejercer en nombre de un sueño 
            inmemorial y sin nombres: Unidad Popular, Venceremos, Clase Obrera, 
            continúan siendo infinitas porque nos dieron al menos la oportunidad 
            de ejercer un fracaso. O, lo que es su verdadera premonición, 
            su cara más oscura, nos dieron al menos la oportunidad de ser 
            renegados y traidores, porque lo que eso significa es que sí 
            hubo un sueño, es que sí hubo un intento, es que sí 
            hubo un país, en suma: que construimos algo finalmente que 
            podíamos traicionar. Al menos eso. Si Chile hoy es un espejismo, 
            un ente tan vacuo -y a estas alturas es imposible no verlo, no desde 
            la poesía- como lo que nos impone su discurso oficial, es porque 
            ni siquiera existe algo que pueda ser traicionado.
            
            Esa dureza está allí. La ex-poesía nos muestra 
            entonces los despojos vivos de una enorme claudicación que 
            los reflectores de los discursos del poder no quieren mostrar. Como 
            lo señaló visionariamente muchos años atrás 
            un crítico, esa suma de seres están presentados sin 
            alardes, sin tonos admonitorios ni panegíricos, porque sus 
            palabras, sus monólogos y diálogos son demasiado reales 
            y vivos como para soportar un gramo de histrionismo. Pero lo que conmueve 
            es que esa concretud está permanentemente cruzada por una nostalgia 
            que es en sí casi indescriptible porque no le está hablando 
            a los muertos sino a los vivos, como si quien escribe quisiera que 
            los seres que aquí hablan volvieran a recuperar la dignidad 
            de sus historias, que se levantaran desde ellas. No, no hay siquiera 
            la sombra de una hipotética trascendencia, de un sube a nacer 
            conmigo hermano. Lo que habla aquí es infinitamente más 
            entumido, más irremediable, más trascendental.
            
          
            
          * * * 
          
          
           (1) ¿Quién 
            fue Homero? ¿Quiénes fueron Isaías, Job, Oseas? 
            Eso es la idea de pueblo, quienes escriben son partes de ese pueblo, 
            partes del río que contiene todas las hablas.