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“LA ÚLTIMA NOCHE DE MARIA CALLAS”:
NADA QUEDA EN EL TINTERO

Por Mario Hamlet-Metz


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No es la primera vez que me toca estar junto a Juan Antonio Muñoz en la celebración de uno de sus logros, ni tampoco es la primera vez en que he tenido el honor de haber sido su colaborador, traduciendo sus textos tan inspirados, tan elocuentes y tan bien escritos. 

A lo largo del último poemario de Juan Antonio, en que reprocha amorosamente al paso del tiempo (“Amoroso reproche a las horas”, 2022), hay claridad y sinceridad en la expresión de los sentimientos que predominan en el texto: nostalgia, sensibilidad, conciencia del deber, sensualidad, feminidad y espiritualidad. 

Curiosamente —o significativamente—, en el texto del monólogo que nos presenta ahora, dedicado a la Callas, artista predilecta suya y de muchos de nosotros en este, el año del centenario de su nacimiento, esos temas tienden a reaparecer (“La última noche de Maria Callas", editorial Puerto de Escape, 2023). 

Por definición, la nostalgia se refiere a sentimientos del pasado de los que se guardan recuerdos gratos. Cuando se trata de seres privilegiados, de genios, como es el caso de la Callas, hay que referirse principalmente a la nostalgia que traen consigo el orgullo y la satisfacción de la obra realizada en beneficio del arte y de la humanidad. 

Hay, por supuesto, toques de tristeza y de duda en esa nostalgia cuando, por ejemplo, el genio se pregunta el “porqué” de ciertas vivencias que parecen injustas.  Pero, en general, no hay amargura ni pesimismo en la narración.  Hasta la confesión de no haber estado a la altura acostumbrada en la últimas “Normas” de Paris porque la voz no le respondía, terminan enfáticamente en una enérgica nota de nostalgia positiva, cuando dice que lo que hizo en el escenario en esas funciones no lo había hecho nadie, implicando naturalmente que nadie más lo hará nunca.    

La sensibilidad, rasgo común entre los artistas en general, deviene extrema y palpable a través de todo el texto, desde el relato de las penurias pasadas en la infancia hasta el del sufrimiento causado por la soledad de los últimos años, pasando por los escollos que presenta diariamente una carrera muy competitiva, en la que las relaciones profesionales son, con bastante frecuencia, muy fastidiosas. La conciencia del deber y el coraje que exige cumplir con él es, obviamente, un rasgo importantísimo, quizás el más influyente, en la vida artística de la Callas. 

En el texto queda clarísimo que ella estaba perfectamente consciente de su superioridad y que debía, forzosamente, demostrarla en cada función, tanto a sus admiradores como a sus detractores (también los hubo, aunque gran parte de ellos vieron la luz con el tiempo), y a los críticos insidiosos e ignorantes, como ella solía decir en la vida real y nos lo repite acá. 

Esa conciencia del deber y de saberse superior es lo que motiva su sed de perfeccionamiento (“castigar la voz hasta hacerla obedecer”), su transformación física, y su total entrega al público, de quien depende y a quien se siente obligada a dar cada vez “más, y más y más”… 

La sensualidad también está presente y latente en el texto, ya sea cuando describe los personajes femeninos que interpretó en el teatro, conciertos, grabaciones discográficas o cuando ella se refiere a su experiencia personal.  En el teatro o ante un micrófono hizo lo que en gran parte de su vida no pudo hacer:  explayarse en declaraciones de amor, de celos, de entrega.  Porque la vida de la Callas en cuestiones de amor no fue muy feliz, ni como hija ni como esposa:  “Si no se puede confiar en la madre o en el marido, ¿a quién pedir ayuda?”

Fragilidad femenina a flor de piel.  Por cierto, una de las líneas más conmovedoras del monólogo es aquella en que Callas confiesa que si Meneghini la hubiese amado, lo habría dejado todo por él.  Y cuando, por fin, descubrió el “amour-passion” y la felicidad en su turbulenta relación con Onassis, fue en forma efímera;  traicionada, se vio forzada a sublimar la pasión y contentarse con la amistad. 

Todo esto lo expresa Juan Antonio en forma tan natural, que uno se lleva la impresión de que en realidad es la Callas la que está hablando.  Durante el tiempo que pasó con Onassis se la ve sonriente, y no es de extrañarse.  De hecho, no hubo en su vida muchas ocasiones de manifestar verdadera alegría o sentido del humor. 

Pero, nuevamente, lo que no pudo lograr en la vida, lo hizo en el escenario; aunque ella era esencialmente una “tragédienne”, sus incursiones en la comedia fueron, como siempre, inigualables:  Rosina, Fiorilla… 

Por último, está la cuestión de la espiritualidad, un profundo sentimiento que domina gran parte de las acciones de su vida y de su actitud respecto de sus interpretaciones y del arte en general, que Juan Antonio intuye tan acertadamente.  Con razón la imagen de la Virgen esta allí, presente junto al lecho, fiel compañera y apoyo.  A Ella la Callas le reza en griego: otro detalle propio de la mente de un dramaturgo creativo y sensible. 

Representada en menos de una hora, no hay aspecto de la vida y obra de la Divina que haya quedado en el tintero en esta descripción cabal y emocionante.  Juan Antonio nos ilustra a la perfección lo que ella describe como su deber: responder doblemente por María, el ser humano con todas sus debilidades, y por la Callas, artista completa que nunca aceptó la imperfección. 

 

 

 

Nota: La obra “La última noche de Maria Callas” fue estrenada el 19 de agosto de 2023, el Teatro de la Corporación Cultural de Las Condes. Dirección: Claudio Pueller. Actuación: Solange Lackington.


 

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"La última noche de María Callas" de Juan Antonio Muñoz: nada queda en el tintero.
Editorial Puerto de Escape, 2023. 130 páginas.
Por Mario Hamlet-Metz.