Juventud, divino tesoro
Rubén Darío
Felices los normales, esos
seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante.
Roberto Fernández Retamar
Yo también en mi dorada juventud fui un poeta
pobre
dormí miles de noches -como el poeta ruso Serguei Esenin-
mirando las estrellas desde un pajar
también navegué en barcos estancados en la arena de
mi pueblo
y como Ulises regresé cuando quise a mi lejana Itaca
pero ningún cíclope me obstruyó el regreso
ni menos cuando quise viajar a otras más ignotas regiones
manejando mis enterrados barcos en las orillas del mar
También en mis momentos más felices o despechado de
amor
cometí miles de suicidios con el mismo revólver
-con el cual el poeta Maykovsky a los 30 años se disparó
en la cabeza-
o caminé por kilómetros hundiéndome en el mar
un día hermoso
al atardecer
como se suicidó caminando hacia las olas del océano,
sonámbula,
la poeta Alfonsina Storni
También bebí los vinos más deliciosos del planeta
sin siquiera tener una viñedo propio
ni tampoco un racimo entero de uvas que llevarme a la boca en el verano
como Lázaro de Tormes
Me embriagué con otros manjares venidos desde los Jardines
de Babilonia
o de un vaso de oro que tomaba Sherezade
mientras contada mil historias maravillosas cada noche
para que no la mataran
Probé los venenos de las hierbas más milenarias de
la tierra
aquellas que los Toltecas tomaban mirando el atardecer en una playa
de Oaxaca
o las que bebían los faraones antes de morir para soñar
con el paraíso
que les esperaba
Leí miles de libros en una biblioteca vacía de mi madre
pobre
mientras en nuestro palacio de oro yo esperaba por siglos,
muerto de hambre, de sed y de frío,
y me hiciera dormir
leyéndome unos de esos libros inexistentes
de nuestra vasta biblioteca de Alejandría
En mi adolescencia como todo poeta pobre
escribí hasta altas horas de la noche en papeles inmaculadamente
blancos
fumé todas las hierbas alucinógenas sin volverme demente
ni perdí la lucidez rescribiendo inútilmente por horas
nada más que un sólo verso
También vestí los más hermosos trajes
y me rodearon hermosas mujeres invisibles
de todos los lugares del planeta,
viaje por lugares ignotos, hasta llegar a otras galaxias,
sin moverme siquiera de mi miserable guarida
Me envidiaron miles de otros poetas jóvenes pero ricos
esos que obtuvieron todos los premios inimaginables
y también me envidiaron los tocados por el don de la Poesía,
los que fueron aclamados por reyes, presidentes,
dictadores y príncipes,
o recibidos por multitudes azules como le ocurrió
al poeta Rubén Darío joven
y al poeta Rubén Darío viejo
Aunque todos ellos me desdeñaron y me quitaron el saludo
-mientras continuaban recibiendo premios, invitados por los países
ricos
y los países pobres-
ellos jamás citaron en sus libros al poeta pobre
aunque sí copiaron todos mis versos inéditos
y plagiaron todos los libros que nunca escribí.