PRESENTACION DEL LIBRO FRAGIL, DE XIMENA TRONCOSO, EN LA 26ª FERIA DEL LIBRO DE VIÑA DEL MAR
Por Juan Cameron
Sin duda la poesía femenina ha sido generosa en esta reciente década. A los nombres aparecidos a partir del año 2000 —cito a Alejandra del Río (1972), Lila Díaz (1975), Damsi Figueroa (1976), Rosario Concha (1978), Paula Ilabaca (1979), Karen Toro (1980) y Gladys González (1981), entre otras autoras— se agrega hoy día el de Ximena Troncoso (1967), con un primer trabajo publicado recientemente, en octubre pasado, por MAGO Editores.
Este libro la sorprende en su madurez estética y tras una larga experiencia en el campo de las letras. Junto con sus estudios, en Derecho y Periodismo, diversas actividades en el campo literario y teatral y varias publicaciones colectivas la avalan en su trayectoria. De allí que la poeta Paz Molina se refiera a este libro «como un excelente aporte a la poesía de la mujer en Chile, un libro revelador de una intimidad y subjetividad vividas con vigor y valentía y expresadas poéticamente con una calidad estética depurada».
Al comenzar su revisión se hace ineludible referirse a lo significante del ejemplar. Su proporción, 12 x 19 centímetros, señala cierta aproximación áurea a la que el ojo no es ajeno. Tamaño y diseño lo hacen agradable e invitan a su lectura. Este punto no deja de tener relevancia sobre todo en una época en que la separación entre productor y consumidor es aún más grande, en este país, que la brecha entre pobres y ricos. Los poetas, quizá el gremio con mayor proporción y necesidad de autoeditarse, deben tener en cuenta este aspecto al publicar.
Frágil, como se llama esta obra, contiene seis cuadernillos, los que reúnen alrededor de cincuenta y cinco poemas o fragmentos, algunas veces como anotaciones, referidos a distintos aspectos, lugares o individuos que denotan significación en la escritura de la poeta. Pero el título no apunta a cierta inseguridad de la autora sino más bien a otra condición; al hecho de ser individuos y circular sobre esta superficie como repentinas burbujas que suben, crecen y desaparecen sin dejar rastro alguno. Salvo la imagen grabada en el recuerdo. Nos dice: «Se esbozan figuras en el aire/ pasos/ hombres caminan por el siglo»; y también «el túnel de la luz/ pronunció mi nombre/ Acudí sin poner resistencia/ al viaje final»; y también «Los ruidos/ que sólo el oído conoce/ Y la imaginación/ que no tiene pies/ va más allá del horizonte».
Lo frágil es el tiempo; o más bien dicho: también el tiempo presente. Al parecer sólo se vive del recuerdo de hechos, personas o lugares que nos acompañaron antes, que escribieron en la piel los signos esenciales: aquellos destinados a formarnos, a construir la imagen personal. Somos puro pasado. Y el cuerpo, como elemento significante, como único instrumento reconocible y viable, tiene en esta tarea una función primordial. Somos en él y nos desplazamos en él y conformamos una unidad inseparable. La conciencia de ser es nuestra y no la comprendemos, sino teóricamente, en otro individuo.
Es una muy buena indicación, en el campo de la poesía, mentar al cuerpo y no a esa extraña y repetida palabra «alma». De hecho, suelo menospreciar cualquier poesía que en los primeros versos mencionen este término junto al no menos horroroso «dolor». Quiero manifestar con tal afirmación que la poesía de Ximena Troncoso huye de la morbosa sensiblería que tanto mal ha hecho a nuestra poesía nacional. Lo sensible, acá, nace del sonido, de la acentuación, del juego de consonantes; y es tarea del lector interpretar lo dicho en tal sentido. En la sección que lleva el mismo título del libro, ella nos aclara: «Con mi cuerpo en llamas tropecé/ Bajé por la ladera de los ríos/ para encontrarte». Para ella «se abrazan los cuerpos en un pañuelo blanco» y las «caricias de codos y rodillas estremecen los sentidos». Pero también «hicieron esas manos profundas/ gemidos volcanes/ Sus pies mojados/ soportaron los míos». Porque en los sentimientos no se concede; o se siente o se miente. Y esta última posibilidad no existe para el poeta.
Para mi gusto, es en la sección o poema Manantiales, el cuarto cuadernillo, donde la poeta alcanza su mayor nivel expresivo. Con plena conciencia de la palabra como instrumento, sino mágico, al menos simbólico, hace fluir el verso en la página con el licual sonido de la nacencia. Y no habla del nacimiento —tema al parecer obligatorio en gran parte de la poesía hecha por mujeres en nuestro país—, sino del metafórico germinan desde el afluente mismo del sentido. Todo se escurre en estos versos, se esfuma, se diluye; pero ese trazo leve señala los contornos del decir y hace jugar el dialéctico principio que nos señala que toda esencia lleva en sí el germen de su propia destrucción; pero, además, que todo fin es el comienzo de una nueva etapa. Y lo dice: «Busca/ en el inicio/ de donde todo es fluir/ naciendo de la misma tierra/ el agua (...) Busca/ busca/ busca/ la esencia escondida». Las sílabas del verbo que repite resuenan así un eco en el profundo oscuro que ella indica al lector.
Este fluir, por tanto, no es la mera acción que la palabra elegida señala en la sintaxis. Los términos fluyen al mismo tiempo en el abuso del sonido —en el goce del sonido, más bien— pues la poeta maneja la función del término y, frente a nosotros, abusa de tal conocimiento. Nos dice, vean ustedes: «el es río/ que continuamente continuando/ intenta suavizar el ruido/ de unas cuantas piedras»; y allí el ruido rueda en su sonido, en su sonar, y adverbio reiterado en un gerundio —ambos, muy peligrosos recursos para el verso— los maneja aquí la autora a voluntad. Eso es expresión. Su eficacia es mayor que el andar versificando sobre partos que, aunque vinculado ello con elementos muy humanos y comprensibles, para la literatura sólo es otro motivo más en beneficio de su estructura.
Este espacio simbólico sobre el cual se construye el texto queda determinado en el capítulo final de Fráfil, Imágenes de Atacama. Sobre este punto es preciso aclarar que la poesía no está al servicio de lo iniciático o de lo religioso, como tampoco lo está de lo político o de lo ético. En sí puede ser un camino de iniciación en cuanto las palabras indican al individuo la significación de las cosas y del mundo que lo rodea. Y el individuo, como ser inteligente, aprende a leer los signos del entorno. Pero la poesía, en tanto especie del arte, se sostiene y se justifica en sí misma, dentro de las fronteras del lenguaje.
Es en este borde entre lenguaje y realidad, ese mismo que Jacques Derridá intenta ilustrar con la palabra diferancia, donde la poeta se ubica: digamos, en el canto para el canto: «Estaba allí/ En la orilla/ Asomado al mar como cayéndose/ el camino/ el farol (...) En la mitad del cielo/ y la arena/ el horizonte/ desprovisto de toda cosecha.// Sólo poemas hablan en Chañaral». No es preciso ser un iluminado para traducir la metáfora y determinar que este texto, sépalo o no Ximena Troncoso, constituye su arte poética.
Desde ya reitero las palabras de Paz Molina; el título no corresponde a la realidad estética que encierra. Se trata de esos juegos de lenguaje que los autores se permiten en su más oculta ironía.