El arquitecto porteño Luis Cano me decía que para hincarle
el diente a este país había que desayunar con pan duro.
Comentábamos el día en el Café Do Brasil, en
plena calle Condell, entre otras cosas la muerte y resurrección
de nuestro muy querido amigo, el poeta Sergio Badilla; una broma informática,
se entiende.
Al no tratarse de un alcance de nombre -con algún fallecido
en un supuesto accidente carretero- el autor de esta chanza lo habrá
hecho para causar dolor, falsa información entre los pares
y, en suma, para pudrir las relaciones de fraternidad dentro del gremio.
De la conversación surgió el asunto de los rask-hakers
o hakers criollos que, ante su impotencia técnica,
corrompen el discurso literario a través de páginas
abiertas en los sitios web; las conocidas "opina el lector".
El término se vincula a la definición de hackers,
héroes lésbicos del cómic posmoderno que, desde
el silencio y el anonimato combaten en pro de una ideología
basada por lo general en la fuerza. El mismo origen señala
a los autores de los temidos virus informáticos.
Varias páginas literarias que difunden una excelente información
sobre el tema cuentan con este tipo de foro público. Una de
los más recurridas por los escritores es letras.s5.com. Al
abrirla, el ingenuo poeta será salpicado, si tiene la suerte
de ser "el laureado de la semana", por una serie de injurias,
calumnias, ofensas y agresiones de todo tipo. Nadie se salva; los
ataques pueden dirigirse a cualquiera que asome la cabeza a través
de los medios de comunicación, trátese de Eduardo Llanos,
Damsi Figueroa, José María Memet, Diego Maquieira, José
Angel Cuevas o el difunto Armando Rubio (¡muerto hace 23 años!).
A cada uno le llega su turno.
Las "críticas" no se refieren, salvo excepción,
a la obra; por el contrario, se comienza por la descalificación
del señalado, suponiendo que se trata de un individuo éticamente
perverso; de un mero pelafustán. Aunque por curiosa coincidencia
se eleva a cambio, a la calidad de héroes, obras que bien podrían
señalar como pelafustán literario a quien las escribe.
Pareciera inútil analizar la conducta. El sujeto que desde
el anonimato no siente pudor de excretar sus ideas al vacío,
se convierte en el Onán iletrado, en el sofista de barrio cuya
lógica es similar a la de los programas televisivos de entretención
popular. Es más bien materia de psiquiatras.
Cuanto sí preocupa es la cantidad de asertos tipificados como
delitos que, diariamente, aparecen en estas páginas. Suerte
tienen los editores con la paciencia de los artistas. A éstos
últimos no les alcanza esa costumbre tan chilena de querellarse
ante los tribunales de Justicia. ¿Por qué permiten la
edición automática del mensaje sin limpiar la basura,
sin indicar la dirección virtual del escribiente? ¿Olvidan
los plazos de prescripción establecidos en el Código
Penal? Con todo, existe al menos la responsabilidad establecida por
el Código Civil -el del poeta Andrés Bello- por la reparación
de los daños ocasionados.
Con seguridad ha sido uno de estos "lectores" el gestor
(sic!) de la idea. Obtuvo cuanto quería: amargar el día
a los miembros de esa fraternal comunidad que, en nuestro país,
integran per se los buenos escritores. Pero en su ausencia
de las listas, el rask-haker aquel no se percató de
cuánto ganaba Badilla a cambio. Lo ubicó en primer plano,
gracias a su nefando anonimato, y puso en escena la estimación
que todos le tienen al poeta como persona y como autor. Y, además,
por si el "bromista" no lo sabe, como boxeador y justiciero
pateador de pelafustanes. Que se cuide de comer pan duro, este sujeto.