El
cumpleaños de Fidel Castro y el "Granma"
*Javier
Campos
El 2 de diciembre en Habana celebraron los 80 años de Fidel Castro.
También, conectado a la historia del personaje y del triunfo de la revolución
en 1959, hubo el paseo del yate "Granma" (reparado y pintado de blanco).
Aquel mismo barco que el 2 de diciembre de 1956 llegó a la costa oriental
de Cuba, proveniente de México, con Fidel, el "Che" Guevara,
y ochenta otros combatientes para comenzar el alzamiento contra Batista y en 1959
comenzar la "nueva sociedad cubana" sin oprimidos ni dictadores.
Todo
aquel desfile culminó el pasado diciembre, cincuenta años después,
con el de las fuerzas armadas de Cuba por la Plaza de la Revolución. Imagen
esta última que recordaba el despliegue de fuerzas militares de los ex
desfiles de los países socialistas cuyo ejemplo fue la ex-URSS, la China
de Mao, los Sandinistas en los 80, y hoy en el otro extremo del planeta, Corea
del Norte. El líder -y presidente de los máximos poderes del sistema
cubano desde el comienzo de la revolución durante 47 años- no apareció
por estar convaleciente de una última operación y cuya condición
de salud, lo dice el mismo gobierno de la isla, es un "secreto de estado".
Aun
así, los comentarios en la prensa internacional es que ese 2 de diciembre
marca una etapa distinta en la isla. Ya no hay líder sino una "sucesión"
del poder a su hermano Raúl Castro quien por primera vez aparece como el
"sucesor" oficial al dar el discurso principal en la Plaza de la Revolución.
En su discurso dejó bien claro que no habrá un cambio radical en
la línea del Partido Comunista ni en la modificación del sistema
socialista actual en Cuba (es "irreversible" en sus palabras).
Lo
interesante es que manifestó unos juicios que, venidos del partido comunista
cubano, resultan o de una testarudez descomunal a nivel planetario, principalmente
para los que ven en esas frases una nostalgia sin retorno. O para otros, por el
contrario, quienes consideran aquel juicio todavía de una validez tan cierta
como si el Muro de Berlín no lo hubieran desmoronado en 1989.
Cito
lo que textualmente Raúl Castro dijo en su discurso: "A muchos les
pareció que la caída del campo socialista y la desintegración
de la Unión Soviética representaba la derrota definitiva del movimiento
revolucionario internacional. Algunos se aventuraron a sugerirnos el abandono
de esos ideales a los que generaciones enteras de cubanos había dedicado
sus vidas."
Primero, no hay por donde demostrar que hay un movimiento
revolucionario internacional activo en estos momentos ni menos que tiene una presencia
objetiva y transformadora en el mundo a partir de los 90. A no ser que hablemos
de los movimientos anti-globalización que no son por ninguna parte homogéneos
ni tampoco entran en la categoría de movimientos revolucionarios. O a no
ser que se esté refiriendo a los nuevos presidentes de "izquierda"
en América Latina que tampoco representan un movimiento revolucionario
compacto. Tampoco el movimiento zapatista en México ha logrado cambios
substanciales en aquel país sin desconocer una proyección global
del problema a través de Internet.
Por otro lado, el proyecto de
Chávez en Venezuela es seguir el "modelo cubano" y convertirse
en otro "dictador" pero con petróleo y aplicando el mismo lema
que Fidel Castro dijo en los 60: "Con la revolución todo, contra la
revolución nada". Postura que Raúl Castro asumió en
su discurso el 2 de diciembre pasado. Respecto al proyecto de Evo Morales en Bolivia
- como se está viendo en estos momentos en aquel país- no puede
aplicar tampoco a otras fuerzas políticas, dentro del sistema democrático
que lo eligió, eso de "o estás conmigo o estás contra
mí"
La negociación en países con democracia representativa
es y sigue siendo lo fundamental. Y no como ocurre en países autoritarios-socialistas
como Cuba (y ocurrirá en la Venezuela con el mismo Chávez a partir
de su reciente reelección quien controlará todos los poderes del
Estado). Cuba posee un control ideológico absoluto a través del
cual se toma cualquier decisión ya sea o política, económica
o cultural. Todo pasa antes por los principios ideológicos del partido
comunista cubano. Es el quien autoriza qué hacer y qué no hacer
con la economía, la política, la cultura, las relaciones internacionales.
O cuál será la función de los medios masivos (que pasaron
a ser vías dogmáticas de la ideología del partido). O a quién
se deja o no salir del país. Qué película se verá
o no por los canales controlados por el gobierno. O qué libros se publicarán
y otros se censurarán. O no permitir la opinión del que disiente
negándole espacios en los tres o cuatro periódicos y otros cuatro
canales de televisión que controla el gobierno. O sea, el pueblo realmente
en Cuba no decide absolutamente nada.
Por eso resulta asombroso que Raúl
Castro repita aquel juicio en un discurso público ("Algunos se aventuraron
a sugerirnos el abandono de esos ideales a los que generaciones enteras de cubanos
había dedicados sus vidas"), especialmente el 2 de diciembre como
fecha "simbólica". Juicio además que no tienen ninguna
solidez ni sostenimiento real, a parte del deseo utópico comprensible,
porque la realidad de la propia revolución, la caída de todo el
campo socialista, ha demostrado que repetir eso juicios ahora es recurrir a la
nostalgia utópica en estado puro.
Y lo curiosos es que esa nostalgia
la reciclan algunos intelectuales tanto del Primer Mundo como los del Tercer Mundo
en su apoyo "irrenunciable" (y ciego) a Cuba. Sin duda es humano (sólo
hay que revisar el arte y la literatura por ejemplo) quedarse atrapado en un pasado
que fue el lugar donde crecimos pensando que aquella utopía -la sociedad
perfecta para las masas- era posible a la vuelta de la esquina. Y que un país,
Cuba por ejemplo, la había logrado en América Latina cuyo origen
(de esa utopía) venía arriba del yate "Granma" en noviembre-diciembre
de 1954.
Pero los porfiados hechos nos han demostrado, a partir del desplome
del Muro de Berlín, que nada de aquello ha sido posible. Y no hablo de
la medicina universal, de la educación gratis en los países socialistas;
hablo de la libertad de opinar diferente, de la libertad de viajar donde se quiera,
de leer y escribir sin ninguna censura oficial (como ocurre en Cuba con la "Ley
88", conocida como "Ley Mordaza").
Pero
allí en la tarima oficial, junto a Raúl Castro, estaba el escritor
Gabriel García Márquez, el presidente electo sandinista de Nicaragua
Daniel Ortega, también el actor francés Guillaume Depardieu entre
muchos otros invitados. Un escritor aún alucinado más por el caudillo
Fidel Castro que por lo que ocurre en la realidad cubana de cada día (seguro
jamás ha leído a Pedro Juan Gutiérrez). A su lado Daniel
Ortega, promotor en su país de la "piñata" Sandinista
(ver artículo de Pedro Xavier Solís, en el mostrador (http://www.elmostrador.cl/
Y
finalmente un actor. O el intelectual europeo que también puede representar
al académico norteamericano, o latinoamericano, que vienen a ser en estos
tiempos el "intelectual/turista revolucionario". He conocido a tantos.
Algunos enseñan en universidades norteamericanas. Van y vienen con absoluta
libertad de la isla (como James Petras), pero no ven ni les interesa a los que
disienten allá en Cuba como ellos/as disienten sin problemas de sus propios
gobiernos en sus propios países y no van a la cárcel por 8 a 20
años como estipula la "Ley 88" cubana.
O sea, son los que
siguen alucinados (como yo también una vez lo estuve) por la aureola utópica
que representa Fidel Castro y aquel país creyendo que el diario "Granma"
es la única verdad. Pero mirando a Cuba desde miles de millas de distancia.
A través de poderosos computadores, teniendo el privilegio de acceso libre
y sin límites a Internet, sentados en cómodas oficinas de pastoriles
recintos universitarios donde enseñan amparados por el "freedom of
expression" (libertad de expresión) que no existe en la isla, objeto
de su adoración.
Ellos -como siempre ocurre con los invitados especiales
de "la revolución"- no bajarán las escaleras del Palacio
de Convenciones de la Habana (y seguro no lo hizo Guillaume Depardieu ni lo ha
hecho García Márquez ni lo hará Daniel Ortega) para ver cómo
vive realmente la mayoría de la gente o las "queridas masas"
bajo la sociedad cubana. Pero lo que sin duda ocurrió entre esos invitados
fue una emoción indescriptible cuando vieron pasar antes sus ojos, cincuenta
años después, pero vacío, el yate "Granma".
*Javier
Campos es poeta, narrador, académico de una universidad jesuita en EE.UU.