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Sergio Holas, Salvatore Salvatierra o Rufus

Por Juan Cameron



La poesía transcurre en un eje entre el signo y el símbolo; y el significado intenta alcanzar a lo simbolizado en medio de ese río infinito en cuya orilla se sitúa el concepto y, enfrente, en la ribera imposible, la intocada realidad. Pero la idea apenas ha humedecido sus pies y el símbolo, en cambio, es la imagen misma del ser; y por ende metáfora de su propio fracaso. Jamás la brazada del signo alcanzará el lenguaje de los dioses que estuvo siempre allá, al otro lado, y apenas se reflejaba en el supuesto fluir. La escritura es derrota.

Ambas aproximaciones encontramos en La furia, de Salvatore Salvatierra. A partir del discurso apegado a una aparente denotación ("quisiste ser peter pan & resultaste siendo una especie de engendro / mezcla de vampiro desdentado & chapulín colorado / & dijiste que venías a luchar por la justicia"), va poco a poco levantando la estructura de un universo caótico, sostenido en el puro ritmo, reafirmado en la repetición de fórmulas como cantos corales cuyo significado, a fin de cuentas, es la cantidad de posibilidades que el absurdo puede otorgar, hoy en día, a una pieza musical. Y el lenguaje arcano debe ser algo parecido a la música. Salvatierra nos ofrece como solución ese retumbar de la palabra -cántico y jamás réquiem- en un "Se acabó" que, a través de una veintena de páginas, reitera la oración (aquella) para repetir juntos y derrumbar los muros de nuestra contemporánea esclavitud.

Ese es, ese es el término; porque el individuo ha sido bombardeado a través de la historia por extrañas señales y fórmulas para llegar a este estado de incivilidad. El bombardeo no ha sido gratuito; se trata precisamente de un ataque para sumirlo en una oscura, perversa e inhumana esclavitud. El lenguaje literario, nos dice, es la única oposición posible a la voz del poder, a la invocación destructora de la naturaleza, de nuestro amado y único lugar en el cosmos ("ahora la barbarie desaparece / la palabra vuelve a nombrar la cosa / ahora la barbarie desaparece / las palabras vuelven a tener un valor sagrado / ahora la barbarie desaparece / volvemos a cuidar las palabras").

El ritmo es el tambor. Cada golpe contribuirá a la invocación plena, ese instante donde todos los seres modularán al unísono para destituir el caos y devolver el orden del mundo, el "Sagrado Orden del Sur" en los términos de Luis Villaumy recogidos por Jorge Teillier. La palabra vuelve, diremos para entonces: la palabra vuelve a ser el Verbo. Y en tal caso el idioma es un mero instrumento.

El autor no reside en Chile, sino en Australia. Como tantos otros de nuestros artistas repartidos sobre la faz de la Tierra, como tantos exiliados, desplazados o simples argonautas, ha hecho suya otra lengua para decir y cantar y comprender el mundo. El gesto silencioso, mencionado por Alicia Genovese para referirse a los metalenguajes gestadores del pensamiento creador, cumple una función más allá del código para el cual ha sido propuesto. Es y se es en el texto del autor una voz propia y no sólo conforma la protesta y el quiebre como mera innovación del lenguaje. Se piensa en éste por ser lenguaje (también) humano. La integración deviene de mera traducción ("señores & señoras / ladies & gentleman / bienvenidos al show más impresionante del mundo / welcome to the greatest show on earth / tengo el placer de presentar a ustedes / i have the pleasure to introduce to u / et") en integración y luego en escritura otra, o la misma con su natural gramática y desarrollo.

Esta segunda voz se inicia como escritura de minorías, en el caso citado por Genovese al referirse a las mujeres, y llega a conformar una expresión natural y directa para algunas comunidades contemporáneas. La literatura cubana de Miami, la chilena en Estocolmo o en Roma o en París, la coloquial argentina de Buenos Aires o la de los emigrantes africanos por toda Europa, son claras legitimaciones de esta expresión.

Concordemos, en todo caso, que poesía es expresión; sonido y sentido. Y como objeto es ésta, la primera voz significante, la materia digna de ser referida y destacada y leída. La otra cuestión es cosa de historia, de antropología del mañana.

Pero ante dicha afirmación, ante el divorcio entre palabra y cosa designada, entre continente y contenido, entre humanidad y realidad, Salvatore Salvatierra se rebela. Nos aclara, muy consciente en su visión del mundo, que precisamente tal división es el arma del poder y tal división le ha permitido reinar y dominar al género humano. Al hacer bastardos los signos, vacuos los significados -ya lo dijo Chomsky- el poder los trocó en símbolos a su propio amaño; y dejó muda la humanidad. Se trata de la segunda caída.

Para llevar a cabo esta deconstrucción del falso lenguaje, nuestro autor utiliza determinados motivos, no necesariamente objetos de su discurso (pues su discurso es otro "más allá"), ubicados en lugares distintos y vinculados entre sí. Los vasos comunicantes del mal, sostiene Salvatierra, conectan la figura del tirano de marras, la estupidez del mercado y su laberinto -el mall- con la derruida Torre de Babel que en la nueva Oceanía repite la diabólica fórmula para destituir el bien, el amor y la bondad de nuestros territorios.

No son meros fantasmas; son entidades de la realidad aquellas que usurparon el lenguaje.

Sergio Holas Véliz el autor presunto en este caso, nació en Valparaíso, en 1956. Magister por la UCV y PH.D. por la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Australia, es profesor en Queensland. Autor del estudio Racionalidad e imaginación (Madrid, 2001) y Distancia Cero (como Rufus Salvatierra, 2004).


 

 

 

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