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El muro de Berlín


Por Javier Campos
El Mostrador, 11 de noviembre de 2004


Hace 15 años derrumbaron el muro de Berlín y desde ese 9 de noviembre de 1989 comenzó a desplomarse también el bloque socialista del Este europeo. Con el desplome ocurría un desplome ideológico que alimentó (a mí también) a millones de seres humanos por el planeta desde la Revolución Soviética adelante. Los que pensaron que un mundo mejor (y utópico también ) era posible.

El proyecto era la mejor alternativa a la sociedad capitalista “corrupta” a cambio de una sociedad socialista igualitaria y justa para todos. Pero el tiempo demostró que el socialismo real no resolvió nunca ni la libertad individual ni aceptó otra(s) forma(s) de participación realmente democrática ni menos le interesó la práctica del “mercado competitivo” porque conducía, junto a la industria cultural masiva, a la “completa y profunda alienación humana”. En América Latina el caso del socialismo cubano es un ejemplo vivo y dramático -como si allí no supiera la dirigencia del país del desplome del muro de Berlín-. Cuba es un país rodeado también por un muro donde nadie puede salir ni nadie puede pensar distinto al sistema. Quizás una de las impactantes películas (documental/ficción) que nos muestra ese “muro” que rodea a cada cubano, producida en el país mismo, es “Suite Habana” (2003) del director Fernando Pérez.

Lo que sigue lo escribí hace un año en un viaje a Alemania donde pasé por Berlín. Creo que fue una de las experiencias más impactantes para mi, comparable a la que tuve en Cuba en enero/febrero de 2003, un mes antes de que encarcelaran a 75 periodistas con condenas de 20 a 30 años cada -entre ellos al poeta Raúl Rivero- sólo por “pensar y escribir distinto”.

Para él que no ha estado nunca en Berlín, el muro construido allí en 1961 (y hasta el comienzo de su derrumbe definitivo el 9 de noviembre de 1989), le parece que fue sólo una muralla que dividía verticalmente los dos lados. Pero la muralla era parecida a una serpiente ondulante, de grueso cemento, que iba por entre la ciudad. La RDA había cercado la ciudad para que nadie escapara desde el Este. Por eso, viéndola visualmente desde el aire, Berlín ciertamente era una isla rodeada de fuertes murallas y de espesos alambrados de púas.

El paso principal hacia el lado este fue el famoso control de seguridad norteamericano llamado “Charlie” (más conocido como Checkpoint Charlie) y ubicado en la calle Friedrich. Era realmente un puente entre los dos lados. Entre la libertad y el control o tutelaje del Estado comunista. Era la única entrada (después habría otros controles fuertemente vigilados) hacia el este para los aliados, para los extranjeros y para los alemanes del oeste. Estos últimos podían visitar a sus familiares, pero sólo por 24 horas y regresar. Además, nunca el visitante del oeste podía reunirse con más de dos personas de la misma familia al mismo tiempo. El viaje hacia el este era también rigurosamente vigilado.

En cambio, la gente común de la RDA debía arriesgar su vida si quería cruzar los duros y altos muros, y las torres de control. Checkpoint Charlie fue el símbolo cotidiano de la Guerra Fría y sólo Berlín podía mostrarlo allí con tanta crueldad. Para todos, sin excepción, ese fue un lugar importante en la historia de aquella ciudad vigilada durante 28 largos años del siglo XX.

Un día hablé con Friedhelm Schmidt-Welle, del Departamento de Investigación y Proyectos de Literatura y Estudios Culturales del Instituto Iberoamericano de Berlín. Este Instituto, me dice, “posee la biblioteca más grande en Europa, y la tercera del mundo, respecto a la colección sobre América Latina y de la Península Ibérica, y no solamente en castellano”. Conversamos en un restaurante griego, muy cerca de su oficina, y cerca de donde entonces estaba instalado el muro. En el lado este del muro había un espacio que se llamada “la franja de la muerte ” porque allí estaban instaladas las torres con soldados de la RDA para detener a balazos al que pretendieran fugarse al lado opuesto. También había hileras de alambres de púas y policías con perros “pastores alemanes”, amaestrados en agarrar fugitivos. En ese restaurante conversamos justamente sobre la caída del muro y sobre una reciente e importante película alemana (en ese mayo de 2003): “Good Bye Lenin” (2003), del director alemán Wolfgang Becker (1954).

Le pregunté si en la literatura (novela o poesía) se ha tratado realmente el asunto de la caída del muro. “Sí se ha tratado el asunto de la caída del muro en la literatura, pero hasta ahora no se ha escrito la ‘gran’ novela que se haya dedicado exclusivamente a este tema. Realmente la literatura lo ha tratado pero de manera subterránea, alusiva, pero no como asunto central”. Entonces me habló de esa reciente película alemana, curiosamente con título en inglés, y la primera -con la distancia de los hechos- que lo ha tratado directamente.

Me contó, brevemente, el argumento de la película. “A una mujer, madre de un adolescente, cinco días antes de caer el muro (en noviembre de 1989) le da un infarto y permanece en estado de coma por cinco meses. Ella vive en la RDA y cree en aquella sociedad. Pero ella despierta cuando ya no hay muro y aquella sociedad no existe más. Su hijo debe cuidarla y evitar que sufra ningún choque emocional. Entonces debe reconstruirle a la madre la sociedad que desapareció y que ella ignora que desapareció”.

El final de la película, me dijo Friedhelm, “es lo más interesante para mí y creo para muchos alemanes: en el fin, las cenizas de la madre muerta -quien en realidad mantuvo sus ideales utópicos hasta la muerte (pero no los ideales del ‘socialismo real existente’ que había vivido)- se ponen en un cohete que va al ‘cielo sobre Berlín’ y explota. La cenizas esparcidas de su cuerpo sobre el cielo de la ciudad (y quizás con ellas los ideales de aquel socialismo utópico) sugiere que aquellos ideales están entremezclado, de alguna manera, en la nueva Alemania. O quizás que deben entremezclarse”.

Le pregunté si cierta gente que vivió en el este alemán, ahora con la caída del muro, ha quedado impactada, incapaz, emocionalmente de cambiar, y de entender que el Estado no es como antes, cuando nadie tenía de que preocuparse porque había trabajo, vivienda, alimentación, educación, y diversión de acuerdo a las pautas no-capitalistas. Friedhelm me dijo: “Exactamente, muchos han quedado impactados. Especialmente los que más han caído en ese estado de confusión, cuando ocurre la caída del muro, es la generación que tenía 40 años o más”.

Lo que él me decía también me lo confirmaron algunos exiliados chilenos, de esas mismas edades aproximadamente, que vivieron en el Este alemán. Es decir, la nostalgia de haber vivido cierto “socialismo utópico” en el mismo “socialismo real”. Pero también me hizo recordar la magnífica novela “Morir en Berlín”, del escritor chileno Carlos Cerda, cuya historia (que no gustó a muchos exiliados chilenos, militantes en esos tiempos) refleja, por el contrario, una sociedad encarcelada, ausente de la libertad personal junto a la prohibición de vijar.

Luego conversé dos horas con otro amigo, Ludwig, en la famosa Alexander Platz. Esa tarde había allí una gran manifestación de trabajadores socialistas (o de izquierda) exigiendo al gobierno alemán actual mejores remuneraciones y beneficios sociales. Había cantos, banderas rojas, música de rock. En otros tiempos, me dijo Ludwig, “en Alexander Platz, las manifestaciones eran convocadas por la dirigencia comunista de la RDA.” Pero algo había allí ahora, diferente, entremezclado en Alexander Platz, mientras este joven alemán de 27 años me daba su propia perspectiva, mucho más actual con los tiempos que corren, y con una ausencia total de la nostalgia de la otra Alemania.

Mientras continuaba la manifestación, fui rescatando las siguientes frases de Ludwig: “Las veces que fui al lado este, siempre regresé con el sentimiento de que la RDA era muy aburrida y gris, además de saberte vigilado todo el tiempo. Había que informar a las autoridades de la DRA previamente a quién visitarías y sólo te permitían juntarte con tu familiar en sectores muy cerca del muro, en el caso de Berlín. Claro, la gente del oeste también se sentía muy paternalista, superior, hacia los que habían tenido la mala suerte de vivir en el otro lado. A los que vivieron en el este, y con quien a veces converso, les queda muy fuerte aún esa nostalgia de haberlo recibido todo de parte del Estado y ahora no”.

Mirando aquella concentración de gente con manos en alto, Ludwig continuaba hablándome: “Especialmente, dicen esas personas que vivieron en la RDA, que la gente allí era más solidaria. Entiendo que es traumático perder aquello con lo cual creciste y luego desaparece para siempre. Pero también aquella gente nostálgica no quiere ver el lado oscuro que también tenía aquel sistema, especialmente de quitarte la libertad de viajar o pensar diferente. Les cuesta asumir ahora que el Estado no te da todo. Es cierto que la presión de ‘el mercado libre’ se les vino encima y no saben cómo reaccionar ante eso. Para mí, como joven alemán, es chocante ver con cuánta rapidez la gente olvidó la base del duro sistema represivo de la RDA”.

Cuando ya dejaba Berlín, en la madrugada de un domingo de la primavera de mayo de 2003, en ruta hacia el aeropuerto, el taxista pasó por lo que antes fue Checkpoint Charlie. Sentí que pasaba en minutos por un lugar histórico importante. Mire hacia atrás mientras nos alejábamos de aquel control que hoy es una reliquia. Me acordé también de mi viaje a Cuba hacia sólo tres meses donde existe -rodeando toda la isla- otra semejante “muralla de… Berlín”.

 

 


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Javier Campos: El muro de Berlín,
Fuente: El Mostrador, 11 de noviembre de 2004.