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Sobre la buena y la mala poesía a partir de Tomas Tranströmer


Por Juan Cameron

Una relectura de Tomas Tranströmer, y un nuevo intento de traducción, me llevan nuevamente a la cuestión de la validez literaria. A raíz de diversos artículos algunos lectores y amigos me han sugerido, y hasta reiterado, que no existe una mala ni una buena poesía.

Mientras traduzco, por goce y complacencia personal, Un artista en el norte, de su libro Sonidos y huellas (1966), un texto dedicado al compositor noruego Edward Grieg, los planos de significación en los cuales Tranströmer ubica la fragilidad del sentimiento ante la dureza del medio (las proposiciones golondrina-tejado, piano-choza, corazón-pecho), como un múltiple juego de posibilidades ofrecidas por esta gama metafórica, me indica estar ante un buen cuando no excelente poema. O, en otros términos, ante la poesía.

Por otro lado hay trabajos no satisfactorios. Me refiero al género en su amplitud. Existen poesías que no gustan; parecen no decir nada, estar fuera del tiempo o no corresponder con fluidez a la lectura. Estos textos utilizan, de manera general, palabras prestigiadas por el mismo uso en la historia literaria. Son las llamadas palabras poéticas.

En el corpus de la poesía toda palabra tiene su significación y a cada significación corresponde tal palabra. Esta se ubica allí en relación a las otras en su correspondencia rítmica, fónica y semántica. En parte es cuanto Roland Barthes llama concordancia simbólica y concordancia taxonómica. La palabra debe significar poéticamente, sonar poéticamente, relacionarse poéticamente en el texto y, más allá de él, en sus posibles lecturas. Si no cumple con esta funcionalidad debe arrancarse del corpus pues lo que es válido para el sentir del poeta puede no serlo para el sentir del texto.

Creo, es mi asunto personal con la mala poesía, que las palabras poéticas (en adelante las PP), carecen de tales correspondencias. Intento averiguar por cuáles determinadas razones. No es fácil.

Sin lugar a dudas la poesía existe en los casos de subversión del orden sintáctico o paradigmático. De la proposición "ese perro es blanco", por ejemplo, a "ese es blanco perro" o "ese perro es flanco" hay un cambio evidente en el discurso. Cambio que modifica la conducta del lector frente al texto.

Estos casos se conocen como imágenes, tropos o figuras retóricas. Se trata de esas alteraciones dadas en los dos estados posibles del lenguaje, por modificación del orden gramatical o por modificación del sentido. Pero este segundo caso siempre implica una alteración de la forma o es consecuencia natural de ella. Con todo, me refiero al lenguaje escrito. Tropos del habla, como tono, intención o volumen, deben también ser considerados.

Esta subversión produce el despliegue de la connotación, es decir, de las capacidades imaginativas del lector, receptor del texto literario. La "función poética" del lenguaje se genera, precisamente, en esa complicidad en el uso del código (el idioma elegido) entre emisor y receptor. Véase en ésto, a partir de Mallarmé, y además de todos los lingüístas del siglo, a Roman Jackobson.

Placer del texto le llamaban los estructuralistas. Pero cualquiera sea la denominación, ese complot lingüítstico entre este simple servidor y el poeta Tranströmer, en el caso de Un artista en el norte, me provoca la certeza de estar ante una buena poesía.


Donde no hay poesía

Si poesía existe en cuanto hay negación o alteración de sentido inmediato (denotación: vulgo definición de diccionario), no la habrá por el contrario, cuando este sentido se mantenga, se reafirme o se haga más obvio que el mensaje mismo.

Si el sentido se reafirma, se inmoviliza la posibilidad de imaginación del lector. Y puede reafirmarse al inmovilizar el verbo en la oración, por negarlo o castrar su movimiento. O por cargar la palabra de sentido inmediato, es decir, por convertirla en una PP.

La PP es un término con carga semántica adquirida (pero asumida ya con una única segunda significación) cuyo fundamento es de carácter subjetivo. Podríamos decir que, a partir de la poesía post-modernista (la verdadera, no la pos),son términos que, convertidos en virtuales símbolos del bien o del mal, anuncian ora la pérdida de algo, ora la existencia de la belleza.

La PP opera en función de adjetivo al "cargar" de su significación al verbo. Lo carga cuando lo retroalimenta de dolor, de hermosura o indica al lector cuanto el poeta sufre, goza o se maravilla. La PP pertenece al mismo género del gesto telenovelesco.

El verbo es el centro de la oración. Sin él los conceptos no pueden desplazarse y se convierten en ripio, en términos innecesarios. Las antiguas escrituras se refieren a éste como sinónimo de palabra. El verbo es acción, movimiento, vida.

Es curioso ver, al hacer un análisis de los intentos poéticos frustrados, la mala poesía, la carencia o censura de esta parte de la oración. El efecto, el producto de tales falacias, cae en el terreno de lo kitsch, el mal gusto, lo siútico en poesía.

Existen numerosos casos de censura verbal. Uno de ellos es la presencia del verbo junto a la preposición de más la PP: "Desdoblada en asombro/ fulgurante/ en óleo de inefable transparencia" (Jean Arestigueta) o "conocían mi incendio de ansiedades" (Alfonso Larrahona), son claros ejemplos.

También puede darse en el caso del infinitivo verbal sumado a un adjetivo y a una PP. Es un fenómeno de ocurrencia común entre los principiantes: "escudriñar los húmedos jardines de la noche" (Violeta Camerati).

El uso del gerundio viene a constituir casi un pecado original. ¿Y por qué el gerundio, si Pablo de Rokha lo usaba a la perfección, hasta el límite de sus posibilidades? En el hiperbólico de Rokha era su oficio inconmensurable. Pero en verdad el gerundio suena mal al oído castellano, alarga innecesariamente el ritmo y lo quiebra, los acentos se disparan, no produce economía del lenguaje y no "fija" el verbo, no es asertivo, como si se dudase de la acción.

"Tratando de descifrar quimeras" o "aprendí moleculares palabras" (cuyo autor no he anotado) son ejemplares. Patético resulta el caso de Carmen Castillo Oyaneder (1923),que fuera informante "literaria" de la dictadura: "y vas estrelleciendo las penumbras/ de lóbregas comarcas cerebrales". Menos clara, pero igualmente dolosa es esta cita de Pablo Cassi: "observando la geografía de tu cuerpo", donde la pasividad del actor resta vida a la virtual acción.

Varias son las posibilidades combinatorias de este camino de buenas intenciones. En general recaen en el exceso de adjetivación cuyo error está en la postura divina asumida por el autor, el cual intenta juzgar el mundo desde lo alto; lo califica y señala. Es su forma de cargar designificación.

Esta "joyita" pertenece a Teresinka Pereira. El que quiere corregir sus textos deberá anotarla, extractarla y citarla para no caer en tales pantanos: "porque temo sufrir los continentes/ inconmensurables de tu sino". También: "hasta los reinos vertiginosos del futuro,/ hasta las forasteras vías resplandecientes/ de amor...", etc, etc. etc.

Estos son ejemplos de mala poesía.

Por tanto es falso que exista solamente la poesía sin condición de calidad. Afirmarlo no es sino justificar el desconocimiento y la estulticia.

De cuanto estoy seguro, y me lo confirma Tranströmer, es de la existencia de una mejor poesía que da esperanza en un futuro mejor.

 
 

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