Hasta un año atrás no supe que el dramaturgo norteamericano
Arthur Miller (1915-2005) vivía a 15 minutos de nuestra
casa. O mejor, que yo por casualidad había llegado a vivir
cerca del dramaturgo, el que había escrito -la comenzó
a escribir en 1947 y fue representada en 1949- la famosa
obra “La muerte de un vendedor viajero”. Arthur Miller escribió
esa obra en ese lugar, a 15 minutos de donde vivimos en Connecticut,
en el pueblito que se llama Roxbury. Nosotros vivimos en Southbury,
al lado de Roxbury.
Es una región ubicada en centro del estado de Connecticut
que se caracteriza por un paisaje rural que es como volver a la vida
del siglo XIX de esa región llamada Nueva Inglaterra. Sus casas
aún se conservan manteniendo el modelo que trajeron los pioneros
a esa zona. Una región en la que no se permite (por la organización
municipal) que se levanten como callampas ninguno de esos edificios
de comida rápida como “Mac Donald’s”, “Burger King”, “Taco
Loco”, etc. Allí sería impensable que apareciera de
la noche a la mañana, entre esa casas, esos campos bucólicos,
alguno de los controversiales almacenes “Wall-mart” donde todos sus
productos (desde cámaras digitales a palas para sembrar) son
hechos “made in China”.
Resulta interesante como Arhur Miller se encerró en los años
40 en su entonces reciente casa de Roxbury que era (y es) un lugar
de 300 acres, alejado de la gran urbe de entonces y de ahora –Manhattan-
para escribir una obra profundamente urbana. Allí entre árboles
(los mismos que aún rodean su propiedad), entre un paisaje
que parece aún intocado por la tecnología ultramoderna,
por la arquitectura comercial, por el consumo típico norteamericano,
Miller escribió un drama enfocándose en un vendedor
fracasado que deseaba reconstruir su vida. Al querer matarse a sí
mismo lo hace para dejar que su hijo cobre su seguro de vida.
El personaje principal es realmente trágico como uno de los
de Dostoievsky pero viene a ser quizás el personaje que anuncia
la creciente vida urbana del capitalismo de post-guerra y lo que luego
será tema para otros grandes dramaturgos y escritores. Es lo
que dentro del arte, la literatura, el cine, el drama, etc, del siglo
XX vendrá a ser un tema dominante: la alienación humana
bajo la vida urbana y moderna.
Hace un año vi a Arthur Miller por Southbury. Era la primavera.
Lo vi entrar a una ferretería a comprar algún fertlizante
para su huerta (eso pensé pues estaba en el lugar de los fertilizantes)
o algo parecido. Yo iba a algo semejante pues comenzaba también
a tener mi primera huerta de verduras. Lo reconocí inmediatamente
por su rostro y por su elevada estatura. Claro que no me interesaba
hablarle pues soy poco dado a ese tipo de encuentros. Mejor me interesa
ver a esos personajes que han creado alguna obra importante desde
la cotidianidad o desde otra perspectiva. Como el encuentro en la
ferretería con Miller comprando cosas para una huerta por ejemplo.
Yo lo iba seguiendo discretamente por la ferretería de Southbury.
Se detuvo a mirar unas herramientas que luego yo me puse a mirar
también: tijeras para podar de varios tamaños. Y caminaba
ese hombre tranquilamente y yo no podía de dejar de pensar
en Marylin Monroe quien había sido su esposa en uno de los
mejores momentos (y de hermosura) de aquella actriz. También
pensaba en el poema que Ernesto Cardenal escribió para ella
(o sobre ella) cuando Monroe se suicidó.
¿Conocería Miller el poema de Ernesto Cardenal? ¿Y
si me acerco y le hablo y luego le pregunto si conoce el poema de
Ernesto Cardenal, poeta trapense de Nicaragua, ex -ministro de Cultura
del gobierno Sandinista, y Ud. ha estado en Nicaragua, le preguntaría
después para saltar a Cuba donde, le diría, leí
un excelente reportaje de Ud. cuando visitó esa isla, especialmente
el retrato que hizo de Fidel Castro?
Ninguna de esas cosas hice, pero sí estuvimos juntos al mismo
tiempo en el mesón para pagar nuestras respectivas compras.
La única palabra o frase que me dijo fue “Oh, sorry”, pues
sin darnos cuenta habíamos chocado levemente nuestros cuerpos
en la caja de pagar. Yo respondí también, como si con
eso comenzara un diálogo breve de alguna obra suya, melodramática,
que comenzaría en una ferretería de un pueblito bucólico
de Nueva Inglaterra. Y le dije: “That it is ok”. Luego Miller salió
con una herramienta para cortar algo. Me lo imaginé podando
sus árboles de su casa de Roxbury. Allí donde en 1947,
en la soledad campestre más absoluta comenzara a escribir un
drama que nada tenía que ver con un campesino sino con un vendedor
que en sí mismo resumía toda la tragedia de la vida
moderna.
Desde entonces nunca más lo vi por Southbury pero pasé
varias veces por el bello pueblo de Roxbury y por su propiedad de
300 acres. Sabía que pasaba la mayor parte del tiempo –y de
su vida- en esa casa donde escribió casi la mayor parte de
toda su obra dramática. A lo mejor ese día podaba las
ramas de sus árboles.
Arthur Miller murió en febrero pasado en su casa de Roxbury
y lo supe leyendo el diario del pueblo de Southbury, muy cerca de
su casa. Sentí mucho la muerte de mi vecino a quien sólo
una vez lo vi en una ferretería donde por mera casualidad quedó
allí, entre ambos, un dialogo cotidiano entre un chileno desconocido
y ese gran dramaturgo que escribía sobre el mundo moderno,
o postmoderno, desde una escondida región rural de Estados
Unidos que aún mantiene una apacible vida rural del siglo XVII.
*Javier Campos. Escritor,
poeta, académico. Es profesor de literatura y estudios latinoamericanos
en la Universidad jesuita de Fairfield, Connecticut, Estados Unidos.