El 11 de septiembre de 2002 fui a Manhattan al estreno del documental
“El caso Pinochet" del chileno Patricio Guzmán. De eso
escribí aquí en El Mostrador una columna el
22 de octubre de ese año. Era el aniversario - si se puede
llamar así al acto terrorista- del desplome de las Torres
Gemelas.
Días antes los medios masivos repetían una y otra vez
la tragedia ocurrida un año atrás. En algún comentario
se decía que en esos tres días previos de aquel 11 de
septiembre del 2002 la mayoría de los norteamericanos había
visto caer las torres más de 50 veces.
También ese mismo día un largo artículo del
New York Times -junto a más fotos y testimonios del atentado
a las Torres- anunciaba el documental chileno en una de sus páginas
principales. El artículo terminaba con estas palabras: “El
Caso Pinochet sugiere que la justicia, aún una débil
justicia que apenas tocó al general, puede dar una cierta satisfacción.
Y en la situación de Chile, aquel caso transformó profundamente
la memoria histórica de aquella nación. Ya no se
levantarán estatuas de Pinochet por el país ni quedará
como un libertador. Ni menos nada público llevará jamás
su nombre"
Los 110 minutos que duró la proyección fue entrar al
pasado de nuestro país. Pero a pesar de lo que dijo el columnista
del “Times" en septiembre de 2002 , sin embargo -y después
de ver el documental- aquella memoria en estos momentos continua profundamente
dañada aun cuando el famoso juicio en Londres dejara universalmente
una imagen tenebrosa del ex dictador ¿Pero entonces la detención
de Pinochet realmente fue suficiente para curar tanto daño
hecho? Es esa una de las tantas preguntas que parecen recorrer todo
el documental de Patricio Guzmán. Y que los defensores de los
Derechos Humanos en Chile, abogados, Familiares de Desaparecidos,
no quieren dejar sin respuesta.
Ayer la Corte de Apelaciones de Santiago desaforó al ex dictador,
aún cuando algunos le llamen el ex-presidente, el que nunca
fue elegido por voto popular. Lo interesante es que ahora la justicia
chilena revierte aquel fallo categórico del gobierno británico.
Lo que dijo aquel gobierno, a través de su ministro Jack Straw,
se convirtió hasta entonces en una famosa frase histórica
porque devolvió a Pinochet a Chile para no ser nunca extraditado
a España. Además para dejar desesperanzados a los miles
que queríamos un juicio. Un juicio al que daba las órdenes
y tenía un plan definido para
exterminar “subversivos y comunistas". Dijo el ministro británico:
“El único factor en contra de la extradición del senador
Pinochet la cual es potencialmente decisiva, es su estado actual de
salud. Pero particularmente es su salud mental que le imposibilita
enfrentar un juicio".
Hoy la frase parece no tener sentido nunca más. Ojalá
así sea lo que vendrá. O será cierto que los
criminales o genocidas no deben pasar el resto de su vida esperando
apaciblemente la vejez mirando el mundo desde su casa de campo. O
haciendo declaraciones a la prensa en Miami, mostrando que su mente
está realmente lúcida y no trastocada y que, finalmente,
lo que hizo el ex dictador fue fingir. Riéndose a escondidas
(o con su familia y abogados) que nadie pudo tocarle un pelo después
de aquella frase de Straw. Ni menos ponerlo jamás en la silla
de los criminales. El asunto claro es que Pinochet no se ha imaginado
nunca sentado como aquellos que sentaron en Nuremberg o
aquellos que condenaron en los famoso juicios de Dachau, ciudad muy
cerca de Nuremberg también.
Recuerdo que nadie en aquella sala donde se pasaba el documental
de Guzmán, aquel 11 de septiembre de 2002 en Nueva York, pudo
contener las lágrimas. Es que algo en el pecho se nos apretaba,
especialmente con el comienzo tan estremecedor. Un grupo de familiares
de desaparecidos esperan encontrar algunos restos, huesos, un pedazo
de ropa que fuera de su familiar allá en el norte chileno.
A muchos nada le entregaba aquella desolada tierra aunque se la
escarbara con obstinación una y otra vez.
En el documental son impactantes los testimonios de familiares de
desaparecidos o víctimas de torturas. Algunos de ellos -y que
en Chile, antes de 1998, ningún medio informó que hacían
en aquel país- fueron a España a testimoniar ante el
juez Baltasar Garzón quien necesitaba oír de ellos
mismos sus historias para luego formular y pedir la autorización
legal a la justicia española y después a la justicia
británica y concretar así la espectacular detención
final de Pinochet en octubre de 1998.
“Ningún juez antes de Garzón, ni siquiera durante el
gobierno de Patricio Alwyn ni luego con el de Eduardo Frei recibieron
a esa gente. Nadie antes de 1998 en Chile quería remover ni
hablar -a nivel de justicia o de gobierno- sobre los torturados o
la gente desaparecida durante la dictadura. Era
la primera vez, en casi 26 años, que los recibía y escuchaba
respetuosamente un juez", son juicios certeros del abogado Joan
Garcés en el documental.
Y aún más cuando dice: “luego de haberse ganado en
Inglaterra lo que nunca se pensó, hacer un juicio a Pinochet
; sin embargo todo después quedó en manos de la decisión
política: el gobierno chileno pide a Londres que se le haga
exámenes físicos a Pinochet y entonces se decide que
mentalmente no está en condiciones de ser extraditado a España".
Luego de Londres el documental filma la llegada de Pinochet a Chile
y aquella escena -tal si fuera un Lázaro que resucita- donde
el enfermo se levanta de su silla de ruedas, camina y abraza sonriendo
al general en Jefe de las Fuerzas Armadas chilenas de entonces.
Pero uno de los testimonios que queda grabado en los espectadores
es el de una mujer cuando dice: “Siempre me preguntan que por qué
no somos capaces de olvidar el pasado. Yo podría otorgar el
olvido si es que los victimarios nos pidieran perdón por lo
que nos hicieron. Porque sin ese perdón nos están diciendo,
y ante la historia chilena, que fue bueno lo que hicimos contigo,
fue bueno matar a tu hermano, torturarte, violarte, fue bueno hacer
desaparecer gente, fue bueno mandar al exilio a miles de personas".
Pienso que esas mujeres que testimoniaron en el documental, escuchando
ahora la noticia que ocurrió ayer en Santiago de Chile donde
se dice que el ex-dictador no está demente sino bastante sano
para enfrentar un juicio, tienen esperanzas de vislumbrar el castigo
al principal victimario de la dictadura chilena. Especialmente borrar
para siempre aquella indignante, testadura y orgullosa última
carta de la historia chilena que el ex -dictador envió el 5
de julio de 2002 al Senado chileno renunciando a su cargo vitalicio:
“Por lo mismo, tengo la conciencia tranquila y la esperanza de
que en el día de mañana se valore mi sacrificio de soldado
y se reconozca que cuanto hice frente a las Fuerzas Armadas y de Orden,
no tuvo otro fin que no fuera la grandeza y el bienestar de Chile".
La noticia de ayer no es para olvidar, sino para fortalecer la memoria
y ofrecerla a nuestras generaciones futuras. También para tirar
al fuego para siempre esa indignante carta del ex - general que fingía.
(*) Javier Campos es escritor y académico chileno. Profesor
de la Universidad Jesuita de Fairfield, Connecticut, EEUU, y autor
de "La mujer que se parecía a Sharon Stone" (RIL),
libro de cuentos sobre “latinos" en el país del norte.