Le pusieron el Colorado por su pelo rojo. Eso fue cuando lo dejaron practicar boxeo en Tomé. Había un gimnasio y mucha gente joven practicando en el ring, especialmente en la tarde. Al Colorado ese día le pusieron los guantes y el entrenador dijo que quería verlo en el ring para evaluar su cuerpo y movimientos y así saber que debía mejorar. Así que el Colorado se subió al ring. Parecía no tener miedo. Se enfrentó a otro de su misma edad y un poco más alto. El Colorado se quedó parado en medio del ring. Cuando se acercó el contrincante, el Colorado, nadie supo cómo, sacó con velocidad de la luz, su brazo derecho y le dio un golpe que lanzó al suelo al contrincante. No se pudo levantar. El entrenador no podía creer en el poder de ese brazo. Parecía un misil. Se subió al ring y le dijo. Muy bien, muy bien. Pero vas a tener que practicar más movimiento de cintura y brazos.
Con Osvaldo, quien había vivido en Chile y escribía sobre boxeadores, nos juntábamos a veces en un café y compartíamos una pizza juntos y hablamos mucho y nos reíamos de cosas tontas y a veces de los militares (ambos coincidíamos que no podíamos vivir sufriendo y llorando por lo que pasaba en Chile o Argentina). Osvaldo vivió en Chile hasta los 18 años y regresó a Buenos Aires dos meses antes del levantamiento militar en Argentina. Arrancaba de una dictadura y llegaba a otra. Yo le hablé de un conocido de mi madre al que le decían el Colorado y era boxeador. Era muy fuerte y podía dejar paralitico al contrincante, dije riéndome. Dijo que conoció a uno que se llamaba José y era de pelo color naranja. A lo mejor era el mismo. Pero quería que le llamaran Checho y no el Colorado. Y era como yo se lo describía. Podía ser el mismo. Checho me contó su historia que te la resumo.
Yo andaba un verano buscando la casa de un boxeador retirado que quedó paralitico y en silla de ruedas. Me dijeron que en un pueblo rural llamado Cobquecura, a orillas del Pacifico, vivía con su mujer que lo cuidaba. Y fui a ese pueblo a hablar con él y para luego sacar algún cuento o un trabajo más largo. Cuando lo vi me impresionó porque para su edad de nacimiento debía tener como 82 años, pero representaba 35 años. Su rostro parecía intacto era como si los golpes que recibía por semana hubieran congelado su edad y logrado la juventud eterna. Lo miraba y miraba y yo estaba tan impresionado porque había leído tanto de vida de boxeadores que la mayoría quedaban con rostros desfigurados. Del cuello hasta los pies Checho estaba inmovilizado. Podía usar sus dedos para mover la silla que era eléctrica. Su mujer sí tenía 40 años, era de origen campesino, pero se veía fuerte y aún era muy atractiva. La casita y el terreno era de ella que lo heredó de su padre. Era sola, sin hermanos y sin hijos. Su hijo era Checho decía. Ella hacia todo para los dos. Tenía una pequeña huerta de verduras, tenía árboles frutales, tenía gallinas, pollos, dos gallos para las gallinas, conejos, un caballo, unas cabras. Antes de quedar paralitico Checho le ayudaba a cultivar usando el caballo para remover la tierra y luego plantar. Checho con sus ahorros compró una camioneta vieja y ahí llevaban sus productos para venderlos en el mercado al aire libre. Hasta que ocurrió la tragedia.
Checho hablaba sin dificultad como si su hermosa cabeza y rostro fuera independiente del cuerpo congelado, postrado en una silla de ruedas. Su sonrisa era perfecta y dentadura real y sin caries me dijo su mujer. Su pelo no era blanco sino el mismo color cuando tenía 18 años. Le pregunté si alguien había venido a examinar su cuerpo, científicos, algo así, porque podría ser interesante saber por qué su cuerpo era así. No, nadie ha venido a hablarme de eso ni a examinarme. Solo de repente mi cuerpo se congeló una mañana en la cama y mi mujer llamo a la ambulancia. Vino un médico y solo me dijo que era una parálisis rara que nunca había visto ni menos en boxeadores. Sus huesos y músculos están congelados pero la sangre circula bien me dijo. El corazón y los órganos están sin problemas. Es asombroso, dijo el médico y se fue. Nunca más volvió ningún otro médico.
Checho me dijo que había nacido en Curacautín, en el sur donde vivían muchos mapuches y dejó en una vaguedad si su madre era chilena o argentina o también mapuche. Comenzó a boxear en el pueblo de Tomé en el sur, en la costa, muy cerca de Concepción. Estaba trabajando en una pensión donde su tía era empleada doméstica en ese hotel. La madre de Checho le dijo anda donde mi hermana allá en Tomé que te puede recomendar un trabajo. Checho partió al otro día desde Curacautín. Tenía apenas 14 años cuando emigró a Tomé. El pueblo era próspero en los 60 y tenía fábricas textiles que exportaban telas a Europa, también un gran comercio de pescado y mariscos. Cada día partían cajas con hielo llenas de pescados y mariscos hacia Santiago en un tren que pasaba tres veces días por Tomé. También llegaban carretas de unos cerros donde campesinos producían carne de distintos animales que bajaba dos veces a la semana al pueblo. También carretas con trigo que iban al puerto y exportaban trigo a California por barco. Había muchas frutas y verduras en verano. Y cada verano llegaban muchos turistas extranjeros y familias chilenas que quería pasar unas semanas en esas playas. Así que esa prosperidad trajo la diversión. Venían muchos artistas, orquestas de tango, circos famosos, llegaban las últimas películas a un teatro que recién se había construido al estilo norteamericano. Había equipos de fútbol, gimnasios, y se practicaba el boxeo profesional y de principiantes.
Checho se entusiasmó por el boxeo e hizo una prueba para ser admitido como principiante como comenté más arriba. Se notaba que tenía futuro le dijo el entrenador, pero te falta técnica. Te quedas parado en el ring y no te puedes quedar así. No tienes movimiento de cintura, le dijo el entrenador. Eres un diamante que hay que pulir. Puedes venir en las tardes. Fumar y tomar vino o lo que sea está prohibido. Si te encuentro con olor a cigarrillos y a vino te vas inmediatamente del gimnasio. Checho a todo dijo que sí. Me dijo que estuvo un mes entrenando con uno que había sido un famoso peso mosca por el sur de Chile. Ninguno de los que querían ser boxeadores profesionales alcanzó a pelear en ninguna pelea de prestigio nacional ni internacional. Éramos boxeadores pobres, decía Checho, los únicos que se enriquecieron eran los managers y entrenadores. Nosotros producíamos dinero, pero nos daban solo el 20% si ganábamos. Si perdíamos, nada. Pero Checho, en su primera pelea que fue en un pueblo llamado Coelemu, dejó tirado en el ring al contrincante Era un muchacho campesino de su misma edad. En el primer asalto le dio tantos golpes que parecía que lo estaba masacrando. Y cayó al suelo y lo sacaron en una camilla. Su primera victoria, pero de premio solo le dio su mánager el 20%. Checho no dijo nada. Que iba a decir si llegó al gimnasio desnudo, ni conocía los guantes de boxeo, dijo el mánager.
Y así fue en muchas más peleas alrededor de varios pueblos y alguna que otra ciudad más grande. Siempre le daban el 20%. Pero todo eso lo ahorraba y lo guardaba en un tarro de café vacío y lo tenía enterrado en el patio de la casa donde trabajaba de hombre de los mandados en el hotel de Tomé. Allí vivía porque su tía, quien era empleada doméstica, lo había recomendado a los dueños del hotel. Recorrían pueblos rurales ofreciendo, como un circo humilde, peleas con alguno del pueblo o algún campesino que quisiera ganarse una buena cantidad de dinero si vencía a uno de los 4 boxeadores del Instituto de Boxeo de Tome (así se hacían llamar para impresionar a donde llegaban en un bus viejo). Los que querían pelear debían abonar una cantidad de dinero. El que ganara se llevaba todo el dinero. Solo se aceptaba dinero y no especies como gallinas, algún cerdo, miel de abeja, pollos, fruta, cosas así. Si llegaban a un fundo pedían permiso a los latifundistas para instalar el ring portátil. Los latifundistas decían que sí porque sus inquilinos necesitaban también un poco de diversión. Generalmente los latifundistas ponían un poco de dinero para aumentar la cantidad de dinero que se llevaría el ganador. También mataban un cordero y lo asaban en una gran parrilla para ofrecer un almuerzo el día de las peleas. Todo eso acompañado de ensalada de tomates y cebollas. También un chico de vino tinto. Pero el entrenador no dejaba que tomaran, era la regla.
Anduvieron hasta en las minas de carbón que estaban en los pueblos llamados Lota y Coronel. La gira era todo el verano, buen tiempo, mucho sol, mucha gente. Tres meses en gira. Checho nunca perdía y así iba ahorrando. La comida y alojamiento en pensiones del pueblo la pagaban los organizadores.
Fue en Cobquecura donde conoció a María. Su esposa. Ella era aún muy bella y vivía sola en un campo que le dejó su padre. A ella le gustó porque Checho no era feo y era fuerte. Quería un hombre que la protegiera. En el primer asalto en Cobquecura dejó al boxeador local tendido en el ring. Le dio un gancho en la mandíbula que lo lanzó al suelo como un muñeco de trapo. Era un campesino joven, el primero que estaba inscrito para pelear con uno de los cuatro boxeadores que viajaban con el espectáculo. Fue ella quien se acercó trayéndole jugo de naranja de sus árboles. Estuvieron cuatro días allí y luego se fueron a Hualqui, otro lugar rural. A Checho le gustó María y le dijo que vendría a verla.
Checho recibía muchos golpes en la cabeza, pero ninguno en la cara. Su estilo era pelear parado en el ring. El entrenador se cansó de decirle, ¡muévete más huevón! ¡como Casius Clei!, le decía en su pronunciación. ¡Baila en el ring! Pero Checho allí parado era más eficaz. Nadie veía la velocidad de su brazo derecho y después izquierdo en un movimiento extraordinario que le metía ambos puños en la mandíbula al contrincante. Caía al suelo de inmediato.
Al final del verano por primera vez Checho tuvo un contrincante, un minero que parecía africano, que le dio golpes tan duros a Checho que lo lanzó dos veces al suelo. Pero Checho reaccionó rapidísimo y volvió a quedar parado en el centro del ring. No pasaron ni tres minutos cuando Checho usó la misma técnica de brazo derecho y luego brazo izquierdo que pareció haber dejado muerto al contrincante porque de los golpes lo levantó en el aire y cayó como un saco de cemento al ring. Todos gritaban, ¡lo mató! ¡lo mató! Pero no lo había matado, pero sí tuvieron que llevarlo al hospital porque le desencajó la mandíbula de los dos terribles golpes que le propinó.
Para hacer corta la historia, paso un año que Checho no vio a María, pero decidió que quería parar de pelear. Había juntado un buen capital ahorrando sus 20% de todas las peleas. Nunca perdió ninguna en ningún lugar cuando se iban de gira los veranos. O a comienzos de la primavera. Checho fue a ver a María y le dijo se quería casarse con ella. Estaba seguro de que no encontraría una mujer como ella. Y se casaron y Checho se quedó a vivir en el pequeño campo de María. A los cinco años de vivir con ella un día despertó sin sentir nada. Parecía su cuerpo congelado. Ningún médico descubrió la causa. Muchos dijeron que por los golpes que recibía en la cabeza. Cuando lo vieron los médicos creyeron que era el hijo de María porque su rostro era muy joven. María no dijo nada. Ella lo consideraba un milagro tener a su lado un hombre de rostro tan hermoso porque la juventud, decía, es lo que todos quisiéramos tener para siempre. Yo creo que él morirá así, mientras yo iré envejeciendo y pareceré en algún momento su abuela o bisabuela.
(Historia basada en hechos reales)
Javier Campos: Es narrador, poeta, ensayista, columnista, profesor emérito por la Universidad jesuita de Fairfield, Connecticut, EE. UU. Vive en Spring Hill, Florida. Recientes libros publicados: El bailador de tango (novela, Casasola editor, Washington, 2018), El tango en el Río de La Plata (ensayo, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 2019), La isla del fin del mundo (novela, Mago editores, Chile, 2020), Los gatos no viven en el tejado y otros poemas de amor (poesía, Mago editores, Chile, 2020). Fui dueño de tu encanto, cuentos, Editorial MAGO, Chile, junio 2022. Fue traductor de la poesía del poeta ruso Yevgeny Yevtushenko (ediciones de Nicaragua, Colombia, Chile, Perú, Cuba, Rusia, España). La revista Review Literature and Arts of the Americas, 104, julio de 2022, Manhattan, New York, dedicó una sección a la poesía de Javier Campos en traducción al inglés (Irene Hodgson, Nick Hill y Jessica Treat traductores). Reciente cuento publicado en revista Caratula de su libro Fui dueño de tu encanto, que dirige el escritor nicaragüense, Sergio Ramírez. http://www.caratula.net/ficcion-domingo-de-milonga/ Último libro publicado Las sombras del amor, poesía, Editorial Valparaíso, España, Granada, 2022. Ha obtenido varios premios en narrativa y poesía. Ha participado en muchos festivales internacionales de poesía en diferentes partes del mundo. Ha escrito varios ensayos y artículos sobre poesía y globalización, poesía y la revolución digital. Invitado en marzo de 2004 la Feria Internacional del Libro, Tampa, Florida. Reciente estudio, “Revisión crítica. Desde el golpe militar (1973) hasta el estallido social (2019): narrativa y poesía chilena”. Publicado en http://letras.mysite.com/jcam010623.html y Revista Altazor, https://www.revistaaltazor.cl/javier-campos-6/
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com El COLORADO
Por Javier Campos