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Por Pedro Pablo Guerrero / Fotografía de Cristóbal Olivares
En Revista PAT, N°59 Invierno 2014
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Tanto la tenencia de Carabineros del lugar –que pasa aprietos cada 11 de septiembre– como las apocalípticas prédicas de los evangélicos forman parte de este particular paisaje suburbano, que completan las numerosas chatarrerías donde se comercia metales al kilo. “Compro fierro” es su anuncio característico, y es además la expresión que Juan Carreño (Rancagua, 1986) tomó de la calle para titular su primer libro de poemas, porque, según dice, “quería que el tema de la escritura fuera también mi propio negocio”. Es una actividad que conoce bien: su padre tiene un taller en la casa. “Suelo ayudarle. Cuando se le juntan muchos refrigeradores o lavadoras, me pide que los desarme y después los vamos a vender al kilo”, agrega.
La primera edición de Compro fierro apareció en 2007, con el subtítulo (Pintana Jop). Mientras Carreño trabajaba como temporero en el norte, un amigo le ofreció dinero para publicarla bajo el sello Lagartija Ediciones, de Monte Patria, lo que daría origen a una versión que todavía se puede leer en Internet [1]. Tres años más tarde el poemario fue reeditado por Balmaceda Arte Joven en Santiago. Durante cuatro meses, Carreño vendió su libro en el puente Pío Nono, donde lo autografiaba cuando lo reconocían, ya que a esas alturas ya habían salido notas en la prensa. En 2012, la prestigiosa editorial Das Kapital, de Camilo Brodsky, publicó Bomba bencina, su segundo libro, y actualmente el sello ariqueño Cinosargo[2], del escritor Daniel Rojas Pachas, prepara una tercera edición de Compro fierro incluyendo 18 poemas que el autor había descartado. En definitiva, Carreño ha ido ganando lectores, primero en la calle y luego en círculos literarios, hasta llamar la atención de poetas como Soledad Fariña, que compró varios ejemplares y los hizo circular; o de Elvira Hernández, quien se refirió al texto como “una poesía descarnada, feroz, un verdadero fierrazo, en la que no encuentras posturas esteticistas, porque eso es imposible”[3].
Carreño empezó a escribir los textos que luego conformarían su primer libro cuando recién había egresado de la enseñanza media. Los fotocopió y los fue pegando en las calles para ver la respuesta de la gente.
— ¿Se puede decir que tus vecinos de la población fueron tus primeros críticos literarios?
— Claro, logré esa interacción en una época pre facebook. Te rayaban algunas cosas y escribían “deja tu mail”, porque el material era anónimo.
— Tu hit en ese tiempo fue “Poema escrito por más de cien jóvenes la noche del 11 de septiembre de 2005 en avenida Santo Tomás con La Serena, La Pintana”. Entiendo que nació de una grabación.
— Sí, fue una grabación como de dos horas que hice durante la protesta. La transcribí completa y después la edité. Dejé ciertas frases que ni yo mismo entiendo, pero que tienen una sonoridad y un registro bastante intenso, sexual, con mucha coprolalia.
— La poesía, para ti, tiene más que ver con la vida en movimiento…
— Todo el rato. Con patinar. Cuando publiqué Bomba bencina me puse un poco tieso en algún momento, bombardeado por los ensayos que salieron sobre Compro fierro. Tanta cosa me aturdió un poco, pero ya me limpié la sangre; aprendí que hay que ser libre y pasarlo bien en el momento de la creación.
ACCESO SUR
En 2006, Carreño entró a estudiar Antropología en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. “Estaban tirando los créditos a la chuña. Era cosa de meterse a Internet, postular y obtener uno. Más encima, como tenías dirección en La Pintana era más fácil que te dieran el 70% o 100%. Ahí me dijeron: ‘Juan, estudia’. Pero después de tres años me salí definitivamente para dedicarme a escribir”.
— ¿Te sirvió para tu escritura lo aprendido en la universidad?
— Claro, a sentirme también un poco extranjero dentro de mi propia población.
— ¿Por eso la cita de Lévi-Strauss en Bomba bencina?
— Claro. “Odio los viajes y los exploradores”. Todavía le tengo un cariño súper fuerte a la antropología y sigo leyendo a Margaret Mead y LéviStrauss, un clásico al que siempre hay que volver.
— ¿Y qué estás escribiendo actualmente?
— Creo que ya para el 2015 va a aparecer Oxicorte, un libro de poemas de amor, y una novela, Budnik, que defiende el territorio circundante entre la Santo Tomás y Buin, y que se relaciona con la carretera del acceso sur.
— ¿Hay narradores que te hayan servido de modelo?
— Ahora estaba leyendo Hijuna, de Carlos Sepúlveda Leyton, donde también hay un cabro chico en poblaciones. Y me he pegado con Carlos Droguett, González Vera, Manuel Rojas. Me siento súper cómodo con el trabajo que hicieron estos caballeros que me formaron en mi adolescencia, hacia los quince años. Son los mismos libros que recogía o compraba a un precio muy bajo en la feria, junto con los comics. Allí armé yo mi biblioteca, que después revendí en el centro. En la literatura chilena me he adentrado harto, siempre tratando de leer a los poetas, como Pablo de Rokha, que me gusta mucho y que cito en Compro fierro.
POR AQUÍ VA LA MANO
— ¿No te preocupa que te encasillen como el poeta de lo marginal?
— Sí. Empezando por lo del “poeta joven”, que en sí es peyorativo, y siguiendo con lo de la marginalidad: es ciertamente anómalo que te traten de marginal cuando estás trabajando con un material tan noble como es la palabra. Y en una actividad tan específica como la poesía. Hay gente a la que le conviene encasillar las cosas para mantenerlas dominadas. El hecho de que la poesía tenga un apellido ya es súper sospechoso: mapuche, feminista, negra, vanguardista, de género, marginal...
— Pero no puedes negar que tu caso ha sido novedoso para la crítica.
— Novedoso porque Chile es un país arribista, también. Más de algún poeta de clase media que estudió cinco o seis años literatura debe estar picado porque de repente aparece un libro como Compro fierro, con mala hechura, chueco, desfigurado, al que le ponen color, al que reseñan y del que sale una tercera edición.
— Bueno, ningún poeta estaba registrando la oralidad de la población: “vamoh pallá”, “yapo”...
— Pero sí lo hizo David Aniñir en Mapurbe, donde más que poemas, pone canciones punkis. Y Yanko González con Metales pesados lo había hecho antes, el 98. Es un librazo, ése. Lo encontré en la biblioteca pública de Malloa el 2005, cuando pasé un mes en la casa de mi abuela. “Por aquí va la mano”, me dije. La oralidad se trata de una cuestión de oído. Y ojo, que en el Siglo de Oro los españoles también "Es ciertamente anómalo que a uno lo traten de marginal cuando está trabajando con un material tan noble como la palabra". juegan a deformar el lenguaje. Al final no es un invento tan nuevo ni sofisticado.
— Te sientes lejos del medio de los poetas?
— No sé si me interese tanto lo de andar matando padres o madres. Pueden ser espejismos generacionales. En este momento trabajo harto en lo que es la Escuela Popular de Cine y en el Festival de Cine Social y Antisocial, Feciso, haciendo terreno en las poblaciones. Entre los que la fundaron debo nombrar a los raperos, que son de lo mejor, nos vuelan la raja a los poetas en cuanto a organización y trabajo en terreno; para qué decir las letras. Este año doy un “taller de no guión”, que es destruir derechamente la visión aristotélica clásica de la construcción de una historia: principio, desarrollo, clímax, y buscar formas narrativas en la poesía. Estuve viviendo cuatro años en el barrio Yungay y en Estación Central, y el año pasado volví de nuevo a mi casa. Me quedaba más cerca para hacer los talleres con los cabros chicos. Aparte de que me gusta vivir allá, me gusta mucho el sentido de pertenencia a este sector.
— No ocurre lo mismo con muchos amigos de tu generación, según criticas.
— Todos los tipos quieren cambiarse. Ponen en el currículum que son de La Florida. Más encima están los papás pegándoles latigazos para que los hijos los puedan sacar de la población. Eso mismo genera divisiones y violencia. ¿Cómo nos vamos a entender? Las presiones externas tienen que ver con el orden estructural de la sociedad, que te va diciendo: supérate, supérate. O sea, consume.
— En tus libros no están las palabras “droga” o “pasta base”, que son habituales en otras aproximaciones a la vida de la población.
— Para empezar, la droga está en todas partes. No es tema. ¿Para qué voy a tocarlo? Tampoco en el libro ocupo la palabra flaite. Tuve mucho cuidado con eso porque, para mí, los flaites no están en las poblaciones periféricas de Santiago, sino que ocupan terno y están metidos en edificios de Plaza Italia para arriba; no tienen identidad y van donde calienta el sol. Hay un acceso al consumo flaite también. Lollapalooza es lo más flaite que pueda existir. ¿Qué hay más flaite que ser esnob?
— Tus poemas no siempre son realistas. En muchos hay bastante imaginación, como cuando relatas la desaparición apocalíptica de la Santo Tomás.
— Sí, me interesa mucho mezclar ficción y realidad. No creo en la objetividad. Las bases científicas para observar y transcribir la realidad pasan por un filtro que inevitablemente va a desvirtuar, desconfigurar y deformar todo lo que llevas al papel. Y tampoco es pega de la poesía extraer leyes ni hacer disecciones de ranas. Al final lo que importa es el salto de la rana, y su lengua comiéndose a una mosca.
* * *
DESAPARICIÓN DE LA POBLACIÓN SANTO TOMÁS, LA PINTANA
Conocí a la Chica días antes
del fin del mundo.
Cristo había llegado hace tiempo
y vivía en la Santo Tomás.
Por esos días la gente andaba en la magia
aplaudiéndose la cabeza.
Éramos pura bulla.
Vimos los supermercados transformarse en
perreras
y los carros de sopaipillas
en palomeras.
Sólo alcanzaba para quedarnos escuchando
árboles.
Por esos días ya estábamos todos tan
solos
que ni nos dimos cuenta
cuando de un sablazo
el cielo
se nos rajó.
(Del poemario Compro fierro (2007), Lagartija Ediciones, Monte Patria. Reedición: Santiago: Balmaceda Arte joven, 2010.
* * *
Notas
[1] http://issuu.com/lagartija_ediciones/docs/ compro_fierro
[2] Editorial nacida en Arica en 2003 y consolidada hoy como un prestigioso portal internacional de literatura.
[3] A Soledad Fariña y Elvira Hernández se las inscribe habitualmente en la neovanguardia de la poesía chilena, que se caracteriza por la experimentación con el lenguaje y la sintaxis, y que surgió en Chile en los 80.