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Entrevista a Jorge Cid, poeta

Por Benoît Santini

 

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—Para empezar esta entrevista, me interesaré por el título del poema “Vórtice del espejo” (Labia larvaria): parece significar que, al mismo tiempo que el poema nos devuelve una imagen verdadera de la persona que se mira al espejo, también nos lleva a la espiral del sentido múltiple y errante, y al mundo de las máscaras y del disfraz. ¿No sería entonces María Magdalena una mujer polifacética, compleja, enigmática, encarnación del mismo poema con su sentido plural (las palabras "secreto", las imágenes de oscuridad parecen acentuar dicho enigma)?
Sí, efectivamente, tiene que ver con los caos de la identidad. El vórtice, una fuerza devastadora y centrífuga acarrea casas, bosques, escenas vitales, traumas, esplendores, epifanías, visiones y, por supuesto, tactos. El vórtice, como el individuo, absorben de manera violenta lo que le es proveído por su alrededor y esto es lo que acontece durante la conformación de la identidad: una promiscuidad nunca resuelta. Aunque formalmente se piense que una persona es de tal o cual manera, siempre vivirá en su intimidad el secreto digno y cáustico de una materia ardiente, informe y en permanente mutación como lo es el magma que subyace a la corteza terrestre y en el núcleo de nuestro volcán. Entonces, el vórtice del espejo es la contemplación que el hombre/mujer-mujer/hombre-hombre y/o mujer hace de su centro, de la real historia de sus derrotas, de sus carencias y de sus apetitos. Creo que en estas contemplaciones, charlas individuales de la gente con su sí mismo, suele hablarse en negativo, siempre desde el hueco que hay que llenar, desde sus vacíos indisolubles: mientras de día (y en lo socialmente prestigiado) se habla del logro, de la meta cumplida y de los proyectos, de noche sucede la reflexión a calzón quitado enfrentando nuestros cuerpos a la verdad de su reflejo empobrecido, ahí cuando ni el vestido ni la mentira pueden evitar que el espejo nos enrostre lo que en verdad somos.

—En efecto, esta mujer-prostituta, golpeada y violada, casi crucificada ¿no sería el texto mismo, con sus choques acentuales, sus rupturas de construcción?
Sí, estoy de acuerdo con esta lectura. Para mí esta búsqueda de tensión expresiva en el lenguaje siempre ha sido una especie de estrategia dramatizante y, por ende, una forma de poner en evidencia el drama de lo referido en el texto que, en este caso, son mis Marías. El cuerpo textual intenta retorcerse en contracciones, convulsiones, muecas que son manifestaciones concretas del dolor, del miedo y del placer, que como digo en el primer poema del segundo capítulo son las tres vertientes de las que se nutre mi forma de decir la poesía. Esta enunciación fracturada, fracturosa y/o fracturante trabaja con ambición en el objetivo de reproducir en el lenguaje los espasmos, las convulsiones, las maromas, los gestos que en la realidad de nuestros cuerpos se viven a merced de la tríada sensorial antes mencionada (dolor, miedo, placer).

—A partir de una hablante marginal y de un sentido errante, ¿no quisiste hacer de María Magdalena la portavoz de los oprimidos, de las minorías, y de tu poema un canto al respeto y a la tolerancia?
Creo que de cierto modo este poema podría constituir aquello que apuntas como un canto al respeto y a la tolerancia. En efecto, esa voluntad es un eje ético de mi escritura o de mi forma de proceder en el pensamiento. Pero me parece que tanto en la escritura de ese texto como en aquellas que le han precedido no ha habido durante el proceso escritural la voluntad expresa de producir un “canto al respeto y a la tolerancia”. Reparo en esto porque eso del “canto” me parece muy sospechoso y nerudiano. Respondiendo a tu pregunta “lo que yo quise hacer” no fue eso, sino que más bien se trató del ejercicio de “entrar en otro cuero lírico”, ser el médium a través del cual hablara “la ella, el ello, lo él”: el cuerpo en el mercado que no sólo es un cuerpo reciente, una prostitución del liberalismo económico, sino también un cuerpo extendido a lo largo del cadalso histórico, no sólo un cuerpo relegado en la habitación oscura de los miedos sociales sino un cuerpo urgente en el “gólgota de todas las esquinas”, bajo las mesas, detrás de todas las puertas o, como amo decir, “en la bambalina del mundo”, “tras el telón donde todo pasa”. Vale la pena entonces preguntarse por la identidad de este cuerpo, vale la pena verse en este cuerpo extenuado por el hambre. Lo que “yo quise hacer” de “esta” María Magdalena / de Magdala no fue un portavoz de los oprimidos, ya que ser portavoz es algo para lo cual el cuerpo o los cuerpos representados en este poema no tendrían fuerzas (y el autor tampoco). Efectivamente, hay en ella otros oprimidos. Convergen entre nuestro ojo = conciencia lectora = sensibilidad decodificadora (o como quiera llamársele) y el texto: fantasmas, presencias, identidades de otros oprimidos que parecieran entrar en la misma vibración de ese cuerpo asolado por el hambre-que-es-el-deseo-que-es-el-apetito de la libídine y por el desgaste que ese flujo vital provoca y por la mucha mayor e ingrata fricción que esa hambre causa en relación con este mundo que, aún hoy y quizá hoy más que nunca, se inscribe en las proporciones de un teatro miserable, aquel de las convenciones moralinescas promovidas por la dramaturgia de la fe, aquel de la asepsia hegemonizada como conducta rectora, aquel de la acumulación de poder con todos sus artefactos de segregación a cuestas: clasismo, xenofobia, homofobia, aquel de la ley que pune asesina sin darnos lugar a resentir el sacro amor libre que nos pregunta ¿soy vejamen o flagelo? sin miedo a morir en el goce.

Lo que “yo quise hacer” fue sobre todo poner en escena la contradicción entre lo segregado y lo oficializado y el cómo estos dos flujos están hermanados interior e íntimamente (y ad infinitum) por medio de tratos y accesos carnales: hacia el final, el hablante, luego de maldecirse con el “tonta, sucia, abortiva, indigna, etc.” exhorta al lector plural, a una especie de masa espectadora delante de su lance patético a que la cuelguen si así lo tienen a bien, a que la llamen gata (como se les llama a las mujeres excesivamente provocativas en argentina o, como se denigra de manera clasista a personas de supuesto menor rango en México), a que sigan con su escarnio, sin temor a resultar herida ya que en ella existe la convicción de que entre aquellos aparentes “probos señores” se encuentran los cientos del secreto, aquellos que “en ella”, “han temblado fascinados”. No le interesa, por lo tanto, obtener su aceptación, le basta ese placer suyo que tuvo, aunque pasajero y a escondidas, aunque jamás “amor” después de las nueve de la mañana. Una cópula une los dos cabos siempre atados de una vieja historia: gobernantes y gobernados, dominantes y dominados, sodomitas y sodomizados comparten las mismas cavidades en horas secretas aunque más tarde, en las horas públicas se les sindique en aceras opuestas, partidos contrarios, barrios alejados por raleas y estirpes: aunque así parezca, siempre un hilillo de babas colgará de sus memorias indicándoles la ruta de la reincidencia[1].

En la mayoría de los poemas de tu obra (Labia larvaria), te vales de todas las potencialidades expresivas del idioma, mezclas los registros de lengua, los arcaísmos y el coloquialismo: ¿por qué manifiestas este deseo de crear una especie de lengua impura, casi en gestación ("larvaria") y digna, muy elaborada a la vez?
Las mejores respuestas para esta pregunta están en el primer poema del tercer capítulo del libro Decir es joder:

“Mi labia es una labia travestida
Que no halla idiomas para serse.
Se pretende vestidos,
pero no le alcanza para el metro de seda:
Se viste con semas malditos a decir la mitad de lo que aman” (Cid, 2008)

Entonces mi respuesta podría ir diciendo que si hablé así fue porque el idioma siempre se me antojó pobre, estrecho, mezquino y porque no me podía valer de un solo registro de habla, ni de una restringida coloquialidad para mentir como se debía. No olvidar la lengua como un cúmulo de venenos autoinoculables en la medida en la que ella no es más que la herencia de arbitrariedades expresivas: ¡Esa es la materia de los poetas! un sinnúmero inagotable de cristalizaciones conceptuales que corporizan otras sensibilidades, otras intenciones, otras historias tan desconocidas y lejanas a nuestras sensibilidades como inalienables. ¿Qué hacer con este idioma? ¿Destruirlo? ¿Agraviarlo? ¿Descartarlo? ¿Entregarnos a la mudez? Posiblemente lo mejor y en tanto poeta sea intentar hacer todo eso al mismo tiempo, extendiendo películas de nuevos matices de sentido capaces de dotar a este cuerpo idiomático disfuncional y primario de una ilusión de vida, ilusión de veracidad poética, ilusión de que es posible aún la expresión a pesar de todo, a pesar de sí mismo. Este conflicto acontece puesto que no somos capaces de inventar cada uno una nueva lengua, así como tampoco podemos individualmente crear una religión (así como se las conoce), porque no tenemos ese talento y porque quizás sea una parte vital para estos dos asuntos el deber ser utilizables por una multitud para poder existir (acceso garantizado y satisfacción de los usuarios).

Si escribí así fue por hambre y por apetito, el primero por querer ver aparecer aquello que añoraba en medio de mi página y el segundo por el puro placer de leer en voz alta esa poesía haciéndome salivar distinto debido a que esas secuencias de palabras, que pretendo distintas a la expresión corriente, permiten renovar la articulación monótona de un idioma materno por medio de una articulación fonética rica en esfuerzos a causa de la aparición de palabras en desuso, giros gramaticales novedosos, secuencias insistentes de vocales abiertas, erres, eses, etc. Para sintetizar podríamos decir que esa “otra articulación” tiene lugar gracias a la ya mencionada “mezcla particular de elementos léxicos, fonéticos y sintácticos”. Dicho de otro modo, la memoria del habla, la memoria bucal de la articulación de mi idioma no conocía las secuencias que la labia larvaria la obligó a realizar. En conclusión, esta poesía la pretendo como un ejercicio gestual que me permite hallar placer en su elocutio, como una fijación oral, nunca superada, ex profeso.

—¿Te influenciaron los poetas españoles bohemios como Manuel Machado o Pedro Barrantes en cuyos poemas aparece a veces una mujer prostituta, marginal, que reivindica su diferencia (pienso por ejemplo en "El soliloquio de las rameras" de P. Barrantes)?
No para nada. No los conozco sino de nombre. Mi influencia fue latina y chilena: Bárbara Délano en su poema Baño de Mujeres (Délano, 2006) [2]. Este poema con el que tuve contacto de muy joven me quemó la lengua con sus imágenes. Lo llevé conmigo, lo hice de mí como quien se vuelve dócil al daño a fuerza de recibirlo. Quise ser parte de este poema y renutrirlo con mis exigencias idiomáticas. Quise estar presente en ese baño del continente. Otra influencia que reconozco en este poema, más desde el lado del tratamiento de un tema, es de Nikos Kazantzakis en su obra Cristo que junto con ciertas lecturas de La Biblia me habían puesto en la línea de la reactualización de identidades devenidas tópicos a los que me era posible ver aparecer en mi entorno con la misma o mayor ocurrencia que en estos textos.

—¿Por qué elegiste en especial a una hablante femenina, en este caso marginal por su condición de mujer prostituta? ¿Por qué necesita este sujeto lírico reivindicar su estatuto de mujer "hétera" (término ambivalente que parece designar a la vez a la ramera y a la mujer heterosexual)?
En primer lugar el hablante femenino fue elegido para transgredir de cierto modo la convención de los géneros. Esa que pareciera predisponer nuestro oído a que el poeta de sexo masculino utiliza hablantes masculinos. En este caso, el poeta que escribe habla en primera persona como mujer. No pretendo con esto parecer novedoso, pues es algo ya hecho cientos de veces en la poesía del mundo, pero sí quería confundir, mancharme con muchas tintas, herir mi lienzo con un dripping multicromático, perderme en el sinsentido de una noche “deshonestada” y “desprestigiosa”: mi María Magdalena la pasaba mal, tenía pena, pero no porque su vida fuera de maldad sino porque el ojo del gentío la puso del lado malo de la vida. No es puta la puta: es la putedumbre la que la putea. Lo de hétera se consigna para indicar que no se es una María Magdalena calcada a la de La Biblia, quien es adúltera y quien se arrepiente, que no haya confusión: el cuerpo de esta voz femenina se transaba en el mercado del sexo a cambio de beneficios económicos o de otra índole. Por lo tanto “hétera” era una forma de reconocerse prostituta. Originalmente, en el poema decía “Puta”, palabra que luego cambié por parecerme demasiado estridente. El avance del poema parecía entorpecido por la aparición de algunas ínsulas de intensidad que amenazaban su fluidez. Había otras como perra, zorra, etc. Se culturalizó, en desmedro de su pasión callejera, este poema.

—Gracias a Jorge Cid por haber aceptado muy amablemente esta entrevista.

“Vórtice del espejo”
María de Magdala es mi nombre de mal nacida,
mi título de nobleza.
María Magdalena, la que espera en la parada de la calle norte,
den o no las seis de la mañana, sola,
esperando que se venga la última sombra
para volver en destrozo, sucia,
al camastro de las ensoñaciones mustias.
Soy María, tal y como la mismísima virgen,
pero tocada por dentro por el espíritu de la carne ciega,
la carne mezquina de un torpe perdido en la danza de los días.
Soy María de Magdala
y mi rostro fue bello
antes de las diez mil estampidas de hambre que se me han sucedido
sobre el campo,
sobre mi descampado quebrajado en la reyerta sin límites del sol,
del silencio flagelado.
Digo ser discreta,
mas miento pues grito en mis pieles,
en mis cueros de hétera envejecida y barata
que ayer fui abusada
y que con golpes me dieron la paga
y que llena de escupitajos rojizos me he calzado
las sandalias por la mañana.
Soy María Magdalena y voy sola sin que nadie me chulee,
voy por las calles pletórica de nada,
sola con nadie, vacía,
ebria si la fortuna se torna clemente y alguno de los otros
vierte en mis manos la cicuta.
Me dicen sucia,
me muestran un cristo en una crucecilla de plata
e imploran que, por el perdón, le bese,
         pero ya sé que las redimidas
murieron en el último pleonasmo de la miseria y he sido yo
quien le ha besado antes de que muriera
gimiente en el gólgota,
al cristo, sus miembros,
yo misma, la indigna,
la del fondo, la tonta, la sucia,
la preñada,
la abortiva,
la sorda de los tiempos
que vago por ahí
lamiendo las cenizas de la noche venida en vano
como la siguiente y la siguiente.
Cuélguenme si a bien tienen tal caso,
llámenme gata,
pero en mí han temblado,
          fascinados, los cientos del secreto (Cid, 2008).

 





Bibliografía

Cid, Jorge, 2008. Labia larvaria, Concepción, Chile: Editorial Universidad de Concepción, pp. 19-20, 59-60.

Délano, Bárbara, 2006. Baño de mujeres, in Cuadernos de Bárbara, Santiago, Chile: Galinost (páginas desconocidas).

 

* * *

Notas

[1] El poeta citó en su entrevista este poema aún sin nombre (e inédito) que insiste en esta idea: “Hubo un crimen en mí y nadie lo advirtió, / soy el cuerpo del delito, / un homicidio que canta, / un cuerpo que está muerto y que sin embargo gime. / Un cuerpo en la cuneta del mundo, exánime, llagado, que da lástima / y que sin embargo corre con vida a denunciar el ensañamiento de los cuchillos, / la indiferencia de los cristianos. / Algo mana de mi herida, algo dice esto que sangra, / a alguien apunta esta línea que en el suelo marca de sangre el hilillo. / ¿Adónde se dirige este derrotero del sangrar, / qué casa irá a denunciar este vector ciego que se arrastra, / esta huella que está roja y nos da nombres? / Lo que el hombre hace de noche y da por ignorado / lo sabe esta sangre que cruza puentes y marca avenidas. / ¿A qué barrio irá a ir a dar? / ¿A qué puerta? / ¿En qué alcoba de amor acallado este dedo de muerto apuntará al hechor? / Esta vena de muerto / pinta en el suelo una bandera, / la cara de un país en llamas, / el obituario enorme de gente que muerde sus labios en la muerte cotidiana de sentir. / Esta bandera es el mapa de la ciudad en la que nos perdemos, / una donde los callejones se vuelven sinuosos y confusos al calor / de la hipocresía y de la ética etiqueta de lo que tememos. / ¿Con qué ojo de cerradura nos unirá esta vena de muerto que late en este chorro de sangre que palpita ahora en este suelo / Lo sabemos, señora: / Hoy hubo un crimen y nadie lo advirtió”.

[2] Baño de mujeres (fragmento)
1. Quemada raja hirsuta / Llenada de sémenes sin madre ni padre / Corrida de mano hastiada fétida / Me lavó el humo de los cigarros ajenos / Pisoteada yo la que me gusta la cosa / Culpable nacida de costilla para servir / Eterna rendidora yo la mirada / Ahorita mero me lo metes papacito / Mi rey / Todos los días el día de mi venganza. / 2. Aquí frente a la canallada nosotras / Las que insultadas crecimos / En el descampado de las ilusiones / Nosotras las más bonitas / Las que íbamos a ser reinas. 3. Yo soy la inventada / La que te rasga el desvarío y te propone / Aquí en la hoja amarillean tus orines / Aquí en la libreada de nuestros países / Un lugar para tu lengua / La rozadura de este encuentro latino / Un campito para nosotras en los túneles / Tu pezón recto es mi escritura. 4. Yo mujer mal parida / De todos tus amores la más desgraciada / La más fiera de su calaña / Te hago una rotura / En el corrupto corazón de tu violencia / De mala yerba mi  lengua en tu lengua / Descastada / Sola yo salgo con mi pedazo / Mi porción de carne también para mí / Para ahora sí metértelo / Para ahora sí decirte que fuí tuya. 5. En el temor de Dios criadas maldecidas / Orillados nuestros cuerpos / Dientes romos / Llameantes de lujuria las mejillas / Expuestas las cavidades al crimen / Nosotras las que fuimos violadas.



 


 

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