Busco por las librerías de un Madrid canicular obras de José
Donoso. No hay ninguna en inventarios, no está "en existencia",
me contestan. Termino en las librerías de segunda mano de la
calle de los Libreros, y en la cuesta de Moyano. No hay nada, nada.
Le pregunto a un par de amigos académicos. Me dicen que algunos
profesores de literatura
hispanoamericana citan de vez en cuando a Donoso, que incluso lo dan
a leer; pero no ellos, no ellos.
Recuerdo a José Donoso diciéndome, poco antes de su
muerte: "En diez años, nadie me leerá".
Esa aguda intuición acerca de la vanidad y el capricho de la
literatura, que siempre lo acompañó. La idea -políticamente
incorrecta- de que la literatura también es materia de gustos,
y éstos son por definición volubles y mudables. No han
pasado siquiera diez años y, en España, donde vivió
dos décadas, y triunfó en la estima supuestamente perdurable
de sus críticos, ya nadie lo lee, está fuera de los
inventarios, ha entrado en la "inexistencia".
El olvido empezó a prepararse con el cadáver aún
caliente. Cuando Roberto Bolaño volvió a Chile en 1997,
unos meses después de la muerte de Donoso, dijo que ése
era un escritor "con un par de obras buenas y el resto para salir
arrancando". Si es por menospreciar, eso se podría decir
hasta de Cervantes. No es de extrañar que no lo comprendiera.
Donoso no puede ser un escritor más diferente. Conforme a la
ya clásica distinción de Isaías Berlin, entre
escritores erizos y escritores zorros, Donoso fue un escritor zorro.
Un autor que cambiaba de estrategias, que huía de los estilos
fijos, de la voz y la estética únicas. Sobre todo, fue
alguien que supo y mostró que éstos son disfraces, formas
momentáneas, cuando no modas del intelecto. Así como
los gustos estéticos cambian, mudan, caducan y también
retornan, el cambio de estilos, la metamorfosis y el disfraz son la
constante de la obra donosiana. En muchos escritores se da una evolución
y una transformación de sus propias convicciones estéticas.
La diferencia con Donoso es que él hizo de esa mudanza un tema
y una estética, en sí misma. Por ejemplo, la duda radical
acerca del estilo, como meta literaria moderna, es el mecanismo narrativo
de una de sus novelas fundamentales, Casa de Campo. Allí,
imita y desacraliza un siglo, al menos, de estilos literarios, sin
dar a ninguno por mejor, y dejando a todos por plausibles. Esa novela
significó el punto más alto de la trayectoria de Donoso
en España. Con ella ganó el Premio de la Crítica,
en 1978. Uno de los escasos cuatro libros de autores latinoamericanos
que lo han ganado en los cincuenta años de ese premio (prueba,
si se requiriera alguna, del provincianismo estético de la
crítica española). Y ahora, "no está en
existencia".
Pero lo que yo realmente buscaba en las librerías madrileñas
era El jardín de al lado. Recién llegado a vivir
en el Madrid desolado del verano, no pude menos que buscar ese libro
acerca de un Madrid sofocante en el que un escritor latinoamericano
sueña con lo que no tendrá, y se angustia con la emulación
de otro escritor ficticio: Marcelo Chiriboga. Amalgama de García
Márquez con Carlos Fuentes y Vargas Llosa, este Chiriboga -"el
más insolentemente célebre de todos los integrantes
del dudoso boom"- es un revuelto de las envidias literarias de
su época que Donoso conoció, y controló, con
su irónico escepticismo acerca de la inseguridad de los prestigios
literarios. Promediando El jardín...
el escritor frustrado y cizañero que lo protagoniza se encuentra
en el Rastro de Madrid con la agente literaria y "capomafia del
boom", Nuria Monclús (álter ego,
por supuesto, de Carmen Balcells), quien acompaña a su representado
estrella, Marcelo Chiriboga. Los ve a ambos desde la calle, en el
interior de una tienda de antigüedades, mientras examinan abstraídos
un cierto búho de plata. Donoso pone a Chiriboga y a Monclús
(a todo el boom y a su agente) dentro de esa tienda de antigüedades
y los observa como los objetos transitorios que son -que fueron-.
Todo boom, toda fama, toda certeza estética, está
amenazada de vejez, de transitoriedad, de ir a parar al Rastro de
nuestro olvido, nos estaba diciendo José Donoso. Y al mismo
tiempo describe el búho de plata florentino que estos candidatos
a la antigüedad tienen en sus manos: "Presionando una pluma
de su ala izquierda salta la cabeza, descubriendo adentro una minúscula
redoma de cristal verdoso: -Para el veneno
... -explica el propietario de la tienda. -Tal vez cizaña
-sugiere Chiriboga, sonriéndole a Nuria".
Y yo casi puedo ver a Donoso sonriéndonos también,
malicioso, desde su "inexistencia" en el inventario de esta
transitoria posteridad.