Con total sinceridad y echando
mano a cartas y a diarios escritos por José Donoso, su hija
Pilar ha relatado la vida de su padre: un fantasma de carne y hueso.
He aquí algunos pasajes de esa particular historia de vida.
Han pasado ya ocho años de la muerte de mi padre
y aún su sombra deambula por todas partes, al abrir un clóset,
al subir la escalera, al mirar el horizonte. Una vez este padre tan
presente me dijo uno logra ser uno mismo cuando los padres se mueren.
¡Qué mentira! Yo he tenido que hacerme mucho más
cargo de su vida ahora de lo que lo hice cuando realmente estaba con
vida, no puedo liberarme de su cadena opresora. ¿Seré
yo también un personaje de sus novelas y no él un personaje
de mi vida? La ficción y la realidad vuelven a mezclarse, como
cuando era una niña y pude creerle que los yogures colgaban
de los árboles y que había unos de frutilla y otros
de durazno; le creí y por mucho tiempo. O cuando al hablar
de una persona yo podía creer que era una tía lejana
que venía a visitarnos, o un amigo de la infancia de mi padre,
en vez de un personaje de una novela.
Lograr diferenciar esa línea tan delgada entre la ficción
y la realidad en mi casa era, por decir lo menos, imposible. Pero
aún ahora me cuesta distinguirla. Al leer sus diarios no puedo
sino confirmar que él mismo, más allá de su arte
como novelista, tenía una seria disfunción de la realidad;
no era sólo su trabajo, era su vida la que estaba conectada
a la fantasía.
Leo y releo y reconozco tantas cosas, me río, lloro, me enrabio,
perdono, vuelvo a llorar, me decepciono, lo enaltezco y nuevamente
lo perdono porque lo quise inmensamente, me dio algo que no todo el
mundo puede dar. Ser padre normalmente es algo impuesto, él
en cambio tomó esa opción, me adoptó y me dio
generosamente todo aquello que como padres a veces nos reservamos
por no poder liberarnos de nuestras propias historias.
En los días en que la muerte lo rondaba hablamos mucho, nos
escuchamos como nunca, y enfrentamos el hecho de que el fin llegaba;
le pregunté que quería que dijera su epitafio y me contestó:
Escritor, no quiero nada más, eso he sido. Él sostenía
que muchos de los novelistas latinoamericanos contemporáneos,
en su búsqueda de estatus se transforman en figuras públicas,
como tribunos, como políticos y no son sólo escritores.
Él se consideraba simplemente un escritor. Lo que sí
soy es un novelista. Y más aún, un lector de novelas.
Yo voy a tratar de contar esa historia, la mía en relación
con él, sin pretender un análisis literario de su obra
ni un análisis psicológico de su compleja personalidad,
sino más bien la visión de una hija-niña, hija-adolescente,
hija-mujer que lo acompañó, lo admiró, lo amó
y lo odió. No esperen objetividad alguna, son los recuerdos
de este fantasma escritor que me persiguen y me perseguirán
por siempre.
Estaba atravesando por un embotellamiento literario, de sentir que
no podía saltar más allá de su propia sombra,
de vivir una vida que no le gustaba. Y en mi sombra, me encontraba
siempre con la figura de un clochard, de un ser totalmente
destituido y sin nada: recuerdo, como primera piedra del Obsceno
pájaro de la noche, las largas conversaciones con mi psicoanalista
sobre esa figura del clochard que me acosaba, con la que soñaba,
por la que sentía un atractivo feroz y un terror espantoso.
Recuerdo, sobre todo, la envidia que me daba ese hombre que no tenía
miedo porque no tenía nada que perder, cómo yo quería
ser él de alguna manera; cómo el clochard quedaba
situado fuera del miedo, fuera de la envidia; cómo era, de
alguna manera, la imagen del poder. (...) Los seguía, les hablaba,
sentía que la necesidad de ponerme en contacto con el mundo
de ellos aumentaba, crecía, me obligaba a buscarlos una y otra
vez, de nuevo con ese deseo de abandonarlo todo, de borrar mis huellas,
de dejar atrás mi identidad y ser uno de ellos, en Santiago,
en Buenos Aires, en Marruecos, en cualquier parte del mundo: era la
libertad de la destitución, de no poseer nada ni ser nadie
lo que en ese momento me seducía, más aún, lo
que envidiaba obsesivamente.
Nunca tuvo una obsesión, más clara, más definitiva
(...).
Tendido en su chase-longe en su estudio, cuando la muerte
ya era cercana, y las conversaciones eran las últimas, me dice
sobre su obsesión con los clochard: Una vez un amigo
me dijo que quizás mi literatura había sufrido, se había
empobrecido, por todas las cosas que yo me negué, por no aceptar
la disolución en mi vida, por no asumir que ésa era
'mi realidad'. Quizás él tuviera razón. (...)
Y pensé durante días y días en el clochard,
que encarnaban todas las posibilidades de disolución. Pero
pensé también que uno de los atributos inseparables
del escritor es su inmoralidad. Ser clochard, entregarme a
la disolución, hubiera sido sin duda un acto de integridad
moral... integridad moral que indudablemente me hubiera impedido escribir.
No hay que olvidar que le tengo terror, además de sentir seducción,
por la disolución y por el clochardismo. Y actué, entonces,
como tantas veces, por terror, y dije no; y fui un ser inmoral porque
preferí seguir siendo escritor, de cualquier categoría
y de lo que fuese, antes que seguir 'mi realidad', como si uno tuviera
sólo una.
Iowa, desde mediados de 1965 hasta mediados de 1967.
En esos años la literatura latinoamericana era desconocida,
existían muy pocas traducciones, la poesía latinoamericana
era mucho más importante. Así que cuando mi padre le
propuso a la Universidad de Iowa hacer un curso sobre narrativa latinoamericana
contemporánea lo miraron sorprendidos.
Fui el primero en hablar de literatura latinoamericana. Me preguntaron
por qué quería enseñar 'spanish literature' y
no 'spanish poetry' y les dije 'I will show you'. Insistí y
me salí con la mía.
Consiguió con dificultad todos los libros que quería
enseñar. Fue el primero en nombrar a Sabato, Cortázar,
Borges... Crea dos talleres literarios; un seminario sobre Proust
y un seminario sobre escritura. Siempre le gustó ser profesor,
pero sobre todo enseñar a apreciar la lectura, a descifrarla,
interpretar el mundo escondido detrás de cada novela. Cuando
vuelve a Chile en el año 1980, crea un Taller Literario que
funcionará de este mismo modo y que motivará a toda
una generación a escribir y a publicar.
En su cabeza gesta un proyecto que le ofrece a la Universidad de
Iowa: consiste en un Taller Literario Latinoamericano, en el que quince
novelistas latinoamericanos, que no pueden terminar sus novelas porque
tienen que trabajar demasiado en otras cosas para subsistir, reciban
becas de cinco mil dólares al año, más gastos
de viaje, para ir a Iowa, donde trabajarían bajo su dirección
el primer año y luego bajo otros escritores.
Decide que necesita escribir y dedicar el tiempo para retomar El
obsceno pájaro de la noche. Un día me contó
mi madre que lo sorprendió con cajas y cajas llenas de papeles
en dirección a la biblioteca de la universidad y le preguntó:
¿qué llevas ahí? Eran sus diarios y todas las
cartas de amor entre ellos, que iba a vender para poder irse a Europa.
El 20 de mayo de 1967 parten rumbo a Europa y escribe a su amigo
Alberto Pérez:
Llego a Madrid, de modo que si estás allá, nos veremos
y como dice la divina Gabriela 'hablaremos por una eternidad'. Nuestro
plan: tenemos plata como para vivir un año y medio más
o menos en España sin trabajar, yo escribiendo y terminando
mi magnum opus El obsceno pájaro de la noche.
Pensamos hacer nuestra vida alternando temporadas de sólo
escribir en España con temporadas de trabajar y rellenar las
faltriqueras en USA. Chile is out. Probablemente for ever. Vendimos
nuestra casa de los Dominicos, con eso compraremos algo permanente
allá. Con la plata de los libros y de las traducciones de María
Pilar y las temporadas de enseñanza en USA, y teniendo casa,
nos será fácil hacer nuestra vida en Europa. Adoptaremos
una niñita. Capaz que le pongamos Monserrat y le digamos 'la
Monsy', para que en Chile nos encuentren ridículos y siúticos.
No nos conformamos eso sí con pasar la vida separados de una
de las poquísimas personas que queremos de verdad. Eres el
único amigo (fuera de algunos profesionales, como Carlos Fuentes)
que tengo. (...) Y verás, lejos de los terrores chilenos, floreceremos
los tres. Además podemos casar a tu hijo Albertito a temprana
edad con la Monsy, que será una catalana que mande fuerza,
para que lo dome. Y así, poco a poco, nosotros iremos adoptando
más y más niñitas, para írselas entregando
núbiles a tus hijos, que emigrarán en masa a nuestra
vera.
El destino hará que esta niña, que seré yo,
se llame Pilar, sea madrileña y termine casándose en
Chile, con su primo hermano, Cristóbal Donoso, creando así
un lazo sanguíneo directo de mi descendencia con mi padre.
Postuló a una beca Guggenheim para poder finalizar El obsceno
pájaro de la noche y la ganó.
La escritura del Obsceno pájaro, entonces titulado
El último Azcoitía, lo absorbe por completo;
durante todo 1968 trabaja incansablemente. Encuentro en un ensayo
escrito en 1975 un relato muy interesante sobre una importante etapa
en la gestación de El obsceno pájaro de la noche
que para mí era totalmente desconocida y que me intrigó
sobremanera: Tengo, sin embargo, grabada otra imagen de la disolución
y del fracaso y de la soledad, mucho más cerca de mí,
y con ciertos ribetes muy importantes. Se trata de Jorge Sanhueza.
Jorge Sanhueza era... ¿qué era Jorge Sanhueza? Pequeñísimo,
como el Mudito de El obsceno pájaro de la noche, con
un rostro fino y sensible que con el tiempo fue descomponiéndose,
de una timidez enfermiza, le temblaban las manos con huesos como de
pajarito, siempre un poco húmedas, un poco blandas, y los ojos
rara vez miraban de frente detrás de sus pequeñas gafas:
tenía rostro de niño que no piensa madurar jamás.
Su ingenio, su simpatía, lo hizo durante un tiempo el enfant
gâté de la inteligencia santiaguina: secretario de
Neruda, luego increíble y descuidado cuidador de su biblioteca
cuando esta fue regalada a la Universidad, siempre pobre, siempre
sin casa, era recibido por todos con los brazos abiertos. Pero, sobre
todo, y su ingenio lo hacía acreedor de estos favores, se acercaba
a señoras distinguidas y buenas mozas; generalmente, supongo,
se enamoraba de ellas. El caso de Inés Figueroa, la mujer de
Nemesio Antúnez, es uno; el de Poly del Río es otro.
Inés, fascinada con el personaje, organizó unas jornadas
o algo así en su casa de la calle Guardia Vieja, en que Jorge
analizaba cosas de literatura chilena, y los invitados escuchábamos
o interveníamos. De alguna manera Jorge tenía la facilidad
para intervenir entre marido y mujer, su presencia, que poco a poco
se iba haciendo ubicua en las casas, solía destruir la intimidad
conyugal. Desde luego, la relación de secretario de Humberto
con respecto a Jerónimo-Inés, está en cierto
modo, basado en lo que sentí de la relación Jorge Sanhueza-Inés-Nemesio:
que por un lado, ellos se nutrían de la dolorosa envidia del
inferior, Jorge Sanhueza; y que a su vez, Jorge Sanhueza no podía
vivir sin ellos. (...)
Sin embargo hay que consignar un dato curioso, que quizás
sea el que une y cose toda esta aparente disquisición con el
eje de El obsceno pájaro de la noche. Y es esto: que
una noche cuando yo regresaba tarde a casa, antes de casarme, me encontré
con Jorge en la esquina de Providencia con el canal San Carlos. Sacó
un libro, me lo mostró, dijo algunas cosas, y como tartamudeando,
agregó: ¿Sabías, tú, Pepe, que hay muchas
personas que de cara nos encuentran parecidos? Claro que esto no te
gustará nada, pero.... A mí, con mis complejos de hermano
enclenque, aunque alto, de dos hermanos atléticos, no me gustó,
en efecto, nada, aunque no podía ignorar esa sensibilidad,
esa disolución a punto de disolverse de la cara de Jorge Sanhueza,
incluso de admirar la inteligencia de esos ojitos detrás de
los anteojos que siempre se resbalaban. Yo era Jorge Sanhueza; a través
de nuestras relaciones paralelas aunque tan distintas con Inés
Figueroa, a través de nuestro parecido físico que yo
rechazaba. Yo era el Mudito: y sólo cuando Humberto Peñalosa
aparece en los esquemas de El obsceno pájaro de la noche,
comienza a relegarse a segundo plano la figura Inés-Jerónimo,
a hacerse fantástica, como sin duda eran fabulosos Inés
y Nemesio.
No quiero por ningún motivo que se desprenda de estas páginas
la noción que El obsceno pájaro de la noche es
autobiográfico. Pero hay ciertos puntos de mi autobiografía,
que decantados, subjetivizados naturalmente tuvieron que encontrar
un camino a mi novela. Puedo agregar, también, que el grado
de emoción que le producía a Humberto Peñalosa
la belleza de Inés de Azcoitía, es el grado de emoción
casi reverencial que me producía la extraordinaria belleza
de Inés Figueroa. Sin embargo, curiosamente, no pude armar
la belleza de Inés de Azcoitía con los rasgos físicos
tan admirados en Inés.
El 22 de enero mi padre empieza a sentir dolores estomacales muy
fuertes y deja pasar los días hasta que finalmente, Nick Crome,
lo lleva al hospital de urgencia, al cual llega con una hemorragia,
producto de una severa úlcera, sangra durante seis días
sin que los médicos pudieran parar la hemorragia. Tiene que
ser intervenido de urgencia, ha perdido mucha sangre y recibe grandes
transfusiones, que en un futuro serían el origen de una Hepatitis
C que se escondía tras esas bolsas llenas de sangre y que a
la larga le causarán la muerte.
La muerte lo ronda y tiene miedo.
Tras la operación y para evitar el dolor, le empiezan a dar
altas dosis de morfina. Estuvo loco durante veinte días, reacciona
con delirios y alucinaciones, arrancándose los sueros y las
sondas, tratando de tirarse por la ventana. Veinte días en
el infierno que de algún modo cerrarán el círculo
creativo de El obsceno pájaro de la noche.
En una conversación años más tarde en su estudio
me cuenta: El Pájaro ya existía, tenía forma
pero no tenía médula. Fue una cosa muy dura para mí
trabajar en la médula. ¿Cuál era el truco? ¿Qué
usar? De alguna manera la locura mía durante la operación
de mi úlcera me sirvió para encontrar una forma a la
novela. Me acuerdo perfectamente de mis delirios, de los ojos verdes
de la enfermera, perfectamente de las cosas que yo temía que
me estaban haciendo. Recuerdo el horror que me causaba el hecho que
estuvieran mandando mi sangre sana a Vietnam, para que luego me pusieran
sangre enferma para que yo la purificara y la mandaran nuevamente
a Vietnam para ser usada. Es un delirio que me ha quedado firme y
estable. Mi horrorosa sensación de que estaba en una cárcel
y no podía evadirme. Todos mis monstruos interiores aparecieron
en esos delirios.
La editorial Seix Barral va a publicar definitivamente El obsceno
pájaro de la noche, el contrato está cerrado. Las
editoriales americanas Knopf, Harper's and Row y Dutton, quieren publicar
la novela. En Francia Editions du Seuil, en Italia Bompiani y Johnatan
Cape en Inglaterra publicarán también la novela, además
de Coronación. Está postulado al Premio Biblioteca
Breve, de Seix Barral, uno de los premios más prestigiosos
de la lengua española. La felicidad es absoluta.
En una carta a sus padres desde Marbella, donde han ido a pasar un
mes escribe el 26-2-1970: Hace ya dos meses que los parlamentos van
y los parlamentos vienen, que las intrigas se tejen y se entretejen
alrededor de mi novela, que dicen y que no dicen, que me llaman por
teléfono, que se publica un artículo en Madrid echándome
abajo, otro ensalzándome, que se citan palabras de Carlos Barral
falsamente, que ya no sé quién es mi amigo y quién
mi enemigo... la faramalla usual en un caso así. ¿Pero
se imaginan lo que significa para mí el ganarme el Premio Biblioteca
Breve? Hasta en Chile tendrían que reconocerme y tendrán
que reconocer, pese a sí mismos que en Chile HAY novelistas.
(...) ¡No saben la ilusión que me hace sacarme el dichoso
premio! Podría significar, incluso, que me atreva a regresar
a Chile. ¿Se dan cuenta que, en ese caso, su hijo será,
junto con Neruda, el escritor chileno más conocido en el extranjero,
y él hombre de letras número dos de Chile? Sería
la consagración. Bueno, esperar... esperar... la María
Pilar no deja de rezar rosarios, hagan ustedes otro tanto o lo equivalente
(...).
El premio no se lo ganó. En ese momento hay una pelea entre
Carlos Barral y Víctor Seix; se disolvió la editorial
y por consiguiente el premio.
Amistad importante durante ese tiempo para mi padre fue Luis Buñuel
y su familia. Nos visitaba con frecuencia, Buñuel era aragonés
del pueblo de Calanda, que queda a 40 kilómetros de Calaceite.
Siempre venía con su hermana Conchita o su hermana Margarita
o bien con su hermano Leonardo o alguno de sus sobrinos. Caminaba
junto a mi padre por el pueblo y luego al atardecer se sentaban frente
a la chimenea absortos en largas conversaciones. Mi padre recuerda
que la primera vez que Buñuel visitó el pueblo, lo primero
que preguntó fue ¿Cómo es el cura del pueblo,
Pepe?. Buñuel era ateo y mi padre entendió inmediatamente
lo que quería el cineasta y le contestó: Una lata: joven,
moderno, viste ternos claros y hasta camisas deportivas, va a la plaza
a conversar por las tardes, al bar con sus amigos; simpático,
pero una verdadera lata. Nada más alejado el cura que añoraban
del pueblo clásico de las películas de Buñuel.
Nosotros pasábamos algunos domingos en la quinta de la familia
Buñuel en las afueras de Calanda y fuimos invitados a pasar
un Viernes Santo en Calanda, donde los Buñuel tenían
un departamento en la plaza misma del pueblo frente a la iglesia.
Ese día Viernes Santo se celebra de una forma muy especial
en Calanda; al mediodía exacto el alcalde junto a sus concejales
se presenta en el balcón de la Alcaldía en la plaza
y desde allí a las miles de personas que concurren ese día,
decreta un día de luto mientras las campanadas de la iglesia
anuncian las doce, y con la última campanada comienza el estruendo
de tres mil tambores que redoblan al unísono, con un ruido
ensordecedor y retumban durante veinticuatro horas seguidas, sólo
con una pausa para comer a las diez. Toda la multitud toca enceguecida
los tambores que llevan sujetos al cuello con unas correas, tocan
hasta que las manos les sangran y pergamino se tiñe de rojo.
Especie de encantamiento, de trance que une a los fieles en este rito
tan único. Recuerdo bien que mi padre, agobiado con este ruido
ensordecedor, empezó a inquietarse, estaba incómodo,
de pronto palideció y se desmayó con espuma que salía
de su boca, en una especie de ataque epiléptico, que nos dejó
a todos horrorizados, tuvieron que llevarlo al auto y nos fuimos rápidamente
al hospital más cercano. No era nada, al parecer simplemente
no resistió el golpeteo incesante en su cabeza, pero a mí
me quedó grabado el horror de su cara.
La relación de mi padre con Pablo Neruda nunca fue muy cercana,
pero sí marcó de alguna forma momentos claves de su
historia. En una conversación en que le pregunté por
su relación con el poeta me dijo:
Nunca fui muy amigo de Neruda, nunca le tuve un gran cariño,
ni un gran afecto, ni una gran admiración. Pero de alguna manera
me estallaba, me sorprendía, me llenaba de planes. Me acuerdo
que fuimos con Juan de Dios Vial Larraín a una conferencia
de Neruda, hasta entonces no lo conocía, y lo vi allá
abajo en el podio y yo desde arriba en el aula de la Universidad de
Chile y lo oí hablar de su niñez, de cómo era
él cuando joven, de su pobreza. Me acuerdo especialmente que
habló de las cacerolas, decía que la música de
las cacerolas cuando llovía en el sur era única, oía
la lluvia al caer en las cacerolas y los distintos ruidos y se ponía
a escuchar. Yo me quedé tan impresionado, fue muy violento
que un hombre así pudiera hacer eso con las cacerolas, era
una cosa muy grande. Yo siempre seguí de algún modo
los pasos de Neruda.
Entre otras cosas de las que habló en esa ocasión fue
de los veranos en Puerto Saavedra, habló de los muelles abandonados,
de los muelles a la hora del alba, de los aromos amarillos en los
campos de Loncoche. Cuando tuve vacaciones lo primero que hice fue
ir a buscar esas cosas de las que le había escuchado hablar,
quería verlas. Viajé al Sur a recorrer la geografía
del poeta. Llegue a Puerto Saavedra después de leer el canto
a 'La lluvia austral, personaje de mi niñez', y me quedé
dos meses en la casa de una familia de pescadores, la familia Leal,
que vivían en las dunas al otro lado de la desembocadura del
río Imperial.
Era un mundo increíble, en que los ratones andaban por arriba
de mi cabeza, en la noche me despertaban porque trataban de comerme
las uñas, pero eso me gustó. Uno de los Leal era botero
a remos que cruzaba a la gente de esa boca a Puerto Saavedra, yo iba
con él muchas veces y me gustaba observar a la gente y hablar
con ellos. Otras veces me quedaba en la playa, hacíamos excursiones
a caballo a lugares fantásticos a playas extraordinarias. Luego
escribí lo que sería el primer cuento de mi primer libro,
Veraneo.
Después busqué otra cosa nerudiana, cuando quise irme
de mi casa y me quise ir a vivir solo para poder iniciar mi novela,
que ya se llamaba Coronación, pero no había novela.
Me fui a vivir a una casa en el barrio Bellavista, que era un barrio
muy nerudiano, donde estaba su casa "La Chascona". Ahí
pude escribir un poco y luego dejé la novela por seis meses.
La volví a retomar cuando Hernán Díaz Arrieta,
el gran crítico Alone, me dijo que era una locura que tuviera
la mitad de la novela hecha y no la terminara. Entonces, de nuevo,
era el mundo nerudiano y me fui a Isla Negra para terminarla, donde
Pablo Neruda tenía su casa en la playa. Viví nuevamente
en una casa de pescadores, yo me instalé en una pieza que estaba
llena de sacos de papas, y donde en un rincón frente a una
ventana puse una mesa donde trabajaba con mi máquina de escribir
mirando el mar. Retomé mi novela y la terminé. Fue en
ese entonces cuando fui más amigo de Neruda, yo los visitaba
a menudo porque la casa de los pescadores no tenía baño
y Pablo y la Matilde me ofrecieron que me bañara ahí.
Fueron muy cariñosos.
De alguna manera Pablo Neruda me guió involuntariamente.
Mientras seguíamos viviendo en Calaceite mi padre recibió
la noticia de la muerte de Pablo Neruda, a pesar de que sabía
que él estaba muy enfermo y que su muerte se esperaba, le dolió,
quizás no como la partida de un gran amigo pero sí como
algo suyo que se iba.