El dramaturgo señaló
en exclusiva para Vuelan las Plumas que celebrará el próximo
año en grande su obra número 100 y sus 75 años
de vida. Pero confesó a los conductores -Vivian Lavín
y Mario Valdovinos-, que se siente "como el galgo que corres
tras la liebre mecánica", con esa ansiedad de poder alcanzar,
alguna vez, lo inalcanzable.
"Siempre se piensa que en la próxima obra se podrá
tocar el misterio, ese misterio de la buena literatura o del buen
teatro, y siento que nunca lo alcanzo", dijo en un íntima
y rica conversación, la que se matizó también
con la lectura de algunos pasajes de sus obras. Se regalaron
libros del autor, por gentileza de Edebé
y de Ril Editores.
Dice
que la enorme cantidad de obras que ha escrito en su vida no
significan fecundidad y que no tiene más ideas que el resto
de sus colegas. "Debo confesar que en esto hay una mezcla de
ansiedad y juego lúdico" dice, ya que siempre tendrá
la necesidad de comenzar una nueva obra para alcanzar aquello que
no pudo alcanzar en su obra anterior, aquello que es, a la larga,
inalcanzable, como la liebre mecánica que se escapa irremediablemente
del galgo que la persigue en el canódromo.
Adhiere firmemente a lo que decía el dramaturgo estadounidense
Arthur Miller, quien señalaba que había escrito toda
su vida sólo para alcanzar "algunos momentos de verdad",
momentos que justificaban toda su vida y su obra. En su caso, dice
Jorge Díaz, cree haber alcanzado en algunas obras "momentos
conmovedores ". Pero esos son sólo momentos, añade,
y que están muy ligados a los actores, a la representación
de su obra por uno u otro grupo. "Todo esto es efímero,
es puro humo", dice.
El dramaturgo, sólo
un estimulador
A pesar de las cien obras que conmemorará en el 2005, Jorge
Díaz dice que nunca ha tenido la conciencia de ser un dramaturgo
y ni siquiera de ser un escritor. En el caso del teatro, añade,
está la compulsión de entregar materiales que sirvan
como estímulo para que un grupo trabaje con ellos. El proceso
dramático, explica, se desarrolla en otra etapa que no es la
escritura. El expresa sus intuiciones en el papel, para que en la
fase siguiente se desarrolle la experiencia en el espacio.
Dice que incluso en el lenguaje que queda en una condición
subalterna en los espectáculos de teatro, también admite
el trabajo del grupo. El dramaturgo sería sólo un estimulador
de las vivencias de otros.
En ese sentido le interesa mucho publicar, para que quede claro que
esta "etapa" es sólo una etapa de lenguaje, pero
que luego aparecerán otras etapas en las que él no estará
presente. Pero esta etapa no es el teatro ni es la literatura y él
no se considera escritor ni literato, sólo un dispensador de
imágenes y de palabras para que sean lanzadas al espacio, a
veces con resultados y otras no.
Aclara que él escribe desde la imaginación y no desde
la experiencia. "A falta de experiencias existenciales yo adquiero
experiencia imaginarias". Y esto, añade, puede ser bastante
grotesco.
Dice que la percepción poética del mundo no varía
mucho desde la infancia y que hasta los 11 años se adquiere
la percepción del mundo a través de la magia y después
de esa edad envejecemos o morimos. Cree que todos hemos tenido esa
percepción de gran intensidad, en esta infancia no racionalizada
y después se produce la "encarnación" de la
que habló Gonzalo Rojas en su discurso al recibir el Premio
Cervantes y aparece el poeta que "escribe" poesías;
pero antes todos hemos sido poetas sin escribir versos. Por eso las
vivencias mágicas de la infancia, señala, son tan reveladoras
e intensas.
Como existencia, todo lo que viene después es "reiteración
y cenizas". Uno se vuelve profundamente reaccionario, agrega,
ya que comienza a aplicar la conciencia lógica y la racionalidad.
El poeta es la excepción, el azar lo elige y el lenguaje es
una prolongación mágica de la infancia.
La mayoría sofoca la fantasía y se zambulle en la racionalidad,
mientras algunos, dice Díaz, "no logramos hacerlo".
Por eso es desde su propia infancia que escribe para los niños.
Desde esta perspectiva escribió las percepciones del niño
Neftalí Reyes, antes de que se convirtiera en el poeta Pablo
Neruda. Es el libro El niño de la lluvia, que lanzará
próximamente Editorial Edebé.
Empezó escribiendo teatro para niños, porque las obras
lo deslumbraron. Asistió a las funciones para niños
que hacía Mónica Echeverría, en el teatro La
Comedia, las que le parecían extremadamente libres, con una
anarquía que no podía conseguir en las obras que ya
estaba estrenando con el teatro Ictus. Había una integración
total entre los actores y el público, señala. Los niños
tienen grandes pasiones que expresan libremente y estas obras le parecieron
un ideal dramático.
Posteriormente, dice, ha escrito prosa para niños y se percibe
cómodo, instalado en un espacio en el que él también
se siente niño.
Y es también desde esta infancia que sigue presente en él,
que participa como uno más en el homenaje que un grupo de grandes
amigos le hará el próximo año en la Sala de Telefónica.
"Nos hemos puesto de acuerdo en que sean celebraciones antisolemnes,
y que en cada uno de los días, con s y con z, predomine lo
lúdico", señaló finalmente en exclusiva
para Vuelan las Plumas.
En el programa se regalaron libros del dramaturgo Jorge Díaz,
por gentileza de Editoriales Edebé y Ril Editores. Se convocó
nuevamente a los auditores a seguir escribiendo para participar en
el Concurso Literario Cuentos de Copas y se anunció a la próxima
invitada: La filósofa Carla Cordua.
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Con el absurdo se estrenó en sociedad -era la
época de El cepillo de dientes-, y el absurdo, matizado
con la ternura de nuestra frágil, inexplicable y efímera
condición, sigue poblando las atmósferas de sus originales
creaciones. Solitario y prolífico, lo suyo es la disección
del alma humana, los vericuetos de la mente, las trampas con las que
nos ayudamos a vadear el lado oscuro de la existencia. Arquitecto
de profesión, comenzó actuando -fue uno de los fundadores
del Ictus- y una casualidad lo lanzó a escribir. Una casualidad
que aún le cuesta asumir como "profesión".
Premio Nacional de Artes de la la Representación y Audiovisuales,
en 1993, Díaz no sólo acumula obras -todas muy buenas-
sino también distinciones. Entre ellas, el «Laurel de
Oro», Premio «Calaf», Premio «Eugenio Dittborn»,
"Premio Municipal de Santiago"; en Venezuela, Premio de
Teatro Infantil «Tilingo»; en España, Premio de
Teatro Infantil «Revista J20», Premio de Teatro Infantil
«Ciudad de Barcelona» y Premio «Tirso de Molina».
El último reconocimiento, en Chile, le fue entregado por el
Consejo Nacional del Libro y la Lectura, por su obra teatral inédita
Devuélveme el rosario de mi madre y quédate con todo
lo de Marx (1999).
Algunas de sus obras, El cepillo de dientes (1961), El velero en
la botella (1962), Un hombre llamado isla (1961), Réquiem para
un girasol (1961), Premio de la Crítica; El lugar donde mueren
los mamíferos (1963), Canciones para sordos (1964), Introducción
al elefante y otras zoologías (1968), Algo para contar en Navidad
(1972), Un día es un día (1978), Un ombligo para dos
(1982), Oscuro vuelo compartido (1988), Pablo Neruda viene volando
(1991), «Cuerpos cantados» (2002), «Canción
de cuna para un anarquista» (2003), «El vals de las solas»
(2003) y «En demencia propia» (2003).
Entre sus obras de teatro para niños están: Chumingo
y el pirata de lata (1963), Los ángeles ladrones (1970), Cuentos
para armar entre todos (1975), Viaje alrededor de un pañuelo
(1983), La escuela refrescante (1988), El mundo es un pañuelo
(1990).
En abril del 2000 fue homenajeado por el Centro Cultural de España
con el ciclo "¿Cuántos años tiene un Díaz?",
ocasión en que se estrenó su obra La luminosa línea
del tiempo, y se repusieron las piezas Nadie es profeta en su espejo
y La Mirada oscura.
El próximo mes de mayo se lanzará su libro El niño
de la lluvia, editado por Edebé, donde evoca la niñez
de Neftalí Reyes, "cuando todavía no se llamaba
Pablo Neruda; creo que es una forma de sentir que la poesía
esconde el misterio de la vida, detrás de cada verso hay una
vivencia, una historia por contar o imaginar." Y el 8 de mayo
se montará, en la terraza del Café LIterario, A pedir
de Boca, una obra compuesta por una serie de cuentos hilados por el
humor y la ironía.