La existencia de una literatura de habla hispana en Canadá,
léase latinoamericana, se inscribe en un contexto cuya principal
determinante es la realidad multicultural del país, que es
un hecho histórico, demográfico, social, lingüístico
y cultural, y que posteriormente se ha ido convirtiendo en una realidad
institucional. El país se ha definido como siendo un
‘mosaico multicultural’. Por otro lado, y por razones muy entendibles
relativas a la supervivencia misma de la identidad y cultura canadienses,
amenazada por la vasta presencia de Estados Unidos hacia el sur e
ingentes oleadas de comunidades inmigrantes, se privilegia a las dos
culturas/idiomas fundadoras/es, el inglés y el francés,
a los que ha venido a agregarse en forma relativamente reciente a
los pueblos indígenas aborígenes, habitantes originales
del país. En este contexto una literatura escrita en español,
de origen inmigrante y exilado y fundamentalmente latinoamericana,
coexiste con otras literaturas transplantadas en otros idiomas, siendo
a nuestro juicio la más importante entre las mismas, tanto
por su desarrollo como por su variedad. Sería una de las literaturas
así llamadas étnicas, en algunas de las cuales, como
es por ejemplo el caso en la hecha en idioma italiano, la temática
parece agotarse en el proceso de aculturación, es decir la
adaptación del transplantado a la nueva realidad. Esta presencia
o atmósfera internacional en un país capitalista desarrollado
como Canadá se ha visto incrementada en las últimas
décadas por el aumento global de los desplazamientos humanos,
la migración -inmigración y exilio-, la mayor accesibilidad
de los viajes y cierta permeabilidad de las fronteras nacionales a
lo que ha ayudado la comunicación virtual. A las razones contextuales
que de alguna manera inciden en la literatura latinoamericana en el
país se agrega el presente resurgimiento y renovación
del imperialismo, denominado globalización, con su secuela
de reproducción en las diversas regiones de un modelo de libre
mercado a ultranza que avasalla identidades y modos de vida, y en
cierta manera acentúa la ‘unidimensionalidad’ del sistema capitalista
de la sociedad de consumo e impone universalmente sus dicotomías:
metrópoli/ colonia, neocolonia; centro/ periferia; corriente
principal/ corrientes marginales; sectores dominantes/ sectores subordinados.
Pero a esta realidad globalizante y homogeneizadora, a este impulso
del sistema de autor reproducción e imposición universal
de sí mismo (globalización) se opone una fuerza opuesta,
acaso dialécticamente y desde su interior mismo, que se denomina
por ahí ‘localización’, y que manifiesta un movimiento
hacia la particularidad, la singularidad, la preservación de
regiones, culturas, nacionalidades y etnias, idiomas y literaturas,
entre ellas esta literatura relativamente nueva pero floreciente,
la literatura latinoamericana en Canadá, que como una escritura
secundaria y de alguna manera subordinada frente a las literaturas
de la corriente principal del país, tiende a buscar una definición
y asumir su propia faz en este país capitalista
desarrollado.
De manera diferente a lo sucedido por ejemplo en Estados Unidos,
la literatura latinoamericana en Canadá, -escrita mayormente
por autores residentes de primera generación que escriben al
interior de sus propias literaturas nacionales, implícita o
explícitamente, o aspiran- a hacerlo, tiene un origen histórico
en que el elemento exilado predomina fuertemente sobre el componente
inmigrante y muchas veces tiende a determinarlo.
Los escritores latinos fueron inicialmente autores exilados de mediados
o fines de los setenta y comienzo de los ochenta, fundamentalmente
chilenos y salvadoreños, vinculados o formando parte de sus
comunidades exiladas, que eran las más numerosas entre las
latinoamericanas. Es a partir de la actividad de los autores chilenos
y un poco posteriormente de los salvadoreños, que comienza
a tomar forma una literatura latinoamericana.
Aunque anteriormente existían autores aislados, fue la actividad
cultural organizada con intención solidaria, fundamentalmente
chilena en sus inicios, lo que dio campo a la existencia de una literatura
latinoamericana en Canadá perceptible como tal, con sus eventos,
publicaciones y un cierto grado de reconocimiento público,
y que ahora está en tren de desarrollar su propio
mercado nicho y un perfil tan distintivo como variado en este país
de vastas corrientes etnoculturales soterradas y anfibológicas.
La comunidad chilena exilada contaba con varios escritores en ciernes
pero ya publicados, como los que formaban la Escuela de Santiago:
Naín Nómez, Eric Martínez y el infrascrito, agrupación
poética neovanguardista de fines de los sesenta y comienzos
de los setenta; Gonzalo Millán, entonces joven poeta con un
primer libro de poemas publicado en Chile, Relación personal,
ya reconocido por la crítica, y el narrador José Leandro
Urbina. Ellos formaron el núcleo de Ediciones Cordillera, la
primera editorial exilada chilena en Canadá, que era un poco
excéntrica en el contexto de la literatura exilada que los
lectores interesados presuponían y esperaban
en esas décadas, ya que contaba con una fuerte influencia vanguardista
y experimental que se unía al compromiso, podría decirse
típico, de una empresa editorial de exilados, lo que la hace
un caso editorial único, hasta ahora al menos, en el ámbito
de la poesía chilena. A esos autores se
unieron en la ciudad de Toronto el poeta exilado Claudio Durán,
el narrador Juan
Carlos García, Manuel Jofré, Ludwig Zéller, poeta
y artista plástico en el país desde 1968, con cierto
reconocimiento en Canadá y que sin serlo empezó a figurar
en actividades y publicaciones junto a los ‘exilados’. Posteriormente
surgió en la misma ciudad la obra de Helios Murialdo, narrador,
ya de vuelta en Chile. En Ottawa, además del narrador Ramón
Sepúlveda, uno de los miembros iniciales de Cordillera, la
poetisa Nieves Fuenzalida y el poeta Luis Lama, se agregaron con posterioridad
Luciano Díaz, Arturo Lazo y Carmen Contreras, todos poetas.
Esos escritores formaban
un núcleo más o menos conectado en torno a actividades
literarias y editoriales, y eventos culturales que tenían la
virtud de aglutinar a otros autores latinos, lo que posibilitaba en
las diversas ciudades y nacionalmente la aparición de un perfil
de una literatura latinoamericana en el país. A ellos se agregaron
posteriormente autores como Borka Satler, prosista y Paolo de Lima,
poeta, del Perú; Paul Fortis, poeta salvadoreño y Ramón
de Elía, que usaron como vehículo la serie de lecturas
El Dorado, dirigida por poetas chilenos, otro dato en esta especie
de panorama aquejado
de inevitables omisiones y menciones un poco al pasar cuya reparación
necesita de un ensayo en profundidad.
El autor Pablo Urbanyi, prosista de origen argentino ha sido por
décadas una de las figuras más destacadas de la prosa
en castellano en el país, también reside en Ottawa,
y ha participado en diversas actividades y publicaciones centradas
en la literatura latinoamericana en Canadá, cuyo punto culminante
en la década de los 80, fue un encuentro organizado por el
crítico peruano
Alex Zizman, en Toronto, con figuras consagradas latinoamericanas,
escritores canadienses, y autores latinoamericanos en Canadá.
En el Québec, la ciudad de Montreal se perfiló desde
sus inicios como otro centro de la actividad literaria y cultural
del exilio chileno, a través las
Ediciones Quebec- Amerique Latine, que publicó obra de Manuel
Aránguiz y el fundamental libro del poeta Gonzalo Millán,
La ciudad. Una pléyade de autores chilenos se hace presente,
Hernán Barrios, Marilú Mallet, Jorge Fajardo, Francisco
Viñuela, Alfredo Lavergne, Elías Letelier, que
posteriormente habría de iniciar la Editorial Poetas Antiimperialistas
de América y el sitio poetas.com, en 2002; donde confluyen
ocasionalmente poetas latinos residentes en Canadá, el dramaturgo
y poeta Alberto Kurapel, el poeta Daniel Inostroza, los poetas Jorge
Cancino, David Castro Rubio, Jorge Lizama, para nombrar a algunos.
A fines de los 80 Taller Cultural Sur, centrado en torno al activista
y poeta Tito Alvarado. En la misma ciudad de Montreal Yvonne América
Truque, poetisa colombiana, es una figura que organiza eventos literarios
poéticos y solidarios, siendo casi inevitable su confluencia
en tareas comunes con escritores chilenos y de El Salvador, ya que
a la presencia chilena, dotada de organización y bastante numerosa,
se
suma en los ochenta la oleada de refugiados salvadoreños que
llegan al país, y se establecen en Montreal los poetas Salvador
Torres y Juan Ramón Mijango, entre otros, a Toronto llega algo
después el poeta Julio Torres Tobar, y ya había llegado
a Vancouver Alfonso Quijada Urías, poeta y prosista y figura
de renombre en El Salvador. Estos escritores realizan trabajo de solidaridad
y difusión cultural en el seno de su comunidad y orientado
a la solidaridad.
Creemos que la organización en estos casos, que nacía
de una imbricación entre escritor y comunidad, posibilitó
el aglutinamiento y trabajo con autores de otras nacionalidades latinoamericanas
en torno a eventos y publicaciones comunes, reforzando además
sus propias iniciativas. Otra vez, la mayoría de estoa autores
eran exilados. Una publicación que
ejemplifica una colaboración entre esfuerzos colectivos chilenos
y salvadoreños en Ottawa, es El Salvador’s People’s Poetry,
que publicó Ediciones Cordillera con prólogo mío
y que compilaba en versión bilingüe inglés castellano
de poesía anónima escrita en los frentes guerrilleros
de El Salvador y además poemas de Rafael Mendoza, Alfonso Quijada
Urías y Roque Dalton. Surgen diversas iniciativas antológicas
que muestran a la literatura latinoamericana en el país, como
La presence d’une autre Amérique, Antología en francés
y castellano obra de un colectivo de poetas latinoamericanos en Montreal,
Enjambres una antología de poesía latinoamericana en
Quebec
de Daniel Inostroza y el autor de esta nota, que también coedita,
junto a Luciano Díaz Boreal, la primera antología casi
general de la poesía latinoamericana en Canadá.
Pero esta colaboración o agrupamiento tiende a superar los
marcos por así decir políticos, ya que en ocasiones
se hace siguiendo coordenadas de cultura, procedencia e idioma, y
el reconocimiento, quizás implícito, de ser una literatura
distintiva por historia, prioridades, estilo y forma de
escribir de la del país anfitrión, tiene que ver de
alguna manera con la percepción de los autores, insertos en
este contexto, de que en este nuevo espacio se insertaban en una nueva
realidad, de que su escritura podía ser diferente y marginal
dentro de los marcos de la institución literaria
canadiense y su continuum mercado-crítica- academia. Diferencia
brotada de las distintas configuraciones e influencias histórico
culturales entre ambas Américas. Por ejemplo, la (s) vanguardia(s)
o realismo mágico están casi ausentes en la literatura
canadiense, y la literatura comprometida carece de la presencia que
tiene en la otra América. Muchas veces el carácter de
ser escritores latinoamericanos que escriben en castellano hizo que
se establecieran colaboraciones antes impensables, elitistas con proletas,
izquierdistas con personas apolíticas, ya que, por ejemplo
y yendo al caso chileno, si el exilio terminó oficialmente
con el plebiscito de 1989 y el escritor no se volvió a Chile,
pasó, a la vez que su comunidad, a convertirse de escritor
exilado, en escritor ‘étnico’, en miembro de una literatura
subordinada, o como se dice algunas veces, de “menor difusión”,
opuesta y a veces antagónica a una literatura de corriente
principal, que cuenta con la difusión, es decir con el mercado.
Esa asunción de la literatura latinoamericana en Canadá
como tal tiene sus hitos, sus eventos y su mercado, que acorde a la
terminología económica sería un mercado
‘nicho’, es decir para el consumo de la gente interesada, que se supone
no es ‘ el público’ en general que supuestamente sería
el consumidor de la ‘literatura canadiense’.
Se trata de libros como Compañeros, de Hugo Hazelton y Gary
Geddes, a nivel de la corriente principal, antología que unió
a autores latinoamericanos en Canadá con autores canadienses
que escribían sobre Latinoamérica; de números
especiales de revistas tales como Canadian Fiction Magazine, Canadian
Literature, Ellipse, publicaciones con carácter antológico
o de muestra de la literatura latinoamericana en el país. Por
otro lado hay eventos surgidos desde el lado hispánico, como
la anual Celebración Cultural del Idioma Español, bajo
la égida de la poetisa ítalo-argentina avencindada en
Canadá Margarita Feliciano, que da espacio, junto a autores
latinoamericanos y españoles consagrados en sus países,
a figuras latino canadienses. De congresos puntuales como uno de la
CALACS, asociación académica canadiense destinada al
estudio de América Latina y el Caribe, que se centró
en la literatura hispano canadiense. De un congreso del Foro Hispanoamericano,
asociación para la preservación de la cultura e idioma
español en Ottawa; de uno realizado por la serie de lecturas
de literatura en español de Ottawa, El Dorado, que aglutinó
a autores hispánicos de Canadá; de la revista Alter
Vox, alguna vez periódica que publicó a autores latinos
en Canadá; de un congreso de este año en la Universidad
de Concordia, sobre transplante y desarraigo en literatura. Hay que
referirse a la labor que desempeñó la poetisa chilena
de Vancouver Carmen Rodríguez en la revista que dirigía,
Aquelarre; a los cursos de post grado que ha dictado el poeta y profesor
chileno Luis Torres sobre literatura latinoamericana del exilio y
la diáspora en la Universidad de Calgary, y para terminar a
un concurso de prosa iniciativa del prosista peruano Guillermo Rose,
residente en Toronto, que reunió a más de 60 colaboraciones,
alguna excelentes, de lo que puedo dar fe por haber sido uno de los
jurados, y que en palabras del organizador, marca el nacimiento de
una nueva etapa para la literatura latinocanadiense.