“NN”, de Julio Espinosa Guerra:
¿Hablamos entonces, de un Autor adelantado?.
Por Hugo Quintana
Editor de Ortiga Ediciones.
Lamentablemente, el dolor, nunca desaparece.
Ahí queda, agazapado, escondido en una oscuridad innombrable a la cual se le relega, por el temor de que en alguna casualidad, pueda ser des-cubierto. El dolor es una suerte de grito ciego que se queda entre nosotros, como fantasma, como un agua estancada, pudriéndose, desgastando e infestando la realidad que queda, socavándola de a poco, desmigándola de la manera más cruel que pueda imaginarse.
Hablo del dolor que provoca la desaparición de personas –no del dolorcito ni del malestar inconveniente que son siempre cosas pasajeras-. La muerte, la extinción de una vida humana es un eco en el universo, un llanto que mueve a todas las estrellas y que deja un vacío que ni siquiera puede ser llenado con la “nada”.
La única posibilidad para el dolor es alguien que sepa escuchar o percibir el horror que lleva en el interior de sus vibraciones. Y eso requiere de una valentía enorme, una fe del tamaño de un océano, porque el riesgo evidente es el de rodar cuestabajo con toda la amargura acumulada que el dolor encierra entre sus ojos.
La mejor manera de salir de aquella encrucijada es el perdón. No el perdón barato que se ventila entre los pasillos de los tribunales que huele más a acuerdo político que a la esencia misma del arrepentimiento. No. El perdón del que hablamos tarda todavía más. Habría que pasar por un proceso evolutivo primero, y en este planeta son demasiados los que no están ni estarán nunca dispuestos a ello, a la mera posibilidad de alguna evolución.
Digo esto para iniciar este comentario, porque me parece que lo que se encuentra enquistado en el libro “NN” de Julio Espinosa Guerra, comienza precisamente por ello, por una realidad brutal que vivió nuestro país, y de la cual mucho se ha hablado, pero que pocos han asumido verdaderamente, sobre todo para proponer una respuesta que se encuentre a la altura de las circunstancias, y a saber, sólo un par de cosas me quedan en la retina: “Morir en Berlín” y “Tejas Verdes”. Eso sí –cabe apuntar-, cito estas dos obras sin menospreciar todos los otros esfuerzos, todo el trabajo invertido por gente que sufrió de frente el impacto de ese brutalidad.
Pero la gran literatura no se escribe con buenas intenciones –hay libros grandiosos que son hasta cuestionables desde el punto de vista ético, y aún así, continúan sobreviviendo, maravillando a nuevos lectores-. La gran literatura requiere de cosas indefinibles que es mejor no revelar a través de las palabras, porque de otro modo, perdería la hermosura de su encanto. La gran literatura es obra del trabajo, de una fe comparable con la de un iceberg, el empeño y la pizca de talento que alguien haya invertido, con la paciencia del viento o de la lluvia.
Es ahí mismo donde me gustaría “entrarle” al trabajo de Espinosa Guerra, porque para quienes sabemos de su propuesta poética, de su insistencia, esto –“NN”- es fruto, es producto del sudor alegre que destila el trabajo honesto y paciente.
Hace ya algunos años, incluso desde antes de huir de Chile, que el Autor venía trabajando esta temática, la novela “El día que fue ayer” testimonia nuestra referencia. Pero su estilo le impuso dar una respuesta nueva y ahondó sobre dos ejes o tópicos, que son -en definitiva- los que atraviesan su lectura: 1-. La realidad que se plantea desde la sigla “NN” (no identificado, no name; ser sin existencia, prendido en el “vacío” diría Lipovetsky) y, 2-. El cuestionamiento acerca de “la naturaleza del lenguaje”. Y como si fuera poco, su estructura dice relación con una suerte de entrelazamiento de ambos ejes para emitir, de esta manera, la respuesta necesaria.
La relación entre ambas isotopías es la clave del asunto, el cómo se determinan mutuamente. “NN” es la llave de inicio. La imposibilidad de nombrar una realidad debido al horror encerrado en el interior de su cruel transparencia. Quizás justificando esto, sea que ningún poema a lo largo de todo el trazado textual lleve su correspondiente título, y en lugar de ello, signos, letras o números en romano, para denunciar el vacío, la nada. Sin título es sin nombre.
Pero nada en el juego de la vida puede ser un gesto gratuito, el hecho de no nombrar, de no decir y encarar la verdad tal cual es, provocó una trizadura en la manera de ver y sentir las cosas. El lenguaje, las palabras que debían denunciar y esclarecer, fueron silenciadas y vendidas hacia la oficialidad por la dictadura para en-cubrir lo que sucedía. Y esa mudez duró nada menos que casi dos décadas.
Por eso la desconfianza de Espinosa para con el lenguaje.
Y si a esto le sumamos el estado de crisis actual, donde el movimiento de las constantes Reificaciones dieron como resultado un quiebre al interior del mismo signo lingüístico (significado v/s significante), pues ya tenemos la explicación de tanta desazón, de tanta desesperanza acerca de lo que el lenguaje debe y puede hacer en la realidad “real”. Remarco esto, porque estamos en una era en donde la realidad se subdivide en “virtual” y “real”. La dictadura por ejemplo, nos virtualizó las cosas, y desató todo un aparataje comunicacional para vender una versión discursiva que a su vez intentó convencernos a todos. Sólo que la realidad “real” no pudo ser enmascarada ni travestida completamente en el carnaval del neo, post o tardío capitalismo.
El esfuerzo siguiente –entonces- significó estrujar, depurar el lenguaje, hasta hacerlo sangrar, hasta vislumbrar el propio, el límpido lenguaje que sólo la verdad poética puede otorgarnos. De esta manera, Espinosa usa como arma esta palabra poética para emprenderlas contra todo aquello que estuvo demasiado mal. Y la gracia del empeño, es que lo hace desde dentro de la propia matriz, asumiendo las voces de los afectados y sus propias realidades.
Cuando Espinosa señala que el lenguaje no es capaz de nombrar ni de llegar a realidades como la que el mismo brutal “golpe” nos impone, es cuando transmuta las cosas y nos devuelve la otra esperanza, la prístina palabra de la poesía, que pese a todo el desencanto que ventila, nos recuerda que es la “poiesis” la única posibilidad de mantener la frescura en la naturaleza del lenguaje.
En efecto, la crisis, la problemática que se desata en la actualidad en contra del lenguaje es en tanto sistema. La felonía radica en el uso de este sistema, y de cómo las palabras visten, enjoyan un lenguaje oficial, conceptual, que la mayoría de las veces, termina traicionando la realidad “real”.
Esa es la notable certeza que este libro nos entrega.
En el fondo, de muy poco vale denunciar por denunciar tantos años después, cosa que explica el fracaso de tantas buenas intenciones que quisieron reparar todo lo que no se había hecho. En el hoy, había que entregar una respuesta distinta, evolutiva si se quiere.
Habría que decirle a su Autor que de paso está corrigiendo –aunque levemente- a toda la epistemología post-moderna (Jameson, Lyotard, etc, etc.). Pero esto, es sólo el otro comienzo de las cosas.