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¿De qué exilio me habla?

Jorge Etcheverry
En Eco Latino, Ottawa


Una gran parte de los escritores latinoamericanos en Canadá son producto del exilio. Hace una década, eran la gran mayoría. Pero últimamente parece que hay nuevas plumas y voces, nuevos inmigrantes, estudiantes, el ocasional miembro del cuerpo diplomático.

Pero el tono de esta escritura sigue siendo el mismo, predominan los temas de la relación con el nuevo entorno social y cultural, la solidaridad o el compromiso, la denuncia de la situación en países de la región de origen, la parodia ácida o humorística de esta sociedad de consumo y de la que se dejó. Y la nostalgia, ésa sí que está siempre presente, y ha sido el tema fundamental de la literatura y la vida del transplantado, llámese refugiado político o inmigrante económico. “Canta mendigo errante, cantos de tu niñez, ya que nunca tu patria, volverás a ver “, decía esa canción que entonaban nuestros padres y abuelos.

Cuando recién llegamos aquí el teléfono a larga distancia era caro, un lujo que podía uno permitirse de vez en cuando, el único medio de comunicación era el correo postal, bastante demoroso. Según las circunstancias y preferencias, uno se sacaba fotografías con fondo de nieve, de auto nuevo, de mesa bien avituallada, con rubia del brazo, con toga y birrete de graduado y las mandaba por correo. Los precios del viaje aéreo eran prohibitivos. La carta y la llamada telefónica nunca alcanzaban a darle concreción suficiente a lo que se contaba, faltaban detalles, las noticias del país de uno rara vez llegaban a los periódicos o los canales de televisión de aquí. Así, iba construyendo un país basado en la nostalgia.

En esos años escribí el poema Niños y aviones, con el que abuso de su paciencia y a la vez ejemplifico lo anterior:

Los aviones cruzarán el cielo de estas vastas ciudades
y les diremos a los niños
que preguntan con la mano levantada
que van a Chile

Mientras aprenden un castellano con acento
que se habla entre las cuatro paredes de la casa
y se inventa un país con geografía de sueño.

En la última década han cambiado las cosas. O a lo mejor se ha hecho patente algo que venía gestándose, que nos llega a caballo de la así llamada globalización. El mundo está mucho más interconectado. Mucha más gente viaja más menudo y por precios bastante más módicos en relación a tiempos pasados. Surge la bendita tarjeta de llamadas telefónicas, sin uno habla con Chile, por diez dólares uno puede hablar como dos horas, por lo menos unas veinte veces más barato que la llamada internacional común. Una joven poetisa mexicana que vivió en Ottawa hasta hace poco llamaba a su mamá todos los días y no es que ganara un dineral. El internet proporciona una manera fácil de comunicarse con familiares y gente en el país de uno, y en algunos países de América Latina se hace más y más accesible y barata. El año pasado, durante una gira de lecturas en Chile me sorprendió ver que a la salida del terminal de buses interprovinciales de un pueblo del sur, no una oficina de correos, ni de la compañía de teléfonos, sino un café internet, y que la gente local parecía muy a sus anchas con el precio y uso de esa tecnología.

Si a esto se le suma la televisión vía satélite, se puede dar el caso de que haya personas provenientes de América Latina que ven habitualmente la televisión de sus países de origen y que leen sus diarios. Antes uno se iba al consulado o la embajada de su país a leer los diarios por lo menos con una semana de atraso y en edición dominical, eso, si el clima político lo permitía. Hay personas, y yo conozco una que no voy a nombrar, que trabaja y hace las compras en Canadá, pero que lee los diarios de Santiago en Internet y ve solamente televisión chilena. No tiene idea de lo que pasa en Canadá. La gente sigue los campeonatos de fútbol nacionales y regionales, ve a los artistas populares y se abanderiza con las diferentes alternativas políticas de su terruño.

El escritor hispano, le guste o no, se sube al carro de esta nueva realidad tecnológica y se reconecta con la literatura y la política de su país, venciendo muchas veces la reticencia de los autores que no se fueron a los exilios, que soportaron en muchos casos dictadura o momentos difíciles, y que ahora, quizás con algo de razón, miran de soslayo a estos aparecidos que muchas veces despiertan memorias desagradables o traen productos literarios difíciles de asimilar e incluso de clasificar. Pero quizás surjan algunos interrogantes, en lo que respecta específicamente a los autores hispanocanadienses. ¿Hasta dónde es posible la reintegración a las diferentes literaturas hispánicas nacionales?—eso dependerá en general de la aceptación de sus colegas y críticos y del espacio que haya disponible para estos autores en el país de origen. En el caso chileno, por ejemplo, para ingresar con libro publicado en forma comercial, lo que todavía tiene más jerarquía que la mera publicación virtual en internet, hay que haber logrado notoriedad afuera, lo que han logrado autores como Ariel Dorfmann, Antonio Skarmeta, Isabel Allende (a la que sin embargo no han concedido en Chile el premio nacional de literatura), Luis Sepúlveda y recientemente Roberto Bolaño. Lo otro, ¿En qué medida esa canalización hacia el país o la región de origen va a dificultar el ya difícil y problemático ejercicio literario y la inserción del escritor hispánico en el país anfitrión?.

En algún momento, lo más interesante de la literatura del exilio o inmigrante fue la fusión de culturas y estilos, incluso de lenguaje, como lo que sucedió con los autores mexicanos en Estados Unidos. Quizás eso se va a perder si los autores trabajan exclusivamente en el circuito hispánico posibilitado en gran medida por la nueva tecnología virtual.

Por último, quizás dentro de poco, cuando se de la posibilidad de vivir en un mundo en términos de la vida cotidiana concreta y en otro cuando se trate de la vida creativa, política, cultural, en otras palabras ‘espiritual’, el fantasma de la alineación adoptará una nueva máscara. La persona ya no estará alienada respecto a la cultura y el medio que dejó atrás, o sufrirá la alineación común a la vida en la sociedad desarrollada unidimensional (término de Marcusse), sino que además la brotada del hecho de vivir concretamente todos los días en una parte y tener la cabeza en otra. Por otro lado, nunca se podrá realmente vivir en términos materiales en ese mundo virtual. Pero las cosas han cambiado. Quizás la tercera pregunta que habría que hacerle al primer latinoamericano que nos lance a la cara la palabra exilio sería ¿Y de qué exilio me habla?.

 

 


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Jorge Etcheverry: ¿De qué exilio me habla?,
en Eco Latino, Ottawa.
Noviembre de 2004.