Una gran parte de los escritores latinoamericanos en Canadá
son producto del exilio. Hace una década, eran la gran mayoría.
Pero últimamente parece que hay nuevas plumas y voces, nuevos
inmigrantes, estudiantes, el ocasional miembro del cuerpo diplomático.
Pero el tono de esta escritura sigue siendo el mismo, predominan los
temas de la relación con el nuevo entorno social y cultural,
la solidaridad o el compromiso, la denuncia de la situación
en países de la región de origen, la parodia ácida
o humorística de esta sociedad de consumo y de la que se dejó.
Y la nostalgia, ésa sí que está siempre presente,
y ha sido el tema fundamental de la literatura y la vida del transplantado,
llámese refugiado político o inmigrante económico.
“Canta mendigo errante, cantos de tu niñez, ya que nunca tu
patria, volverás a ver “, decía esa canción que
entonaban nuestros padres y abuelos.
Cuando recién llegamos aquí el teléfono a larga
distancia era caro, un lujo que podía uno permitirse de vez
en cuando, el único medio de comunicación era el correo
postal, bastante demoroso. Según las circunstancias y preferencias,
uno se sacaba fotografías con fondo de nieve, de auto nuevo,
de mesa bien avituallada, con rubia del brazo, con toga y birrete
de graduado y las mandaba por correo. Los precios del viaje aéreo
eran prohibitivos. La carta y la llamada telefónica nunca alcanzaban
a darle concreción suficiente a lo que se contaba, faltaban
detalles, las noticias del país de uno rara vez llegaban a
los periódicos o los canales de televisión de aquí.
Así, iba construyendo un país basado en la nostalgia.
En esos años escribí el poema Niños y aviones,
con el que abuso de su paciencia y a la vez ejemplifico lo anterior:
Los aviones cruzarán el cielo de estas vastas ciudades
y les diremos a los niños
que preguntan con la mano levantada
que van a Chile
Mientras aprenden un castellano con acento
que se habla entre las cuatro paredes de la casa
y se inventa un país con geografía de sueño.
En la última década han cambiado las cosas. O a lo
mejor se ha hecho patente algo que venía gestándose,
que nos llega a caballo de la así llamada globalización.
El mundo está mucho más interconectado. Mucha más
gente viaja más menudo y por precios bastante más módicos
en relación a tiempos pasados. Surge la bendita tarjeta de
llamadas telefónicas, sin uno habla con Chile, por diez dólares
uno puede hablar como dos horas, por lo menos unas veinte veces más
barato que la llamada internacional común. Una joven poetisa
mexicana que vivió en Ottawa hasta hace poco llamaba a su mamá
todos los días y no es que ganara un dineral. El internet proporciona
una manera fácil de comunicarse con familiares y gente en el
país de uno, y en algunos países
de América Latina se hace más y más accesible
y barata. El año pasado, durante una gira de lecturas en Chile
me sorprendió ver que a la salida del terminal de buses interprovinciales
de un pueblo del sur, no una oficina de correos, ni de la compañía
de teléfonos, sino un café internet, y que la gente
local parecía muy a sus anchas con el precio y uso de esa tecnología.
Si a esto se le suma la televisión vía satélite,
se puede dar el caso de que haya personas provenientes de América
Latina que ven habitualmente la televisión de sus países
de origen y que leen sus diarios. Antes uno se iba al consulado o
la embajada de su país a leer los diarios por lo menos con
una semana de atraso y en edición dominical, eso, si el clima
político lo permitía. Hay personas, y yo conozco una
que no voy a nombrar, que trabaja y hace las compras en Canadá,
pero que lee los diarios de Santiago en Internet y ve solamente televisión
chilena. No tiene idea de lo que pasa en Canadá. La gente sigue
los campeonatos de fútbol nacionales y regionales, ve a los
artistas populares y se abanderiza con las diferentes alternativas
políticas de su terruño.
El escritor hispano, le guste o no, se sube al carro de esta nueva
realidad tecnológica y se reconecta con la literatura y la
política de su país, venciendo muchas veces la reticencia
de los autores que no se fueron a los exilios, que soportaron en muchos
casos dictadura o momentos difíciles, y que ahora, quizás
con algo de razón, miran de soslayo a estos aparecidos que
muchas veces despiertan memorias desagradables o traen productos literarios
difíciles de asimilar e incluso de clasificar.
Pero quizás surjan algunos interrogantes, en lo que respecta
específicamente a los autores hispanocanadienses. ¿Hasta
dónde es posible la reintegración a las diferentes literaturas
hispánicas nacionales?—eso dependerá en general de la
aceptación de sus colegas y críticos y del espacio que
haya disponible para estos autores en el país de origen. En
el caso chileno, por ejemplo, para ingresar con libro publicado en
forma comercial, lo que todavía tiene más jerarquía
que la mera publicación virtual en internet, hay que haber
logrado notoriedad afuera, lo que han logrado autores como Ariel Dorfmann,
Antonio Skarmeta, Isabel Allende (a la que sin embargo no han concedido
en Chile el premio nacional de literatura), Luis Sepúlveda
y recientemente Roberto Bolaño. Lo otro, ¿En qué
medida esa canalización hacia el país o la región
de origen va a dificultar el ya difícil y problemático
ejercicio literario y la inserción del escritor hispánico
en el país anfitrión?.
En algún momento, lo más interesante de la literatura
del exilio o inmigrante fue la fusión de culturas y estilos,
incluso de lenguaje, como lo que sucedió con los autores mexicanos
en Estados Unidos. Quizás eso se va a perder si los autores
trabajan exclusivamente en el circuito hispánico
posibilitado en gran medida por la nueva tecnología virtual.
Por último, quizás dentro de poco, cuando se de la
posibilidad de vivir en un mundo en términos de la vida cotidiana
concreta y en otro cuando se trate de la vida creativa, política,
cultural, en otras palabras ‘espiritual’, el fantasma de la alineación
adoptará una nueva máscara. La persona ya no estará
alienada respecto a la cultura y el medio que dejó atrás,
o sufrirá la alineación común a la vida en la
sociedad desarrollada unidimensional (término de Marcusse),
sino que además la brotada del hecho de vivir concretamente
todos los días en una parte y tener la cabeza en otra. Por
otro lado, nunca se podrá realmente vivir en términos
materiales en ese mundo virtual. Pero las cosas han cambiado. Quizás
la tercera pregunta que habría que hacerle al primer latinoamericano
que nos lance a la cara la palabra exilio sería ¿Y de
qué exilio me habla?.