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“En pañuelo húmedo y pesado
Sobre la frente
N(ovato)    N(onato)
Nuevo no nacido
Entrego mi nombre a cambio de su acción”.
Verónica Viola Fisher en “Notas para un agitador”
de pronta publicación en la colección
Nunca Salí del Horroroso Chile de Libros La Calabaza del Diablo.

LA OBSESIÓN POR UN VIEJO
LLAMADO LENGUAJE


Por Gonzalo León
Presentación de NN, poesía de Julio Espinosa Guerra

Los doctores dicen que mi madre está muriendo, así es que espero que tanto el autor de “NN”, el libro que hoy nos convoca, como todos ustedes entiendan mi ausencia esta noche. Pienso en la muerte y en un poeta y me viene a la mente la figura de Nicanor Parra y unos versos de su autoría que me gustan mucho: “Según los doctores de la ley, este libro no debiera publicarse: / La palabra arcoiris no aparece en él por ninguna parte, / Menos aún la palabra dolor, / La palabra torcuato. / Sillas y mesas sí que figuran a granel, / ¡Ataúdes! ¡Útiles de escritorio! / Lo que me llena de orgullo”. Cito a Nicanor porque la poesía contenida en este libro de Julio Espinosa Guerra me lo recuerda: “Crean palabras: / puerta / ventana / ladrillos / paredes / candados / Pero me pasan una llave que no abre ninguna cerradura”.

Todos sabemos que el lenguaje, aparte de crear palabras o imágenes, define realidades. Bueno, este paradigma es el que se intenta derribar o cuestionar aquí. En “NN”, Julio Espinosa Guerra reflexiona sobre lo que significa hacer poesía y señala que uno puede escoger las palabras adecuadas y crear una potente imagen, con la melopeia y la logopeia de la que hablaba Ezra Pound y que John Ashberry cita en uno de los tantos libros que he perdido, en fin me refiero a unos hermosos y envidiables versos, pero aquéllos por más perfectos que sean no alcanzarán a ser ni la realidad ni su representación, sino más bien otra realidad, paralela e intangible, “palpitaciones que la lente nunca aprehenderá”.

El lenguaje así se nos presenta como un artefacto impreciso, sospechoso, engañador y limitado. Nada es lo que suponemos y todo puede ser, literalmente, cualquier cosa. Además, las figuras literarias –herramientas del lenguaje– de nada contribuyen. Si la sola signación de una cosa puede remitirnos a múltiples significantes, ¿se imaginan lo que ocurre con una metáfora? Sería algo así como, citando a le poeta argentina del epígrafe, hacer sapitos en una laguna. Sin embargo, en “NN” existen muy pocas metáforas o, no sé, casi ninguna. Para muestra el siguiente botón: “No alcanza / es que no alcanza / la palabra casa no alcanza / ni la palabra julio / ni la palabra violín me alcanza”.

Entonces Julio Espinosa Guerra nos coloca en un dilema: si el lenguaje es impreciso, sospechoso, engañador y limitado, ¿cómo escribir? O mejor, ¿cómo es posible que se haya escrito poesía hasta hoy? ¿Acaso Catulo, Neruda o Francesco Totti no sabían que el lenguaje era una pérfida mujer? Como todo artefacto, como toda construcción, el lenguaje se ha ido desgastando. Cuando Bukowski declaró que los últimos libros de Hemingway no le gustaban la razón que esgrimió fue que el lenguaje en esos libros “había perdido su filo: se hizo lechoso”. El mismo Hemingway en una entrevista concedida al actor y escritor George Plimpton -en Madrid a mediados de los años 50- señaló que lo que había aprendido de Ezra Pound durante su estancia en Paris era el peligro que las palabras perdieran su filo debido al mal uso que podía hacerse de ellas.

De eso ya han pasado más de 50 años y el lenguaje, tal como dice Julio Espinosa Guerra, está en crisis o, como versa en algunas páginas de Internet, se encuentra en mantención y no le haría mal una barridita: “Meto la mano al fondo del idioma / y no encuentro más que una pelusa / densa y asquerosa / que no se ha barrido / en siglos”, o como dice otro poema las palabras no son más que “páginas llenas de símbolos inútiles”.

En este punto me gustaría recordar una anécdota sucedida en el inicio de un fin de semana largo de 2005. Había quedado de juntarme con el poeta Gonzalo Millán en una cafetería de José Miguel de la Barra. Llegué puntual, pero con una mochila, ya que después debía largarme a la playa. Millán, al verme, dijo: “Hola León Marino”. Invité un café, luego otro. Hasta que en un momento Millán tal vez a modo de crítica al trabajo que hacía en La Nación Domingo o de reflexión sobre el taller de autobiografía que él hizo durante años dijo: “Creemos que somos capaces de escribir la vida, cuando en verdad es la vida la que nos escribe”.

Ya sabemos cómo escribió la vida a Gonzalo Millán y no quiero saber cómo lo hará con Julio Espinosa. Lo cierto es que detrás de esta afirmación existe una preocupación parecida por el papel que juega el lenguaje en nuestras vidas y la verdad es que deberíamos concluir que es poco relevante, porque nadie escribe su muerte. Se puede escribir durante la agonía, como los diarios de muerte de Lihn y del mismo Millán, pero no se escribe la muerte, sencillamente porque hay terrenos en los cuales la escritura sólo se aproxima. A propósito de esta limitancia, el autor de “NN” nos recuerda: “Así se naufraga: / una garganta seca / como un paño recién estrujado / intentando escribir sobre la muerte / y que ni siquiera se puede auxiliar / a sí misma”.

Este nuevo libro de Julio Espinosa Guerra nos invita a experimentar con otros lenguajes, porque precisamente con este no alcanza. Sin embargo, aquí radica quizá la única crítica: en su texto esa experimentación no existe y más bien hay variaciones sobre el mismo tema, como si en vez de tema, el autor estuviera obsesionado con esta herramienta llamada lenguaje. Y aquí surge el aspecto infantil de Julio Espinosa Guerra, ya que su obsesión me remitió a mi propia infancia, cuando estaba obsesionado por una carretilla roja de plástico de la que no me separaba y de la que he escrito mucho para ser simplemente una carretilla. Obviamente comprendo al poeta, porque no es la carretilla lo que me obsesionaba, sino lo que significa, vale decir mi infancia y en el caso de Espinosa Guerra esto es su herramienta de trabajo, un trabajo que no se hace sólo con las manos, sino que como bien dijo Hemingway con “el corazón, con las piernas, con el cerebro, con todo el cuerpo”.

Por último, la contribución más importante de este texto es que agrega una nueva dimensión a lo impreciso, engañador, sospechoso y limitado que es el lenguaje, y esto, según el autor, tiene su raíz en la historia de Chile. Durante la dictadura se utilizó el lenguaje para engañar, para generar sospechas en la gente. En la última parte de “NN” se puede leer: “Si vienen preguntando por tu padre / tú no conoces a ese señor / Recuerdo íntegra la frase / y recuerdo / el estremecimiento / Afuera”. En otras palabras, Julio Espinosa Guerra sugiere que el lenguaje también se usó para proteger las vidas de los que estaban contra el régimen. Pero Chile, tal vez más que otros países, se ha acostumbrado a los eufemismos y por eso hasta hoy “dictadura” para algunos es “gobierno militar” y “muertos” para otros significa “detenidos desaparecidos”. Como ven, todo depende según sea la óptica. No existe objetividad en el uso de las palabras y por tanto no hay verdad ni siquiera en la poesía.

 

Santiago de Chile, marzo de 2008.

 

 

 

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