Poetas
y poesía
Jorge
Etcheverry
Empecé a escribir como a los dieciséis años.
Es frecuente escuchar que casi todo el mundo ha escrito poemas en
algún momento de su vida, en general en la adolescencia o la
temprana juventud y bajo las intensas y deliciosas presiones afectivas
y metabólicas del primer amor. Eso pasa sobre todo en Chile.
Ya en mi primer libro afirmo que “los chilenos somos poetas”. En el
último, 23 años más tarde, escribí “Cuántos
jóvenes poetas quedaron atrapados en el Canto como en una implacable
telaraña. En Chile salen poetas de debajo de las piedras”.
Lo que es la pura verdad. De ahí, quisiéramos creer,
vienen los altos estándares
y la abundancia de la poesía chilena. O venían.
Aunque muchos en los tiempos que corren a lo mejor se quedan sólo
con lo de la abundancia. Por otro lado, muchas personas piensan y
dicen “todos somos poetas”, porque “todos sentimos” más o menos
de la misma manera, salvo la notable minoría de los psicópatas,
que como se sabe carecen de empatía humana. Entonces, en el
caso de algunos el argumento se estira y tuerce para seguir, “si todos
somos poetas, todos tenemos el mismo derecho a expresarnos que los
así llamados poetas”. El meollo afectivo, la parte lírica,
expresiva, el famoso schtimmung de los alemanes; el estado de ánimo,
siguen siendo el centro de la poesía. Claro que para poder
cumplir su efecto comunicativo y llegar al otro, que es lo que se
espera, y de alguna manera conmoverlo, divertirlo, hacer que se enoje
o se ría con uno, etc., se necesita un poco de lo que se suele
llamar ‘talento’, la ‘mano’, la predisposición a lo mejor genética
para la poesía, la capacidad de ligar objetividades lejanas
que sin embargo tienen algo común que el poeta descubre, y
hacer que una simbolice a la otra, o la metaforice, para a su vez
hacer que este objeto nuevo remita o refiera a otra realidad objetiva
o un estado de ánimo.
Pero con la poesía pasa lo mismo por ejemplo, que con el así
llamado ‘Occidente’. De origen grecorromano, con variados aportes
de los pueblos que destruyeron y adaptaron el Imperio Romano, y del
oriente, desarrolla culturas nacionales con vitales estilos de vida
manifiestos por ejemplo en lo gastronómico. Quién no
conoce la especificidad de la cocina griega, italiana, francesa, portuguesa
o española. Entonces uno podría decir que si en todo
Norteamérica no se encuentra la baguette crujiente que se puede
comprar en cualquier panadería de barrio en París, esta
región no
pertenece al occidente, pese a las cacareadas proclamas de sus dignatarios.
Pero en fin. Con la poesía pasa lo mismo. Hay harta diferencia
de opinión. Yo tuve un profesor en mis lejanos días
de estudiante de Pedagogía en Castellano en la Universidad
de Chile, que decía que la Barcarola de Neruda era esquizofrenia
pura. En general, y pese a que la idea común sigue siendo que
la poesía es lírica, es decir expresa sentimientos,
también existe la épica, que describe, celebra hechos
importantes o no, es narrativa, usurpando el papel tradicional de
la crónica y la prosa. La poesía puede interpelar, acercándose
al teatro, como en los textos de Esquilo, que eran básicamente
diálogos en prosa poética. Puede incluso negar a la
poesía misma, como hace la antipoesía, que usa la ironía
y la parodia para socavar y corroer el sistema, la mentalidad común,
jugando con las frases hechas, las consignas, el cliché. Puede
ser el camino a la trascendencia religiosa, como en
San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila. Puede ser el campo
de experimentación del inconsciente y a la vez la herramienta
que desentierra sus tesoros, entonces tenderá no a comunicar
sino a investigar nuevas significaciones adoptando forma y métodos
de escribir experimentales.
Así pasó con los surrealistas.
Para René Daumal de Le Grand Jeu, la práctica poética
nos haría despertar del estado sonambúlico en que vivimos,
para obtener conciencia. Pero esa palabra es tan polivalente como
‘poesía’. En un libro bastante reciente sobre Gurdjieff, el
autor ejemplifica el proceso del despertar con la
experiencia intoxicante de algunos momentos de la infancia, y en general
con esos instantes fugaces en que “estamos mucho más aquí,
las cosas son más vívidas”... “cuando no habría
más que el ahora, el presente eterno”, es decir que para él
esas instancias de conciencia son como estar high.
Volviendo a la poesía, se podría decir que no está
hecha sólo de las palabras corrientes. Ese elemento se combinaría
con uno superior, como en la experiencia de yechidut de los hassidim,
en que se reciben interpósitas las palabras de un nivel superior
y se entra en comunión con el todo. La
poesía de alguna manera transporta, entusiasma, etc. Provoca
en el auditor o lector una respuesta, es el tipo de escritura que
más conmueve o motiva. Entonces no es raro que entre los poetas
se encuentre gente de convicciones e ideales (cómo estamos),
incluso entre quienes sostienen o practican la poesía como
puro experimento lingüístico, como obra de arte. Generalmente
son
poetas los autores ejecutados por sus convicciones, como Federico
García Lorca, Roque Dalton, que mueren presos como Miguel Hernández,
o que desde la prisión se convierten en emblemas de la lucha
de sus pueblos, como el poeta turco Nazim Hikmet. También son
ellos quienes se convierten en íconos de su país o cultura,
de su historia, sobre todo en el mundo castellano, el mundo
poético por excelencia, y no podemos sino nombrar otra vez
a la Mistral, Neruda, Guillén, Vallejo y Cardenal.
Pareciera que la vocación poética lleva al compromiso
en el sentido positivo, casi todos los poetas que conozco sienten
y creen con intensidad, de manera recóndita o pública,
en variadas utopías sociales y humanas. No es casual que en
estos tiempos en que se pone de manifiesto el “terror de
la situación”, para citar al viejo Gurdjieff, surjan en el
mundo hispano organizaciones tales como Poetas Antiimperialistas de
América, que difunde mundialmente desde el internet la obra
de poetas progresistas del continente americano, o Poetas del mundo,
asociación mundial de poetas que hace
suyos ideales de paz y justicia social, cuenta con más 1200
miembros en múltiples países y me ha hecho el honor
de hacerme su embajador en Canadá.
La poesía es, para robar palabras de Lautréamont, algo
"bello como el encuentro fortuito, sobre una mesa de disección,
de una máquina de coser y un paraguas". Hablar de ella
permite juntar baguettes, poetas que salen de debajo de las piedras,
poetas revolucionarios, y citar a Gurdjieff.