Jorge Eduardo Eielson: 
              entre la aventura y el silencio(1)
              
              
              
              Por Luis Fernando Chueca
              
          
          En su artículo Para una preparación poética 
            (2), publicado por primera vez en 1955 y 1956, Jorge Eduardo 
            Eielson (Lima, 1924-2006) afirmó que "la poesía 
            se sirve de las palabras para hacerse comunicable. Ellas son un medio 
            de expresión, no la expresión misma. Mucho menos la 
            poesía misma. Superado el medio de las palabras, la poesía 
            reina ilimitada y se confunde con la esencia de las cosas. La poesía, 
            por lo demás, puede prescindir de las palabras (pintura, escultura, 
            música, danza, religión, magia)"(3) 
            . La afirmación resulta suficientemente elocuente: desde 
            esta perspectiva, el conocido título de la obra lírica 
            de Eielson, Poesía escrita (4), 
            refleja claramente la postura de que lo que hay en este libro es solo 
            una posibilidad dentro del amplio espectro de la poesía, y 
            que, así como él mismo lo sugiere, podemos -o podríamos- 
            hablar además de poesía visual, poesía 
            sonora, o hasta poesía corporal. Vale decir, 
            además, que, para el caso de nuestro poeta, tal afirmación 
            no supone solo una postura teórica sobre el arte formulada 
            desde el recinto de la literatura, sino más bien una declaración 
            de principios de quien entiende su propia obra, toda ella, enmarcada 
            en el ámbito de lo poético, pues, como es sabido, desde 
            temprano Eielson abordó también, y con solidez, el teatro, 
            las artes plásticas, la crítica y el ensayo(5) 
            , y más adelante, ya en Europa, donde vive desde 1948, incursionó 
            también en las instalaciones, las perfomances, la música, 
            la fotografía, el cine, etc. Pero no pensemos que se trata 
            de un poeta que eventualmente ha incursionado en campos ajenos a su 
            preocupación fundamental: como él mismo ha comentado, 
            en Europa, por ejemplo, es más conocido como artista plástico 
            o visual que como poeta. Y trabajos suyos en este campo son parte 
            de las colecciones del MOMA en Nueva York o de la fundación 
            Rockefeller.
          Las mencionadas áreas no son, para Eielson, actividades desvinculadas: 
            a pesar de que conoce y reconoce claramente las bases de cada oficio 
            que aborda, las percibe como parte de su apuesta artística 
            o poética. A propósito, señaló que "Una 
            mirada exclusivamente literaria, o exclusivamente plástico-visual, 
            de mi trabajo, pueden ser necesarias, por cierto. Pero creo que la 
            verdadera esencia del mismo se encuentra todavía en una suerte 
            de brumosa y movediza frontera que día tras día se va 
            perfilando con mayor claridad"(6) 
            . 
          Esta declaración de la esencia fronteriza de su obra resulta 
            crucial, por tanto, para abordar uno de los aspectos que considero 
            fundamentales al presentar la obra de Jorge Eduardo Eielson: la aventura, 
            la dimensión del riesgo, la vocación de indagación, 
            la búsqueda. Y resulta fundamental otra palabra: trasgresión, 
            actitud que, tal como afirmó en una entrevista, considera necesaria 
            en todo creador(7) . Esta misma 
            lo llevó también a establecer ricos diálogos 
            intertextuales y transgenéricos entre sus obras, de tal modo 
            que, por ejemplo, la trama de un poema como Primera Muerte de María 
            le servirá como punto de partida para su segunda novela, que 
            lleva el mismo título. O, saliendo parcialmente del terreno 
            de la escritura, El cuerpo de Guilia-no, además de ser 
            el título de su primera novela, lo es también de una 
            perfomance inspirada en ella.
          Vemos, con esto, la completa validez de las palabras de Rubén 
            Vargas Portugal cuando afirma que "como a pocos creadores latinoamericanos, 
            a Eielson le conviene el nombre de artista, porque en éste 
            se concentra y resume la pasión de su actitud y la diversidad 
            de la actividad: buscador y manipulador de lenguajes, indagador incansable 
            de formas y materias, hacedor y descubridor de tiempos y espacios, 
            en suma, un creador que entiende la creación, acudiendo a sus 
            propias palabras, "como una totalidad que no puede reflejar otra 
            cosa que la totalidad humana". (8)
           Lo dicho, sin embargo, significa una dificultad inicial al pretender, 
            como yo ahora, abordar lo central de una obra diversa, poliforme, 
            múltiple. Y es que, ¿cómo señalar algunos 
            aspectos centrales, cuando la dispersión resulta radical (en 
            los dos sentidos de la palabra)? Frente a tal dificultad, debo hacer 
            dos precisiones: la primera, no debe pensarse que no existen vasos 
            comunicantes entre los distintos ámbitos de la obra de Eieslon; 
            los hay y quizás más de los que solemos registrar. Segundo: 
            para tratar de ajustarme a esto último, intentaré una 
            aproximación a algunos de estos ejes, aunque apoyado sobre 
            todo en la poesía escrita de Eielson, la que, asumo, 
            resulta central en el interés de este ciclo que presentaciones, 
            y en la que, por mis propias limitaciones para otros campos, siento 
            mayor seguridad. Veamos algunos:
          A. En primer lugar, la noción de totalidad 
            que subyace a su poesía. La propia concepción 
            de Eielson de la poesía como algo distinto, anterior 
            y posterior a cualquiera de sus manifestaciones -como "el estado 
            permanente del universo"(9) 
            que se puede o no aprehender a través de la expresión 
            artística-, es ya un reflejo de la totalidad. Para nuestro 
            poeta, la mejor posibilidad de captar -o al menos de acercarse- a 
            las esencias es a través no sólo de un lenguaje(10) 
            , sino de un juego dialógico entre los diferentes lenguajes 
            que, así, en una operación transtextual, se oponen a 
            la tendencia de "la especialización científica 
            y profesional [...] que desgraciadamente conduce al nivelamiento y 
            a la abolición del individuo"(11) 
            . Para Eielson la totalidad, en este terreno, no es 
            el logro de la síntesis de las artes en algo que podría 
            llamarse arte total, sino una aproximación entre lenguajes 
            que normalmente se mantienen separados, una trasgresión permanente 
            de los límites que le permitirá, justamente, aproximarse 
            a fronteras normalmente vedadas en el ejercicio artístico; 
            espacios recónditos y desconocidos de la dimensión humana.
          En su noción de totalidad vemos algo que para Eielson 
            es notoriamente cada vez más importante en su trabajo creativo 
            -y en su filosofía de vida-: la aproximación (no necesariamente 
            la disolución, aunque eventualmente también podría 
            ocurrir) de los contrarios. Esto, por ejemplo, es una de las bases 
            de Noche oscura del cuerpo, libro fundamental de su obra lírica. 
            En este modo de entender la totalidad (la totalidad 
            en el arte, y la experiencia total del individuo y de la especie 
            humana) es innegable el latido del budismo zen -aunque no únicamente-, 
            al que Eielson se ha acercado desde la década del cincuenta, 
            que se emparenta con una cierta concepción cíclica del 
            tiempo, también cara al poeta.
          B. Muy cerca de la idea de la totalidad, está 
            la necesidad de trascendencia del ser humano. Esa necesidad 
            de ir más allá de los propios límites: trascender 
            lo individual, aproximándose a la experiencia de la fusión 
            en un todo; trascender los límites de esta vida terrenal, a 
            través de concepciones a su modo religiosas o de una visión 
            no lineal del tiempo, etc. En la poesía de Eielson la necesidad 
            de trascendencia es visible desde los poemarios iniciales. Leemos, 
            por ejemplo, en Visiones y moradas del amor entero:
           
             
               
                Te ven mis ojos, Señor,
                  Te ven mis manos y mis pies,
                  A cada instante mío, mis actos
                  De nieve son, chispazos de oro puro,
                  Pues en mí ya estás, todo en llamas,
                  En las casas hundidas de sol
                  Repartido a tus pastores
                  A los sagrados bosques donde habita
                  Tu antigua, azul paciencia.
                  Quién como tú pudiera, lejos
                  Desde su quieto retiro
                  Desde su morada de astros
                  A los oscuros corazones acercarse,
                  Convidar sus faenas al destello.(12)
              
            
          
          O al observar yacente al héroe de Canción y muerte 
            de Rolando:
           
             
               
                Tu cabeza recibía toda la gloria 
                  de Dios en una viva, relumbrante corola de muerte. De tus espuelas 
                  subía una última música, cansada. (13)
              
            
          
          Y no se puede dejar de asociar cierto sentido de trascendencia 
            en estos primeros versos con la áspera y dolorosa angustia 
            frente a la evidencia de un cuerpo destinado a la muerte en Habitación 
            en Roma o con el hallazgo de la comunión con el Todo en 
            Noche oscura del cuerpo. O, más allá de la poesía 
            escrita, con las exploraciones de Eielson en las concepciones religiosas 
            del arte precolombino o la serie de Cabezas de Chamanes de 
            su trabajo pictórico. Así mismo, tienen un mismo signo 
            -aunque en todos estos casos se manifieste de manera distinta e incluso 
            con una visión diferente sobre las posibilidades de alcanzar 
            la trascendencia- las esculturas subterráneas enterradas 
            en algunas ciudades del mundo e inauguradas todas ellas simultáneamente 
            en 1969. 
          Eielson ha señalado que bajo la apariencia de un mundo profano 
            en la actualidad occidental, "en los estratos más profundos 
            del individuo, la necesidad de trascendencia es siempre patente"(14) 
            y, además, que "la poesía no sustentada por lo 
            sagrado no alcanzará a ser poesía, sino la desesperada 
            búsqueda de una dimensión perdida, o quizás solamente 
            extraviada, pero inasible por el momento."(15) 
          
          C. A partir de su errada clasificación, en los cincuenta, 
            como poeta puro, o de una lectura sesgada de su obra, atenta 
            sólo a la necesidad de trascendencia que hemos comentado, 
            Eielson podría aparecer como un poeta alejado del mundanal 
            ruido y en cuya obra se preocupa únicamente por el ser 
            individual y la dimensión sacra del hombre. Nada más 
            falso. Jorge Eduardo Eielson da una nueva muestra de las dificultades 
            de cualquier intento de clasificación, cuando al lado de estas 
            expresiones de gran hondura espiritual -y hasta mística- se 
            encuentra, en conjunción perfecta, una preocupación 
            por la humanidad, por la historia y por la terrenalidad de 
            los individuos, tan honda como aquélla.
          La poesía inicial de Eielson, por ejemplo, nos alcanzaba los 
            ecos de la catástrofe de la Segunda Gran Guerra; Reinos 
            o Antígona, por ejemplo, nos aproximan a la imagen de 
            un mundo en ruinas, en donde la muerte ocupa un espacio privilegiado: 
          
           
             
               
                XXX
                Tras un mundo en ruina, columnas y caídos 
                  bloques, bajo bombas y llanto, nieblas de cólera sobre 
                  los verdes prados. Carnicería y gloria. Sobre el morral 
                  vacío y la galleta antigua, sobre las botas níveas, 
                  enterradas, y el plato de comida. Antígona augusta ¿habéis 
                  visto a Polinices cien mil veces, sin tregua, sepultado?(16)
              
            
          
          Como contrapunto de lo anterior podemos recordar la realización 
            de Banderas -banderas de diferentes países, hechas en 
            tela, anudadas entre sí y colocadas en diagonal sobre una superficie 
            de madera(17) -, que forman 
            parte de la serie de nudos de Eielson. 
          En Las huellas del aura, su libro sobre Habitación 
            en Roma, el profesor sanmarquino Camilo Fernández se acerca 
            al universo ideológico de este poemario a la luz de las concepciones 
            sobre el aura de Walter Benjamin. Fernández evidencia 
            la preocupación del poeta frente a la automatización 
            en el mundo occidental moderno y la pérdida de la experiencia 
            irrepetible: el aura que de varias maneras parece buscar -infructuosamente- 
            el yo poético del libro(18) 
            . El mismo Eielson, en diversas ocasiones, ha hablado de su 
            gran preocupación por los derroteros de la sociedad occidental 
            moderna -a la que ha calificado como "esquizofrénica"-, 
            en la que la "salvaje competencia económica e industrial" 
            o la "búsqueda compulsiva y desencantada de un bienestar 
            material" la han erigido como un sistema "desprovisto de 
            valores humanos" y "totalitario"(19) 
            .
          F. Estrechamente vinculada con los ejes anteriores se puede 
            mencionar la presencia del cuerpo en la obra de Eielson. 
            Por muchos motivos la corporeidad es uno de los nudos fundamentales 
            no sólo en su Poesía escrita, sino en su prosa 
            narrativa, en su obra plástica, etc. Sobre este tópico, 
            el propio poeta ha recordado su "incorregible necesidad de investigación 
            de ese misterio que comienza por nuestro cuerpo y termina, quizás, 
            más allá del cielo estrellado"(20). 
            El cuerpo como terrenalidad, marca fundamental del ser, conlleva la 
            conciencia de la inevitabilidad de la muerte, el hecho de ser materia 
            perecible o tránsito hacia el final. En varios de sus libros, 
            es este signo el que prevalece, sea por la evidencia de la muerte 
            que reina alrededor o por la extrema soledad que es marca fundacional 
            de la urbe contemporánea. En Habitación en Roma, 
            por ejemplo, se articula sobre la base de un lenguaje despojado definitivamente 
            de trajes y veladuras, que se exhibe en la carnalidad de su desnudez. 
            En otros casos, como el de Noche oscura del cuerpo, el libro 
            que con mayor rotundidad aborda la presencia corporal, el cuerpo, 
            más bien, es el territorio de una autoindagación que 
            permite, finalmente, y luego de una serie de estancias o estaciones 
            dolorosas, la reconciliación del hombre consigo mismo, con 
            el otro, con el mundo y con la totalidad. Sobre este poemario y esta 
            indagación, Eielson ha expresado que se trata de una "suerte 
            de ceremonia iniciática, paralela a los ritos arcaicos y primitivos, 
            sin embargo realizada en el seno de nuestra civilización, con 
            la ayuda de la escritura"(21) 
            . Se podría hablar incluso, siguiendo la pista que propone 
            el título, de una mística del cuerpo o desde el cuerpo, 
            clave ciertamente, para entender los caminos de la poesía eielsoniana. 
          
          D. La insularidad es otro tópico importante 
            tanto en la obra como la autopercepción como artista y en la 
            vida de Jorge Eduardo Eielson. Al hablar sobre la llamada generación 
            del cincuenta, se pueden hacer observaciones sobre las distancias 
            -a pesar de la cercanía de fechas y de experiencias iniciales, 
            y, por supuesto, de algunos rasgos comunes- entre Eielson y sus contemporáneos, 
            incluso de los aparentemente más cercanos a él. Sobre 
            esto, el propio poeta ha opinado: "Si las circunstancias históricas, 
            geográficas, literarias o humanas me han ubicado en un determinado 
            momento y en un determinado lugar junto a personas que, aparte de 
            ser grandes amigos, son magníficos poetas, ello no quiere decir 
            que yo comparto cabalmente sus ideas ni su visión del mundo. 
            Me siento sinceramente, y desesperadamente, solitario."(22) 
          
          La vocación marginal, de exiliado, también 
            comentada por Eielson en diversos momentos, enriquece el signo de 
            su insularidad. Su abandono del Perú, su utilización 
            plena de diferentes lenguajes artísticos, los constantes cambios 
            dentro de su poesía escrita y sus mismos textos nos 
            hablan de una postura asumida cabalmente en su vida y en su producción 
            artística. En el terreno de su escritura, por ejemplo, la vocación 
            por el margen de Eielson es claramente visible en el abandono de la 
            retórica de sus primeros libros -que le valió un reconocimiento 
            general y precoz- y en la asunción de un lenguaje que involucraba 
            tanto en su enunciado como en su enunciación una radical crítica 
            de sí mismo.
          Así, Eielson comienza a recorrer los márgenes de la 
            palabra (su valor fónico, su valor visual), y otros lenguajes 
            artísticos, del mismo modo como habita en una u otra ciudad. 
            Pero esta extraterritorialidad, llevando más lejos la 
            propuesta de Steiner(23) , este 
            andar exiliado de un lugar a otro, de una opción artística 
            a otra, tiene, en uno de sus últimos conjuntos poéticos, 
            un punto de llegada: la casa francesa de Ptyx, el título 
            del poemario, es al mismo tiempo la casa materna -el útero- 
            y la casa de la infancia; Renato Sandoval señala que "el 
            hijo pródigo ha regresado de un largo viaje absurdamente lacerante 
            y ahora reposa agradecido en el vientre protector"(24) 
            .
          La insularidad de Eielson, además, no lo ha conducido, a pesar 
            de sentirse hondamente solitario y al margen, al solipsimo(25) 
            o la misantropía. En Noche oscura del cuerpo, 
            por poner un caso, la soledad camina a la par con la sensación 
            de comunión con la humanidad. La extraterritorialidad 
            del poeta, su condición de exiliado, le han posibilitado 
            un acercamiento distinto, una integración otra. 
          G. El tópico del silencio, convocado 
            por el título de mi presentación, no es desconocido 
            en la poesía peruana. La famosa estrofa de Martín Adán: 
            "Poesía no dice nada: / Poesía se está, 
            callada, / Escuchando su propia voz" o el largo período 
            que media entre la publicación de Abolición de la muerte 
            (1935) y la de Otra imagen deleznable (1980), de Westphalen, 
            son algunas muestras contundentes de esta primordial certeza sobre 
            la insuficiencia de la palabra, ya intuida por Dante y por los místicos. 
            En el caso de Eielson, la presencia del silencio es también 
            un hecho innegable. Es conocido cómo la publicación 
            en 1976 de su Poesía escrita diseño una ruta 
            con estación final: luego de Papel, último conjunto 
            de este libro, en el que se puede observar una propuesta para muchos 
            más ligada a las posibilidades conceptuales en las artes plásticas 
            que propiamente a la poesía, Eielson parecía sentir 
            no tener más que decir e iniciaba un nuevo período de 
            indagación poética(26) 
            que no involucraría la palabra. Afortunadamente, este silencio 
            radical no lo fue al extremo, realmente, y hoy conocemos textos escritos 
            por nuestro poeta en 1964 y 1965 (27) 
            , es decir, cuatro y cinco años después de Papel. 
          
          Pero esta supuesta decisión definitiva no era, en absoluto, 
            una repentina ocurrencia; desde tiempo antes, desde Bacanal 
            (1946) específicamente, la poesía escrita de Eielson 
            incluía un cuestionamiento de su propio lenguaje -y del lenguaje 
            poético verbal, en general- cada vez más intenso. Tanto 
            que José Miguel Oviedo considera que era inevitable llegar 
            al silencio de Papel, "si su poesía quería 
            ser consecuente consigo misma"(28) 
            . La contracara de este silencio gradual en la poesía de Eielson 
            es lo inefable, aquello que no puede ni podrá ser dicho 
            sino sólo sugerido; vislumbrado tímidamente gracias 
            al verso o al poema. La concepción que subyace es la de una 
            poesía en donde "no hay sino una sola posibilidad para 
            escribir un poema: no creer en las palabras."(29)
          Elocuente, en este sentido, es el poema "10" de Mutatis 
            mutandis, con el que se cierra este conjunto: 
           
             
               
                escribo algo
                  algo todavía
                  algo más aún
                  añado palabras ... pájaros
                  hojas secas ... viento
                  borro palabras nuevamente
                  borro pájaros ... hojas secas 
                  ... viento
                  escribo algo todavía
                  vuelvo a añadir palabras
                  palabras otra vez
                  palabras aún
                  además pájaros ... 
                  hojas secas ... viento
                  borro todo por fin
                  no escribo nada (30)
              
            
          
          Es decir la autoeliminación de la escritura: el silencio. 
            Este silencio, sin embargo, no es sólo producto del nihilismo 
            que destaca Oviedo; es -y esto se manifiesta con claridad en Noche 
            oscura del cuerpo- el resultado de una búsqueda también 
            gratificante, una postura vital que va desarrollando el poeta y que 
            le permite un encuentro total con el mundo, con los demás hombres 
            y consigo mismo. 
          Las líneas anteriores dan una idea, aunque incompleta inevitablemente, 
            de la importancia y la complejidad de la obra de Jorge Eduardo Eielson. 
            Para cerrar, me parece oportuno hacer un rápido recorrido por 
            los diversos momentos que, a modo de aproximación esquemática, 
            se pueden identificar en su poesía escrita. Con esto 
            se podrá echar un vistazo a la pluralidad textual de una poesía 
            central de nuestra tradición lírica contemporánea 
            y el papel que el silencio ha tenido en el camino de su aventura. 
          
          En una primera etapa -desde Visiones y moradas del amor entero 
            (1942) hasta Primera muerte de María (1949)- encontramos 
            el predominio de un lenguaje lujoso y brillante -en el que una adjetivación 
            muy cuidadosa cumple un papel primordial-, en consonancia con la recreación 
            -desde una visión claramente moderna- de las mitologías 
            clásica y cristiana y con una sensación de mundo en 
            ruinas y de muerte. En esta etapa, la que permitió al joven 
            Eielson situarse como uno de los poetas más destacados entre 
            sus coetáneos, es posible ya identificar ciertas huellas de 
            una crítica a su lenguaje poético, en particular, y 
            de la palabra en general, que podemos registrar, en este primer momento, 
            más que por una presencia del silencio como piedra angular, 
            por la confrontación del delicado verbo del poeta con términos 
            grotescos y vulgares que buscan encontrar la belleza en lo desagradable 
            y en la fealdad. El inicio de esta crítica de su retórica 
            -que implica una precoz conciencia de la insuficiencia del lenguaje 
            y que abre el vasto camino de sus indagaciones- se ha reconocido en 
            Bacanal (1946), a partir de los versos iniciales:
           
             
              
                ¿Conocéis la imprenta del 
                  bruto que reina, come y caga enjoyado
                  en su trono de hierro y papiro?
                  Desde el alba, entre rayos y trompetas,
                  pintadas prostitutas a caballo lo asisten,
                  empolvan y pulen sus uñas con limas de lata y frascos 
                  rotos.(31)
              
            
          
          La segunda etapa -que puede registrarse desde Tema y variaciones 
            (1950) hasta el inicio de Noche oscura del cuerpo (1955) 
            y los poemas de De materia verbalis (1957-58)- nos ofrece un 
            quehacer poético en donde el cuestionamiento del lenguaje poético 
            en su habitual sentido cubre ya un espacio central: juegos de variaciones, 
            ejercicios caligramáticos, indagaciones -angustiosas, incluso- 
            en la dimensión fónica y en las posibilidades lúdicas 
            de la palabra, hacen ver una frontal batalla por arrancarle sentidos 
            a la palabra y abren paso -como resultado- a un lenguaje más 
            directo y asequible -de una silenciosa adjetivación- y encarnado 
            en la diaria agonía y visceralidad del vivir. El aire de muerte 
            que se respiraba en la primera etapa deja lugar, al mismo tiempo, 
            a la angustia cotidiana de un mundo en donde el sinsentido 
            implica una lucha permanente (Habitación en Roma) y, 
            finalmente, al descubrimiento del silencio como camino a seguir (Mutatis 
            mutandis). En este momento, se inicia la composición de 
            Noche oscura del cuerpo, en donde la factura de los poemas 
            y el halo existencialista que se desprende de ellos, continúan, 
            en cierto modo -pero sólo en cierto modo-, y concluyen este 
            momento. 
          La aparición de Noche oscura del cuerpo -libro iniciado 
            en 1955, pero publicado recién en 1983(32) 
            y 1989(33) - significó 
            un quiebre en la comprensión del trayecto de la poesía 
            eielsoniana. Hasta la publicación de edición del INC 
            de Poesía escrita (1976), no hubo discusión en 
            comprender la poesía de Eielson como un recorrido hacia el 
            silencio verbal que se prefiguraba claramente con Papel 
            (1960), ni en signar este viaje -como lo hizo Oviedo en su momento- 
            bajo el componente esencial del nihilismo: la poesía de Eielson 
            no podía hacer otra cosa -señaló el crítico- 
            que silenciarse porque, tras una agónica y prolongada lucha 
            con la palabra, llegaba el poeta a la conclusión definitiva 
            y dolorosa de su inutilidad. La aparición de la edición 
            francesa de Noche oscura del cuerpo complicaba las reflexiones 
            -existían poemas posteriores a 1960; pero no alteraban el signo 
            doloroso de su aventura verbal-. Sin embargo, la edición peruana 
            del libro imprimió en él -y en toda la obra del poeta-, 
            si bien bajo un manto de dolor propio de la ritualidad que proponía, 
            los rasgos de una búsqueda que tuvo como derrotero, no la desesperación 
            sino la serenidad de un hallazgo pleno. Noche oscura del cuerpo 
            no era la confirmación del escepticismo, sino un quiebre en 
            donde el poeta se reencontraba consigo mismo y con el mundo, a través 
            de una palabra en donde el silencio -lo inefable- no era más 
            motivo de desesperación sino presencia feliz y necesaria(34) 
            .
          A partir de lo anterior, en la tercera etapa de la poesía 
            escrita de Eielson -que va de Naturaleza muerta (1958) a Papel 
            (1960)- el arribo al silencio (temporalmente definitivo) puede leerse(35) 
            no ya como la caída del poeta en una afasia desesperada y desesperante, 
            sino como la prolongación de una búsqueda, la profundización 
            de la exploración del silencio -a partir de una indagación 
            más profunda en la materialidad de la palabra con un tono ciertamente 
            lúdico, pero distinto radicalmente del último poema 
            de Mutatis mutandis. 
          Es cierto que Eielson retira los poemas de esta etapa de su edición 
            de 1989 de Poesía escrita. No creemos sin embargo, que esto 
            se deba a que el poeta considerara que estos eran "vanos artificios 
            expresivos que no siempre enriquecían el proyecto poético 
            de su obra lírica completa"(36) 
            , sino que, al existir una poesía posterior -distante 
            en cuatro años de Papel-, estas exploraciones y la sumersión 
            definitiva en el silencio -fundamentales en su momento- perdían 
            en parte su sentido y no contribuían a una apreciación 
            libre de su última poesía. Muestra probable de ello 
            es la nueva inclusión, en la edición colombiana de 1998, 
            del conjunto más "verbal" entre los suprimidos: Naturaleza 
            muerta.
          Entre Ceremonia solitaria (1964) y Sin título 
            (1994-98), finalmente, están los poemas que conforman una cuarta 
            etapa de la poesía de Eielson. En este caso, más que 
            tratarse de un estadio definible como conjunto, podemos hablar de 
            una suerte de casillero provisional para la última producción 
            del poeta, aún no suficientemente estudiada. Sin embargo, un 
            rasgo general en los textos de esta etapa es el claro retorno a la 
            palabra en toda su plenitud, no ya únicamente hurgando en sus 
            márgenes y llevando al extremo sus posibilidades, sino abordando 
            sus centros con nuevo vigor, a partir de las lecciones aprendidas 
            en las etapas previas (37). 
          
           
          
           
          NOTAS
           (1) 
            Presentado como ponencia en el ciclo de conferencias Generación 
            del 50. La vigencia de la palabra, organizado por el Instituto Nacional 
            de Cultura del Perú en noviembre del 2004.
            
            (2) Eielson, Jorge Eduardo. "Para 
            una preparación poética". En: Revista Sí. 
            Lima, 24 de octubre de 1994; p. 46-48.
            
            (3) Ibídem. p. 48
            
            (4) Con que apareció la primera 
            compilación de su poesía en 1976, y posteriores en 1989 
            y 1998.
            
            (5) Muestras de ello, por ejemplo, son 
            el Premio Nacional de Teatro -obtenido por el autor en 1947-, su exposición 
            plástica en la única galería limeña en 
            el 48, los brillantes textos introductorios a Vallejo, Martín 
            Adán y Xavier Abril en La poesía contemporánea 
            del Perú (1946), entre otras más.
            
            (6) En contratapa de La poética 
            visual de Jorge Eielson, de Emilio Tarazona. Lima, Drama ediciones, 
            2004.
            
            (7) Eielson, Jorge Eduardo. "El 
            creador como trangresor". Entrevista de Jaime Urco y Alfonso 
            Cisneros Cox En: Lienzo No. 8. Lima, Universidad de Lima, 1988; 
            pp. 189-205.
           (8) 
            Vargas Ugarte, Rubén. "La poesía escrita de Jorge 
            Eduardo Eielson." En: La Gaceta del FCE No. 242. México, 
            febrero de 1991; p. 44.
            
            (9) Eielson, Jorge Eduardo. "Para 
            una preparación poética"; p. 48.
            
            (10) Entendiendo lenguaje y texto 
            más ampliamente que sólo lo verbal.
            
            (11) Forgues, Roland. Op. cit.; p. I. 
            
           (12) 
            Eielson, Jorge Eduardo. Poesía escrita. Editorial Norma; 
            p. 25.
            
            (13) Ibídem.; p.39.
           (14) 
            Eielson, Jorge Eduardo. El diálogo infinito; p. 15.
            
            (15) Forgues, Roland. Op. cit.; p. I.
            
            (16) Eielson, Jorge Eduardo. Poesía 
            escrita. Editorial Norma; p. 77.
            
            (17) Reproducida en El diálogo 
            infinito; pp. 90-91.
            
            (18) Fernández Cozman, Camilo. 
            Las huellas del aura. La poética de Jorge Eduardo Eielson. 
            Lima-Berkeley, Latinoamericana editores, 1996 ; pp. 135-174.
            
            (19) Eielson, Jorge Eduardo. El diálogo infinito; 
            pp. 63-64.
           (20) 
            "Ese misterio que comienza por nuestro cuerpo"; p. 58.
            
            (21) "Conversazioni con J.E.Eielson" 
            EN Jorge Eduardo Eielson. Poesia Scritta. p. 175.
            
            (22) Eielson, Jorge Eduardo. "Remontando 
            la poesía de papel"; p. 10.
            
            (23) Steiner entiende la extraterritorialidad 
            en la literatura moderna como una pérdida del centro linguístico 
            y un abandono deliberado, entonces, del propio idioma materno para 
            asumir otro. Añade: "la literatura moderna puede ser considerada 
            como una estrategia de exilio permanente. El artista y el escritor 
            son turistas infatigables que miran los escaparates en los que se 
            exhibe toda la gama de las formas existentes. Las condiciones de estabilidad 
            linguística, de conciencia local y nacional en las que floreció 
            la literatura desde el renacimiento hasta, digamos, la década 
            de los 50, se encuentran actualmente bajo enorme presión" 
            (ver: Stiener, George. Extraterritorial. Ensayos sobre literatura 
            y la revolución linguística. Barcelona, Barral Ed., 
            1971; pp. 9-51). El caso de Eielson no es como los de Nabokov o Beckett 
            en cuanto nuestro poeta no abandona su lengua. Se asemeja, sin embargo, 
            al alejarse Eielson no del idioma, sino del lenguaje verbal como forma 
            de expresión artística. Buena parte de su poesía 
            refleja ese alejamiento paulatino del centro de la escritura poética, 
            para instalarse en sus márgenes y luego -temporalmente- abandonarla.
            
            (24) Sandoval, Renato. "Ptyx: 
            Eielson en el caracol". En: Lienzo No. 15. Lima, Universidad 
            de Lima 1994; p. 273-291.
            
            (25) "Forma radical de subjetivismo 
            según la cual solo existe o solo puede ser conocido el propio 
            yo".
            
            (26) Al respecto Eielson señala: 
            "No se trata de la desintegración de la palabra (de ello 
            se ocuparon los letristas franceses, hace ya más de treinta 
            años) sino de la reubicación del lenguaje en un universo 
            habitado por otros sistemas de signos, sin excluir los llamados mass-media 
            de macluhaniana memoria. Que esto haya coincidido, además, 
            con el auge de la semiótica en esos años, no es ni casual 
            ni voluntario de mi parte. No se trata, pues, de una serie de "experimentos" 
            más o menos gratuitos o "novedosos", sino de un desarrollo, 
            casi elemental a mi manera de ver, que conduce desde la aceptación 
            pasiva del lenguaje (escrito) hasta una recreación del mismo, 
            paradojalmente inscrito en su propio origen gráfico y semántico." 
            Forgues, Roland. "Jorge Eduardo Eielson/ Un doloroso adiós" 
            En: Palabra viva: hablan los poetas. Lima, Ed. Studium, 1988; 
            p. 91.
            
            (27) Se trata de Ceremonia solitaria 
            (algunos de cuyos textos aparecieron en la primera edición 
            de Noche oscura del cuerpo. París, Altaforte, 1983) 
            y Arte poética y Pequeña música de cámara.
            
            (28) Oviedo, José Miguel. "Jorge 
            Eduardo Eielson o el abismo de la negación". En: Cuadernos 
            hispanoamericanos No. 417. Madrid, marzo de 1985; p. 196.
           (29) 
            Eielson, Jorge Eduardo. "Para una preparación poética"; 
            p. 48.
            
            (30) Eielson, Jorge Eduardo. Poesía 
            escrita. Editorial Norma; p. 214.
           (31) 
            Eielson, Jorge. Poesía Escrita. Editorial Norma; p. 
            103. Podemos encontrar, sin embargo, ejemplos de esta relación 
            entre lo sublime y lo grotesco, que supone la primera vía de 
            alejamiento de su lenguaje inicial, incluso en el poema que abre Reinos: 
            "En el cielo, cargado de heces sombrías y santas, / El 
            joven oscuro defiende a la joven./ Contemplan allí al verde, 
            arcaico Señor / [...] / Orinados por los ángeles, la 
            luna y las estrellas" (p. 47), o en el conjunto Cámara 
            luciente, sintomáticamente hasta hoy nunca recogido por 
            Eielson en las compilaciones de Poesía escrita (ver 
            nota 177). 
            
            (32) Eielson, Jorge Eduardo. Nuit 
            obscure du corps / Noche oscura del cuerpo. (Ed. bilingue) 
            Traducción de Claude Couffon. París, Altaforte, 1983.
            
            (33) Eielson, Jorge Eduardo. Noche 
            oscura del cuerpo. Lima, Jaime Campodónico/Ed., 1989.
           (34) 
            Incluimos en la segunda etapa los recientemente conocidos poemas de 
            De materia verbalis en tanto su construcción textual 
            se emparenta con los poemas de este momento y, además, en tanto 
            es posible notar en ellos cierta voluntad de artes poéticas 
            correspondientes con la composición de Noche oscura del 
            cuerpo.
            
            (35) Este es el signo preponderante que 
            encontramos en esta poesía inmediatamente posterior a Noche 
            oscura del cuerpo. Sin embargo, tampoco puede afirmarse esto tan 
            simplemente pues, como veremos más adelante, hacia 1955 es 
            probable que los poemas de Noche oscura... existieran sólo 
            parcialmente y en versiones preliminares. El hallazgo sereno de Eielson 
            no era algo ya cumplido en ese momento sino una tendencia; algo que, 
            ambiguamente aún, iba apareciendo en su poesía. La historia 
            de la publicación del libro apunta claramente en este sentido.
            
            (36) Fernández, Camilo. Las 
            huellas del aura; p. 136.
            
            (37) La edición colombiana incluye 
            un texto escrito para teatro, considerado por Martha L. Canfield -y 
            probablemente así aceptado por el poeta- como "poesía 
            dramática". Si bien aparece fechado en 1959, lo consideramos 
            como parte de esta última etapa al manifestarse en él, 
            claramente, un reencuentro con la palabra escrita en toda su plenitud.