La traición de Borges, de Marcelo Simonetti
Colección Nueva Biblioteca. Ed. Lengua de Trapo. 2005. VI
Premio Casa de América de Narrativa.
Por Julio Espinosa Guerra
literaturas.com, marzo de 2006
Un escritor fracasado lee en un periódico, que han detenido
frente a la Casa Rosada, en Buenos Aires, a un falso Borges. Antonio,
que así se llama, inquieto, relaciona la noticia con su ex-amante,
la joven y hermosa Emilia, y con Julio Armando Borges, un actor de
cuarta categoría que solamente ha triunfado imitando en los
teatros de Santiago de Chile, al creador de El Aleph . Así
es como comienza su primera novela Marcelo Simonetti, para
llevarnos de la mano por un mundo donde la realidad y su reflejo van
configurando un mundo onírico e imposible.
Antonio, este escritor que no escribe, poco a poco se comienza a
obsesionar con la información, para terminar teniendo la certeza
de que aquel hombre no es más que su conocido, el actor.
Por no se sabe muy bien qué mecanismos, llegará a la
conclusión de que Emilia Forch, su Emilia, aquella que lo ha
dejado hace un año atrás, está con él,
y actuando de una manera demasiado intrépida para su forma
de ser, viaja a Buenos Aires en su búsqueda.
En medio de este periplo, el autor nos da la información que
nos falta para ir completando el mapa de estas tres existencias, de
estos tres personajes de alguna forma inseparables a pesar de la distancia,
a pesar de las diferencias en su manera de enfrentar la vida. Antonio
Libur es una creación de sí mismo, escritor que nunca
ha escrito nada, puesto que los dos libros que un día le dieron
cierto reconocimiento, realmente fueron plagiados a un tío
muerto que los había escrito anónimamente. Después
de ellos vendría el olvido y el retorno a una mudez realmente
nunca franqueada. Julio Armando Borges, un actor que representa más
años de los que tiene, nunca ha triunfado en escena. Sólo
cuando comienza a interpretar un monólogo confeccionado de
retazos de diferentes textos de Borges, el verdadero, alcanza cierto
prestigio en el ambiente, lo que lo lleva a metamorfosearse en Jorge
Luis, hasta incluso ir perdiendo la vista poco a poco. Emilia Forch
es el hilo que une a estos dos personajes. Ella representa las ansias,
el deseo, la juventud; como un espejo donde sólo se ve la verdad,
es la que, con su abandono, termina de mostrarle a Antonio la ficción
de su condición de escritor siempre preparando una gran obra
que nunca acaba por aparecer, y a Julio, la capacidad escondida que
guardaba entre sus manos: la posibilidad de unir en él la realidad
y la ficción, lo que lo llevará a cambiar su rudimentario
Julio por el de Jorge Luis el día que se entera de su muerte.
Así comenzamos a enterarnos de que Emilia y Julio-Jorge Luis,
en un rapto literario, han viajado a Buenos Aires no para suplantar
a Borges, sino para revivirlo. Antonio, impulsado por esta noticia
y por el absurdo y nada justificado amor que siente hacia la muchacha,
sale tras ellos, pero incapaz de esgrimir la verdad, a su círculo
más cercano le miente, contándole que realmente busca
a aquel hombre debido a que en él ve al personaje de su futura
y gran novela.
Emilia, encantada en este juego donde ella es la principal jugadora,
logrará introducir a Julio en el círculo más
íntimo del verdadero Borges. Aparecerá, entonces, el
mismo Bioy en escena, queriendo creer que aquel espíritu que
se aparece un día en su salón es Borges y que la verdadera
ficción es la muerte de éste, programada, supuestamente,
por él mismo, para liberarse de su fama y una supuesta corte
que no quiere más de él que el aura que proyecta. Julio
Borges, como guiado por una fuerza del más allá, será
capaz de llevar a cabo el mejor papel de su vida, recordando nombres,
episodios, instantes, voces y escritos del maestro que en realidad
nunca ha llegado a conocer. Por su parte, Antonio se irá acercando
a ellos, hasta encontrarlos juntos, como amantes, en una reunión
multitudinaria. Sólo Emilia lo alcanzará a ver en medio
de la multitud, pero sólo un instante, el necesario para que
sus ojos se reflejen y la ficción se haga pedazos después
de que Antonio se vaya sin hacer ruido. Al otro día, un artículo
aparecido en un periódico de Buenos Aires destruirá
el juego de la muchacha.
Pero al mismo tiempo que Antonio destruye la ficción externa,
algo diferente se apoderará de él. Incapaz de volver
a plagiar un libro que no le pertenece, la novela concluye con el
escritor trazando las primeras letras de una nueva novela, la primera
suya, la más real de todas: la de un escritor fracasado que
se entera por una nota en un periódico de que su ex-amante
está en Buenos Aires junto con un viejo conocido suplantando
a Jorge Luis Borges.
De esta forma, Marcelo Simonetti nos introduce en un juego de espejos,
pura imagen, que finalmente termina por hacerse añicos; eso
sí, no sin antes llevarnos al borde, donde lo real y lo verosímil
se dan la mano, conviven, se hacen uno.
Sus personajes de manera inevitable recuerdan a otros tantos de la
literatura contemporánea: Emilia sería una mezcla de
la Maga, de Cortazar, y la Lolita, de Nabokob. Julio Borges se confunde
con el mismo personaje Borges, aquel reseñado por el mismo
autor argentino en su relato Borges y el otro , donde el escritor
se encuentra consigo mismo y se vuelve más literatura si se
puede; pero también es como la creación grotesca de
un Frankestein contemporáneo o la del protagonista del El
Socio, esa extraordinaria novela del olvidado Genaro Prieto, donde
todo, como en esta, es pura ficción. Y por último, Antonio
Libur representaría el revés de lo que Vila-Matas llama
los Bartleby, es decir, un escritor que ha dejado la literatura,
pero no por su propia decisión, sino por la imposibilidad de
ejercerla; un escritor mudo, que se busca en un viaje iniciático
que en algo nos recuerda al del Arturo Belano de Los detectives
salvajes , pero a un Belano decrépito, sin ganas,
impulsado por fuerzas ajenas a su voluntad más que debido a
su propia naturaleza. Se trata de un Antonio Libur que, al igual que
el personaje de Bolaño, termina por reflejar la búsqueda
del propio autor de la obra.
Podemos decir que Marcelo Simonetti con esta obra entra en la tradición
de los autores que se cuestionan a sí mismos y hacen de la
literatura también su propio mundo literario. Difícil
camino, por lo claustrofóbico y asfixiante, que muchos intentan
y pocos salvan con éxito, pero que en La traición
de Borges vuelve a respirar acompasadamente, gracias a una prosa
bien entramada y a unos personajes y acontecimientos que, sin llegar
a sorprendernos, mantienen una tensión constante a lo largo
de todo el relato.
En un espectro tan cerrado y previsible como la narrativa española
actual – con interesantes excepciones, naturalmente – hay que celebrar
la aparición de esta novela, que sobresale de la media y prestigia
un premio como el Casa de América de Narrativa. Indudablemente,
vale la pena leerla.