Una aproximación al No poder Nombrar
(NN, de Julio Espinosa Guerra. Ediciones la Calabaza del Diablo, Santiago, 2008, 87 p.)
Por Andrés Florit C.
Publicado en el sitio “Con Parlantes. Bitácora cultural”
(http://entreunayotraoscuridad.blogspot.com/)
NN, de Julio Espinosa Guerra (Santiago, 1974) llega a las librerías chilenas con un galardón a cuestas: el IX Premio Hispanoamericano Sor Juana Inés de la Cruz. ¿Importante? Sabemos lo que significan en el mundo literario los premios, por lo que no nos extenderemos en el hecho de que no son un sello de calidad garantizada. Ante el lector, más bien, pueden resultar un arma de doble filo: obligan a la obra a defenderse ante el ojo que ya no lee cualquier libro, sino que lee un libro premiado.
Pero no nos pasemos de agudos. El premio también ayuda a publicar, en tiempos en que pocos ponen un peso para la poesía. Así las cosas, NN ha salido este año por las no siempre prolijas ediciones Calabaza del Diablo y comienza con tres epígrafes que introducen y casi resumen el libro: una llave con letras de Joan Brossa, la explicación del significado de NN en el contexto de la dictadura de Pinochet (sigla con que se enterraban los cadáveres no identificados de asesinados políticos) y un fragmento de Henry Miller: “Tras la palabra está el caos. Cada palabra es una raya, un barrote, pero no hay ni habrá nunca suficientes barrotes para hacer la reja”.
De esta forma, lenguaje y realidad, silenciamiento y silencio, son las fisuras que marcan la ruta de la obra, que se divide en cuatro secciones: NN, Agüa, Muestrario y Currículum Vitae (nexos/anexos). El tema principal, que atraviesa todo el libro, es el que se enuncia en los epígrafes: las limitaciones y el desgaste de las palabras frente a lo que designan, frente a la realidad. Esto abre una herida: para quien habla el lenguaje en su mudez hiere y atraviesa la garganta como un clavo oxidado. Es un abecedario enfermo, que da llaves que no dan con ninguna cerradura, dice el poeta. En uno de los poemas más representativos del conjunto leemos: “No alcanza/ es que no alcanza/ La palabra casa no alcanza / ni la palabra julio/ ni la palabra violín me alcanza // Ni siquiera con la palabra arañazo /alcanzo la realidad.”
El anterior es el poema “F” de la primera parte, que tiene un poema por cada letra del abecedario y al final los versos de “NN”, donde se vincula la imposibilidad lingüística de rozar la realidad con un viejo que se muere y que es “Nada para Nadie”, un cuerpo víctima de la violencia política que perdió su nombre como las palabras su sentido en el uso cotidiano. Así va hilando el poeta un discurso coherente, en que declara que siempre hay imágenes que se pierden en el proceso de revelado, “palpitaciones que la lente nunca aprehenderá”. Incluye además bastante diálogo con otros autores (a quienes da “casi” todo el crédito de los poemas en que los cita), logrando por esta vía buenos hallazgos, como uno en que cita a Roberto Bolaño y que comienza: “Cuando un cuerpo muere/ pequeños animalillos sin forma/ transparentes/ nacen a su alrededor/ y se alimentan/ hasta que no queda nada”, vinculando luego al gusano con los oportunistas que nacen alrededor de los poetas muertos y se alimentan de su obra, cosa que el mismo Bolaño ha vivido, desde su final morada.
Encontramos los mayores aciertos en la sección “Muestrario”, que parte con ciegos cachorros de chacal que aún antes de poder ver mastican inseguros las primeras palabras, entusiasmados con el sabor de la tinta, o uno de mis favoritos en que el que habla desea ser como un grillo, oculto en los rincones, “y decir tanto con tan poco”. La sección final también tiene momentos intensos, más vinculados a la memoria: de hecho los poemas están titulados con fechas y con referencias políticas y vitales muy claras. Transcribo uno, fechado en 1983: “Si vienen a preguntando por tu padre/ tú no conoces a ese señor// Recuerdo íntegra la frase / y recuerdo/ el estremecimiento // Afuera / 1983 // Nunca más /Las palabras fueron lo mismo que hasta entonces // Y menos /la realidad”.
Pese a tener una posición enunciativa clara, varios aciertos y pocas metáforas, como dice Gonzalo León en la contratapa, veo en esta obra muchas sentencias y una preeminencia del discurso por sobre lo estético que, parafraseando al mismo poeta, “no salpican de sangre las sábanas”. Por medio de un estilo coloquial y muchas veces prosaico, vivimos al leer este libro una experiencia intelectual más que sensorial y estética. La escritura de NN carece de la intensidad y el ritmo necesarios para envolver al lector. No alcanza a estremecer. Da la sensación de que parte sabiendo demasiado bien dónde llegará, sin que provoque un real desgarro.
En el afán de fijar coherente y racionalmente su discurso, deja de lado una imaginación más viva y por sobre todo deja de lado el ritmo, el paladeo de las palabras, que no fascinan sino que provocan una prudente distancia. ¿Es ésta la intención del poeta, fundamentada en su falta de fe en el lenguaje? Puede ser, pero eso no importa: la obra tiene que sostenerse más allá de las intenciones, que parece ser lo que sobra en la poesía actual, en que la mayoría tiene tan claro lo que quiere decir y por qué lo dice así.
Por ello, una de las críticas más acertadas que he encontrado acerca de este libro es una breve pincelada de Ernesto González, cuando reseña al poeta en una de sus famosas entrevistas en el sitio letras.s5: “Todavía puede ir más allá dentro de lo mucho que ya nos ha dado en sus poesías, sobretodo (sic) si consigue arriesgar más al oído, un poco más”. ¡Justamente! Arriesgar más al oído, porque el discurso por sí mismo no basta. El mismo González Barnert, por ejemplo, tiene a veces una tosquedad en su poesía, pero una tosquedad estética, si se me permite el término.
Así también otros compatriotas contemporáneos, que han hecho de la poesía misma y del lenguaje motivo de su obra, han logrado climas y versos de notable factura, como el joven Rodrigo Arroyo en Chilean Poetry y Carlos Trujillo en versos como éstos: “No es más mano la mano que escribe este poema /Que la mano que no sabe siquiera escribir su nombre /No es más mano /La mano que escribe este poema /Que la mano de quien escribe este poema /Quien no sabe siquiera el nombre de la mano”. También recordamos versos de Guillermo Carrasco Notario, quien dice en “El espejo y la flama”: “Me sale / Un hipo incomprensible /Cuando trato / De nombrar/ La mano / Como un bronce / De rígidos tendones / No atina / A transcribir / Sonidos tan guturales (...) Y veo que no son palabras /Lo que necesito /Sino silencios / ¡Quiero escribir silencios!”.
Podríamos seguir, por supuesto. Hay tantos y sólo cito ejemplos desde mi antojadizo gusto. Pero me interesa constatar que la aridez intelectual no está dada tanto en el tema, sino en la forma, que también es tema. Julio Espinoza tiene de qué hablar, pero creo que le falta un mayor sentido estético, un dejarse llevar por estos caballos perdidos en el laberinto (Rodrigo Arroyo dixit) y galopar al fin sin riendas y sin medir las consecuencias.