NN de Julio Espinosa Guerra
Libros La Calabaza del Diablo, Santiago, 2008
Por Luis Riffo
El Mercurio de Valparaíso
La sigla NN designa a los muertos anónimos, los que no han podido ser identificados, cadáveres despojados de sus anteriores vínculos con la realidad. En una de las citas iniciales del libro de Espinosa hay una referencia a los muertos sin nombre que durante la dictadura fueron enterrados en algunos cementerios. Pero no estamos frente a una poesía política, al menos no en el sentido restringido de un texto panfletario. La mudez extrema de un cuerpo despojado de su vida y de su nombre extiende su tragedia hasta una formulación más radical: la disociación entre el lenguaje y la realidad.
Agrupados en cuatro partes que no pierden continuidad ni coherencia, los breves poemas de este libro poseen la intensidad y la capacidad reflexiva de la palabra que habla acerca de la palabra sin caer en el mero juego lingüístico, sino dotando a los versos de una sensación de auténtica angustia ante la evidencia del abismo que separa las palabras de las cosas:
Crean palabras:
puerta
ventana
ladrillos
paredes
candados
Pero me pasan una llave
que no abre
ninguna cerradura.
El poeta sabe, y lo reconoce expresamente, que su trabajo es la continuación de una de las vetas más interesantes de la poesía contemporánea, aquella que comenzó poniendo en duda la retórica tradicional y que ha postulado el silencio y el vacío como la materia prima de la poesía. Esa poética nihilista, que cuestiona tanto el lenguaje como las falsas certezas acerca de la realidad, es el tema del diálogo que estos poemas establecen con la obra de dos poetas emblemáticos: Gonzalo Millán (cuyo libro Virus deja sentir su poderosa influencia en estas páginas) y Juan Luis Martínez.
Sin embargo, el escepticismo no es total, de otro modo no podría explicarse por qué se sigue derramando tinta sobre la página en blanco. La expresión de la crisis es de algún modo una forma de explorar el misterio que se oculta en la oscura frontera que separa lo real del lenguaje. Negando la tentación del solipsismo, la sospecha apunta no tanto a poner en duda la consistencia de la realidad, sino la salud de las palabras. Es la palabra la que sufre una enfermedad, cuyo síntoma es su incapacidad de nombrar el mundo.
Ante ese diagnóstico, la poesía de Espinosa pone el dedo en la llaga, pero en algunos momentos desliza una vaga esperanza, la que tal vez sostenga los afanes del oficio:
El espacio ha de sanar algún día
Quebrar
como una cicatriz
el cemento
Cubrir
con una piel nueva
toda palabra.