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NUEVOS
LECTORES Y NUEVAS LECTURAS PARA
"MALDITO GATO" DE JUAN EMAR
Julio
Piñones(*)
ALPHA
N°23 Diciembre 2006
Newreaders and
new readings for "Maldito gato" by Juan Emar
Se
aplicaran los conceptos centrales de la "semiótica de la cultura y
del texto" de I. Lotman (La semioesfera I. 1996) para plantear e intentar
resolver el problema de de la "semioesferia" y de la "periferia"
en un nuevo texto receptivo. Al establecer las múltiples conexiones de
los elementos de este, se operará con las derivaciones del concepto de
función planteadas por diversos autores. La función indicial dará
información básica del relato, la función secuencial permitirá
reordenar las series narrativas, la función agencial identificará
los roles de los actantes; la función poética revelará la
riqueza artística de este cuento y su interpretación, según
Barthes (1970), permitirá "apreciar la pluralidad que lo constituye".
PRESENTACIÓN(1)
"Semioesfera"
y "periferia" en "Maldito gato"(2).
Según Lotman, la "semioesfera" corresponde a "un continuum
semiótico, completamente ocupado por formaciones semióticas de diversos
tipos y que se hallan en diversos niveles de organización" (1996:
I 22). La oposición de la semiosfera es la "periferia", la que
ha sido considerada como "un entorno exterior no organizado" (I 29).
Ambos espacios semióticos se encuentran delimitados por el concepto de
"frontera", que "es la suma de los traductores 'filtros' bilingües
que pasan por el texto a través de los cuales un texto se traduce a otro
lenguaje (o lenguajes) que se halla fuera de la semioesfera dada" (I 24).
En
consecuencia, aquí se analizará, describirá y problematizará
la situación que se configura al pretender establecer las interacciones
de los conceptos citados en el cuento "Maldito gato". Para efectos de
este articulo, ha ordenado este cuento de Emar por medio de dos macrosecuencias
(I y II) que encabezan cada proceso de lectura y que, a su vez, han sido divididas
en subsecuencias que son desarrolladas en el cuerpo central del trabajo.
1.
PRIMER CAMPO SEMIÓTICO
NUCLEAR: LO EUFÓRICO
1.1. Esplendor matutino
del 21/02/1919: Salida hacia los cerros del Melocotón (29). Funciones y
escritura del nuevo texto. Para determinar las zonas predominantes y las marginal¡dades,
la función indicial proporciona información sobre lo auspiciosa
que es una mañana. En la 1a subsecuencia se
fija la fecha inicial del acontecer y se establece la doble función actancial
y enunciativa del destinador, cuyo objetivo es galopar hasta los cerros del Melocotón
(29-51). Observadas las correlaciones jerárquicas de los personajes, se
identifica la función actancial: a) dominante del enunciador con relación
al sirviente y al caballo; b) subordinada del sirviente; c) dominada del caballo.
1.2.
Factores del esplendor: Temperatura y perfumes campestres (29/32). La temperatura,
como factor suprarreal que circunscribe el entorno abstracto del jinete, interactúa
con las acciones lúdicas de éste. Los cambios de ritmo que impone
en el juego que ha inventado, dotan de suprarrealismo a la cabalgata y demuestran
cómo se comportan los factores gravitantes dentro de esta zona nuclear.
El destinaclor atraviesa y describe los sitios por los que cruza con su caballo;
el enunciatario analiza y plantea un nuevo (su) texto abierto. Se advierten el
egocentrismo y las capacidades actanciales del enunciador, atendiendo a los indicios
que proyecta su actuar: da órdenes y busca la aventura.
Por otra
parte, en la mancomunión de esta singular empresa que comienza, el corcel
del destinador se constituye en un apoyo fundamental para el desarrollo de los
eslabones acciónales posteriores. Así, en el corcel se cumple un
programa narrativo, subordinado, pero esencial con relación a lo que aporta
en las riesgosas peripecias por las que atraviesa su amo, por lo que acontece
el acceso de la dupla protagónica al límite abstracto entre territorio
marginal y nuclear. El caballo "Tinterillo" alcanza esta posición
al cruzar la frontera, desde la libertad de la periferia hasta su ensillamiento,
que lo integra a esta nueva estructuración primordial. Se constituye, de
este modo, la complejidad de esta "persona semiótica" (Lotman
I 25), generada por la confluencia de estos roles actanciales.
Esta "persona
semiótica" activa el funcionamiento de este núcleo, creando
fenómenos maravillosos. Después de experimentar las sensaciones
térmicas extremas —calor y frío— se genera un tercer estado de bienestar
acorde con la desaparición de la temperatura, acontecimiento que sólo
puede aparecer en el interior de este sistema cerrado a lo extrasemiótico
(29). Tal dialéctica connotativa origina dos sensaciones antitéticas
y ubica —en el vértice superior de la síntesis imaginaria— un desiderátum
de paz y dicha que suspende y alza al ser de las circunstancias físicas
de lo humano, siendo este un núcleo de búsqueda recurrente en el
texto. Estos giros suprarrealislas seguirán actuando dentro de las condiciones
que se le atribuyen a esta dimensión, que es la de funcionar en una continuidad
semiótica o la de su demarcación abstracta diferenciadora con relación
a otras semioesferas o a otros espacios extrasemióticos (I 24).
Las
variantes de esta cabalgata dotada de impulsos extremos y de bruscas detenciones
permiten percibir las inclinaciones hacia los movimientos y retracciones de este
sistema semiótico. El eje de ambas instancias se instala en las configuraciones
mutables de la enunciación que va descubriendo los resultados de ciertas
órdenes recibidas por el corcel y sus efectos en el jinete: los manotazos
en una oreja y en la grupa de la cabalgadura. Lo que afirmo se sostiene en la
concurrencia tanto de nexos concluyentes como de oposiciones frontales de sus
conjuntos significantes. Una nueva clase de lectura empezará a surgir cuando
el texto entregue la vastedad de significantes generados por el jinete que narra
y concreta su propia historia, al ir en tránsito hacía esa "larga
alameda de algarrobos" (29) y que, en seguida, endilga hacia los territorios
abstractos de la cabalgata. La narración aquí retoma un sentido
primario y fundamental del arte: el de descubrir, sobre lo cual escribió
Hans Robert Jauss; "la experiencia estética (...) hace que se vea
de una manera nueva" y, "con esta función descubridora, procura
placer por el objeto en sí, placer en presente" (1986:40).
Por
medio de una analogía fílmica, se puede afirmar que ante los ojos
del lector se suceden con diversas velocidades las escenas de este cuento de Emar.
La subjetividad que narra se enuncia a sí misma; ella concreta lo que inventa
e involucra su emocionalidad. Tal subjetividad disfruta y comparte el placer estético
con la audiencia que se inserta en el desarrollo dinámico de este sistema
semiótico y de las funciones secuenciales que se potencian al fundirse
con la índole fantástica de la cabalgata que se narra. La expresividad
tiende a producir en el lector un interés constante, según vaya
traduciendo las provocaciones del destinador y las vierta en su escritura como
enunciatario. Derivado de lo anterior, este enunciatario asumirá la serie
de fenómenos escritúrales de esta enunciación ingresando
en las brechas y en los cambios rítmicos del recorrido narrativo que le
permitan percibir sus sentidos. Acotado este cuento como una confluencia de diversas
corrientes semioesféricas y periféricas, el proceso de lectura puede
comenzar a verse como un espacio dialógico: un ámbito de conexiones
imbricadas por el juego activo entre enuncíador y destinatario.
Expuesto
a los desplazamientos temporales del texto, el lector debe moverse con flexibilidad,
atento a la fluidez de estas instancias que van y vuelven en el espacio semiótico.
Así ocurre en el caso de las demarcaciones fronterizas que no son físicas,
sino que son puentes abstractos que posibilitan o deniegan el ingreso de lo externo
a la semioesfera. Los problemas que nos plantean estas diferenciaciones de niveles
figurativos corresponden al funcionamiento del sistema que se va constituyendo
como texto y a la identificación de conexiones que vinculan estas series.
Que tal funcionamiento y series se muestren caracterizables en sus interacciones
depende de las diversas lecturas potenciales de un sistema que se valida al manifestar
su continuidad semiótica, dentro de la cual consideramos que el discurso
cuentistico de Emar —en términos de Lotman— posee consistencia propositiva,
gracias a su "homogeneidad e individualidad" (I 24).
La participación
básica del lector es insustituible para la constitución del territorio
nuclear imaginario del jinete/enunciador, un nivel extraordinario sostenido en
el plano de las connotaciones que resultan de la práctica receptiva: cumpliendo
su rol, el lector correlaciona los sentidos integrados al espacio semiótico.
Cabe subrayar que los conceptos lotmanianos de "semioesfera", "frontera"
y "periferia" poseen una constante movilidad semiótica. Como
se verificará al ingresar en la segunda secuencia mayor de este relato,
se trata de conceptos que no pueden usarse como definitivos e invariables, puesto
que los sistemas semióticos y sus procesos están expuestos a fenómenos
transformacionales que proceden no sólo del campo cultural interno, sino
que, también, de elementos extrasemióticos que pueden ser semiotizados
de diversos modos.
La "persona semiótica" obtiene placer
en la cabalgata que había cerrado la subsecuencia narrativa de la "temperatura"
y que ha generado el ingreso al segundo de los factores ambientales que hacían
muy atrayente aquella mañana. En la experiencia actancial acontecida en
la alameda de algarrobos, lo predominante es la imposición de la sátira
que opera sobre los caracteres de este campo, sátira que se acentúa
cuando el enunciador emplea una voz perteneciente al campo léxico culto
para comparar sintéticamente aquellas emanaciones con "un compendio
de nuestras necesidades más apremiantes, compendio que entraba por
las narices" (33). (Nuestra cursiva marca el nivel léxico diferencial).
La
siembra de otro potrero tampoco implica valorización de un nutriente actual
y concreto, sino que opera como una metonimia que mienta toda clase de alimento
universal. La reiteración del nutriente —al que está aludiendo el
enunciador— remarca su distinción entre pan presente y valor abstracto
del pan emariano, puesto que se trataba de: "Un pan por venir, de miga algodonosa
y cascara crujiente; un pan arquetípico. Un pan por venir —digo- por lo
tanto, todas las posibilidades de pan para el hombre" (33).
Similar
alteración acontece con las vacas holandesas que emanaban olor a mantequilla;
pero no a mantequilla real, sino que, también, arquetípica, todavía
no hecha. El ingreso de uno y otro olor por cada ventanilla nasal generaba la
confluencia de un pan con mantequilla, operación extraordinaria de índole
claramente literaria. Esta escisión procedía de una mente que imagina
ambos nutrientes; uno de estos, por su componente idealizador, se muestra como
ajeno a toda contaminación procedente de lo real, es otra forma de verdad
perenne; de aquello que no se corrompe ni se pudre. Esto puede verse como la esencia
de la idea abstracta del nutriente que opera cual descriptor de esa materialización
vista en un plano de menor rango, lo que evoca cierta resonancia platónica.
La codificación de un repertorio universal de elementos que se deja leer
como fuente de un poder fundacional, intacto y disponible, es el fundamento que
confiere impermeabilidad a este orden, libre de aquellos factores erosivos.
Jauss
reparó en el modo cómo Aristóteles atendió al placer
que provoca en la recepción "la representación de objetos feos"
(1986:60) y en su aporte a la teoría receptiva actual, como los que enuncia
este narrador "Olía, pues, este trecho a lo inútil de los cerdos,
a putrefacción, a desechos pestilentes de carnes, visceras y excrementos.
Casi una náusea" (33-34). Lo representado inserta una nueva singularización
en el tramo cuaternario del periplo simbólico del jinete. Esta presentación
de lo porcino exhibe la posibilidad de revelar el extremo positivo del concepto
bipolar de lo escatológico: el acceso probable al "arquetipo"
al cual responden los registros de esos animales. La apreciación de esa
carga se sitúa en el otro extremo repugnante de la curiosa bisemia de la
escatología: aquella de los más altos fines y aquella de los más
repugnantes desechos, instancia desde donde emerge —en este cuento de Emar— "El
aroma del destino" (34). El cierre de esta subsecuencia mantiene la sensorialidad
auditiva predominante y la descripción peyorativa del ganado. Esta enunciación
se inserta en los ámbitos periféricos con los cuales se ha ejemplificado
la concatenación de instancias que configuran, a lo largo del texto, su
contraste con otra formación predominante en el espacio semiótico
de cada segmento textual.
1.3. Llegada a los cerros del Melocotón
(51). Las subsecuencias de la exploración del jinete/enunciador tendrán
sus cierres cuando éste llega a su primer destino. Conforme a la ambigüedad
irreductible, característica de la poeticidad de Emar, se trata de una
instancia de evocación. La función actancial había dado a
conocer al lector el objetivo que este protagonista se había propuesto
cumplir mediante su rol ecuestre por medio del juego anafórico y su término
anaforizado: "llegar a los cerros del Melocotón" (29). La primera
instancia de esta anáfora —correspondiente al inicio de esta función
subsecuencial— atisba su futura correlación cuando se fija y queda abierta
la expectativa de su cumplimiento futuro. Desde la emisión de este propósito
expansivo hasta que acontezca el cierre de esta secuencia, será la intervención
del factor anaforizante la que completará y sintetizará la enunciación
abierta por el primer término de la anáfora. La dualidad correlativa
de la figura vincula dos mañanas, pero conectar sendos referentes implica
al enunciador y al enunciatario con las experiencias estéticas desplegadas,
entre las cuales está la inédita cabalgata emprendida por el enunciador
y su caballo "Tinterillo".
El fenómeno rememorativo de
una dicha instalada en un plano temporal ya experimentado sólo resulta
posible para el enunciador al encontrarse situado en la instancia excepcional
de experiencias favorables de aquella zona nuclear. Una enunciación de
gozo, ubicada en la cabalgata, fundamenta el rango de este acontecer: cuando el
enunciador masca la flor de alfalfa había recordado una felicidad pretérita
(47). Con años de anterioridad, otros enunciados nos remiten a ese pasado
en el cual se apunta a esa amistad con el fallecido chino Fa y a la compra de
su misterioso "candiyugo". Al administrarse su jugo en la lengua, se
lee que "la dicha suprema empezaba, y la dicha suprema duraba tanto como
duraba en deshacerse el candiyugo (...) No sabría definir exactamente en
qué consistía esta felicidad sin igual" (48-49).
El modelo
para obtener placer del jugo de las flores lo aproximaba a esa otra "dicha
suprema", que era "una franca dicha" cuando la reactualizaba; sin
embargo, no era la dicha plena, sino un "eco lejano" (50) de aquella
otra experiencia total de la felicidad. Una vez más, se da este juego entre
los niveles de plenitud del Ser y el de sus derivaciones menores. De allí
que el gran pivote narrativo de este engranaje se instale por medio del enunciado
que afirma: "Así fue cómo aquella mañana, en las faldas
de los cerros del Melocotón, pude evocar mi felicidad perdida" (51).
II.
SEGUNDO CAMPO
SEMIÓTICO NUCLEAR: LO DISFÓRICO
2.1.
Exploración actancial protagónica en la periferia (51-52). Con la
llegada se inicia un nuevo proceso de exploración de esta persona semiótica
que desmonta: se interna a pie por ese entorno, cavila y camina con dificultad
entre elementos rústicos. Llega más tarde a un sitio amable, cuyas
características coinciden con los rasgos distintivos de lo semioesférico.
Al reencontrarse con esta clase de experiencia superior, la persona semiótica
del explorador la enuncia así: "Reinaba una paz de cielo. A recalcarla
venía de tiempo en tiempo un buitre cordillerano que pasaba allá
arriba, muy alto, con sus alas extendidas e inmóviles" (51).
El
lector avanza, ahora, en su práctica receptiva distinguiendo las subsecuencias
que poseen sentido semioesférico de aquellas otras, cuya dispersión
organizativa las sitúa en la periferia. Se inscribe en esta última
la serie no reflexiva, sino cavilosa que el explorador realiza en su caminata
por esos cerros: "Pero no sé qué raciocinio tonto, sin base
alguna, me hizo llegar a la conclusión (...). Cosa absurda que en nada
lógico puede asentarse..." (51). Tales enunciados se insertan claramente
en lo irrelevante, en lo que tiene una categoría inferior de sentir y de
pensar con relación a las que se han situado como soportes y actos acontecidos
en un nivel de excelencia estética y emocional. Lo periférico, también,
se caracteriza por el desorden y la heterogeneidad permanente de sus referentes,
según se explícita: '"Largo rato avancé al paso dificultoso
de mi cabalgadura que tenía que evitar constantemente las piedras y matorrales"
(51).
2.2. Acceso a una segunda zona nuclear: Embudo/socavón (53-54).
El desplazamiento de elementos dispersos en una periferia y su inclusión
organizada en la semioesfera se presenta en esta instancia. Lotman caracterizó
este fenómeno afirmando que la semioesfera "necesita de un entorno
exterior no organizado" y se lo construye en caso de que esté ausente.
La cultura —agrega— "crea no sólo su propia organización interna,
sino, también, su propio tipo de desorganización externa" (I
29). Así, se observa un cambio en la percepción del explorador con
relación a la conducta de los elementos periféricos, los que se
comportan como factores positivos que inciden en la revelación de otro
núcleo primordial del cuento: "Pude darme cuenta que la roca, como
el grupo de árboles un momento antes, estaba allí para ocultarme
y revelarme después una nueva sorpresa" (53).
2.3. Nuevos roles
actanciales: dominante/dominado (54-59 y ss.). Aquí se muestra al actante
que está presente en la denominación del cuento: "un simple
y vulgar gato blanco... (sobre cuya) cabeza, entre ambas orejas, tenía
una pulga" (54). La enunciación remarca la constitución de
una nueva tríada actancial con rasgos semioesféricos: el gato, la
pulga y el sujeto de la enunciación. Los nuevos actantes son presentados
con sobriedad. Lo excepcional se muestra en que gato y destinador, para mirarse
mutuamente, necesitaban "lanzar un rayo visual paralelo al nivel de las aguas"
(55), lo cual se constituirá en indicio del poder felino sobre el enunciador
que, con todo, ha perdido su condición humana.
En la presente secuencia,
sólo la expresión del sentido visual mantiene su funcionalidad y
se apartan los restantes sentidos. Esta marginación permite la hipervaloración
existencial del "rayo aquel de ojo a ojo" (55), aunque para gato y hablante
esta unidad resulte "completamente inútil" (56). Sin embargo,
cuando se incorpora a esta dupla la pulga actancial, de lo inútil se pasa
a la capacidad visual cósmica. Es notable observar cómo el lenguaje
literario del enunciador emariano se encuentra tan próximo al discurso
teórico lotmaniano, en especial, al concepto central de semioesfera, como
puede observarse aquí:
Y
ya, haciendo entrar a dicha pulga en nuestro sistema, iremos formando una figura
organizada que (...) puede ya pasar a ser o pasar a tener una relación,
una conexión, una afinidad, una polarización, si se quiere, con
todo el resto de lo creado, con la otra y total figura" (56).
Desde
aquí surgen las vinculaciones primordiales de la bisemia semioesférica
del cuento, pues esta zona nuclear aparece relacionada con el campo semiótico
de la excepcional cabalgata (esta es "la otra y total figura"), la cual,
de hecho, ha favorecido el proceso completo del descubrir. Al conformarse una
nueva triangulación actancial, el placer de esa paz característica
de las instancias nucleares prepara la reformulación de nuevas expectativas
semioesféricas. Esta experiencia de estabilidad y bienestar se profundiza
y se hace extensiva al trío actancial. Las etapas del proceso generador
de esta vocación semioesférica, considerando lo que se había
mostrado como desarticulado y desorientado en lo periférico, aparecen así;
"Habíamos realizado un equilibrio, un perfecto equilibrio entre fuerzas
aisladas, fuerzas sueltas, tres fuerzas diferentes que, hasta ese momento, habían
estado trotando desorientadas y a locas por el mundo" (59).
Junto a
esa forzada armonía, se advierte el temple angustioso ante la contradictoria
y precaria estructuración, puesto que eran "tres fuerzas incoherentes
en el caos de la vida, que por su misma incoherencia, por su mismo desequilibrio,
al hallarse errantes, contribuían de más en más a intensificar
ese caos" (59). Si las posibilidades de ruptura de este trío semioesférico
—las consecuencias de tal hecho virtual y las limitaciones microcósmicas
de sus potencialidades— son enunciados válidos, la aspiración globalizadora
de este trípode semiótico se presenta, sin embargo, de modo ambiguo.
El enunciador, por medio del control crítico de su discurso, reivindica
su posición enunciativa, reformula el mecanismo activo que permitió
a la frontera cohesionar aquellos elementos aislados en una semioesfera tanto
como la recuperación —desde esta totalidad— de sendas singularidades semióticas.
Anafóricamente,
reaparece una instancia temporal cercana a la enunciada al comienzo del texto:
las 12 del 21 de febrero de 1919. Esta precisión temporal marca un pasado
periférico del trío "de errantes e inoculados como fuerzas"
(62) transformados al atravesar la frontera abstracta, en "tres elementos
estables de una nueva forma que, como tal, había inexistido hasta aquel
momento" (62). La "nueva forma" que adopta la dispersión
de estos seres corresponde al conjunto de valoraciones diversas radicadas en lo
"semioesférico".
Así, el sistema de escritura de
Emar puede considerarse que sólo funciona dentro de la fluidez compartida
de un cauce ininterrumpido de signos semioesféricos y periféricos,
solidarios en sus conexiones pertinentes, los que posibilitan las funciones secuenciales,
subsecuenciales y poéticas de un texto imaginario que traza sus rumbos
desde las distintividades y homogeneidades de sus propios conjuntos significantes.
Los enunciados del cuento tienen tal grado de especificidad y de fusión
integrativa, que, en reiteradas ocasiones, el narrador estima necesario orientar
al lector en los sentidos con que está usando los expresantes textuales,
al gestar la apertura de sus profundidades semióticas. Estas últimas
brotan de una actividad imaginaría consciente de sus excesos, que se hace
responsable ante eventuales incomprensiones de los receptores y que se muestra
puntillista hasta en las más mínimas resonancias y acepciones de
su expresividad narrativa. Así, el triángulo semioesférico
es referido como "un espejo" (62), precisándose: "Digamos
claramente (...) Era un nuevo total, idénticamente equilibrado como el
gran total" (62).
Resulta interesante destacar cómo este viaje
lingüístico es propuesto desde la variabilidad de las experiencias
narradas. Cuando tal movilidad se manifiesta, se extiende la complejidad del dispositivo
anímico de sus enunciados, gestando paralelismos retrospectivos, con distintas
localizaciones textuales, como en este caso: "¡Las doce!" Estas
horas citadas son anafóricas con relación a otras eufóricas
doce "del día 21 de febrero de 1919" cuando se constituyó
esa "nueva forma" gravitante en este proceso de significaciones complejas.
Después de esta imbricación, la persona semiótica asume que:
"Tuve una noción nítida de esa súbita e instantánea
detención. Luego, como lo dije, vino aquella gratísima sensación
de reposo" (63).
Antes de reiterarse aquella "sensación
de reposo", se hace posible otra conexión de esa frase explicativa
hacerse presente el enunciado "como lo dije" (63) que remarca el encuentro
anafórico con otro expresante análogo: "¡Las doce! El
Universo, entero, repito, se detuvo por un mínimo instante". (62-63).
Las estaciones de este tránsito crucial continúan, cuando se exteriorizan
sentimientos "de estupor (...) de solemnidad y de adiós (...) (de)
un arrepentimiento repentino" (...) de pavor" (63) que experimentó
esta persona semiótica antes de ser "inundado por aquella sensación
de reposo de que he hablado" (63).
La premeditada búsqueda
de credibilidad que se expresa en el texto, explícita el control metódico
del discurso y expone la trascendencia semiótica de una transformación
relevante para nuestro texto receptivo: "Vamos, pues, ordenadamente (...)
súbitamente, mi significado como hombre terminaba; mi signo cambiaba, mi
signo hombre se iba, mi signo era otro al pasar a ser elemento" (63). Lo
dicho implica una alteración de la regularidad con que se había
manifestado la persona semiótica en su trayectoria anterior. Si en este
proceso la distintividad creativa había remarcado la humanidad de este
ser, aquí recibe otra marca sígnica al perder esta condición.
Tal hecho explícito faculta caracterizar este acontecer como un fenómeno
degradante, aunque su configuración genera una especie de blindaje frente
a un entorno espacial, cuyas amenazas son presentadas como extremadamente peligrosas.
Por
otra parte, este mismo proceso puede verse como una liberación de las peripecias
propias de los comunes mortales, si se atiende al modo cómo estos últimos
se alejan de él y lo eluden: "'Para ellos seguir a suelazos con la
tierra, para yo sorprenderme amalgamado, aspirado por otra conformación
y otro destino" (63). Los humanos aparecen como dispersos y golpeados en
tanto que la persona semiótica, bajo su nueva máscara, aparece integrada:
la ambigüedad persiste y no hay cómo eliminar este carácter,
porque así es cómo se percibe la conducta del texto.
Los
desplazamientos de la persona semiótica subyacen al proceso aludido por
el hablante. La pertenencia a una zona nuclear o a otra, dentro del núcleo
de la gran semioesfera que las abarca a todas, posee caracteres diferenciales.
En este desplazamiento, el destinador va a integrarse a otra estructuración
que lo convoca. Teóricamente, su coexistencia anterior con los humanos
es imposible, puesto que si estos lo rehuyen estarían en una situación
prevista: la de una adscripción irregular entre figuras semióticas
disímiles.
Ahora interesa evidenciar la serie de sobredeterminaciones
que afectan la transformación de la persona semiótica, violentada
"por tres fuerzas puntudas como víboras, me amarraba y me englutía
en la nueva figura" (65). De hecho, el proceso de lectura en esta subsecuencia/secuencia
está entregando una información profunda sobre lo que implica el
desplazamiento de una frontera abstracta. Esta implica la reconversión
de una zona nuclear que había sido identificada con una persona semiótica
y que, en estas circunstancias, se encuentra abandonando una configuración
ya internalizada para ingresar en otra formación semiótica que la
condiciona de otro modo, justo cuando eran las doce en punto de ese "21 de
febrero de 1919" y las fantasías se concretaban en realidades.
La
enunciación había indicado, allí, la frustración de
la persona semiótica ante el cierre imperfecto de su rol anterior, pues:
"sentía descomponerse (...) asuntos dejados inconclusos (...) y no
como hubieran debido quedar: algo de un total, elemento inmovible, fijo, de un
organismo completo y paralelo" (65). Este enunciado está revelando
los costos afectivos que debe pagar esta persona por haber trasgredido dicha frontera.
Como consecuencia de esto último, lo que era propio de la persona semiótica
en las zonas nucleares iniciales pasa a ser sentido como ajeno. La vacilación
que experimenta este actante deriva del distanciamiento que siente con relación
a los elementos que constituyeron formaciones semióticas en torno a las
cuales había vivido experiencias expansivas, gestoras de una experiencia
estética poderosa e independiente (en el campo de arrayanes o de algarrobos,
p. e.) junto a otros espacios semióticos de igual soberanía.
La
expresividad de aquellas instancias no puede dejar de ser reconocida; el problema
radica en la frágil condición humana que hace imposible la continuidad
de habitar en esas cimas. Por ello, lo anafórico reconoce la libre expresión
de otras manifestaciones semióticas en el interior de una gran semioesfera
cultural, abrazadora y respetuosa de los comportamientos textuales de cada una
de las formaciones lingüísticas preeminentes que viven dentro de sus
fronteras omniabarcadoras.
Así, cabe evaluar las conductas del texto
en la cabalgata fantástica inicial en los términos de etapas experienciales
de la persona semiótica, las que tanto describen sus progresiones por medio
de formas espirales y que elevan sus tentativas para alcanzar lo absoluto, como
patentizan la imposibilidad de mantenerse en esos niveles. Tales esfuerzos pueden
ser considerados como ímpetus de sus aprendizajes de mundo. Sus enunciados
de vacilación, duda, angustia, son expresiones de una inseguridad que se
manifiesta en su consciencia y que permiten exponer su doble pertenencia a esas
etapas de su aventura cognitiva y a los sentimientos negativos que rondan en las
zonas periféricas de su mente.
Con lo recién apuntado, se
relativiza la enunciación; gana en autenticidad existencial y se matizan
las magnificencias de esta vertiente narrativa que se desliza hacia el interior
de la subjetividad (63-64). La persistente búsqueda de serenidad en distintas
localizaciones del texto, a estas alturas, se evidencia por medio de las insatisfacciones
de un temple fragmentado, con relación a las aspiraciones ambiciosas de
aquel primer proyecto de búsqueda. La diferenciación semiótica
entre núcleo y periferia queda establecida, en este último caso,
por medio de la persona que desnuda su intimidad para transferir a los lectores
sus experiencias antinómicas y los hondos quiebres expresados sin dobleces
e instalados aún, en su existir, por cuanto: "Ahora me venían
a la memoria muchos actos de mi vida para los cuales, en esa vida misma, no hallaba
explicación que me satisficiera" (66).
CONCLUSIONES:
EVALUACIÓN DE UN PROCESO SEMIÓTICO
Las conceptualizaciones
semióticas aplicadas a este cuento han permitido analizar, sintetizar y
evaluar este proceso semiótico en los siguientes términos: la semioesfera
de "Maldito gato" es la vasta dimensión que contiene en su interior
las vidas semióticas de una diversidad de formaciones lingüístico/estéticas.
Establecida la variedad de estas formaciones, aquí ha interesado centrar
la investigación en la sucesividad de dos segmentos textuales. Sus conjuntos
expresantes aparecen dotados de diferentes capacidades de significar y de gravitar
en la totalidad semioesférica del cuento.
En las dos macrosecuencias
han sido identificados niveles narrativos nucleares y marginales. La primera configuración
nuclear se desarrolla sobre la base de las expectativas eufóricas, así
estimadas, en virtud de la cabalgata fantástica emprendida por la persona
semiótica y su corcel "Tinterillo", segmento que contiene los
caracteres de la aventura y de las peripecias paródicas. Este recorrido
narrativo puede ser visto como una vertiente accional, cuyo final confluye hacia
la vasta espacialidad semioesférica junto a la simultaneidad de los factores
preeminentes del segundo segmento que se incorporan a la continuidad de la misma
historia existencial de la persona semiótica ya instalada en la primera
instancia del texto, comunicando ambigüedad a la postrera suerte de este
desenlace.
La recomposición de la obra cuentistica en un nuevo texto
ha posibilitado describir la primera fase como una formación semiótica,
cuyas unidades de significancia aportan luces y sombras primordiales y periféricas.
Estas últimas se desprenden de los cuerpos centrales de ambas vertientes
como resultado de los grados de conciencia alcanzados por la persona semiótica
bajo la forma de aprendizajes vivenciales implícitos adquiridos a lo largo
de su tránsito en el relato.
Así se establecen dos planos
del Ser: uno corresponde a la matriz básica de los elementos integrados
en un registro universal, simbólico y arquetípico que contiene las
denominaciones de las cosas en un estado libre de contaminación. Es lo
inmanifestado que aparece como realidad primigenia. Contrapuesta a esta "realidad
primera" se configura un plano de manifestaciones derivadas de la primera
idealidad: se trata de residuos periféricos.
La condena intertextual
de este funcionamiento sígnico radica en que tal proceso, inevitablemente,
conlleva la degradación de las potencias virtuales cuando son requeridas
por elementos que buscan ser derivados, desde estas, hacia sus realizaciones concretas.
En esta profunda ironía puede encontrarse parte del drama, al menos, cierta
zona legible, de esta escritura emariana: la "persona semiótica"
del anunciador, tras vivir experiencias estéticas, cuya intensidad las
inscribe entre las instancias semióticas relevantes del texto, termina
acomodándose en otro núcleo que no le brinda estas posibilidades,
sino un mero resguardo aprensivo ante los acontecimientos del ser humano, condición
a la cual renuncia.
Lo predominante y lo irreievante de los conjuntos significativos
de ambos segmentos confluyen hacia la integración con la semioesfera de
este cuento, pero la frontera semioesférica rechaza los elementos desorganizados
que han sido arrastrados por las corrientes centrales de cada macro secuencia.
El segundo espacio semiótico coexiste, junto a la primera formación
lingüística de la persona semiótica de la cabalgata, dentro
de la gran semioesfera del texto. En esta segunda zona nuclear, la persona opta,
preferentemente, por deambular en un ámbito existencial de sobrevivencia,
más que nada, proclive a la mediocre aceptación de las cosas. Esto
permite encontrar sentido a la formación del sistema triangular de gato,
pulga y persona semiótica, instancia cuya estabilidad se muestra vulnerable
al más mínimo movimiento de liberación que pudiera intentar
dicha persona. La actitud pusilánime exhibida por esta ante cualquier desequilibrio
de esta segunda reestructuración disfórica, difiere del temple audaz
o desaprensivamente gozoso manifestado en su primer desplazamiento.
Rasgos
inherentes a la zona nuclear de la primera macroseeueneia insertable en la semioesfera
mayor son todos los que hacen fantástica la cabalgata de la "persona
semiótica": son rasgos compartidos por las dos zonas nucleares: el
común poder enunciador que atraviesa ambas dimensiones relevantes. Atributos
que integran la conciencia total de la persona semiótica en la lectura
final de la narración son todos los que pueden ser leídos como etapas
vitales de un mismo proceso existencia! que puede ser traducido en los términos
de saberes sobre sí mismo y sobre la terribilidad de las limitaciones humanas.
Se
demuestra, así, cómo ambas estructuraciones son confluyentes en
la unicidad semioesférica del gran río sígnico del texto.
La síntesis total de este universo semióíico puede representarse,
visualmente, como un amplio círculo que representa la gran semioesfera
del proceso de lectura/escritura de "Maldito gato" en acción.
En el interior de este círculo, pueden imaginarse otros círculos
de menor tamaño que corresponden a varias configuraciones, más bien
espirales por su vocación orientada hacia la semioesfera. Las vidas semióticas
de estos últimos sistemas se desarrollan, libres e independientes, dentro
del funcionamiento real y virtual de la gran semioesfera, sin otras vinculaciones
que las conexiones que guardan entre sí. Estos dos territorios imaginarios
parciales pueden delinearse como círculos medianos independientes, pero
que se entrecruzan en una zona intertextual de conexiones recíprocas. Se
crea, así, en ese trozo del círculo, un sector remarcado por las
afinidades funcionales de ambas fuentes sígnicas.
Con todo, en efecto,
este texto receptivo de ''Maldito gato" sigue mostrando una neta ambigüedad,
con lo cual no estamos, sino reconociendo uno de los rasgos fundamentales de las
obras artísticas y de las prácticas críticas contemporáneas.
Más precisamente, esta tentativa hizo legible este cuento de Emar utilizando
ciertos procedimientos hasta el límite de sus capacidades concretizadoras.
Por tanto, estas conclusiones no pueden sino ser ambiguas, pues no sólo
son ambiguas la escritura y la interpretación literarias: también
lo son las realidades que cada ser humano está creyendo ver.
(*)Universidad
de La Serena
Departamento de Artes y Letras
Casilla postal N° 599
La
Serena - Chile
jpinones_2000@yahoo.com
(1)Este trabajo procede de la investigación Análisis
evaluativo de las funciones semióticas en Diez, de Juan Emar; proyecto
financiado por la Dirección de Investigación de la Universidad de
La Serena (2005-2007), y patrocinado por el Departamento de Artes y Letras de
esta Universidad.
(2) Juan Emar, (1893-1964).
1937., "Maldito gato", en Diez. Santiago de Chile: Nascimento.
Citaremos por esta edición.
BIBLIOGRAFÍA
-
BARTHES, Roland. S/Z. París: du SeuiJ, 1970.11-12.
- HOZVEN. Roberto.
El Estructuralismo literario francés. Santiago: Universidad de Chile
- Departamento Estudios Humanísticos, 1978.-
JAUSS, Hans Robert. Experiencia estética y hermenéutica literaria.
Madrid: Taurus, 1986.
- LOTMAN, Iuri. La semioesfera I. Madrid:
Cátedra, 1996.