Poesía
chilena: Antología esencial
Julio Espinosa Guerra
Visor. Madrid, 2005.
506 páginas
Chile
y el posnerudismo
Por
Miguel García-Posada.
www.abc.es - enero de 2006
La poesía escrita en Chile durante el siglo XX ha estado marcada
por la significación universal de Pablo Neruda. Él solo
ha sido toda una literatura. Su abrumadora presencia llegó
a suscitar reticencias no siempre justificadas: hace no demasiado
un influyente periódico publicaba las objeciones de algunos
poetas chilenos a la inmensa escritura nerudiana. Objeciones en su
mayoría irrisorias. Neruda las admite, como cualquier escritor,
aun los de genio, y es su caso, pero lo primero que debe hacerse antes
de disentir de él es reconocer su talla gigantesca, tarea que
a todos no les resulta igual de fácil.
Ya en vida del escritor, un buen poeta, pero al fin poeta menor, Vicente
Huidobro, cargó contra Neruda acusándolo de haber plagiado
(!!!) una de las composiciones de los Veinte poemas de amor... El
modelo saqueado habría sido Tagore; Neruda se defendió
con un texto amargo, «Aquí estoy», fechado en Madrid
en 1935, y que no está a la altura de su genialidad (se editó
en París con forma de folleto y anónimo; puede leerse
en el volumen IV de las Obras Completas). Al lado de Huidobro, en
quien un desdichado «lorquista» suizo «encontró»
las fuentes de Federico -Huidobro fue referencia para Gerardo Diego
y Juan Larrea en sus modalidades creacionistas-, es necesario orillar
la patética hostilidad de Pablo de Rohka, que secundó
al poeta de Altazor en su miserable estrategia. En este cuadro es
sólo una anécdota la figura, potenciada políticamente,
de Gabriela Mistral, poeta muy menor.
Enorme desconocimiento. Liberarse de la gloriosa y pesada tradición
nerudiana era tarea difícil, pero la poesía chilena
lo ha intentado con más o menos fortuna. Esta antología
es una muestra de ese intento, una muestra muy útil porque
viene a paliar el enorme desconocimiento que se tiene entre nosotros
de la poesía latinoamericana escrita a partir, más o
menos, de la década del cuarenta. Durante mucho tiempo, en
el arco de los años que se extienden entre el gran fundador,
Rubén Darío, y la figura vasta y proteica de Neruda,
el conocimiento mutuo se mantuvo.
A partir de esas fechas, la crisis general de la poesía y el
progresivo apartamiento de la latinoamericana respecto del canon español,
digámoslo así, ha inducido la creciente méconnaisance
a ambas orillas del Atlántico de lo que se hace en cada una
de ellas. La antología Las ínsulas extrañas (2002)
ha sido, que sepamos, el último y loable intento de postular
la unidad de la poesía en lengua española. Unidad que
se nos antoja, empero, problemática. Hay que saludar por todo
ello la benemérita iniciativa de Visor al abrir una colección
dedicada a la lírica latinoamericana. Inauguró la serie
una muy útil antología consagrada a la poesía
venezolana del XX; continúa con ésta dedicada a la chilena.
Cuatro antecedentes. Son veinte poetas los aquí seleccionados,
tres de ellos mujeres: Elvira Hernández, Verónica Zondek
y Cecilia Vicuña; el núcleo comprende a autores nacidos
entre 1938 (Óscar Hahn) y 1956 (Tomás Harris); les preceden
los que el antólogo inscribe bajo la rúbrica de «Cuatro
antecedentes» y que son: Nicanor Parra (1914), Gonzalo Rojas
(1917) -Premio Cervantes-, Enrique Lihn (1929-1988) y Jorge Teillier
(1935-1996). Históricamente, el más relevante de ellos
ha sido Nicanor Parra, conocido en España desde muy pronto
(en la década del setenta los «antipoemas» tuvieron
aquí cierto éxito editorial), el poeta que presentó
la alternativa más clara y sólida al nerudismo con su
poesía «antipoética».
Estos cuatro líricos figuran incluidos en Las ínsulas
extrañas, que trae también a Armando Uribe, el autor
de Los obstáculos, cuya ausencia en el volumen no suscribimos.
De los otros dieciséis poetas comparecía también
Raúl Zurita en aquella selección; de Zurita se han publicado
aquí algunos de sus versos. Los cuatro poetas inmediatamente
posnerudianos se encuentran entre lo más sólido de esta
antología. No son derogables la brillantez «prosaica»
y punzante de Parra, el clasicismo atenuado y riguroso de Rojas, la
dolorida y melancólica voz de Teillier, el humanísimo
y conmovedor acento de Lihn.
Existe una abundante veta neovanguardista en la poesía chilena
de la segunda mitad del siglo que resulta un tanto extraña
a la evolución de la lírica española, al menos
tal como la vemos hoy, y que se refleja en varios de los poetas antologados.
Pero nuestras preferencias se inclinan por la palabra potente, visionaria,
coloquial y elevada a la vez de Óscar Hahn, la ironía
profunda de Juan Cámeron, la dicción amarga de Rodrigo
Lira, que trasciende sus hipotecas vanguardistas, la denuncia social
y antisistema de Diego Maquieira y la posmodernidad trágica
de Tomás Harris.