De
poetas, profes, instituciones y mercados
Jorge
Etcheverry
De cuando
en cuando escucho al pasar de labios de algunos de mis colegas poetas comentarios
desfavorables sobre profesores, académicos, poetas profesores, así
como sobre la crítica literaria que hacen. En esas ocasiones estamos hablando
en forma abierta, sincera, generalmente en torno a algunos tragos, y esos comentarios
me ponen un poco peludo, ya que yo de alguna manera caigo en esa categoría,
en mi ya lejana juventud enseñé filosofía, literatura, idioma
castellano, di cursos (ya en tiempos maricastaños) de educación
política, hice talleres de literatura, etc. Pero esos comentarios responden
en parte a la realidad de que muchos poetas se sienten un
poco a merced de los profes. Porque son ellos los que en última instancia
van decidir lo que va a quedar de lo que se escribe. Ellos se lo van a enseñar
a sus alumnos, van a decirles que compren los libros que tienen que leer en los
cursos que dan, van eventualmente a hacer la crítica de esas novelas, cuentos,
o poemas. Porque, por otro lado, cada vez más y por razones opuestas, de
lo que se trata actualmente es de reafirmar las instituciones, y la literatura
es, se quiera o no, una institución. Por todas partes se habla de la 'institución
literaria'. La globalización tiende a uniformizar a los países,
y como respuesta nace la afirmación de las instituciones nacionales como
una manera de intentar salvaguardar lo que los países tienen de específico.
Pero paralelamente existe la tendencia a reafirmar a través de las instituciones
la pertenencia a la nueva sociedad global mundial. O sea que por lado y lado y
yendo a lo concreto, los que al final reciben las platas para viajar a congresos
de literatura son los escritores conectados con instituciones, entre los cuales
se cuentan en gran medida los profes escritores o escritores profes, que tienen
casi garantizado que sus universidades les financien uno o dos viajes al año,
consiguen fondos de los institutos estatales de investigación, además
de que también le pueden meter mano al financiamiento que hay para escritores
y artistas en las organizaciones pertinentes. Hace unos añitos, en un congreso
de poesía hispánica en una universidad de North Carolina,
yo era el único poeta asistente que no estaba adscrito a una universidad.
Y aún así. El dinero para la estadía y el viaje- treinta
y seis horas por bus desde aquí de Ottawa a Greensboro, provino de las
diligencias de una amiga profesora y poetisa que no voy a mencionar.
Entonces
los poetas que no son académicos alegan con bastante razón. Pero
porque alguna vez se les dijo que lo que realmente importa no son los títulos
académicos ni pertenecer a universidades, sino eso que se intenta definir
con palabras tales como talento y calidad, eso que hace que un poema llegue o
no llegue, tenga o no un impacto en el lector o el escucha. Lo que pasa es que
la calidad cambia según donde uno esté parado. Y ni siquiera estamos
hablando de las diferencias entre las personas, con su bagaje particular de origen
social e étnico, ocupación, procedencia geográfica, formación
educacional, etc., sino del mismo individuo. Incluso uno mismo puede haber recurrido
en su momento a los ahora quizás un poco manidos, pero en su tiempo frescos,
nuevos y rozagantes Veinte poemas del Vate, para hacer una conquista o
reafirmarla, recitando esas palabras a un oído semiatento en el intermedio
de la matiné, caso análogo al que documenta la película El
Postino. Si vamos a una fiesta latina bailable seremos sensibles a las letras
de Lucho Barrios. En los primeros años de exilio fueron las letras de las
canciones del Temucano, la Violeta, el poema Cuando de Chile de Fernando
Alegría. En un recital monstruo en un congreso reciente en Chile fue por
ejemplo escuchar a Raúl Zurita y Pepe Cuevas, de alguna manera polos opuestos
o complementarios en la variopinta poesía chilena actual.
Y además
hay dos características contradictorias de la poesía, y de toda
obra literaria. Como el lenguaje es básicamente una herramienta de comunicación,
la poesía para ser eficaz tiene que ser validada por el grupo que la entiende,
usa, disfruta o consume. Y eso es lo que se ha venido reafirmando como un derecho
de las colectividades desde hace unas décadas. Lo que antes se entendía
como un cánon único de calidad, que justamente manejaban los críticos
profesionales o institucionales, en su mayoría profesores, colapsó
en gran medida porque la necesidad hizo surgir una pluralidad de cánones
para las diferentes clases de poesía y literatura-femenina, aborigen, regional,
homosexual, juvenil, popular, política, urbana, telúrica, étnica,
etc. -, que eran la voz legítima de diversos colectivos, pero a la vez
representaban artículos de consumo en nuevos mercados reales o potenciales,
donde comenzaron a hacer valer su 'calidad', es decir el aspecto valórico,
que es el valor agregado institucional y comercial del poema. Por ejemplo es innegable
la importancia de que un libro se publique y circule. Hace años, un conocido
crítico de un país latinoamericano que enseñaba en Estados
Unidos le dijo a un amigo que no podía hacer críticas de mi trabajo
porque mis libros no circulaban, no estaban a la venta, ¿dónde los
iban a comprar sus alumnos?. Así de simple. Pero a lo mejor todo esto cambia,
o a lo mejor ya cambió, con el advenimiento del internet.
Pero la
poesía es también un producto de la tradición (o tradiciones)
culturales, nacionales y universales, y una artesanía muy exigente. El
infierno está lleno de grandes poetas frustrados. Sentir y percibir son
como el 30% de la poesía. La técnica, la asimilación de la
tradición, el nivel cultural y las condicionantes institucionales y del
mercado son el otro 70%. La multiplicidad de cánones significa que ya se
acabó el chipe libre, incluso la poesía más espontánea
y popular tiene rumas de crítica, sus propias tradiciones y reglas, a veces
sumamente rígidas. Se acabó el tiempo de los autodidactas, o por
lo menos de los autodidactas flojos. El poeta que sale mejor puesto es el que
conoce las tradiciones poéticas y culturales y sin embargo puede mantener
su resto de espontaneidad. Lo que se quiere decir en el fondo es que los que están
mejor parados en los tiempos que corren son en definitiva los poetas que pasaron
por, o se quedaron, en la universidad. Lo que por otro lado no significa que sean
todos buenos.