EL
DÍA QUE FUE AYER
de
Julio Espinosa Guerra
–novela
semifinalista del Premio Herralde de novela 2005–
Mago
Editores se complace en informarles la aparición en nuestro catálogo
de la novela “El día que fue ayer”, del escritor chileno residente
en Madrid, Julio Espinosa Guerra; texto que fue semifinalista el año
2005 del prestigioso premio Herralde, de la editorial Anagrama.
En
un nuevo paso por crecer como editorial, Mago Editores ha apostado por la publicación
de esta novela al considerar que su temática viene a llenar un vacío
de las letras nacionales, al hablar de las vivencias internas de los chilenos
durante la dictadura.
La novela comienza con un hombre aún
joven, Juan, caminando por el pasillo de una clínica psiquiátrica.
Es el año 1988 y espera encontrarse con Ana, una amiga que no ve desde
el 10 de septiembre de 1973. A partir de ese momento, a modo de recuerdos y por
medio de múltiples narradores, irán apareciendo las vivencias de
un grupo de amigos antes y después del golpe de estado, sus miedos y esperanzas,
hasta llegar a la separación definitiva.
“El día
que fue ayer” de Julio Espinosa Guerra, es una novela que transita por ese
acto de la memoria que fue y será la historia de Chile en los 17 años
de dictadura. En sus líneas nos hallamos ante una reflexión permanente
y crítica que se expone a través de una galería de personajes
que cruzan sus vidas con los acontecimientos históricos. Trama, red de
hechos que se viene encima y se acerca a tal punto al lector, que le es imposible
despegarse de sus páginas.
“El día que fue ayer”,
supone el excelente bautizo narrativo de Julio Espinosa Guerra, escritor chileno
residente en Madrid, es por eso que los invitamos a acercarse al lanzamiento de
esta novela, el día martes 31 de octubre a las 20:30 horas, sala Joaquín
Edwards Bello, en el marco de la 26ª versión de la Feria Internacional
del Libro de Santiago. Centro Cultural Estación Mapocho.
ADELANTO
DE “EL DÍA QUE FUE AYER”.
PRIMERA PARTE
1
–Por acá–
me dice la mujer. Desde atrás, Ana, se te parece: tiene tus mismos hombros;
tu mismo cuello.
Todos pensábamos que tu camino iba a estar lejos
de la población. Seguramente conocerías a alguien, estudiarías
y te marcharías feliz de poder salir de la ratonera: calles sin pavimentar,
veredas quebradas por la fuerza de las raíces, rejas podridas y con la
pintura saltada. Allí no había nada, nada parecido a lo bueno ni
a lo justo, sino puro recuerdo del hambre y la tristeza.
Y en medio de todo
eso, tú, que intentabas olvidar por un instante esos quince años
que te llevaban de la niñez a una juventud que podría haber sido
bella si no hubiese sido por la belleza misma: cebo para los carroñeros
que te rondaban; espantapájaros de hombres que uno a uno ibas rechazando.
De- sagradable la sensación de sentirse presa, objeto de deseo en medio
de la inmundicia, soportabas sus palabras y la baba que saltaba de sus lenguas
apretando los dientes, gibando la espalda.
Y eras hermosa, allí,
en medio de tanto frío. Y te adorábamos creyendo que nunca serías
para nosotros, pensando que estabas destinada a ser princesa y que algún
día saldrías de la población sobre un auto último
modelo, nueva versión de las carrozas de antaño, al lado de un hombre
rubio, alto, de ojos verdes o azules, como el jovencito de las películas
de cine, que creíamos siempre era el bueno...
–Por acá–vuelve
a repetirme la mujer con tu apariencia. Y la sigo.
2
Una
vez frente a la reja no quiso tocar el timbre de inmediato: miró. El jardín
era verde, expelía un olor que no conocía o había olvidado.
El contraste lo daba la calle de acceso, seca, polvorienta, con una sola vía
asfaltada, sin ninguna casa en las cercanías.
Para poder llegar
esperó una hora que el autobús pasara. Era viejo, de los que ya
no se ven. Cuando le pidió al chofer que le avisara dónde tenía
que bajarse, éste lo observó y asintió con un ligero movimiento
de cabeza, mirando de reojo aquella ropa descolorida, que aunque no quisiera evidenciaba
las penurias de una historia larga y triste.
Ahora estaba ahí. Abrió
el portón y avanzó con pasos tímidos, calculados. Más
allá había otro, con llave. Aprovechó para mirar a su alrededor:
los aromas y colores se apoderaban del patio y el agua que surgía de la
regadera automática formaba un arco iris bajo esa lluvia sigilosa. No pudo
dejar de pensar en su niñez: por el agua su hermano había muerto.
Pero el tiempo no pasaba en vano. Ya no era el niño que se ocultaba tras
el pasto seco para ver la casa que quedaba a una cuadra de la suya, donde la población
dejaba de existir y una carretera marcaba el límite entre su realidad y
la otra, mágica por lo desconocida. Niñas de su edad jugaban en
medio de la hiedra salvaje y de improviso saltaban dentro de una pequeña
piscina plástica y salpicaban el agua y reían. El se regocijaba
al verlas. Pensaba que esa agua era su salvación. Pero pronto se acabó
la dicha. El verano en que cumplió ocho años un camión rojo
llegó a la casa de más allá: se fue el auto y en él
la familia, la piscina y con la piscina, el verano, jugueteando entre su pelo.
Para él quedó la incógnita de la maleza acariciando las piernas
de las vecinas; quedó el agua de los inviernos, que no podía disfrutar,
porque era fría, era mala y hacía un año había matado
a su hermano menor:
–¿Qué quiere?– preguntó gruesa
y directa una voz.
Se dio vuelta con una rapidez que le recordó
sus peores épocas. Desde el portón, ahora entreabierto, lo observaba
un hombre cincuentón, alto y fornido. Una sonrisa instantánea y
practicada se apoderó de su rostro, mas no por eso su actitud dejó
de ser melancólica.
–¿Ah?– y se dio tiempo.
–Que qué
hace aquí, señor– dijo el hombre, más tranquilo.
–Vengo
a ver a la señorita Ana Martínez.
–¿Por qué
no tocó el timbre?
–Es que el jardín y el tipo de rejas me
dejó extrañado. Usted me entiende.
–Sí, claro- y miró
con un golpe de vista todo lo que lo rodeaba.
–Es necesario– agregó
en voz baja, como en secreto. Estuvieron callados un instante.
–Sígame,
por favor.
Al avanzar se encontró con una construcción de
comienzos de siglo, completamente blanca.
El hombre le dijo unas cuantas
cosas más y se fue. Quedó esperando. Pasó un tiempo indeterminado:
diez, uno, cien minutos. Era mediodía. El sol alumbraba, pero no calentaba.
Era un día como los de septiembre... septiembre...
SOBRE
EL AUTOR
Julio
Espinosa Guerra (Chile, 1974), reside en España
desde Marzo de 2001. Ha publicado los libros de poesía “La soledad del
encuentro” (Mosquito, 1999), “Las metamorfosis
de un animal sin paraíso” (El árbol espiral, 2004, Premio Villa
de Leganés, España) y la antología “La poesía del
siglo XX en Chile” (Madrid, Visor, 2006). Se ha desempeñado como lector
de Tusquets Editores, colaborador de Ediciones SM y coordinador de las lecturas
de poesía del café Libertad 8. Sus trabajos literarios han aparecido
en revistas de España, Chile, México, Guatemala y Estados Unidos.
Ha sido incluido en diversas antologías, donde destacan “Todo es poesía
menos la poesía: 22 poetas desde Madrid” (Madrid, Enreda, 2004), “Cantares:
nuevas voces de la poesía chilena” (LOM, 2004) y “La voz y la escritura”
(Ateneo de Madrid y Sial Ediciones, 2006). Es profesor de www.escueladeescritores.com
desde 2003 y actualmente dirige la revista de poesía “Heterogénea”,
en Madrid. “El día que fue ayer”, novela editada por nuestro sello, Mago
Editores, fue una de las dos novelas chilenas semifinalista del premio Herralde
2005.