Julio
Espinosa Guerra
Las metamorfosis de un animal
sin paraíso
(poema en dos actos)
El árbol espiral, Madrid, 2004.
Premio
de Poesía Villa de Leganés
Por
Álvaro Salvador (*)
"La estafeta del viento" (N° 7 y 8 de 2005)
En las últimas décadas del siglo XX, la poesía
chilena se ha caracterizado por una cierta vocación épica,
refundadora, genesíaca. De una parte, puede extrañar
esa voluntad de regresar, de buscar en los orígenes, exhibida
por una tradición poética que en la primera mitad del
siglo XX (Huidobro, Mistral, Neruda, Parra) se afirma como una de
las más sólidas y fundamentadas de todo el continente
americano. De otra, esa misma tradición de fundamento épico
histórico -e incluso épico físico-
puede explicarnos el hecho de que el discurso poético chileno,
desorientado por el trágico desgarrón de la dictadura
militar, busque de nuevo su legitimación en la autoridad de
la tradición más remota y sus señas de identidad,
una vez más, en las condiciones culturales que propone un espacio
geográfico-social muy característico.
No es de extrañar, pues, que desde el naturalismo surreal
de Pablo Neruda, el "larismo" cotidiano de Teillier, la
inquietante cotidianidad de Parra o la elaborada oralidad de Gonzalo
Rojas, las generaciones más jóvenes opten por los discursos
primigenios y refundadores. Así, la nueva épica se articula
desde las propuestas integradoras (entre lo histórico y lo
natural) de Raúl Zurita, las sociolegendarias de José
María Memet, las indigenistas de Huenún o las épicourbanas
de Tomás Harris, por citar sólo algunas de las líneas
que traza este discurso coincidente en el tono y en la escenificación
neoclásica de las temáticas tradicionales.
En esta línea se sitúa la poesía de Julio
Espinosa Guerra, quien con su segundo libro, Las metamorfosis
de un animal sin paraíso, parece haber alcanzado ya la
suficiente madurez como para que su voz suene con acento propio en
el panorama de la poesía chilena reciente. El libro se acoge
al recurso, también neoclásico, de la aproximación
al género dramático. Tras los ecos mallarmeanos, se
protege la voluntad de colectivizar la voz subjetiva del poeta haciéndola
cómplice de las sentencias corales que marcan el tono del libro,
así como de las posibilidades de objetivación que esconde
el hecho de "representar" la voz -e incluso el tono de esta
voz- al introducirla en la máscara de los distintos personajes,
las distintas "voces" que pueblan el libro.
Este carácter coral permite al poeta introducir en el texto
de un modo coherente y natural los homenajes a sus maestros y amigos,
construyéndose así, en cierto modo, como eco de la pluralidad
de tonos y de recursos de la tradición que quiere representar.
Este efecto de caja de resonancia, que en absoluto resta sinceridad
ni emoción al libro, puede verse claramente expreso en alguno
de los poemas que más nos han llamado la atención, como
por ejemplo el titulado, muy significativamente, "Voz del rehabilitado":
"Hombre/ mediana edad/ con barba/ pero dispuesto a cortársela/
Cabello largo/ pero limpio/ Buena estatura/ (un metro setenta y cinco,
dicen)". De otra parte, son otros ecos menos antipoéticos
y más urbanos y neovanguardistas los que parecen asomar en
"Voz segunda", a mi juicio uno de los poemas más
logrados del libro ("Soy el ama de casa imperfecta/ el ama de
caza lobezno/ en la planicie de corderos caníbales (...)/ Mi
vida transcurre dentro de un cuarto oscuro/ es una parte de los 35
mm de una película absurda/ el show revisteril de las crucifixiones/
que nunca se acaba de filmar") y en el que el recurso de la teatralización
de la voz poética está mejor conseguido.
De cualquier modo, en este libro los ecos no son más importantes
que las voces. Si están ahí es como testimonio de conocimiento
y homenaje a una tradición que el poeta ha respetado escrupulosamente
-y eso me parece otro rasgo de honestidad intelectual del libro- a
pesar de las posibles tentaciones y cantos de sirenas que la situación
de trasterramiento podría haber acarreado. Las voces, que el
poeta quiere hacer aparecer así: en plural, en coro, son voces
que nos señalan el camino de una voz muy personal, a punto
de descubrir el sentido preciso y el tono justo que la ayuden a instalarse
con comodidad en la mesa familiar de sus mayores:
¿Has visto a los ancianos en las
plazas de Lisboa?
¿Has escuchado el murmullo que guardan sus huesos
y la luz en las opacas aguas del Tajo
que ya no se distingue de sus frentes?
¿Puedes comprender que cada piedra de sus veredas
y cada miga tirada a las palomas
no son ni sus piedras ni sus migas
sino cada uno de los sueños
que cada uno de sus muertos
regaló a la ciudad?
* * *
(*) Álvaro Salvador es poeta y catedrático
de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Granada.
Las
metamorfosis de un animal sin paraíso
Julio Espinosa Guerra
Madrid, El árbol
espiral, 2004.
Por
Luis Luna
Revista Silencios N°7 invierno
2005-2006
Julio Espinosa Guerra (Chile 1974) nos ofrece en Metamorfosis
de un animal sin paraíso, un poemario construido sobre
el tiempo de la aguja, sobre la dulce almohada de la no-certeza. Dividido
en dos actos y un epílogo —posee pues, concepción escénica—
el libro describe una expulsión, una huída hacia ningún
sitio que implica sucesivas transformaciones en el sujeto lírico.
Como un camaleón el autor se agazapa detrás de todas
las voces que utiliza para así ofrecernos mejor el paisaje,
la geografía que sustenta su mirada.
Suicida en el alambre que supone cada verso describe la acrobacia
vital de quienes urden su libro, un coro subterráneo de innombrables
pugnando por salir a la luz desde el acantilado y luego, diversos
personajes —un peregrino, un sacerdote, un pagano, Alicia, un muerto...;
hasta el mismísimo diablo que apuesta la razón al tres
rojo— surgen desde la memoria para regocijo de los que gustan de la
buena poesía.
Referencias cruzadas, anécdotas al acecho, engranajes feroces
completan el andamio realizado como un gancho directo a la memoria,
o tal vez —sólo tal vez— como alguna ventana tendida hacia
la nieve, interrumpida por los pájaros oscuros de sus textos
que son, al mismo tiempo, sumideros donde el lector puede ocultarse
de su propia existencia.