Usted va pensar que estoy loco, señor. Pero disculpe usted
si ataranto su lógica estructural. Las hojas cuadriculadas
me producen jaqueca. Por eso es que vale la pena objetarle el hecho
de utilizar esa horrorosa manta matemática, para acoplarnos
a la blancura infinita del bond de ciento veinte gramos. Las yemas
de mis dedos se lo agradecerán, estimado señor. Venga,
que le voy a contar lo que me pasó.
Verá usted, señor. Yo no era como me ve ahora. No,
señor, cómo cree que pudiera tener semejante fealdad
de manera perpetua. Señor, yo le cuento, fue el tajador quien
mejoró mi sonrisa. Porque la mía era una cara de lamento
cuando pasó el accidente que me ocurrió, señor.
Yo iba deslizando mi carbón sulfatado por el bond. Siempre
había querido ser surfista pero ya pues, señor, aquí
me tiene de lápiz de tercera edad escribiendo para terceras
personas. Entonces como que el deslizarme por el bond hizo que mi
pasión por la tabla se vea compensada. Yo señor, que
andaba bailando en zig-zag por el papel limpio, creando poesía
de alta calidad, gustoso de mi vida íntima haciendo mías
las lágrimas de quienes plasmaron su verso lacrimógeno
por mi cuerpo de madera respingada.
El día aquel que le quiero contar, señor, data ya de
hace unos años. Como le decía, andaba bailando palabras
hermosas por el papel: deutoronomios, acemípalos, terecoideos,
anitimotina, nefelibatas, pluscuamperfectos hidrocarburados, mentecatas
comestibles. Toda una delicia de creatividad en que me hallaba profuso,
sumergido en mí. Toda esa felicidad corría en mí,
señor, hasta que el accidente me sacó del papel.
No recuerdo bien si fue un resbalón el que me sacó
del camino. O fue mi sesgo de vida. Ese sesgo que le da la poesía
a quienes ríen demasiado. La tiranía del verso, que
le dicen. De la frase. De la palabra. La tiranía de la locura,
señor, imagínese. La locura rompió mi puntiaguda
nariz. La palabra quedó incompleta, la voz fracturada. Solo
se oía mi grito de dolor.
Sacarme más punta sería soltar la guillotina en mí,
consultó el escribano. No había más que mi voz
de lamento, señor. Suplicaba, si quiera, terminar el poema,
no ceder a la vejez, al olvido del ser humano. Yo, heredero de la
pluma con tinta con la que se escribió el primer Quijote. Yo,
abuelo del bolígrafo que inundó Hollywood con sus estrellas.
Yo, el precursor del pincel fino que parió el lienzo.
Y me descarrilé por completo...
Primero fui a dar a una fosa común. Hice amigos, sí,
algunos con la misma edad que yo. Algunos con los mismos dolores,
los mismos traumas. Jamás me había dado cuenta que mientras
yo versaba, habían compatriotas míos que se dedicaban
al dibujo, al color, al movimiento de las figuras. ¡estaba en
otra vida!
Negarme a ser tajado fue también renunciar a mi propia obra.
Igual le pasó al lápiz rojo, que después del
exilio se hizo amigo mío. Quién diría, me dijo.
Jamás iba pensar ser amigo de un “rojo”. Pero ya ve usted,
señor, todo se paga esta vida.
Luego de la fosa, señor, no tuve otra que huir. Entonces acordé
con otros compañeros mutilados que bien podíamos salir
del agujero a donde nos habían metido sin consulta alguna,
que la revolución es posible. Que el poder real está
en nosotros mismos. Que viva el Che, viva Neruda. ¡Viva la revolución!
Y nos unimos.
De nada sirvió, señor. Aquí me tiene usted.
Recogido de un tacho de basura. Revindicado por usted, dándome
la oportunidad de decir que sí, que aún puedo ser el
de antes. Deme tan sólo una hoja bond de ciento veinte gramos
y le explico.
Aquí un ejemplo: descuajeringamiento rocanrolerizado para
niños insulínos con síndrome de incontinencia
verbal. ¿Usted qué dice?
* * *
Un poema
Un poema para la tos.
Un poema para la dicha, la flor y las margaritas de sayón.
Para la esperanza, un poema.
Para que la muerte no llegue. Y si llega, que sea bueno con la abuelita.
Un poema para la pena, la lluvia, el cielo gris, la pista gris, mi
lengua gris, tú gris, él gris, vosotros gris.
Un poema para la alquimia.
Para las madres con arteroesclerosis, con cáncer de mama, la
glucosa en hiperinflación, la diabetes, nicotina el vicio la
timba de la vida.
Para la locura un poema.
Para que la realidad siga cuadrapléjica.
Un poema para los tubérculos.
Un poema para los enamorados chicle globo, para los quinceañeros
sin invitación, sin chaperón, sin baile, sin bocaditos,
sin aliento, sin sabor, sin vergüenza, sin sentido.
Un poema para justificar los abortos en Plaza Italia.
Para el humanismo diet.
Para burocratizar el camino a la extinción.
Para el perreo, la disco light de ambiente chicha de jora.
Para la sexualidad oprimida.
Un poema para borrar cicatrices de la cara, o para remarcarlas.
Un poema para hacer llorar a tus hijas.
Para avergonzar a la familia.
Para soltar el purgatorio completo de un solo eructo.
Para la alegría, el perdón, el pecado.
Un poema para ti, para mí, para quien quiera colaborar con
un sol. Con un nuevo sol.
Un poema para el estofado, el pisco, el caballo sin pueblo.
Y la indigencia mental...
Y para los políticos ¡También su poema!
Un poema para surgir en la ciudad.
Para hundirse un poco más.
Para amar y ser odiado por eso.
Para ustedes, un poema. Gracias por oírme.
(Texto leído
en julio de 2004, Feria Internacional del Libro, Lima.)
Juan José
Sandoval Zapata (Lima, 1976)
ha publicado el volumen de cuentos Barrunto (edición
independiente, 2001). Actualmente, realiza una investigación
sobre la jerga en la prensa escrita y edita el impreso cultural CONTRADIXIÓN.
http://barrunto.blogspot.com/
e-mail: juan_jose_sandoval_zapata@hotmail.com