Inédito,
lírico y catastrófico
Juan Luis Martínez, Poemas del otro. Poemas y diálogos
dispersos
Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2003, 133 págs.
Por Matías Ayala
Revista Universitaria, N°84, Julio Septiembre 2004
Juan Luis Martínez (1942-1993) es candidato a ser uno
de los poetas más excéntricos –literariamente hablando–
que han surgido en Chile durante los últimos 30 años.
Sus publicaciones fueron escasas, intrigantes, poco distribuidas y
fervorosamente admiradas. Ellas se componen del libro La nueva
novela (1977, reimpresión de 1985) y un ente agenérico
titulado La poesía chilena (1978). Además, habría
que agregar trabajos plásticos como collages, grabados
y cajas de inspiración dadaísta y pop. Su labor, en
su totalidad, se caracteriza no sólo por combinar artes plásticas
y escritura, sino además por su humor y sus referencias abstrusas
a artistas europeos, alusiones familiares o nacionales. En las relaciones
humanas y la figuración social, Juan Luis Martínez fue
un personaje excepcional y entrañable. Como una suerte de performance,
cultivó un bajo perfil: apenas dio entrevistas a medios de
comunicación, residió en la provincia (aunque no lejos
de Santiago), fue reticente a ser fotografiado y a publicar en las
revistas nacionales.
Poemas del otro recoge escritos comprendidos entre 1972 y
1990: una sección de textos inéditos («Poemas
del otro»), otros repartidos en revistas y periódicos
(«Poemas dispersos»), además de entrevistas editadas
y otras que jamás fueron impresas («Diálogos»).
Es difícil resaltar la importancia de esta miscelánea
recopilación, ya que, para los que nos contamos entre los lectores
de Martínez, este volumen desfigura la imagen del autor y su
obra de manera inaudita. Por ejemplo, el estilo de La nueva novela
es distanciado e impersonal, analítico y axiomático;
sus juegos con las citas y las paradojas, la lógica y las imágenes
hacen de él un libro inclasificable. Así y todo, su
extrañeza sólo es compensada con un espíritu
lúdico. Los poemas de la primera sección de Poemas del
otro, en cambio, se caracterizan por un tono «elevado»
y sentencioso. Abundan en exclamaciones, apóstrofes y el uso
del «vosotros»; también, los sustantivos de corte
existencialista, religioso y espiritual («ser», «existencia»,
«vacío», «angustia», «desgarro»,
etc.). Por lo general, los poemas consisten en narraciones espirituales
algo exaltadas y reflexiones abstractas con alusiones privadas. A
pesar de esto, parecen tener conciencia de su carácter público:
muchas veces el discurso es decididamente dramático, lo cual
recuerda ciertas efusiones de la poesía romántica del
siglo XIX. Otras veces, el registro cambia súbitamente, y se
intercalan palabras vulgares, frases agresivas, imágenes inconexas
y narraciones surrealistas, hasta lograr una falta de articulación
más bien desconcertante.
Los mejores poemas son los que logran compenetrar estos diferentes
estilos, como «Quién soy yo», «A causa de
ella» y «Un texto de nadie». Este par de estrofas
–del primero de los textos– convencerá, imagino, a cualquier
incauto lector de poesía:
Mi nombre, mi rostro, todo aquello
que no me pertenece
lo doy como forraje al público
insaciable,
mi verdad la comparto con los míos.
No vivo en la superficie, mi
morada está más profunda
el malentendido no viene de mí:
nada tengo que ocultar
si no sé adonde voy, sé con quién voy.
En el prólogo se nos dice: «Poemas del otro es poesía
lírica. Si se compara con los versos de La nueva novela,
difícilmente podría inferirse que Juan Luis Martínez
es el autor de ambos libros. Ésa era la idea: que hablara un
otro, un personaje del todo distinto» (p. 11). Sin duda, estas
frases son ciertas. Es paradójico, eso sí, que las entrevistas
–llamadas «diálogos»– no calcen con este lirismo
de variado temple, sino más bien correspondan a la poética
de La nueva novela: en ellas sostiene una concepción
«literaria» –valga la redundancia– de la literatura. Martínez
hace hincapié en la relación de los textos entre sí,
en vez de acentuar la conexión con el autor o su contexto;
admira a Borges, Mallarmé y Pessoa, quienes lograron ser más
«literarios» que «reales», y, además,
se abstiene de interpretar su obra (aunque sus entrevistas nos dan
señas de cómo quería que sus libros fueran leídos).
Esta concepción tiene tanto de novedad como su contraria (digamos,
el realismo y el romanticismo), y sus figuras más publicitadas
fueron el mismo Borges y la crítica francesa de los 60.
Un elemento curioso que aparece en las conversaciones es un cierto
tono catastrófico, nostálgico y acaso conservador que
adopta Martínez: «Soy un poeta apocalíptico. Creo
en el fin de una época. Se perdió la imagen sólida
del mundo. Los conocimientos acumulados sólo han servido para
la confusión. Nuestra confianza en el lenguaje también
se ha perdido» (p. 67). Lo particular de esto no es su contenido
–que muchos poetas sostienen– sino que sea justamente él, autor
de una obra excéntrica, caótica y contradictoria, quien
lo afirme. Por una parte, alega contra la sociedad y, por otra, se
muestra como un autor derechamente irresponsable: ni La nueva novela,
ni La poesía chilena, ni menos aún Poemas
del otro, intentan ser un remedio para aclarar las aguas turbulentas
del presente.
Desde hace tiempo ya que se conjeturaba sobre el último trabajo
de Juan Luis Martínez. Se decía que escribía
lenta y pacientemente un libro de poemas que la muerte–inoportuna,
como siempre– le impidió terminar. Se decía también
que –por una promesa– se iba a destruir esa obra inédita. Poemas
del otro nos permite una pequeña ojeada a esos papeles.
Y aunque algunos de estos textos no estén a la altura de su
mejor trabajo, o las entrevistas sean más atrayentes que los
poemas, hay que agradecer de nuevo el que no se destruyeran esas hojas
y que fueran a la imprenta.