Juan Mihovilovich publicó en 1983 la novela La última
condena, que obtuvo el Premio Pedro de Oña de la Municipalidad
de Ñuñoa, Luego, dio a conocer Sus desnudos pies
sobre la nieve -novela por estos días publicada en Croacia-
y los libros de cuentos El ventanal de la desolación
y El clasificador.
A grandes rasgos, la narrativa de Mihovilovich se caracteriza por
una obsesiva exploración de los espacios interiores del ser
humano, por la reelaboración de mensajes oníricos, próximos
a veces a las pesadillas más terrenales y por un modo de decir
narrativo en el que confluyen un acento realista y un sentir poético
que convierte cada uno de sus textos en verdaderos destellos de humanidad.
Restos mortales (LOM, 2004) mantiene las claves narrativas
de Mihovilovich. Contiene veintiocho relatos inquietantes que exploran
en la condición del hombre enfrentado a sus ambiciones, miedos
y más de algún trauma inconfesable que emerge del pasado.
Cuando se aborda la lectura de estos relatos, da la impresión
de que entramos a mundos domésticos, rutinarios, en los que
no debería pasar nada especial. Como en una buena película
de suspenso, todo transcurre dentro de una sospechosa placidez. Pero
a mitad de camino, con una frase o una imagen deslizada como al pasar,
detona el lado oscuro de los personajes y aparece el verdadero sentido
de la historia. Algunas piezas dejan de encajar en el puzzle de la
normalidad y comenzamos a recordar que la vida es en gran parte un
juego de apariencias.
Todos los relatos de Restos mortales tienen algo que los iluminan,
que los hacen textos únicos y revelan el trabajo de un artesano
que sabe dar un toque particular a cada una de sus piezas. En cada
relato, como bien postula Julio Cortázar, Mihovilovich sabe
atrapar al lector y llevarlo de la mano sin que se distraiga del camino
propuesto.
"La vida es compleja y se tiende a sucumbir ante los embates
interiores", dice el narrador. Y es así, al menos en el
pequeño mundo de este libro. Todos, o casi todos sus personajes,
asumen decisiones que los enfrentan a sí mismos y con sus semejantes.
Todos o casi todos cargan con culpas. Todos intentan rebelarse contra
la fragilidad de la existencia que les toca en suerte, porque no viven
en un mundo complaciente ni sus vidas transcurren sobre un lecho de
rosas. Relatos de la vida misma con sus tonos de fantasía y
realidad muchas veces cruel. Mihovilovich es un buen observador de
la conducta humana y la refleja en sus relatos con humor, ironía
y contenida ternura. Restos mortales permite conocer una interesante
muestra del trabajo de un autor de andar sólido, que al cabo
de algunos años, y en buena hora, ha roto su silencio.