Restos mortales es el nuevo volumen de cuentos de Juan Mihovilovich
que la Editorial LOM ha incluido en su colección de narrativa.
En poco más de 110 páginas, el escritor vuelve a encantarnos
con su prosa y cierra un paréntesis de silencio, del cual regresa
fortalecido y sólido.
Juan Mihovilovich es un escritor al que respeto no sólo
por su talento literario, por la imaginación que regala en
sus textos, por la belleza de su prosa y la penetrante
mirada con que revela las esencias tras la fachada de apariencias
en que solemos vivir, sino que, además, por su firme postura
ética, su distanciamiento de la vanidad, su opción por
abordar temas y puntos de vista tan ajenos a la superficialidad en
boga, al perverso dominio de lo light, la complicidad o la
conformidad con un mundo que dista de acercarse a mínimos cánones
de armonía.
Este tercer volumen de relatos continúa la serie iniciada con
El ventanal de la desolación (1989) y El clasificador
(1992), y confirma al autor como uno de los más sólidos
narradores de su generación, aquella denominada generación
del 80, N.N. o marginal, surgida en pleno imperio de la dictadura
militar desafiando los estrechos límites impuestos por la censura
y vinculándose, desde el inicio -sin sacrificar formas ni contenidos-,
al movimiento democrático. Esa dura escuela sirvió a
Juan Mihovilovich para templar su prosa, hacerla más dúctil
y expresiva, más astuta y más capaz de sortear las trampas
tendidas en las esquinas peligrosas; para combinar los materiales
de la realidad y la fantasía, y forjar texturas que tuviesen
el sabor del sufrimiento, así como, también, el de la
esperanza; para no esperar otra recompensa que la satisfacción
de haber producido un texto profundo, hermoso, capaz de engendrar
una impresión verdadera, duradera, en el lector sensible, grabar
en él su impronta a través del diálogo con su
alma.
Juan Mihovilovich, en virtud de estos méritos, ha sido incluido
en diversas antologías y muestras de cuentistas chilenos. Entre
las más destacadas podemos mencionar: Cuento chileno contemporáneo
(Editorial Fondo de Cultura Económica, 1998), Cuentos en
dictadura (Editorial LOM, 2003), Cuento chileno contemporáneo
(Editorial Universidad Autónoma de México, 1996), Contando
el cuento (Editorial Sinfronteras, 1986), Andar con cuentos
(Editorial Mosquito, 1992). No podemos dejar fuera del recuento sus
novelas La última condena (1983) y Sus desnudos pies
sobre la nieve (1990), ni su ensayo biográfico Camus,
obispo (1988), todas obras excelentes. Ni dejar de mencionar,
entre muchos otros, algunos importantes premios como el Pedro de Oña
y el Gabriela Mistral.
El cuento es un arte donde resulta extraordinariamente difícil
destacar, no obstante se trate de un cuentista avezado. El cuento
es una criatura difícil, rebelde a los cánones, los
axiomas; se resiste como un toro salvaje ante los embates de la lógica
académica, y cito a estos efectos a Julio Cortázar,
maestro del género, advirtiendo que "la literatura es
como un gato, no como un teorema". Hacer un cuento es un arte,
no una ciencia; no basta con el dominio de las técnicas narrativas.
Lo fundamental es la mirada del escritor.
MIRAR
PARA VER
Paúl Auster dice que en toda su vida no ha conocido
a un solo escritor que no posea talento; lo que no todos tienen es
mirada. Para ser un buen cuentista hay que tener una mirada única,
especial, una forma distinta de ver las cosas; y eso viene a ser lo
fundamental cuando nos enfrentamos a la
necesidad de decir mucho en muy pocas líneas. Allí se
muestran las armas de un narrador, un auténtico narrador como
Juan Mihovilovich, en la síntesis máxima, donde el significado
y la forma se condensan al máximo. Allí se produce un
emparentamiento misterioso con la poesía, y tal vez
con las matemáticas, en la densidad de los signos para expresar
el máximo. He aquí la mirada de este autor: potente;
lúcida, aguda.
En Restos mortales encuentro los mismos materiales que desde
un principio me han hecho apreciar la narrativa de Juan Mihovilovich.
Pero irrumpen, de manera más sistemática, los cuentos
breves, incluso brevísimos: un párrafo, apenas algunas
líneas, en ciertos casos. Encontramos microcuentos dignos de
cualquier antología, precisos y bien delineados, sorprendentes,
de gran profundidad. Destacamos entre ellos a "Palomas",
de apenas siete líneas, y "Alienígena", de
diez. La brevedad es un rasgo preponderante en el presente volumen.
Los cuentos de Juan Mihovilovich en los dos
libros anteriores solían ser más extensos; se privilegiaba
el desarrollo, la configuración de escenarios y emociones.
Ahora se privilegia, casi siempre, la concisión de los textos,
rara vez se excede el límite de las cuatro páginas.
De los veintiocho relatos, más o menos la mitad se encuentra
en los límites del par de páginas, lo cual matiza la
lectura, permite un respiro para la reflexión que ameritan.
Aprovecho de insertar esta reflexión: ¿Por qué
en las preferencias la novela parece reinar por sobre el cuento, en
un mundo de tanta celeridad donde el tiempo vacío puede iluminarse
con un buen relato? Es un misterio. El cuento debería ser la
prima donna en esta época de carencias temporales, en
este mundo que se mueve a la velocidad del relámpago, donde
todos corremos de un sitio a otro, olvidados de las razones o fundamentos
de nuestra premura, esclavizados por la dictadura del tiempo efímero,
del hacer, renuentes a los tiempos de reflexión y sentir, que
es donde se sustenta aquello que denominanos la vida: la misma que
dejamos escurrir como arena entre los dedos, arrastrados por el influjo
de urgencias falsas, espurias, la mayoría de las veces.
LA POESÍA DE LO REAL
En este nuevo libro encontramos auténtica literatura,
bella prosa inundada de poesía; imaginación pujante
que nos arranca del mundo real (esa ficción en la cual creemos
vivir) y nos hace ver con nuevos ojos el territorio cotidiano que
pisamos; hay profundidad, introspección, misterio, esas sustancias
que tanta falta hacen a nuestra alma. En Restos mortales tenemos
la oportunidad
de conocer personajes inolvidables, bosquejados con maestría,
penetración y economía de lenguaje. Varios de los cuentos
que integran el libro abordan el mundo de la burocracia, del pequeño
funcionario que ansia ascender mediante el ejercicio de la genuflexión
con los poderosos y el despotismo con los subordinados. Son narraciones
que dan cuenta de nuestra realidad, son una fotografía que
revela las características kafkianas del entorno. Conocerán
a locos perspicaces, a dementes razonables, enanos, conspiradores,
a solitarios que no se sienten solos, y a muchedumbres de seres abandonados.
Sin duda, Juan Mihovilovich es un autor que centra su
trabajo en lo humano con hondura, sagacidad y pureza. Resalto estos
valores en una era en que impera el individualismo, el interés
por lo material, la persecución insana del éxito en
todos los planos. Enfermos de egocentrismo, asentados en una visión
materialista, economicista, buscamos el triunfo, la imposición
sobre los demás, sean éstos personas, empresas, instituciones
o países.
Nunca ilustra o aclara Juan Mihovilovich. Bien se cuida de proclamar
nada. Son las historias -y la reflexión del lector- quienes
se encargan de generar convicciones. El autor se remite a mostrar
el mundo en que vivimos, con trazos maestros. Se hace cargo de esa
alma esmirriada, escuálida
abandonada que llevamos dentro. Reitero lo que escribí hace
doce años, a proposito de la narrativa de Juan Mihovilovich:
"En nuestro mundo, el de hoy, se busca el entretenimiento
más que la reflexión, la diversión más
que la sensibilidad, la aceptación más que la crítica.
Juan Mihovilovich describe un mundo lleno de imperfecciones, poblado
de seres de carne y hueso arrastrados por pasiones y potencias de
todos los signos: claras, luminosas, letales, inocentes, demenciales;
y así opta por un camino difícil, que excluye el éxito
fácil que niega de plano cualquier simplificación y
exige lo máximo a un lector libre e inteligente, que elige
la autenticidad al entregarnos sus visiones más íntimas
y profundas sobre esa vida que vivimos hoy, ahora en cada segundo".