EL
CONTAGIO DE LA LOCURA
Autor: Juan Mihovilovich
LOM Ediciones 2006, 190 páginas
Por
Álvaro Mesa Latorre
Punta Arenas, otoño del 2007
Al abrir el libro en la página 109, se lee: Su mundo interior
ha enmudecido, como si perdiese para siempre las palabras. Luego en la página
59 señala: Tuvo miedo, no podía negarlo, pero simuló no
tenerlo. De igual forma en la página 163 el narrador expone: - Si
lo desea, podemos visitar el pabellón de las perversiones- dijo el
Alcaide, dirigiéndose al juez-. No hay un solo ser humano ahora-
agregó.
Las entradas que tiene el libro para su lectura son múltiples.
No importa por donde empecemos su descubrimiento; la obra, está construida
de manera tal, que al soplar una palabra, este
efecto hará moverse al libro de principio a fin. No sólo tiene esa
característica, sino que además, en cada capítulo - con oficio
en la prosa- el lector se acerca al otro mundo cotidiano, que es insondable e
infinito, un campo pleno y abierto que fundar.
En otra perspectiva, cuando
el juez al levantar la vista, ve que está condenando a un colibrí,
¿qué puerta nos invita a abrir el autor? Muchas puertas. Así,
nuevos caminos para la contemplación de la naturaleza, del ser, de la belleza,
de la delicadeza, la atención que se debe prestar a los sin voz y a los
oprimidos. El choque entre lo absoluto y lo temporal. Como conjugar los poderes
terrenales; en fin, nuestra relación con los demás y la propia conciencia.
El colibrí es todo lo anterior y mucho más. También,
es espejo de nuestro quehacer. La figura de esta ave maravillosa es lo que permite
al narrador entrar en la profundidad del hombre y de la ciudad, porque se da cuenta
que nada está derrotado, todo está en blanco, hay mucho por hacer
y existen ideales posibles que realizar. El colibrí es la libertad: pequeña,
lluviosa, barrosa, huidiza, costera, marina, perdida, atada. No importa, pues
al fin y al cabo, es una luz, una ventana potente, que nos afirma y nos hace creer
en la dignidad del hombre.
Muy bien logrado es el monólogo del
señor de las tuberías, en las páginas 30 y siguientes y que
resume el amor y el desamor, la compañía y la soledad, la prisión
y la libertad. Por otro lado, la novela mantiene al extremo los recursos literarios
actuales. Esto es, la amplitud y corte de capítulos; índice absolutamente
nuevo; narración en primera y tercera persona; adjetivos que se trasforman
en sustantivos y viceversa; uso especial de puntos y comas. Frases cortas, muy
cortas, que como tarugos hacen presión, afirman y hacen volar -como el
colibrí- toda la novela. Personajes principales que son secundarios y secundarios
que pasan a principales. Además, el uso del tiempo, que en este caso, es
sólo un instante - el momento en que el juez levanta la vista y ve al colibrí-.
En ese segundo está todo el universo del autor.
En fin, como se
expuso, el lector puede empezar el libro por donde quiera. Este es un libro abierto,
que tiene también miradas agudas, tanto del interior femenino como del
masculino y que, por último, hace universal a Curepto.