LA
MUERTE SOBRE EL TREBOL.
(Poesía.
Autor: Marino Muñoz Lagos. 54 págs. Ediciones La Garza
Morena-2005)
Por Juan Mihovilovich
(Escritor)
Cuando niños hurgábamos entre los tréboles ansiando
encontrar la suerte en uno de cuatro hojas. Ese trébol era
una “suerte” de escudo, una promesa, un futuro sonriente, una esperanza.
Claro, el trébol de la infancia, lentamente se deshoja con
el tiempo y la suerte venidera se va confundiendo con
esa difusa forma denominada destino.
Marino Muñoz Lagos transita por el angosto sendero de
la vida sorteando el designio de los hados, avizorando en su mochila
de sueños los vestigios imperecederos de sus ascendientes,
la figura viva de su padre muerto, la presencia sencilla de una madre
prometida, el fulgor incandescente de los viejos compañeros
de colegio, la melancólica vigencia de frías estaciones,
la bucólica quietud provinciana, el pan que viene desde las
manos de la abuela, la vida en suma, viajando como desgajados racimos
de una memoria ancestral y nostálgica.
Bastarían dos poemas memorables para justificar este texto:
“Retrato Vivo de mi Padre Muerto,” y “Primeras Noticias
de mi Muerte,” que enlazan el principio y fin del libro. Ello
no es casual: el adiós omnipresente que guarda los secretos
infantiles en la madurez de la vida como un tesoro filial; y el umbral
de la propia partida, como un re-encuentro con la existencia perdida.
Padre e hijo tocarán un día o un segundo, la inmaterialidad
y allí, en el espacio de lo incognoscible, revivirán
el ritual de haber sido causa y efecto.
Sin embargo, cada uno de los poemas seleccionados constituye un eslabón
preciso y precioso que engarza esta cadena poética. Es cierto:
hay un transito, un deambular del ser por los resquicios de la vida
humana, pero hay también una expectativa que, pareciéndose
a la tristeza de una despedida se yergue también, como una
esperanza: lo innombrable espera y hacia esa muerte se viaja en el
diurno tren de la existencia. Allá, “El pitazo del tren
anuncia / una estación / que en la penumbra se parece / demasiado
a la muerte.”
Marino avanza premunido de un libro de poemas en medio del corazón,
“abierto como dos manos,” y un trébol de cuatro hojas
irreductible prendido en la brillantez sublime de su visión
poética.
Un canto de amor desde el confín del mundo, la razón
verdadera de “mirar todo lo que le rodea y lo ha hecho hombre…”