LA
PASION NUNCA PARECE VANA
Por
Juan Mihovilovich
-escritor-
¿Y
que si hemos vivido esa pasión, quizás no hayamos vivido en vano?
(Sándor Márai)
El
Último Encuentro.
Sándor Márai
-Novela. 207 págs.
Edit.Quinteto-Salamandra.2005
Dos ancianos se reencuentran después de cuarenta y un años.
Uno, sumido en la soledad de su mansión, un general retirado, al
borde de una vejez irremediable que sólo es pospuesta por esa espera racionalmente
irreflexiva que lo ha mantenido a la expectativa una vida entera: el regreso
del amigo pródigo, -el otro anciano "diferente", el artista no
asumido- quien ha "huido" al trópico dejando atrás el
estigma del engaño, de la pasión irrefrenable, de la ira contenida,
de la traición, y en
suma, de una pasión inmortal que lo mantendrá alejado de la "víctima"
, del objeto de la pasión y de sí mismo.
El general,
sumido en la contemplación de su dolor sereno y distante, acunado aún
por la sonrisa quieta y el gesto tierno y seguro de la nodriza de 91 años,
espera. Ha estado esperando al amparo de los días y los años, al
amparo del deceso de su mujer, ya hace largos años, de quien fuera objeto
de la adoración e inspiradora del ¿engaño? ¿Quién
ha sido al fin de cuentas el individuo engañado? ¿El general
que espera? ¿El propio amigo que retorna? ¿La mujer dormida en los
deslindes de la mansión, oculta en una tumba que se llevó consigo
la tragedia del secreto? ¿Y cuál es el secreto? ¿Acaso
no lo llamó a él, al general, a quien vio la miseria de la
vida y la horrorosa muerte en los campos de batalla? ¿No fue a él
a quien la esposa, supuestamente infiel -si tal concepto existe- invocó
en su último suspiro?
El encuentro consolida lo que el general
esbozó durante décadas como su inspirado deseo de venganza y al
que el acusado acude como mudo espectador de lo inevitable. La extraordinaria
lucidez del personaje para narrar las pasiones encontradas, que se suscitaron
desde la niñez junto a quien consideró y considera -cruel o atinada
paradoja- como su permanente amigo, su hermano, inserto en ese sentimiento de
solidaridad humana que ningún otro es capaz de sostener con tanto altruismo,
más allá de las diferencias de clase, de cultura, de posición,
de visión de mundo, esa lucidez dolorosa y doliente de poner tras la sobremesa
los conflictos interiores que lo han avasallado, que lo han atormentado y que
luego han dejado paso a esa interrogante quieta y triste que el se ha arrogado
como una venganza insoslayable, pero que en el fondo sabe y considera un último
estertor para intentar dejar este mundo en paz, hacen de lo narrado un viaje interior
inolvidable, que el lector aprehende como algo suyo, como parte de su propia naturaleza.
Esa venganza de tener al amigo traicionero en frente de sus ojos, se
diluye en un desenlace quieto y terrible como la existencia misma: nada otorga
mayor sentido a la vida humana que haber sido objeto y sujeto de una pasión
que ha consumido los días y las noches, que los alejó por décadas
y los vuelve a reencontrar para hacerles saber que el círculo infinito
de las cosas inconclusas tienen siempre un resumidero: la inefable huella de esa
pasión contenida con los años y que ocupó un instante o un
segundo de cada existencia individual marcó para siempre sus destinos.
Y
entre medio las vicisitudes mundanas, los aconteceres irrelevantes, los gestos
y actitudes que llenaron el espacio, que culminará en la historia reencontrada
sellando lo que ambos saben o siempre intuyeron: un crimen frustrado, la aparente
y cobarde huída, el diario personal extraviado de la cónyuge, la
separación física dentro de la enorme mansión, el silencio,
la muerte, el último encuentro.
Un libro extraordinario,
una historia que remueve las fibras más íntimas de la soledad, el
fracaso, el desliz de las cosas perdidas y que regresa con ese afán humano
de querer contemplar en la vejez el delirio de lo ya vivido, de lo que exclusivamente
repasa la memoria y que un día -Oh pasionales sujetos desdichados- creyeron
que involucraba todo: el fin, el destino o el sinsentido de la vida.
Y
que ahora con la sabia "venganza" de la pasión diluida,
se esfuma con el mismo apretón de manos con que se saludaron, y que en
la despedida acompañan con una reverencia: un símbolo de la pasión
reconocida, lo único digno de vivirse, de haberlos sostenido y de la que
se despiden con dolorosa certidumbre….y el general envuelto en la apacible
mansedumbre de la nodriza que le besa los días y las horas como cuidándolo
de las miserias del mundo… a pesar de todo.
Sándor
Márai, húngaro, 1900. Emigró
de Hungría en 1948 con la llegada del régimen comunista. Su obra
fue prohibida en Hungría y se olvidó por décadas a quien
sería uno de los autores más importantes de la literatura centroeuropea.
Márai se quitó la vida en 1989 en San Diego, California, meses antes
de la caída del muro de Berlín.