"Sangre
como la mía" de Jorge Marchant Lazcano
Palabras
al viento
Por
Camilo Marks
Revista
de Libros de El Mercurio, Viernes 21 de julio de 2006
La
historia de un empresario cinematográfico sirve de eje a Marchant para
retratar a tres generaciones chilenas marcadas por la homosexualidad. Con un estilo
aplomado, el autor ha creado su libro más valiente y desgarrador.
Es
cierto que Sangre como la mía, de Jorge Marchant, contiene
un retrato de tres generaciones chilenas marcadas por la homosexualidad, pero
no lo es menos que esta bella, cautivadora, elegíaca novela es una indagación
profunda en las pulsaciones o ritos con
los que nos inventamos o reinventamos como seres humanos. Marchant ha dejado atrás
la influencia del Puig de Boquitas pintadas, que le brindó tanto
éxito, hace 30 años, con La Beatriz Ovalle. En sus últimos
textos - Me parece que no somos felices, La joven de blanco- ha
adquirido un estilo aplomado, claro, de vastas posibilidades, elegante en su adaptabilidad
a lugares, personas y situaciones en escenarios contrapuestos, unidos por lazos
que el lector debe adivinar. Sangre... es un paso más en esta evolución,
quizá es el mejor libro de Marchant y, desde luego, es el más valiente
y desgarrador de cuantos ha escrito.
Los capítulos se alternan
desde la década del 50 a los comienzos del presente siglo, las fases intermedias,
aparentes lagunas en la acción, con racontos, sucesivas revelaciones, acercamientos
o rupturas que sufren la docena de personajes de la trama. Todos se encuentran
relacionados entre sí por Arturo Juliani, empresario cinematográfico
a quien el autor nunca da la ocasión, como a los demás, de expresarse
en primera persona. El narrador inicial sueña con destacar en la revista
"Ecran", bajo la dirección de la inefable María Romero,
mas deberá contentarse redactando notas para las fotografías secundarias
del magazine, convirtiéndose en amante de Juliani. Daniel Morán,
sobrino del último, viaja con su tío a Los Angeles, se casa con
una norteamericana y vive su condición gay en secreto, subvalorándose,
como ocurría en esa época (y sigue pasando en la actualidad). Myrna
Lewis, su esposa, es una extranjera condenada al ostracismo en Chile, de modo
que, ayudada por Juliani, parte con los dos hijos de ella y Daniel a Nueva York.
En esta urbe residen, tiempo después, Daniel Morán Lewis y su pareja
Jaime, cuya madre, Adriana, fue empleada doméstica en el departamento del
hombre de negocios. Ambos jóvenes están infectados por el virus
del sida; la presencia de la pandemia es una suerte de metáfora que cubre
el conjunto del relato -de ahí el título, explicado asimismo en
una furiosa reacción del padre contra su vástago-; además,
la sentencia inapelable que cae sobre los portadores, la muerte individual anticipada
y la atroz condena social de los enfermos originan algunas estremecedoras páginas
de la historia.
Para no incurrir en las peculiaridades de María Romero
(contaba las películas, incluyendo los finales),
dejaremos hasta aquí el esbozo de Sangre..., que también
es una compacta madeja de referencias a cierta cultura, a la moda, a los vertiginosos
cambios en las ciudades, en las costumbres, en las ideologías. El hilo
conductor de la narración está en los melodramas hollywoodenses
que hicieron furor hace cinco décadas, junto a la llegada del cinemascope,
el sonido estereofónico y similares avances tecnológicos. Dos actores
principales creados por Marchant experimentan como propios los desvaríos,
percances, desencuentros en lujoso technicolor que protagonizaron Lana Turner,
Elizabeth Taylor, Lauren Bacall, Rock Hudson, Montgomery Clift, James Dean en
"Imitación de la vida", "Ambiciones que matan", "Gigante"
y tantas otras cintas; la máxima expresión de ellas, por el desenfreno
pasional que bordeó lo surrealista, fue "Palabras al viento":
el sentimentalismo desbocado de sus incidentes, ligado a un extraño tono
represivo, es también la tónica de Sangre como la mía.
En el país, fue un período de grandes teatros, de intensa actividad
social, de romance y escapismo tras las imágenes rutilantes de la pantalla
panorámica. Detrás de esas secuencias, truculentas y elípticas,
había mucho sexo poco exteriorizado. Si se trata de eso, Marchant va al
grano, sin abundar en detalles, lo cual, en los tiempos que corren, se agradece.
Sangre...
peca de un nivel de confusión debido al cambio en los sujetos hablantes,
a las alteraciones temporales, a la ausencia de un enfoque central. Tal vez habría
sido preferible un desarrollo más ordenado, si bien, tal como está,
es una notable ficción.
Novela
Sangre
como la mía
Jorge Marchant Lazcano
Alfaguara, Santiago, 2006,
323 páginas.