"Restos
mortales" de Juan Mihovilovich
Algo de parábola
y mucha psicología
Por Hernán Poblete Varas
El Mercurio de Santiago.
Relatos donde el elemento común
es la mirada hacia el ser "puertas adentro". Mientras en
unos destaca la observación de los detalles de la realidad
que pasan inadvertidos, en otros vuela la imaginación.
El puntarenense Juan Mihovilovich es en la actualidad juez
de Letras y Garantía de Curepto, después de un largo
y batallador paso por la prensa y la defensa de los derechos humanos.
Que simultáneamente haya realizado una extensa labor como cuentista,
novelador
y biógrafo, señalada en más de un concurso literario,
es buena muestra de su inquieto espíritu y su firme vocación.
Ahora nos entrega un conjunto de veintiocho relatos - breves casi
todos y algunos brevísimos- en un volumen que titula Restos
mortales (Lom, Santiago, 2004, 111 páginas. Precio de referencia
$3.900). En todos ellos encontraremos un elemento común: la
introspección, la mirada hacia el ser "puertas adentro",
aunque el ambiente en que se desarrollan pueda ser muy realista y
de este mundo, o de pura imaginación y fantasía.
Así, casi podríamos establecer categorías para
distinguir unos de otros. Por ejemplo, los cuentos burocráticos
("Conducto regular", "Cuestión curricular",
"Sentido del rigor", etc.) por los que circulan unos personajes
vecinos de Bartleby, sitiados en un "huis clos" que no deja
salida. En todos ellos hay una poderosa observación del detalle,
de lo que podría pasar inadvertido para la forma corriente
de mirar que se desliza sobre la superficie: el escritorio del jefe,
la silla, los adornos adocenados, como la infaltable fotografía
de familia.
En otros, la imaginación vuela, fantasea, se precipita hacia
los temores y las fantasías ancestrales, siempre entreveradas
con la realidad que se hace presente aun en medio de las más
tormentosas pesadillas.
En todos, el hombre es el elemento central enfrentado con sus esclavitudes,
sus miedos, su a veces tormentosa relación con el mundo que
lo rodea y del que forma parte, inevitablemente. Tal vez como un ejemplo
de esto último se podría señalar el cuento titulado
"Muerte y locura", ese cortejo fúnebre que discurre
frente a un asilo y el silencioso diálogo entre distintas formas
de alienación: el difunto, los acompañantes que huyen
mentalmente de la escena, los solitarios locos del asilo.
No sigamos abundando en materias que al lector le toca descubrir
en estos relatos descarnados (en todos los sentidos del término)
que muestran al hombre frente a experiencias tan singulares como cotidianas.
Así, ese nacer visto desde la criatura que se abre paso al
mundo; la relación con estos "hermanos menores",
como llama un pequeño filósofo a los animales que comparten
nuestra existencia en el planeta; ese "sufrir singularmente",
según define el autor, con evidente acierto, la solitaria carga
del hombre y su ser.
El libro de Juan Mihovilovich merece numerosos lectores. Sólo
debemos reprocharle la falta de eso que llaman "corrección
de estilo", que aquí, por lo menos, debió ser más
cuidadosa: Estos "delante suyo", "a través suyo",
esos "recepcionar", "dimensionar" merecían
una poda más estricta.