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TRES GOTAS DE SANGRE SOBRE LA NIEVE
Por
Mónica A. Ríos
www.sobrelibros.cl,
2 de septiembre de 2006
Un autor argentino –que cae por azar
en esta nota– en el prólogo a un libro suyo avisa sobre la posibilidad
de escribir novelas históricas: están de moda, dice. La singular
mezcla de historia y ficción que se da en ellas, donde los personajes imbuidos
en sus andanzas cotidianas muestran con sus narraciones particulares el halo de
una historia colectiva, heroica y grandilocuente, podría revelar algo sobre
la novela Sangre como la mía de Jorge Marchant Lazcano. Tres
voces masculinas narran su vida en torno a la figura patriarcal de Arturo Juliani,
un exitoso empresario que pareciera haber salido de una de las películas
que se ven en las salas de cine que maneja. Un patriarca singular, si se considera
que la sociedad chilena que transita desde la década del cincuenta hasta
el final de ese mismo siglo es machista y conservadora: como herencia a las próximas
generaciones que lo narran, Juliani les entrega la homosexualidad. Ese halo silencioso
que lo envuelve desorbita las voces de los jóvenes de los años cincuenta
y precipita a su nieto al abismo que se abre con el advenimiento del SIDA.
Es
una sangre heredada –se cuenta la historia de una familia–, sangre revelada –ocurre
en torno al develamiento de la homosexualidad en la sociedad chilena– y sangre
infectada como manifestación de una condición errada y errante,
que nos recuerda la invención del término homosexual, su
tratamiento como una enfermedad a fines del siglo XIX y su contraparte de finales
del siglo XX, cuando el SIDA le dio otro sentido a la liberación recorrida
por los jóvenes felices (gays, en inglés). Sangre como
la mía cuenta los dribleos de las relaciones sanguíneas de algunas
familias chilenas cruzadas por la homosexualidad, la muerte, los silencios, las
frustraciones.
En un segundo plano, el tono melancólico de la novela
de Marchant nos revela otra intención: hablar de una sociedad que se sostiene
sobre vigas de cartón que difícilmente soportan el peso de los hechos
empíricos. El provincianismo, los trabajos mediocres, el arribismo, los
amores despojados de pasión suceden en analogía y contrapunto a
las películas de la llamada edad de oro de Hollywood, cuyos argumentos
pasan a formar parte del lente que mira, sopesa y juzga las vidas carentes de
momentos de película. Ese reconocimiento crudo de la distancia que
existe entre los terrenos culturales de la metrópolis y los de la provincia,
donde Nueva York ocupa el terreno utópico por excelencia, se expande hacia
el espacio mayor de la representación en esta novela. Si bien la hegemonía
de los Estados Unidos pareciera haberse desarrollado en la década del cincuenta
con una inocencia propia del letargo hipnótico que entregaba el cine, Sangre
como la mía describe el proceso mediante el cual ciertos individuos
se despojan de las anteojeras colocadas precisamente por la industria del cine.
La ilusión de Hollywood caerá por su propio peso por las tragedias
protagonizadas por James Dean, Montgomery Clift y Marilyn Monroe; asimismo, los
avatares del SIDA y las arremetidas del terrorismo a principios del siglo XXI
se transforman en el eco de vidas particulares que están estupefactas ante
el fin de una mala mentira. En este punto se hace lamentable en la novela la alusión
al manoseado hito de las torres gemelas, que no puede más que volver esta
reflexión sobre la influencia de los medios y de la propaganda gringa en
cualquier explicación relativa al devenir histórico. En Sangre
como la mía cualquier ideal comienza y termina –al fragor de la época–
en una Nueva York en liquidación de gran tienda, en el último día
de las grandes oportunidades: en la explosión final y en el entierro
de un hombre joven atacado por el SIDA se escuchan los coletazos políticos
de la era global.
SANGRE COMO LA MÍA
Jorge
Marchant Lazcano
Editorial Alfaguara. Santiago, 2006.