El segundo libro de José María Memet, Bajo
amenaza, publicado en Chile en 1979 por una editorial en ese tiempo
heroica; Aconcagua, marcó el despertar de la cultura chilena
en la dictadura militar
de Pinochet. En aquel entonces el silencio era casi absoluto y, como
fue también el caso de Dawson de Aristóteles
España (que contenían los poemas de su encarcelamiento
adolescente en esa isla prisión), el sólo hecho de titular
libros con esos nombres: Bajo amenaza, Dawson, significaba
grandes riesgos personales pues por primera la poesía dentro
de Chile tocaba explícitamente las agónicas condiciones
de sobrevivencia en un país tomado. El gesto fue comprendido
y uno de los poemas del libro de José María Memet comenzó
a reproducirse en copias a roneo y ediciones corcheteadas constituyéndose
en un verdadero emblema a partir del cual miles de jóvenes
comenzaron a levantar sus primeras barricadas. Es el poema "La
misión de un hombre" y cito su comienzo y su final.
El autor tenía entonces poco más de 20 años:
Un hombre es un hombre
en cualquier parte del universo
si todavía respira.
(…)
y si todavía respira
debe inventar unas piernas,
unos brazos, un corazón,
para luchar por el mundo.
Como decía, el poema apareció en 1979 y
además de ser un ejemplo de coraje en condiciones infernales,
vino a cumplir con ese inmemorial rito de la poesía que exige
que ella, en un mundo de víctimas y victimarios, sea siempre
la primera víctima, pero también la primera en alzarse
para anunciar los nuevos días. He recordado ese poema al leer
el último libro de Memet, El Rastreador de Lenguajes
(La Calabaza del Diablo, Santiago, 2004), que viene a ser con Amanecer
sin dioses, el momento más alto de un poeta que ya se cuenta
entre los más notables y reconocidos de la nueva poesía
hispanoamericana.
Lo que deslumbra del Rastreador de lenguajes es
la multiplicidad de su experiencia, su hondura a ratos abismante.
Toda su poesía se encuentra aquí convocada: desde el
aliento augural de sus primeras obras, hasta las visiones alucinantes
y desbordadas de, entre otros libros, Cantos de gallo al amanecer,
de La casa de la ficción y otros poemas, de Un animal
noble y hermoso cercado entre ballestas, como la crítica
radical a la historia de Amanecer sin dioses. El efecto que
produce El Rastreador de Lenguajes es así un efecto
total, casi geológico donde la deriva humana; los 30.000 años
que llevamos intercambiando sonidos, gruñidos, palabras sobre
la tierra, se revela sobretodo como el itinerario de un colosal extravío.
Lo que este libro revela son las zonas tumefactas de la existencia
y de la contemporaneidad como si lo que se quisiera señalar
es que sólo desde ese reconocimiento extremo: de que el tiempo
es Auschwitz, podrá quizás ser posible alzar una nueva
mirada.
El Rastreador de lenguajes se erige así
como la búsqueda de un nuevo sentido sabiendo de antemano que
la única posibilidad que ese nuevo sentido surja es primero
asumir que la mayor humillación es estar vivos en un mundo
donde lo único privilegiado es la muerte. Como reiterando un
The waste land contemporáneo, la visión final
del poema que le da el título al libro es grandiosa, terrible
y exacta:
El agua
de los ríos avanza, el mar la recibe,
millones de neuronas pasan del latín
a la nada
Lo que se
escenifica allí es el deriva de un mundo cuyo final ineluctable
es la nada. La exigencia que le plantea a la poesía el rastreador
de lenguajes es que ella pueda cruzar incluso el fracaso de todos
los lenguajes (no nos hemos amado, no nos hemos entendido, las palabras
no evitan que los seres humanos se maten entre sí, se torturen,
se hagan añicos) porque sólo la resistencia infinitamente
delicada del poema es la que pueda tal vez aún entregarnos
aquellas palabras que no se han resignado a morir con nuestras vidas
que mueren. Es lo que se representa otro de los grandes poemas de
este libro: El fósil la flecha el guerrero. El lenguaje es
escueto y comienza con una escena atávica: la de un cazador
primitivo y su carcaj:
Detenida
en el carcaj
la flecha
no posee rumbo
ni víctima
La segunda
parte es sobrecogedora:
Quien
amó olvidará
Todo soplo
de vida
muere
dios
es memoria
dios
es alzheimer
El tema es el tiempo. La afirmación del dios
que es memoria es enseguida contrastada con la afirmación de
que ese mismo dios es la enfermedad de la memoria. Lo que se está
diciendo es que la enfermedad de dios es haber creado lo olvidable
o, lo que es lo mismo, haber creado aquello que no tiene otra posibilidad
de subsistir sino enfermándose de memoria, es decir, borrándolo
todo, haciéndose Alzheimer. Muy pocas veces se tiene como acá
la fulminante certeza de que todo lo que podía decir un poema
fue dicho. El dios que es Alzheimer, en la época de la descreencia,
de dios es el dios que niega lo que construye, que borra lo que registra,
que anula lo que afirma. Al igual que en su comienzo, el poema concluye
con una imagen del pretérito que se invierte para ser una imagen
del futuro:
El arquero
es un fósil ... en la roca
Ese es entonces el rumbo de la flecha que no tenía
rumbo ni víctima. Pero esa breve imagen es también la
trascendencia de la poesía. El poema nos acaba de decir que
no tenemos otro sueño que lo irremediablemente pasado, pero
que por esa misma condición los únicos futuros permanentes
son los futuros de un futuro revolucionario:
Camino por las calles de una
gran ciudad de América.
Soy el abuelo
de la revolución que se aproxima
Es la última frase del libro antes del Epílogo.
Recordaba al comienzo el poema "La misión de un hombre"
del primer libro de José María Memet porque en El
Rastreador de Lenguajes ese tono ha vuelto a ser recuperado, pero
ahora desde la constatación de la contradicción insalvable
que siempre conllevan las empresas humanas. En el final de Amanecer
sin dioses se describía una rendija por la que se cuela
una luz y se nos dice que esa rendija es hermosa, que con todo, es
hermosa. En un libro de ensayos escribí a propósito
de ese libro (feo es citarse pero peor es parafrasearse) que mientras
existiese un solo hombre desdichado la poesía continuará
siendo el arte del futuro. Nadie ahora que honestamente lea puede
sustraerse a este doloroso triunfo del arte mayor del poema. Nadie
que lea puede sustraerse al salto cualitativo que esta obra de José
María Memet representa.