Ver
a Varas
Por
Marco Bugueño
(Periódico Literario Carajo, número
8, septiembre de 2006)
Varas le arrebata
lo fácil a lo inmediato. Y se acerca con singular capacidad a la antigua
idea, al viejo desafío de darle a lo evidente, a lo brutalmente visible
y cotidiano, la posibilidad de lo imperecedero, de lo que no acaba. Aquello que
los maestros rusos buscaban con detención oriental y que, muchos de ellos,
lograron con una certeza quirúrgica, Chejov, un ejemplo claro de ello.
¿Pero
es esto algo que tiene que ver solo con aquella premisa de "pinta tu aldea
y serás universal"? Bueno,
en parte sí, pensamos. No es, por lugar común que ella sea, una
premisa fácil de sobrellevar. En particular ahora que nuestras aldeas son,
que duda cabe, cada vez menos únicas, y cada vez más parte de una
sola. Lo que no es tan terrible, y no es dañino necesariamente, pero sí
más complejo de descifrar para un contador de historias, cuyo ojo en estos
tiempos debe penetrar muchas capas antes de despejar lo que es distinto, para
sólo después darle la chance de ser parte de lo universal.
Parte
importante de nuestra narrativa actual no se detiene en lo particularmente "chileno"
en la construcción de sus historias, o como punto de partida, para decir
lo que se quiere decir. Más bien, muchas escenas, muchos personajes y sus
dolores, podrían caminar con pertinencia por Madrid o Londres y pasar desapercibidos.
Esto tampoco nos aparece como un pecado, es por cierto, para muchos, un mérito
de nuestra literatura alejarse de esta búsqueda, a veces desmedida de nuestra
supuesta identidad, como si en ella viviera algo puro o de nobleza tal, y que
fuera un despropósito abandonar a su suerte, aún, al parecer, no
echada.
Sin embargo, otra cosa es con Varas. Varas no transita por una literatura
de donde los personajes se enfrentan a grandes preguntas sobre el sentido de la
vida (las de siempre), por decirlo así, mirándose las ojeras en
el baño de su departamento del Parque Forestal, pero tampoco, y también
muy lejos de ello, sus personajes son engendros neo- bolcheviques trasnochados,
portadores de alguna épica de pacotilla de algún grupo de "diversidad",
que el gobierno de turno dejó fuera de sus proyectos del último
semestre.
No. Varas no anda por la Alameda cargando banderas en sus relatos.
Las épicas de sus personajes se nos vienen de un sopetón con el
primer párrafo: cuando un galán de panza cervecera se pone nervioso
al teléfono, al no recordar el nombre de la mina que le habla. Como cuando
ese guerrero notable (Chacón, 1965) le escribe sus cartas entrañables
y telegráficas a su mujer y su hija. No hay vociferantes en sus relatos,
no están convocados aquellos personajes, poetas o filósofos repentinos
y prístinos, que se "aparecen" en un capítulo para decirnos
lo que es el amor, o lo que la historia de Chile nos hizo a todos nosotros. Los
personajes de Varas aparecen desde el escenario tal vez más complejo de
narrar: La vida real, que nunca es tan pura, que nunca es clara y definitiva,
que es mucho más terrible, pero que tampoco lo es tanto: porque, por lo
general, es también para retorcerse de la risa. Esa multiplicidad unitaria
de sus personajes, de sus historias, siento es uno de los méritos más
consagratorios de Varas. Convierte con una propiedad notable el escenario tal
vez más desechable a priori, para construir una gran novela o relato, en
el instrumento mejor construido y re creado.
Esta "chilenidad",
entonces, deja de ser solo eso, se catapulta al cielo. Porque no es discursiva
de si misma, no se auto afirma como sufriente o "picaresca". Mas bien,
es lo que es no más, y ello se agradece. La mano periodística le
permite, a su vez, desintoxicarse de alguna tentación adjetiva, no propia
de lo que observa.
La lectura de Varas tiene una serie de planos de interés.
Finalmente digamos algo de otro de ellos.
Resulta sorprendente cómo
desde "Cahuín" (1946) hasta su última antología
de cuentos editada por Alfaguara, así como en sus novelas "Galvarino
y Elena"(1995) y "El Correo de Bagdad" (1994), nos encontremos
con un registro singular y permanente que transita en la frontera del relato periodístico
y la ficción. Sin complejos ni necesidad de explicarse, funciona y no le
resulta necesaria al lector la pregunta sobre él. Sin embargo es llamativo
que ese niño de 17 años del Instituto Nacional, de cierta manera
ya lo practicara con soltura a principios de los 50'. Nos imaginamos que en su
momento la aparición de "a Sangre Fría" de Capote, no
debió sorprender tanto a Varas, quien ya transitaba a su manera en esta
franja delicada entre la crónica, el testimonio y la ficción. En
Varas funciona muy bien esta cita de escritor y periodista. No es muy común.
La precisión, la pulcritud, la distancia, se mezclan con una sensibilidad
poco vanidosa, que se ubica en un telón de fondo, en beneficio del protagonismo
de sus personajes.
A Varas hay que leerlo. No se lo lee mucho, ni se lo
difunde. Contribuirá a palear ello, por un tiempo, este boom, con sus reediciones
de rigor que, me imagino, él contemplará con una cierta distancia
prudente.
Lo que se escucha por estos días es que el premio nacional
que se ha otorgado es "correcto", "apropiado", que "aunque
también había otros autores", Varas "también se
lo merecía". Es interesante, pareciera que el premio, a su vez, buscará
hacerse más bien invisible, como el mismo Varas, alejado de la marcha colorinche
de sus colegas, amatorios del poder y sus mieles pesadas. No, el señor
Varas pareciera estar más bien en la vereda de enfrente, de esa misma Alameda,
mientras el carnaval transita, fumándose un cigarrillo. Bien por él.
Brindemos por eso.