Entrevista
a José Miguel Varas
Novela
de militares y militantes
Por
Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de
El Mercurio, Domingo 12 de agosto de 2007
Una
delgada línea separa la ficción de la realidad en el nuevo libro
que el autor y Premio Nacional publicará en las próximas semanas.
Varas recrea en "Milico" la figura de su padre, el coronel José
Miguel Varas Calvo, mientras la historia política chilena del siglo XX
desfila ante los ojos del protagonista, un locutor radial integrante del Partido
Comunista.
Cuesta imaginar que una
de las voces más características de Radio Moscú trabajó
en su juventud como "espíker" (locutor) de Radio El Mercurio.
Pocos están enterados de que conoció a Manuel Rojas en el Hipódromo,
cuando era niño, y que, años más tarde, se escondió
en su casa. No muchos saben, tampoco, que tuvo la oportunidad de ver en un oscuro
café moscovita al asesino de Trotsky, el español Ramón Mercader,
sentado ante una mesa que nadie quería compartir.
Reservado, sin
duda, José Miguel Varas. Y no sólo por carácter. Más
de algo le debe su laconismo a los ambientes en que se ha movido a lo largo de
una azarosa existencia. De niño tuvo
el modelo de su padre, el coronel José Miguel Varas Calvo, formado en la
discreción de la carrera militar. Ya adulto, el ingreso al Partido Comunista
lo incorporó a una estructura en la que el secreto era asunto de supervivencia
durante los frecuentes periodos de clandestinidad.
Pero así como
José Miguel Varas padre -también escritor- ofreció un acercamiento
íntimo del mundo uniformado en sus libros de cuentos y anécdotas
militares, el hijo ha venido haciendo lo propio en sus relatos y novelas, aunque
siempre en pequeñas dosis, sin ahondar en episodios decisivos de su vida.
Por eso se espera con expectación su novela Milico (Lom), en la
que aborda la compleja relación con su padre y repasa gran parte de la
historia política chilena del siglo XX. Casi diez años demoró
en terminarla, lapso durante el cual escribió otros libros, fue editor
de Rocinante y publicó sus Cuentos completos, que contienen más
de un episodio retomado en la novela.
-¿"Milico"
es su libro más autobiográfico y personal?
-Sí,
yo creo que uno siempre se alimenta de su propia experiencia, y los personajes
en los cuales objetiva esa experiencia, en el fondo, también provienen
de la misma fuente. Pero traté de distanciarme y ser relativamente objetivo
frente al tratamiento del asunto y no quisiera que se tomara nada de lo que hay
en la novela como expresión literal de una narración autobiográfica,
aunque el material autobiográfico evidentemente no lo puedo negar. Estoy
mirando, estoy contando a partir de mi experiencia personal. Esto se acentúa
en la primera parte, que gira en torno a un coronel que ha fallecido, Manuel Román,
y que obviamente se apoya en el recuerdo de mi padre. Es una línea tenue,
muy jodida y delicada. Después la novela se aparta de las circunstancias
reales de mi vida, a pesar de que el protagonista también es hijo de un
militar.
-¿Usted y su padre eran tan compinches
como ellos? ¿Iban a las carreras, conversaban de libros y hacían
juegos de palabras?
-Claro, esa parte es bastante parecida a la
realidad. Pero la relación fue cambiando. Primero, por diferencias políticas,
aunque los diálogos de conflicto que están en el libro nunca ocurrieron
y todo fue más a la chilena: simplemente no se hablaba del asunto. Hubo
más oposición frontal a que yo me hiciera locutor de radio que militante
del Partido Comunista. Fue mucho más terrible, porque rompía el
proyecto de vida que mis padres habían hecho para mí: querían
que fuera abogado. A mi mamá le preocupaba, sobre todo, porque yo era muy
bueno para la bronquitis, y los turnos de noche y la bohemia periodística
me iban a hacer mal.
-Pero de todas formas tiene
que haber sido duro para su padre que usted se hiciera comunista.
-Indudablemente.
Yo era su hijo mayor y teníamos una relación afectiva muy fuerte,
así que fue bien chocante para él. Pero al mismo tiempo lo hizo
pensar de nuevo muchas cosas. Coincidió además el hecho de que ya
había salido del Ejército y cuando los militares se retiran, de
repente descubren que el mundo no era como creían, se deslumbran y hasta
se ponen democráticos. Mi padre incluso llegó a votar por Allende
en la elección del 58, más que por estar a favor de su proyecto
de reformas sociales, por estar en contra de un conjunto de otras cosas. No iba
a votar por Jorge Alessandri, pues él era muy anticlerical y además
consideraba que la derecha se había portado pésimo con los militares.
-En
la novela, el coronel Román evita una masacre al desobedecer a un superior
que ordena disparar contra un grupo de manifestantes que avanza hacia un regimiento.
-Eso
tiene base real. Hubo un episodio del que mi padre nunca me quiso hablar mucho,
en el que estuvo en desacuerdo con un superior del Grupo Andalién, de Concepción,
y se lo hizo presente. Eso determinó que le cerraran la posibilidad de
llegar a ser general, la máxima aspiración de todo militar. Mi padre
no podía ver a Bartolomé Blanche, que era comandante en jefe cuando
cayó la dictadura de Ibáñez. A Blanche evidentemente no le
gustó esa caída y menos que un oficial apareciera contrariando la
autoridad. Era algo contradictorio, porque si ese comandante de Concepción
hubiera actuado de forma violenta contra una poblada, las consecuencias hubieran
sido muy negativas para el Ejército. Mi padre impidió algo insensato,
pero de todas maneras fue un acto de insubordinación. No lo dieron de baja,
pero le dijeron: no vas a ser oficial de Estado Mayor. Y así fue.
-Usted
"retrasó" en diez años la muerte de su padre (1963) para
separar vida de ficción. Es significativa la fecha que elige en "Milico"
para el velorio del coronel Román: del 10 al 11 de septiembre de 1973.
¿Simboliza el fin de un tipo de militar?
-Tengo cierto temor
a esa clase de interpretaciones porque llevan a la idea de que es una novela de
tesis y eso es medio embromado. Yo no quiero demostrar algo. Estoy partiendo más
bien de una experiencia propia y de una vida en la que he observado las cosas
que han pasado en el país, como el cambio que se produjo en el Ejército
chileno a partir de los años sesenta, cuando inicia su relación
con la Escuela de las Américas y la doctrina de la seguridad nacional.
Esa transformación está exagerada en la novela, fue más gradual.
Pero además siempre hubo un fondo de autoritarismo y brutalidad, tampoco
hay que idealizar tanto a los militares de antes del Golpe. Había excepciones
como Schneider, que era pintor, y Prats, que incluso ganó un concurso literario,
pero eran personajes con más formación humanística que los
oficiales tecnocráticos que vinieron después.
-"Tú
tienes más de milico de lo que crees. Tu partido es una milicia",
le dice el coronel Román a su hijo, haciéndole notar que incluso
los llaman militantes. ¿Así lo ve usted?
-El PC, como
en general los partidos revolucionarios, sobre todo los de raigambre leninista,
son bastante militares en su concepción. El lenguaje de Lenin es "vanguardia",
"ofensiva", "táctica", "reservas", toda una
concepción militar aplicada en el terreno político. Además
el tipo de disciplina, sin ser tan ritual como la militar, es bastante fuerte
en el PC chileno. A partir de los años 30, con la organización celular,
se asume de una manera más consciente el leninismo. La concepción
de Recabarren era distinta cuando lo fundó: se trataba de un socialismo
radical, revolucionario, pero en sus tiempos no había células, sino
asambleas, mucha deliberación y democracia; en cambio, el centralismo democrático
es otra cosa: esquematizando un poco, se discuten las cosas cuando hay congreso,
se adoptan los acuerdos y después hay que cumplirlos hasta el congreso
siguiente.
-Cuando Jaime ingresa a la célula,
un militante le dice que ha ingresado a una "nueva familia".
-Y
él lo siente así también. Sus padres están en conflicto
y él es acogido por otra familia. Los que militamos en el viejo PC siempre
sentimos una vinculación muy cálida, que iba mucho más allá
de lo político; una relación de amistad personal, de parentesco
con mucha gente.
-Pero no deja de ser folclórico
que en la misma reunión le digan que para contribuir a la causa van a rifar
una cabeza de chancho.
-Eso es muy de la tradición del Partido
Comunista de Chile. Eudocio Ravines, que fue un peruano de mucha influencia en
la dirección del Partido, enviado por la Internacional para colaborar en
la formación del Frente Popular, cuando se cambió de lado escribió
un libro anticomunista. En él describe un encuentro muy importante con
Juan Chacón Corona, y dice que lo recibe en un local destartalado donde
lo primero que hace es invitarlo a comer una sandía. Ravines lo cuenta
como algo ridículo, pero no es tanto si pensamos que los proletarios chilenos
son medio campesinos y no son tan proletarios como en Europa.
-Lectores
y críticos han celebrado en sus libros el humor, que en "Milico"
también está presente, pero queda la sensación de que esta
novela es, en el saldo, mucho más amarga. ¿Qué pasó
mientras la escribía?
-Será que estoy viejo. Hay un
humor que es juvenil e irresponsable, digámoslo así, que significa
una manera de mirar la vida y hasta de gozarla sin plantearse muchas preguntas.
Seguramente el autor de este libro es mucho más viejo.
-¿Más
pesimista también?
-Hay que pensar que el libro está
circunscrito a cierto periodo; termina el año 76 o 77, el peor momento
de la dictadura, de mayor oscuridad y represión. Y el protagonista la verdad
es que no tiene muchas esperanzas de cambio.
-Es
bien escéptico, a pesar de ser tan disciplinado.
-Claro,
tiene esa contradicción del tipo escéptico, más o menos lúcido,
que sabe que las cosas no son exactamente como le dicen que son, pero de todas
maneras considera que tiene que hacer lo que tiene que hacer. La famosa fórmula
de Gramsci: "El pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad".
Es una definición bonita, poética. Ahora yo creo que en el proceso
de hacer el libro obviamente hay una evolución también, y pasaron
muchas cosas en Chile, en el mundo, y hubo una asimilación de ellas por
parte del autor. Eso de algún modo se trasluce.
-¿Alguna
que recuerde en especial?
-El derrumbe del mundo socialista europeo,
que yo conocí bastante, en dos periodos distintos, porque estuve en Praga
entre el 59 y el 61, y después los 15 años en la Unión Soviética,
a partir del 74. La conciencia, primero, de que el socialismo no era lo que se
había soñado, ya desde los años 60 y, luego, de que la cosa
no marchaba bien. Esa fórmula de la revolución hacia África
y América Latina, que usaba la URSS en tiempos de la descolonización,
los movimientos de liberación nacional y la revolución cubana, era
una imagen de mundo ilusoria. No era ni lo que uno imaginaba ni lo que deseaba
ni lo que esperaba. A lo mejor estoy trasladándole a este protagonista,
que es de otra época, cierto pensamiento que ya es posmoderno o contemporáneo,
pero es inevitable, todo se contamina.
-¿Pensó
que iba a ser torturado después del 11 de septiembre de 1973?
-Lo
pensé, pero no era una obsesión. Comparativamente yo no estuve expuesto
a grandes peligros. Me quedé poco tiempo después del Golpe y estuve
protegido. Salí el 8 de diciembre de 1973. Me fui a Alemania a través
de la Embajada y a los pocos días me llamó por teléfono Volodia
desde Moscú, y me dijo que me fuera porque había algo que hacer.
Me integré al grupo de "Escucha Chile", de Radio Moscú,
pero no participé en el equipo clandestino que enviaba informaciones desde
Chile, como el protagonista de Milico.
-Usted se
retiró del PC el año 90, ¿no?
-Digamos que
me cabreé y ya no fui más a reuniones. Tampoco fue una ruptura áspera.
Lo que pasa es que a mí me compromete mucho desde un punto de vista afectivo
lo que el Partido significó para mí, y lo mucho que hay de positivo
en la historia del PC de Chile, con sus características tan especiales.
No me resulta cómodo entrar en un enjuiciamiento de un periodo que yo sé
que es transitorio. Además está cambiando, pero pasó por
un momento muy negativo.
-Ex militantes como Carlos
Cerda y Roberto Ampuero hicieron en sus libros una especie de autocrítica
o denuncia que usted no ha hecho.
-Es que son demasiados años
que le entregué al Partido y, como dice el coronel Román respecto
del Ejército, yo no soy ave que emporca su propio nido.