..... - Ten cuidado, -susurró- aquí te matan sin ninguna
razón.
..... Como siempre, estaba en lo cierto. Ninguno de los 4000 muertos
anuales de los caminos de Chile fue atropellado o embestido por alguna
buena razón.
..... Ibamos a la Estación Central. A tomar unas fotos para ilustrar
una entrevista para Noreste, un periódico de poesía. Acababa de conocer
a Jorge hace unos pocos días. Como había escuchado hablar mucho de él, y
siempre como se habla de un muerto, fue para mí una sorpresa verlo
aparecer un día vivito y coleando en la oficina de Noreste. Era evidente
de inmediato que este hombre pequeño y pulcro no poseía ninguna vocación
para la vida práctica. No sólo era incapaz de atravesar la Alameda,
tarea difícil aún para un joven atlético, sino para revolverse un huevo,
tomar una micro, echarle sal a la sopa. Esta dificultad para todo lo que
no fuera pensar, soñar o conversar, no se debía a su alcoholismo, sin
duda lo precedía. Estoy seguro que Jorge Teillier era un inútil mucho
antes de ser alcohólico. Estoy seguro que desde siempre tuvo amigos y
seres queridos que le ayudaron toda la vida con las pesadas cargas de
este mundo: revolverse un huevo, tomar una micro, echarle sal a la sopa.
Mi hijo había nacido en esos días y hacía esfuerzos enormes por lograr
las cosas más simples: como dar vuelta temblando la cabecita de un lado
a otro de la almohada, en una lucha colosal contra la gravedad, o
simplemente respirar, por que resulta que la respiración no es gratuita
y tenemos que dedicarle esfuerzo. Pues bien, este nuevo amigo, Jorge
Teillier, me recordaba a mi hijo en su lucha permanente con las
cucharas, los saleros, el tránsito y la gravedad. Su espíritu, en
cambio, era de una agilidad asombrosa, en el mundo de la palabra, la
memoria y el humor, Jorge era capaz de cruzar la alameda a pleno tráfico
y con los ojos cerrados. Arrastraba la melancolía sin señas de tristeza
y te envolvía en su halo de simpatía y cariño.
..... Compramos dos boletos de andén y entramos al amplio espacio
oscuro de la Estación Central. Caminamos más allá del fin de los
andenes, entre los fierros de las maestranzas y los carros abandonados.
Tomamos las fotos.
..... - ¿Y saldrán buenas las fotos con esa máquina tan chica?
(una Minox).
..... Estabamos de vuelta en el ruido de la calle a las doce, el sol
pegaba fuerte.
..... Jorge quería tomarse un vaso de vino, de manera que nos pusimos
a recorrer las callecitas en torno a la estación en busca de un bar. Sin
suerte. Todas las veredas estaban cubiertas de mercancía taiwanesa:
juguetes a pila, perfumes, panty-hose. Jorge no podía
creerlo.
..... - Hace muchos años que no venía a esta estación. No puedo creer
que no haya un bar. Sería la única estación de trenes de Chile que no
tiene un bar. Eso es muy malo para un país. Significa que se acabó
todo.
..... Empecé a sentirme responsable no sólo de este mito encantador y
frágil, a quién había que ayudar a cruzar la calle, sino del destino de
Chile. Tenía que encontrar un bar cerca de la estación, y
pronto.
..... En nombre de los hombres prácticos y efectivos, me puse en
campaña.
..... - Espérame aquí Jorge, no te muevas, le dije, mientras
preguntaba a quiosqueros, vendedores y taxistas, sin suerte. No había
bares.
..... Entonces Teillier tomó la iniciativa y se dirigió a alguien a
quien yo ni siquiera había visto, el último mendigo de la calle. Un
vagabundo sucio que usaba un abrigo oscuro y aceitoso, escarbaba un
montón de basura.
..... - Disculpe señor, buenos días.
..... El vagabundo, borracho, interrumpió su trabajo, se irguió y le
respondió solemnemente:
..... - Buenos días señor, en que puedo servirlo.
..... - Con mi amigo estamos buscando un bar, pero no hemos
encontrado nada.
..... - Pero claro que hay, mire… -con la misma solemnidad, le
indicó el final de una calle- camine hasta el fondo, la última puerta
es un bar, "Los Arbolitos", muy bueno, vaya de parte mía, Armando
Gutierrez, yo nunca he tenido un problema ahí.
..... - Muchas gracias, señor -sonrió el poeta
Teillier.
..... - Para servirlo.
..... Caminamos a "Los Arbolitos" y tomamos vino.
..... Y así como por sobre
nuestras cabezas en la estación pasaban los cables de corriente y de
telégrafo, saltando de un poste a otro, formando tramas delicadas, así
como a nuestros pies se cruzaban las lineas de los trenes, abriéndose,
bifurcándose y volviendo a juntarse, así como alrededor se cruzaban las
calles y el tráfico formaba otra trama de semáforos y cruces, así la
vida también tenía muchos planos y muchas líneas que unían un punto con
otro, de manera que había siempre un mundo en medio de otro mundo, y un
hombre incapaz de cruzar una calle en el plano de los vendedores de
panty-hose, es sin embargo capaz de conversar con otro hombre y
encontrar el camino que lleva a una mesa, una conversación y una botella
de vino.
..... Teillier fue enterrado el miércoles en los extramuros del
cementerio de La Ligua, entre un garage con montones de chatarra y unas
canchas de baby-fútbol. Hubo un inmenso silencio entre los cerros
pelados y la bóveda del cielo, en la que retumbaban las paletadas de
cuatro sepultureros que demoraron 20 minutos en llenar la fosa. Fue
simple, solitario y bello.
..... Al bajar al pueblo nada había cambiado, al regresar a Santiago
tampoco. Todo sigue igual, excepto que Teillier no está y quería
contribuir a su memoria con este corto recuerdo y algunas fotos que tomé
entonces.
en El Mercurio
-1997