Mi felicidad quedó atrapada allí donde lo nuestro
jamás sucedió.
Lástima habernos separado antes de conocernos, antes que
llegase la caricia.
Lástima no habernos amado como personajes lluviosos en estaciones
de tren,
sus manos alejándose y sin cesar el tiempo.
Quizá no haber dicho lo que no se lleva el viento; haber
sostenido ese beso atemorizado. Quizá apostar en favor de
lo desconocido, dejar en automático pilotos y destinos.
Curioso. Acordamos en lo escrito, el anonimato y
un mismo silencio;
tras bambalinas recitábamos idéntico monólogo.
Y fue igual también
el invierno padecido. Y a destiempo se abrieron nuestros ojos. Y
quedamos vertidos en arrepentimiento. Fuerte el asunto, hablábamos
en serio, creo.
Ahora nos existen tres poemas y una carta. La nuestra
es historia de fantasmas.
De todo lo que no tuvo lugar, ni tiempo. Tanto deseo, tanto calor
ahogado.
Tu sola imagen era tan fuerte como la opresión de las sábanas
una mañana de invierno.
Era un peligro nuestra estancia fuera de la palabra.
Nos dolía la piel sin tocarnos siquiera. ¿Había
manera de aliarnos
sin reventarnos al mismo tiempo?
Dijiste "Se ha erizado mi cuerpo y te salgo
a buscar donde nunca estuviste conmigo
¿te acuerdas? Ahora es tu refugio esa calle donde jamás
caminamos juntos
y me acuesto en otras camas por si acaso.
Voy a estallar, te lo advierto, y que Dios te pille confesado."
Tal vez tú también escribes esta historia.
Desde Brasil, ya vas para los 40,
te ves más feliz, el clima te acompaña, ondulas aún
tu pelo de pantera,
y te preguntas si alguna vez fuimos presa el uno del otro.
Figuramos como mito en cuatro o cinco páginas
escritas. La memoria
nos va distorsionando. Lo nuestro era imposible. Intentar lo nuestro
era pura soledad.
Sujétate de mí, desabrocha con cuidado mis ropas,
tócame,
préndeme, pero despacio porque estoy
herido.
Y si me tienes desnudo te ofreceré el cuello.
Abusa de la oscuridad, susúrrame con la lengua,
has que pierda el sentido y ámame por un segundo;
que con ese segundo viviré más.
Perdona mi silencio, comprende mi estatua;
rómpela, recoge los pedazos y moldéame desnudo,
siempre desnudo.
Pero con ternura porque aún estoy herido.
Hunde tus manos en mi pecho como si fuera
un pozo antiguo, y extrae el agua
y el fuego que gimen despacio.
Hazlo tú, por favor,
yo ya no puedo.
Jean Pierre Bonnefont Bellolio
jeanbonnefont@mi-mail.cl