Guijarros como huellas
Presentación de Sala de espera de Jorge Polanco
Revista El vendedor de tierra, Buenos Aires
Antonio Rioseco Aragón
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En montañas me crié
con tres docenas alzadas.
Parece que nunca, nunca,
aunque me escuche la marcha,
las perdí, ni cuando es día
ni cuando es noche estrellada,
y aunque me vea en las fuentes
la cabellera nevada,
las dejé ni me dejaron
como a hija trascordada.
Y aunque me digan el mote
de ausente y de renegada,
me las tuve y me las tengo
todavía, todavía,
y me sigue su mirada.
Estos versos que acabo de leer pertenecen al poema “Montañas mías” de Gabriela Mistral, de su libro Poema de Chile,[1] y en este país tenemos más que claro que la presencia de la cordillera constituye una suerte de recordatorio perenne de nuestra condición nacional. Este horizonte breve, abrupto y amenazante que a diario vemos, es también la representación gráfica de la frontera, tanto en sus dimensiones física, política e imaginaria. Porque en definitiva algo ocurre acá, dentro de esta pequeña habitación que es Chile, en la que todos nos topamos una y otra vez con los mismos peñascos. Si la Mistral decidiera escribir Poema de Chile no solo tiene que ver, a mi juicio, con salvar una deuda o querer, como ella señala, acallar a quienes la llaman ausente y renegada; si ella lo escribe es porque esa realidad que llamamos Chile debe ser constantemente repensada, relatada y poetizada, enunciada con lenguajes que permitan reflexionar sin muletillas nacionalistas ni chovinistas.
Teniendo esto en mente, me encuentro con Sala de Espera de Jorge Polanco, que en varios de sus poemas, y en especial los cuatro primeros, apela al espacio territorial y mental que es Chile, no desde la geografía, por cierto, sino a partir de los relatos transgeneracionales que configuran ciertos paisajes mentales del país, donde la carga política y experiencial de los sujetos marca un derrotero de las generaciones de la dictadura.
Cuando Guido Arroyo me ofreció participar en esta presentación, sentí que más allá de la amistad y el aprecio que siento por Jorge, me haría cargo de la lectura de un libro ciertamente notable, y esto no lo digo de manera ligera. Y es que hace varios años que vengo siguiéndo la pista a estos poemas, los que en varias ocasiones Jorge me facilitó para leer y comentar. Podríamos decir que lo fui leyendo a medida que se escribía. El ritmo frenético de las publicaciones de poesía en Chile deja bastante poco que recordar, pero este libro presenta una poética potente, construida bajo una sensibilidad notable hacia las viscicitudes de la vida urbana y del paso de la historia en los sujetos. Aquí no hay una metaliteratura vacía o pretenciosa, ya que si bien las referencias de las lecturas de Jorge están presentes y enriquecen una escritura reflexiva y crítica, no es una escritura que se cierre en torno a ejes teóricos impenetrables ni menos impostados. En este sentido, creo que es una poética madura en cuanto no necesita demostrar nada, pues es capaz de generar un sustrato filosófico sin tener que construir un palacio de citas, como aquellos que no trepidan en demostrar que han leído un par de libros o, peor aún, unas cuantas contratapas.
Lo que hace Jorge es posicionarse desde una generación intermedia -la nuestra- que, como él mismo señala, no vivió el 73 pero sí el temor y que vivió amordazada por los noticiarios y las sospechas de paquetes “olvidados” en los basureros. Pero es, al mismo tiempo, una lectura de la generación que nos precede, de la que fuimos aprendiendo a medida que crecíamos y la que vemos hoy apagándose. Es un relato de un Chile oscuro que acarreó su sombra más allá de los noventa pero que hoy pareciera, por fortuna, ir en retirada. En la primera parte del libro, es decir, en los cuatro primeros poemas, se distingue una poesía que busca referentes comunes que permitan establecer puentes para el lector entre el pasado todavía fresco y su interacción con el presente. De este modo, la memoria cobra valor al oponerse a la idea de monumentalización de la historia o la tradición que la piensa museológicamente o la encierra en la idea de patrimonio. Esto resulta interesante en relación al que el trabajo poético de Polanco no pretende realizar un inventario memorístico del pasado perdido, sino que el pasado funciona también como carencia en el presente, en el sentido de ser una traba para un desenvolvimiento pleno del sujeto en una sociedad adversa o en un contexto familiar truncado. En otras palabras, la memoria no opera como una herramienta mitificadora del pasado, sino como un elemento que nutre la experiencia presente. Sobre todo si pensamos en que las relaciones entre presente y pasado no carecen de conflictos, ya que la imagen de la derrota se mueve en un espacio en que el presente sigue planteando aquello no realizado en el pasado, que en palabras de Ricardo Forster reflexionando a Benjamin, es “la deuda que el presente ha contraído con el pasado”.[2]
En lo formal, la poesía de Jorge se muestra como una poesía testimonial, pero lo que tenemos aquí es el ejercicio poético que da cuenta del paso de la historia del país, que es retratado bajo figuras domésticas pero siempre en correlato con lo que ocurre más allá de la puerta. El poeta es el que observa. No protagoniza, sino que aguarda, contempla, relata y critica, en una suerte de soliloquio mudo, de monólogo interno que, aunque está dirigido a otro, pareciera que la palabra jamás se hace sonido y acompaña en silencio al enfermo postrado, o al hombre de cuarenta que no sabe que hizo con su vida. Son, a mi juicio, los usos de la memoria lo que permite a Jorge dar cuenta de la experiencia, el testimonio y la historia en el Chile de los ochenta y la postdictadura, percibiéndose un eje construido en torno a la memoria nacional.
Aun cuando los conceptos de nación e identidad se hayan revisado latamente por las teorías críticas contemporáneas y puestos también en tela de juicio, de todos modos continúan siendo un elemento a considerar en cuanto siguen construyendo imaginarios que, tarde o temprano, tienen su expresión en la realidad. La memoria se nutre de la experiencia siempre dentro de un contexto político y cultural determinado e, incluso, teniendo un referente geográfico. No se trata de defender los nacionalismos, sino entender que habiéndose construido artificiosamente por los estados en base a elementos culturales dirigidos hacia una transversalidad, no dejan de generar discursos que tarde o temprano terminan calando al ciudadano. En este sentido, el “país” es capaz de traspasar su angustia y pesimismo, pues su historia penetra en el ciudadano y le enrostra las derrotas y desplazamientos. El poeta así lo entiende y explicita los sentidos que sin darnos cuenta hemos incorporados sin oposición. De este modo, Polanco evidencia las capas ocultas, trayendo los elementos culturales que constituyen los múltiples discursos que dan vueltas en nuestra sociedad, presentándolos de una manera crítica pues ve en ellos la raíz de un país enfermo. No en balde se utiliza la imagen de un postrado que agoniza (en el poema que da título al libro), puesto que a través de él se presentan las incongruencias y derrotas, tanto en el plano familiar como político.
La memoria, como enunciaba, constituye un eje central en la poesía de Jorge Polanco, pero –siendo un tópico ampliamente utilizado en la poesía– las posibilidades de los usos de ella se presentan aquí de una manera particular, que va desde el espacio íntimo y familiar hasta la memoria social de los macro relatos histórico que los carga, incluso, de cierto tono épico. Y esto se da en cuanto se percibe la crisis de los grandes relatos en su escritura, pero de lo que da cuenta finalmente este libro es la manera en que esa crisis atraviesa al sujeto, un sujeto situado, histórico y, aun, vivo, al que se le repasa, sin eufemismos su pasado individual y colectivo.
El sociólogo Maurice Halbwachs, en su obra La memoria colectiva[3] trabaja la memoria en cuanto a construcción social. Ésta es constitutiva de la continuidad y la identidad de la comunidad, lo que liga a la sociedad con su historia. Ahora bien, podemos conectar la producción poética con dicha función de la memoria, en la medida que un autor es conciente de ello y puede dirigir su proyecto escritural a contribuir en la construcción de una memoria, que se plantee ajena a los discursos hegemónicos y a otras distorsiones que podrían imponer también un olvido. Y eso creo que es lo que logra Jorge en una escritura que interpela nuestro sentido histórico y logra vincular experiencia, memoria e historia en una poesía entrañable.
Santiago, 8 de septiembre de 2011.
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NOTAS
[1] Mistral, Gabriela. Poema de Chile. Santiago: Pomaire, 1967, p. 37.
[2] Foster, Ricardo. “El pasado como posibilidad”, en Pablo Aravena Los recursos del relato: conversaciones sobre Filosofía de la Historia y Teoría Historiográfica. Santiago: Universidad de Chile, Facultad de Artes, Programa de Magíster en Teoría e Historia del Arte, Departamento de Teoría de las Artes, 2010, p. 97.
[3] Halbwachs, Maurice. La memoria colectiva. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004.