Evocación
profunda
Rulfo,
el juego, el sueño
Por Christopher Domínguez
Michael
Revista de Libros de El Mercurio, sábado
29 de marzo de 2003.
En «El gallo de oro»,
una de las obras maestras del escritor mexicano, redactada en los
años 60, se desarrolla la relación entre el hombre y
el azar.
Me declaro incompetente para realizar otra apología
de Pedro Páramo (1955) y tras recordar a Borges, que
la llamó "una de las mejores novelas de las literaturas
de lengua hispánica, y aun de la literatura",
quisiera hablar de El gallo de oro, redactado a principios
de los años sesenta, falso guión de cine que —novela
corta o cuento largo— es otra de sus obras maestras. Es superior a
varios de los cuentos de El llano en llamas (1953) .
El gallo de oro es un texto que evoca el azar.
Y es, como tanta de la prosa memorable, una evocación profunda
y (aparentemente) local. En apenas cincuenta y dos páginas
—Rulfo nunca necesita mas— vemos a Dionisio Pinzón, hombre
pobre de alma y de hacienda, que vive de su "gallo de oro",
al que acaba por perder en un combate singular, tras haberle sacado
algún dinero en los palenques más polvorientos. Pinzón
conoce en la legua a una pareja de pícaros que hubieran conmovido
a Galdós: Bernarda Coutiño y Lorenzo Benavides. Se casará
con ella, cantante de palenques, coliseos pueblerinos para las peleas
de gallos. Él, resentido, lo espera en el futuro y con una
venganza.
Transando peleas de gallos aquí y allá, Dionisio Pinzón
acaba por sentarse a la mesa del verdadero azar, esas barajas que
anulan la noche y el día bajo el signo (o el espejismo) del
oro. En una visita casual a don Lorenzo, éste se juega al paco,
a beneficio de la nueva pareja, toda su propiedad. Su venganza será
perderla. Agraciados por la injusticia, Pinzón y Bernarda levantan
un garito. Se vuelven ricos y la suerte nunca los abandona hasta que
ella —Fortuna es una mujer— muere alcoholizada mientras contempla
—como todos los días—, jugadas y trapisondas de Dionisio.
El tramposo es un verdadero jugador. No lo es, por el contrario, el
aguafiestas.
En Juan Rulfo (1918-1986) están casi todos los
componentes de la lotería universal. La relación entre
el hombre y el azar no es distinta ante la sufrida frente a otras
formas de lo indeseable: el amor, la pobreza. Su héroe, ese
Pinzón condenado a jugar con la eternidad, no es un avaro.
Fueron las leyes del azar las que lo transforman en un ambicioso.
De la mano de Roger Caillois, exégeta de la ludonomía,
creería que El gallo de oro habla de la injusticia gratuita.
Dionisio y Bernarda no se explican las cosas, las hacen. No buscan
la suerte, la ganan. No anhelan la vida, la pierden. Pero retan al
azar y lo ganan. Justifican la tesis central de Johann Huizinga en
Homo ludens (1932): el juego de azar es una actividad seria, frecuentemente
melancólica, que puede excluir por sistema la sonrisa, la carcajada,
el placer.
Pero la lotería se redime —cada que vez apostamos— en su medida
de ser únicamente deseo. Quizá sólo el juego
y el sueño son metáforas imperecederas de la existencia.
Eso está en Rulfo.