Pedro
Páramo
Por Margo Glantz
Babelia. 26 de Noviembre de 2005
Se cumplen 50 años de
Pedro Páramo, novela esencial de la narrativa en español
del siglo XX. Una de las poquísimas obras que escribió
Juan Rulfo, con quien está en deuda la literatura latinoamericana.
Con ella, el escritor mexicano hizo importantes aportes literarios
al explorar nuevas formas de narrar, recuperar el lenguaje y crear
otra concepción del tiempo para hablar de la injusticia social
y de la muerte. Todo en un territorio inmortal llamado Comala.
Uno.
Sabemos que Juan Rulfo es autor de El llano en llamas, cuentos;
una novela, Pedro Páramo; algunos guiones de cine, El
gallo de oro, La fórmula secreta... Fragmentos de
novelas destruidas, Los hijos del desaliento, La cordillera;
un relato
'La vida no es muy seria en sus cosas'. Además de numerosas,
magníficas, fotografías.
Dos.
Sus textos presentan numerosas variantes en las sucesivas ediciones
que tuvieron, un esfuerzo persistente para suprimir lo inútil.
En alguna de sus entrevistas explica sobre Pedro Páramo:
"Ahora, también la intención fue... quitarle las
explicaciones. Era un libro un poco didáctico, casi pedagógico:
daba clases de moral y yo no sé cuántas cosas y todo
eso tuve que eliminarlo porque soy muy moralista y además...
sí, fui dejando algunos hilos colgando para que el lector los
completara... Si el lector no coopera, no lo entiende; él tiene
que añadirle lo que le falta. Y parece que así ha sido.
Muchos le han añadido más de la cuenta pero creo que
llena esa intención. Siempre hay una participación muy
cercana del lector con el libro, y él se toma la libertad de
ponerle lo que le falta. Eso a mí me gusta mucho".
Tres.
"Hay palabras que el diccionario llamaría arcaísmos",
volvió a decir en otra entrevista; "es que aún
esos pueblos hablan el lenguaje del siglo XVI. Ahora, como usted dice,
no se trata de un retrato de ese lenguaje; está transpuesto,
inventado, más bien habría de decir: recuperado".
Rulfo solía fabular también en sus entrevistas y lo
hacía con delectación; con todo, reiteraba en ocasiones
ciertas ideas, sirven de asidero y como los hablantes pueblerinos
de su infancia, protagonistas indudables de sus narraciones, utilizaba
un lenguaje "hermético" y a la vez sencillo. Traducir
ese hermetismo fue uno de sus objetivos. Rulfo elimina palabras, corrige
otras, cambia signos de puntuación con el deseo de alcanzar
una mayor expresividad semántica y sonora para recrear una
oralidad singular, la que reproduce un habla cuyos vocablos parecen
vestigios de otros tiempos, en realidad una construcción, un
"delicado ajuste verbal" como hubiera dicho Borges. A ese
trabajo lo denomina "ejercitar un estilo", o, simplemente,
"evitar la retórica", "matar al adjetivo, pelearme
con el".
Gracias a la publicación de sus borradores en Los cuadernos
de Juan Rulfo (1994) verificamos que, en el proceso de su escritura,
Pedro Páramo se fue decantando y despojando de cualquier
excrecencia explicativa o hasta narrativa. Y en esos cambios estructurales,
que burlonamente Rulfo achacaba a sus editores, predomina la eliminación
de cualquier palabra o acción que nulificara el impacto de
la muerte. En los Cuadernos se observa, nítido, el procedimiento:
se leen anécdotas, acciones y diálogos ya rulfianos,
pero aún no sometidos a la operación de limpieza devastadora
que les diera forma. Si se comparan esos borradores con los fragmentos
que en Pedro Páramo estructuran la novela, se advierte
que en ésta la discontinuidad cronológica y anecdótica
les da sustento y sirve como contrapeso entre las palabras impresas
y el silencio, mientras se va delimitando el ámbito narrativo,
"... los muertos no tiene tiempo ni espacio. No
se mueven en el tiempo ni en el espacio. Entonces así como
aparecen se desvanecen".
En los Cuadernos cada fragmento iba titulado; en la novela
se han liberado de esa carga, adquieren la ligereza necesaria para
su indeterminación. Con la muerte pasa lo mismo. En el borrador
llamado 'Después de la muerte', allí coleccionado, Rulfo
se refiere a ella como un fenómeno natural, el de la degradación
de la materia. Cuando en Pedro Páramo concluye el proceso
a que ha sometido sus textos, dejándolos en vilo, devastados,
consumidos, colindando con el silencio, la muerte se ha despojado
también, se trata de una muerte física depurada, casi
simbólica, ¿mineral?
El cuerpo simplemente se disuelve, como sucede con el cuerpo de Juan
Preciado: "No había aire. Tuve que sorber el mismo aire
que salía de mi boca, deteniéndolo con las manos antes
de que se fuera. Lo sentía ir y venir, cada vez menos; hasta
que se hizo tan delgado que se filtró entre mis dedos para
siempre.
Digo para siempre".
O se pulveriza para formar parte del paisaje, como Pedro Páramo,
quien al morir, "dio un golpe seco contra la tierra y se fue
desmoronando como si fuera un montón de piedras".
La respuesta de Rulfo al desquicio de la geografía y el orden
social cristaliza en una forma poética, la única que
hubiera podido expresar esa profunda y definitiva escisión
entre un modo de vida injusto pero organizado -el que impone Pedro
Páramo- y otro totalmente calcinado, el que produjeron
la Revolución y la Guerra Cristera. Se construye un espacio
cuyos habitantes reales son las ánimas del purgatorio y el
símil existe sólo como recurso descriptivo y no como
fundamento textual. Comala es un pueblo habitado por almas en pena,
de ninguna manera por almas muertas o fantasmas mágico-realistas.
Las almas en pena siguen habitando Comala, son sus habitantes naturales,
como si estuvieran vivos, a pesar de que sus casas estén derruidas,
la yerba invada los quicios de las puertas y no haya límite
entre la ciudad y el campo. Reducir Comala y sus habitantes a un infierno
dantesco, convertirlos en arquetipo o simplemente en un mito de origen
indígena, es resultado de una incomprensión y una abstracción
universalista que sólo puede traducirse por "ajustes y
dispositivos ideológicos" (Monsiváis).
La perpetuación de los estereotipos no explica la novela,
sólo la desgasta y uniforma y la despoja de su singularidad.